Nació en Roma en 1927, tiene la sintaxis castellana metida hasta los tuétanos y, aunque no cree en la idea de progreso, vive en el barrio de Prosperidad (alguna vez me pareció verlo de lejos, como un Pynchon fantasmal, paseando por López de Hoyos). Pasa de la vida literaria y se limita a escribir desde su cueva. Es el último sacerdote de la palabra. Cualquiera diría que ha jurado los votos de castidad, no-humildad y pobreza sobre las tapas de la Gramática de Nebrija, o mejor aún, sobre la Teoría del lenguaje de Karl Bühler. Un buen día descubrió la hipotaxis, que se convertiría en la anfetamina de su prosa tras la prohibición de la Dexedrina con la llegada de la democracia; al parecer, el castellano está especialmente dotado para estas relaciones sintácticas de subordinación que pueden estimular la argumentación y la caligrafía hasta límites imposibles, como una droga de la escritura.
Con menos de treinta años había conquistado la gloria literaria, pero lo que otros habrían celebrado como un extraordinario festín de vanidad él lo interpretó como una vejación (“el grotesco papelón del literato”) y quiso huir de la farándula encerrándose en sí mismo, para dedicarse en pleno a los estudios gramaticales. Durante más de una década llevó un régimen de vida monacal (espartano o hedonista, según se mire): se tomaba unas anfetaminas, se encerraba en un cuarto con las persianas bajadas, para que no entrara la luz del día, y se pasaba cuatro días seguidos sin dormir tomando apuntes sobre cuestiones lingüísticas. Después se ponía a dormir durante casi un día entero para recuperarse. Estaba por entonces casado con la escritora Carmen Martín Gaite, y a sus amigos les decía: “Carmen es como una viuda que tuviera el muerto en casa”. En uno de esos trances anfetamínicos, en compañía de Agustín García Calvo, vio un descendimiento de Cristo en las manchas de la pared.
Después del éxito apabullante de El Jarama no publicaría ningún libro durante tres décadas. Unos dicen que Ferlosio dejó de escribir novela por aburrimiento, otros porque le parecía poca cosa (tonterías sin valor ni importancia) y otros porque descreía de la ficción. Según Gil de Biedma, lo hizo simplemente por joder, algo muy típico del español. En una magnífica semblanza, Delibes sentencia: “Ferlosio será siempre Ferlosio, es decir, un hombre que haga lo que haga —vivir o escribir— lo hará siempre a su aire, desdeñando la rutina y las convenciones sociales. […] Ferlosio es honesto consigo mismo; esto es, su determinación [de no escribir más novela] —definitiva o no, equivocada o no— no es el fruto de una pose, sino consecuencia lógica de su carácter”.
Haciendo gala de su proverbial inconstancia, tampoco tuvo suficiente tenacidad para convertirse en el Salinger español: tras 31 años de silencio editorial (que no periodístico), en 1986 publicó cuatro libros de una tacada. Y todo volvió a su sitio natural.
La prosa, el habla y la lengua
Releo una y otra vez, con placer infinito, sus cuentos y fragmentos, reunidos en el libro El geco, que es mi preferido. En las antologías de los mejores relatos del siglo xx debería figurar, junto a las creaciones más célebres de Hemingway, Borges o Cheever, su cuento Dientes, pólvora, febrero, que publicó por primera vez en la revista Papeles de Son Armadans en 1956. Y su poema en prosa El pensil sobre el Yang Tsé o la hija del emperador es uno de los textos más hermosos que he leído en mi vida:
“No, ella querrá seguir guardando intacta su dignidad. Tampoco hoy saldrá a dejarse ver por un instante, ni siquiera velada por el atardecer, entre los tejos y los aligustres de la alta, inaccesible balaustrada, sin importarle cuánto pueda llegar a anhelarse un céntimo de cualquier cosa en este mundo, incluso un céntimo de su propia dignidad […].
Tampoco hoy, ni aun fingiendo —como dejándose robar— no saber que hace miles de tardes que la espío, consentirá en perder, con el sólo dejar adivinar su sombra, un céntimo de su dignidad, para verlo caer hasta la orilla pisada y repisada por los pies descalzos de los bateleros junto a los cañaverales despuntados y roídos por las maromas de la sirga. […] ¿Sospecha acaso que de ese solo céntimo vendría la ruina del Imperio entero?
Hoy también, sólo el viento, una vez más, mueve los tejos y los aligustres de la alta y desierta balaustrada; sólo el viento, a quien nadie jamás sabrá imitar. Y si aún, suponiendo lo imposible, fuese ella lo que realmente se mece entre las ramas, la imitación sería tan prodigiosa que no podría ya redundar en mengua, sino en un nuevo aumento de su dignidad.”
De vez en cuando, para olvidar las miserias cotidianas, me zambullo en el discurso anestesiante y absorbente de El testimonio de Yarfoz, una novela tan extraña como inolvidable, escrita por un Kafka de Chamberí. Digo Kafka porque el tono me recuerda mucho a La construcción de la muralla china. Digo Chamberí porque por entonces Ferlosio vivía en este céntrico barrio madrileño, tan castizo. Esperemos que algún día salgan a la luz los cientos de papeles que componen la mítica Historia de las guerras barcialeas, que yacen escondidos en un cajón. Ese día el mundo literario (al menos en español) dará un vuelco impredecible.
En el colegio me obligaron a leer El Jarama y me aburrió tanto que lo abandoné para siempre. Lamentablemente tampoco pude con Industrias y andanzas de Alfanhuí, esa fábula infantil escrita por un Miguel de Cervantes surrealista. Tendría que volver a intentarlo. En cambio, deberían prescribir la lectura de sus cuentos El huésped de las nieves y El escudo de Jotán, donde se revela como un gran autor de literatura de niños… para cualquier edad (no utiliza un lenguaje específico para niños porque considera que toda adaptación al receptor es una perversión lingüística y un acto de desprecio hacia él).
Sus artículos de opinión son un alarde de precisión lingüística, contundencia polémica y mala leche (se lo imagina uno con las cejas erizadas y la mirada colérica, como un anarquista de púlpito), aunque suele sazonarlos con una buena dosis de ironía hilarante; en este sentido, destacan sus crónicas taurinas de 1980. Dice escribir con el deseo de tener razón y con el propósito de convencer a los demás. Ese “cargarse de razón” es, quizá, la coraza que se construye para poder enfrentarse al mundo desde su frágil condición de buena persona. La pasión por la controversia y el repliegue reflexivo sobre el propio contenido —informativo y opinativo— de los periódicos lo convirtieron, de manera involuntaria, en el inspirador teórico y práctico del metaperiodismo arcadiano, tan de moda en nuestros días.
Para atreverse a cruzar los vericuetos hipotácticos de sus ensayos más largos no sólo hay que ser muy valiente, sino tener más moral que el Alcoyano y más paciencia que el santo Job. “¡Igual así alguno se anima a leer mis rollos! Porque yo soy muy pesado, muy pesado…” se sinceró al recibir el Premio Cervantes en 2004. A mí de sus ensayos lo que me interesa es sobre todo el despliegue formidable de su escritura, el avance del pensamiento en su prosa, más que el contenido de sus ideas o las tesis que defiende (suelo perderme en la argumentación, despeñado en alguna de las múltiples subordinadas o paradojas). Su escritura, siempre gozosa, tiene incluso cierto componente adictivo, como la de Thomas Bernhard. Porque Ferlosio escribe en un castellano intemporal. No antiguo ni ajado, sino eterno. En realidad, el castellano es la lengua que Ferlosio hace cristalizar con su prosa, bien recuperándola para el futuro o bien reinventándola desde el pasado.
Ferlosio fabrica el castellano a través de sus pecios, relatos, novelas, ensayos, glosas, fragmentos, artículos, diversiones o “puñeterías de lingüista”.
Genio y figura
Ante ese breve texto autobiográfico, magistral, que es La forja de un plumífero, al cronista sólo le queda plegarse al relato de los hechos, a la razón narrativa que fluye por esas páginas. Nada que añadir, sólo glosar algunos datos, si bien formulando una tímida duda que después trataremos de esclarecer: ¿hasta qué punto, al concentrar en un puñado de páginas los acontecimientos principales de su vida, se convierte a sí mismo Ferlosio —personaje de carácter donde los haya— en un personaje de destino?
Mencionemos sólo algunas cosas, inevitablemente muy resumidas, previas a su reclusión en brazos de la gramática.
Ferlosio nació en Roma porque su padre, el escritor y fundador de la Falange Rafael Sánchez Mazas, estaba destinado allí como agregado cultural de la Embajada española. Aunque volvieron a España, la guerra civil también la pasaron él y sus hermanos en Roma, en casa de sus abuelos (su madre era italiana). De su infancia romana quedan los recuerdos de una niña judía de trenzas de la escuela pública del Ghetto, la paciencia infinita de la signorina Allegiani (entusiasta de Mussolini) y el descubrimiento de Topolino (la versión italiana de Mickey Mouse). Lástima que no haya escrito un libro largo de memorias, con un primer capítulo sobre la Roma de esa época.
De vuelta en España, descubrió cuál era su ideal de vida cuando, a los catorce años, leyó en el libro de texto de literatura española de Guillermo Díaz-Plaja el siguiente retrato del infante Don Juan: “Tenía el rostro no roto y recosido por encuentros de lanza, sino pálido y demacrado por el estudio”.
Aficionado a la caza y al patinaje, con sólo veintidós años escribió Alfanhuí. Por las noches se encontraba en el cuarto de baño con su padre, en calzoncillos, que por entonces estaba escribiendo La vida nueva de Pedrito de Andía, y se leían trozos de sus manuscritos. Después, en 1955, llegaría la Gran Explosión: El Jarama, Premio Nadal y Premio de la Crítica, considerada la gran novela social antifranquista de la posguerra. No tardaría mucho Ferlosio en renegar de ella (“la aborrezco”, “era una gratuidad”, “la escribí sin libertad, para complacer a los antifranquistas”), considerándola por encima de todo una invención del crítico José María Castellet. Sus dos primeras obras no podían ser más opuestas: lo que una tenía de mágica, poética y fantástica, la otra lo tenía de realista y objetivista; si en una dominaba la imaginación, en la otra lo hacía la observación.
Le produjo tanta vergüenza el éxito de El Jarama que decidió consagrarse a los “altos estudios gramaticales”. Así resume en La forja de un plumífero la anti-rutina monacal que mencionábamos antes:
“La anfetamina misma es, ya por sí sola, extremadamente querenciosa de la soledad. Cuando me encerraba no quería ver a nadie. Un verano —sería el del 59—, en que me quedé solo en Madrid, llegué incluso a arrancar el cable del teléfono. El resto del año el sistema era así: me quedaba una media de 4 días con sus 4 noches en sesión continua de lecturas y escrituras gramaticales, con luz eléctrica también de día, como Monsieur Dupin, el de El Misterio de María Roget y Los crímenes de la calle Morgue; al fin caía redondo y me dormía profundamente durante 24 o más horas, salvo 1 o 2 brevísimos despertares para comer y beber y con una maravillosa bajada de tensión. Después cogía a mi hija —que en el 60 cumplió los 4 años— y me pasaba con ella 4 o 5 días sin interrupción; íbamos a los parques y a visitar museos […].
Nunca me lo he pasado mejor que aquellos 15 años —del 57 al 72— de gramática, casi en exclusiva, y de mayor furor grafomaníaco.”
Carácter y destino
Atrapado, como Don Quijote, en la encrucijada conflictiva entre el orden del carácter y el orden del destino, la trayectoria de Rafael Sánchez Ferlosio relatada por sí mismo no parece adecuarse al “principio de ejemplaridad” postulado por Javier Gomá Lanzón, según el cual la vida es la lenta gestación de un ejemplo póstumo. De hecho, convertirlo en un ejemplo sería transfigurar al huidizo personaje de carácter que indudablemente es en un mero personaje de destino aprés la lettre, imponiéndole un sentido, una causa, un argumento, que lo haga racional, comprensible y susceptible de imitación; después de todo, como dice en su prólogo al Pinocho de Collodi, “para servir a la ejemplaridad siempre se manipulan, quiérase o no, de un modo u otro, los acontecimientos”.
No es baladí que Ferlosio siempre haya insistido en que las cosas decisivas que le han ocurrido en la vida tuvieron un origen circunstancial, ocasional, fortuito: “Se ha dado así y ya está, no hay que darle mayor importancia”, “No obedece a ningún propósito… ha ocurrido así”. Esto, naturalmente, no es cierto del todo, pues su carácter influye de manera decisiva en el devenir de las cosas; aunque lo peor que podríamos hacer ahora es psicologizar al personaje… Es simplemente su manera de alejarse del foco, de quitarse de en medio. Incluso, por si hubiera alguna duda, no dejará de subrayar en todo momento su inconstancia, pereza, holgazanería y falta de profesionalidad. Para despistar. Como dijo en 2008 en la presentación de su ensayo God&Gun. Apuntes de polemología, le gusta escribir con inconsciencia y espontaneidad, “sin propósito de método ni autoanálisis, ni pretensión de que hubiese armazón teórica”: “Si sale con barba San Antón y, si no, la Purísima Concepción”.
Irrepetible, inclasificable, libérrimo (aunque niegue la existencia de libertad, pues “somos sólo un cruce de muchas influencias”), quizá Ferlosio —que rechazaría la idea misma de ejemplaridad al considerarla cargada de fariseísmo y narcisismo: ‘Aquí estoy yo, que no soy como los otros; seguid mi ejemplo’— sea sólo un prototipo genial de sí mismo. Un modelo intransferible, un no-ejemplo. [Se podría decir, por supuesto, que en la negación de todo ejemplo, de toda vida con sentido, también hay en cierto modo, además de un carácter, un ejemplo y un sentido, es decir un destino. Es lo que tienen las éticas formalistas (“Actúa de tal modo que tu comportamiento pueda servir de ejemplo universal”), que al no tener un contenido concreto se encastillan fácilmente en su burbuja irrebatible, intocable, infalsable.]
Moralista a su pesar, “irrecuperablemente anclado el Ancien Régime”, cuando relee sus ensayos él mismo se descubre pedante, cargante, y siente aversión por esa figura petulante del hombre lleno de convicción. El Ferlosio más sermoneador odia muchas cosas, sobre todo las contemporáneas. Odia la televisión, los fastos culturales y el deporte. Odia a España, pero añade que jamás se iría a vivir al extranjero. Considera que Walt Disney es la mayor catástrofe de la cultura del siglo xx, un corruptor de menores que ha destrozado el misterio de la naturaleza mediante la antropomorfización de los animales. También detesta la prosa anoréxica y telegráfica de Azorín. Y un larguísimo etcétera de odios.
A veces sus muestras de sentido común asustan, como en este pasaje del relato Cuatro colegas:
«De los cuatro colegas que yo tenía en aquella oficina, uno era simpático y educado, otro antipático y educado, el tercero antipático y maleducado y el cuarto simpático y maleducado. Yo, que soy más bien amigo de las distancias, guardaba el siguiente orden de preferencia: primero, con gran ventaja, el antipático educado, después el simpático educado y, casi a la par con él, el antipático maleducado, y finalmente, a enorme distancia, el simpático maleducado, del que si la objetividad no me obligase a reconocer que era, realmente, una buenísima persona, diría que resultaba un ser absolutamente abominable. El antipático maleducado era bastante duro de tratar, pero con él cabía la alternativa de la fuga y la prudencia, en tanto que la comparación entre el segundo y el cuarto me daba la ocasión de reparar en cómo mientras la buena educación es un remedio enteramente eficaz contra la antipatía, por el contrario, la simpatía, lejos de aliviar en nada la mala educación, la agrava y la potencia.»
Gramático anfetamínico, grafómano patológico, plumífero hipotáctico —demasiadas esdrújulas para un hombre tan poco dado al perifollo—, Ferlosio es, en definitiva, lo que se dice un clásico en vida.
Me he llevado un pequeño chasco porque al leer el titular pensé que era una entrevista pero me lo he leído enterito. Muy buen artículo.
El Jarama es el horror.
(el horror, el horror, si, si rianse de Kurz y Wilard y las Walkirias.
Es una perfecta máquina gramatical que comienza con una cita perfecta (una descripción tomada de un tomo de geografía de la cuenca del Jarama), casi bucólica de puro botánica y descriptiva.
En giro perfecto la descripción continua, a partir de ahí con la descripción objetiva de la geografía moral, cotidiana, vacia del tardofranquismo con toda su ignorancia y todo su aburrimiento.
Yo no la consideraría una novela representativa del tardofranquismo (de su crítica), dada la época en que fue escrita. Se encuentra más cercana a «Nada» de Laforet, que a las novelas de los años 60 y 70 del palo.
Si es que se la puede circunscribir a «género» alguno, como a su propio autor.
La gran novela en español del siglo XX.
Ja, ja, qué bueno, «El Jarama» un horror.
«El Jarama» es una obra maestra de la literatura universal del siglo XX. y «Alfanhui» otro tanto, diga lo que diga su autor (al que amo profundamente, aunque no se deje) diga lo que diga el autor de este artículo y digas lo que digas tu.
Buen artículo. Ha despertado mi interés por un escritor al que no conocía más que por el nombre y alguna foto.
Lo que más me choca, a parte de sus peculiares hábitos, es que culpabilice a Disney de un fenómeno que ya se daba -por ejemplo y sin ir muy lejos- en los cuentos de Grimm, Christensen o las fábulas de La Fontaine y que tampoco que creo que haya tenido las nefastas consecuencias que le otorga. Lo único que hizo Disney fue trasladarlo al lenguaje audiovisual (y almibararlo un poco o bastante, pero eso ya es otro tema).
Me corrijo: me refería a los cuentos de Andersen.
«En cambio, deberían prescribir la lectura de sus cuentos El huésped de las nieves y El escudo de Jotán»
Deberían mejor proscribir esos libros; la manera más efectiva de ejercer atracción.
Buen artículo.
Al autor del artículo: deja ahora mismo lo que estés haciendo y corre a leer Alfanhui. No sé por qué no pudiste en su momento, pero cuando vuelvas sobre ello no te perdonarás no haberlo hecho antes.
Lo haré, Fernando. A ver si este verano, en vacaciones.
Como dice Tu Quoque, no hay mejor forma de alejarte de un libro que el que te lo pongan como lectura obligatoria en el Instituto.
Aunque no lo menciono en el artículo, hay otro libro de fragmentos que os recomiendo a todos: «Vendrán más años malos y nos harán más ciegos».
Gracias por los comentarios.
sus libros menos famosos son bastante inencontrables, me temo.
si a alguien le interesa el personaje como tal, sanchez drago le hizo una entrevista en un doble programa donde su hurañez bate records absolutos con momentos salvajemente hilarantes de silencios sepulcrales.
j
Sé que puede parecer raro, pero muchas personas tímidas son hurañas. En esa entrevista que concedió a Dragó, a mí Ferlosio me pareció una criaturita, dicho esto sin ánimo de reprochar u ofender. Es un ser inofensivo, cándido en el mejor sentido de la palabra, porque la candidez y la inteligencia no tienen por qué ser mutuamente excluyentes. También está un poco ensimismado, algo que quizá comparta con otros hombres de letras, que parecen vivir en su mundo particular.
Ha tenido mucha suerte de dedicarse a la escritura; las personas tímidas sufren más que quienes no lo son, y si Rafael se hubiese dedicado a otra profesión, lo habría pasado mal. No me lo imagino de vendedor a puerta fría.
Me encantan sus novelas. Pero, sobre todo, me encantan sus ensayos: «Sobre la guerra» y «God & Gun» especialmente. Y me gusta que él mismo sienta disgusto al comprobar el nivel de convicción que parece tener cuando escribe; es la inseguridad la característica que mejor define al sabio. Porque el sabio sabe que no lo sabe todo y que, con frecuencia, el ser humano siente «amor a los errores», como decía Séneca. El sabio se caracteriza por anularse un poco, y eso lo diferencia de los demás, que no se anulan, sino que se reivindican y se reafirman casi con agresividad, tal vez por simple necesidad, pues, más allá de los libros y el estudio, la vida es complicada.
La entrevista
http://www.rtve.es/alacarta/videos/premios-cervantes-en-el-archivo-de-rtve/entrevista-profundidad-escritor-sanchez-ferlosio-1-programa/740660/
«Dice escribir con el deseo de tener razón y con el propósito de convencer a los demás. Ese “cargarse de razón” es, quizá, la coraza que se construye para poder enfrentarse al mundo desde su frágil condición de buena persona.»
Una duda que agradecería que el autor me aclarara: ¿dónde o cuándo ha dicho Ferlosio que escribe con ese propósito? He leído todos los textos citados (incluidos Alfanhuí y El Jarama: un error no haberlos leído antes de escribir un artículo de este cariz) y jamás he percibido en Ferlosio interés implícito ni explícito en convencer a nadie; más bien lo recuerdo criticar con frecuencia y sin piedad a la gente que gusta de «cargarse de razón», vicio que, si no me engaña la memoria, Ferlosio encuentra característico del español (el pueblo, no el idioma).
Gracias anticipadas. Un saludo y enhorabuena por el artículo.
«[…] como estoy irrecuperablemente anclado en el Ancien Regime y todavía escribo con el anticuado deseo de tener razón y de convencer a alguien de algo que me parezca cierto, tanto la duda […]» (La forja de un plumífero)
Pero creo que lo ha dicho también otras veces.
Un saludo y gracias.
de hecho, tiene un miniensayo (pecios, los llama) donde se dedica a darle vueltas a la expresión «cargarse de razón» y utiliza las escenas cómicas de «el gordo y el flaco» como comparación que es más que divertida.
j
Al autor: muchas gracias por la cita, que no recordaba. Aunque (sin ánimo de polemizar) no sé si el espíritu de las palabras de Ferlosio (escribir para «convencer a alguien de algo», como tirando por lo bajo en sus aspiraciones) queda reflejado en la idea de escribir para «convencer a los demás», objetivo menos humilde (y que, quizá erróneamente, yo no percibo en el tono general de los textos de Ferlosio). Saludos y gracias de nuevo por la respuesta. (Todo el Archipiélago dedicado a Ferlosio, el que incluye La forja de un plumífero, es una lectura deliciosa: recuerdo por ejemplo el texto de Savater, al que tan bien pone a menudo en su sitio su imagino que amigo Ferlosio cada vez que éste descubre la trampa en las aparentemente impecables argumentaciones del filósofo; éste encuentra la metáfora perfecta para describir el impulso creador del Ferlosio ensayista: la del perro que rastrea sin descanso hasta que encuentra la que, según le indicaba su olfato, era su presa.)
A De Ventre:
Pero, por lo que recuerdo, ese divertido texto (¿tienes la referencia?) critica o ridiculiza a la gente que gusta de cargarse de razón, ¿no? O quizás lo interpreté mal cuando lo leí, hace ya mucho…
no, simplemente, le da vueltas a la expresión en la medida en que es un verbo activo, pero una acción pasiva y blablabla.
j
Jajaja buena explicación, ¡muchas gracias!
En cualquier caso, Jerry, no veo que sea incompatible una cosa con la otra: no le gusta esa gente que se carga de razón pero a veces al releer sus ensayos detecta eso mismo que detesta (igual que odia España pero no puede dejar de ser español). Es una autocrítica… con su carga de ironía, creo yo.
Pero, vamos, nada más lejos de mi intención que cargarme de razón en este punto. :-D
:) no no ni por mi parte. Es interesante debatir y Ferlosio lo merece, nada más. :) Buen artículo y buena elección de tema. Ahora a leer Alfanhuí y El Jarama, los vas a disfrutar! :) yo pienso releerlos inmediatamente. Y luego El alma y la vergüenza, que creo que es mi recopilación de ensayos y artículos favorita. Saludos!
Por lo que recuerdo, Sánchez-Ferlosio desprecia el «cargarse de razón» por ser una estrategia, un medio de justificar la reacción que se avecina por parte del que se ha cargado de razón. Pone ese ejemplo de una escena del Gordo y el Flaco en la que por despiste el Flaco empieza a pintar con una brocha la cara del Gordo, y éste en vez de avisarle le deja hacer, cargándose de razón para insultarle. Más grave es cuando EE.UU. se carga de razón para atacar a algún país: sufrida una agresión (11 M) al poderoso imperio le sobran razones para atacar allá donde digan su inteligencia militar. Precisamente Ferlosio es muy fino delatando esas expresiones tan comunes como , «merecido descanso», «sana alegría» o «verdades como puños».
Saludos.
de cara a la r
Siempre sabiendo lo que tienen los demás por dentro; como todos los literatos; y no digamos si encima periodista.
Excelente, Ernesto. Así es don Rafael, de quien creo haberlo leído todo -lo que vio la luz-, y si no todo, casi. Si este fuera un país algo más escolarizado, leído y agradecido, su nombre andaría en boca de muchos más, en los suplementos dominicales de los periódicos, en los magacines, en las listas de libros sugeridos para cumpleaños, Reyes y demás, o en las referencias de nuestros escritores consagrados (por la prensa y las grandes superficies, por ejemplo, entre tanta mesa de consagración que hay), en lugar de ser ese gran desconocido casi siempre.
Gracias infinitas por estar al otro lado de las trincheras.
Perdón:-) No fue querer daros gato por liebre en lo de la web requerida, fue mi natural sentido de desorientación virtual.
«Vendrán más años…» es un libro maravilloso lleno de pepitas de sabiduria. Adjunto enlace a un breve texto que he escrito sobre uno de sus pasajes más enigmáticos (el que se refiere a la ceguera del título) por si a alguien le interesa echarle una ojeada:
http://bailarsobrearquitectura.wordpress.com/2014/03/19/imagen-y-ceguera/
Saludos y enhorabuena por el blog!
Iago López
Pingback: El huésped de las nieves. Rafael Sánchez Ferlosio | Biblioabrazo
Buenísimo artículo. Ferlosio es el mejor escritor para mí que tiene España. Aparte de las lecturas escolares solamente he leído de él sus Pecios y QWERTYUIOP… es lo más brillante que he leído con mucho de mis contemporáneos españoles. Leeré todo lo suyo en los próximos años, Dios mediante. Se nota que el autor del artículo le profesa la misma admiración que uno. Gracias. Larga vida a Ferlosio.