Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923) vive en una casa de Getxo rodeada de huerto. La escritura ha sido para él algo personal, de importancia inferior, dice, a su vida familiar. En sus ratos libres, con largas pausas y largos silencios, ha creado una obra gigantesca. Durante 20 años trabajó en Verdes valles, colinas rojas, una novela publicada en tres tomos a partir de 2004. Verdes valles, colinas rojas compendia el fabuloso universo del Getxo de Pinilla, comparable al Yoknapatawpha de William Faulkner y al Macondo de Gabriel García Márquez. El entrevistador cree oportuno señalar que considera Verdes valles… la novela española más ambiciosa, fascinante y divertida en muchas décadas.
Háblame de tu infancia.
La he olvidado, hace mucho tiempo. Fue una infancia feliz. Mis obras transcurren en los mismos escenarios donde yo veraneaba de niño. Verdaderamente arranco de mi infancia, en la que no hay traumas sino libertad. Supe lo que era la libertad a través del choque que se producía cuando el último día de septiembre cogíamos el tren para Bilbao. De Bilbao a Getxo, donde estamos ahora mismo, hay unos trece kilómetros. Volvíamos a Bilbao y al día siguiente me metían en el colegio de frailes. Ese choque entre la libertad de aquí con las playas, las pescas, las cacerías, todo el verano en alpargatas, medio desnudo… y entonces los frailes… Lo único que debo agradecer a los frailes es que me descubrieron por antítesis la libertad.
¿Cómo era tu familia?
Mis padres procedían de La Rioja y Aragón. Era una familia de clase media. En aquel tiempo, con los ingresos que tenía mi padre no se veraneaba, pero mi padre vivía un poco por encima de sus posibilidades. Siempre me ha recordado al personaje de Dickens, Mr. Micawber, ese que siempre estaba esperando la gran noticia de la prosperidad. Hoy se vive así, entonces no; la ventaja consistía en que nos regalaba un verano. Si no hubiera sido así yo no habría podido veranear en un caserío durante tres meses. Aquello era la hostia.
La guerra te pilló joven.
Con trece años. Era julio y estábamos veraneando. Aquel septiembre no volvimos a Bilbao, me salvé de los frailes. Pasamos aquí el invierno y descubrí cómo eran los inviernos en Getxo.
¿Qué hiciste ese invierno?
Cuando no se tiene nada que hacer es cuando se hacen más cosas. Moverme, viajar del monte a la playa… pulsé cómo eran Getxo, Algorta y la playa en invierno. La gente era diferente. En los pueblos donde hay veraneantes de forma regular los nativos tienen dos caras: una para el veraneante y otra para el resto de paisanos. Aquel año yo me convertí en un nativo porque seguí con ellos. Recuerdo esos matices. Luego empiezas a descubrir el sexo, de lo que siempre tengo recuerdos y no acciones. A los catorce años recuerdo unos senos que nunca vi pero que por ello eran más misteriosos. Una muchacha mayor que yo que tenía unas redondeces preciosas. Por la noche bajaban parejas a la playa y me gustaba vigilarlas, aunque nunca vimos nada importante, pero bueno, allí íbamos, llenos de emoción. Frecuentábamos el cine. No había todas las tardes, solo los jueves y domingos. Recuerdo que en cine yo era más avanzado que los nativos, porque yo ya había visto alguna de las películas en Bilbao. Por ejemplo Sombrero de copa, con Fred Astaire y Ginger Rogers. Me he acordado muchas veces de esa y otras películas como Fu-Manchú ¡Qué pasión tenía yo por el cine! Una tarde fuimos cinco o seis a ver Sombrero de copa porque yo les arrastré. Luego, pensando, me di cuenta de que ellos no tenían esta devoción. El cine me ha formado literariamente, estoy seguro.
¿Eras un chaval lector o de ir al cine?
También leía bastante. No era un devorador de libros. Tenía una biblioteca pequeña, pero me empapaba en ella. Dickens fue uno de ellos. La primera novela que leí de él fue Vida y aventuras de Nicholas Nickleby. Luego vino David Copperfield, que para mí era superior. Rebelión a bordo, Mark Twain, Vida en el Mississippi… nunca he tenido un ídolo español ni del continente europeo, todos eran anglosajones o americanos. Luego vinieron Faulkner y García Márquez. Aquí la sociedad ya estaba hecha y la tierra estaba labrada, pero aquellos de América todavía tenían por labrar. Y creo que esa era la diferencia, ese ímpetu en busca de la libertad. Al mismo tiempo que iban buscando oro, buscaban libertad. Y el cine estadounidense no digamos, cómo cuenta las cosas. Aquellos guiones… Ahora con la tele se ven perfectamente todas aquellas películas que yo veía hace sesenta o setenta años. Todavía se pueden ver, no estábamos equivocados, eran buenas. Como ya te he dicho, siento que literariamente he sido formado por el cine, sobre todo el estadounidense.
Se termina la guerra y entonces… ¿qué haces?
Se termina la guerra y hay un cambio total. El comienzo de la posguerra coincide con mi cambio desde la infancia-adolescencia hacia una cierta madurez. Cuando acabó la guerra, en 1939, yo tenía dieciséis años. Me marcó mucho, fue el principio de otra vida totalmente distinta: ya no había veraneo, mi padre ganaba menos, pasamos incluso algo de hambre… Recuerdo que en esos tiempos a veces intentaba retroceder y hacía un viaje hacia atrás. Un viaje físico, cogía el tren en Bilbao y me venía a Algorta a contactar con la gente del caserío. En uno de aquellos viajes perdí definitivamente la infancia, vi que ya no pertenecía a aquello, que me habían tratado como a un veraneante, y eso fue una gran desilusión.
Descubriste que no pertenecías aquí, que eras solo un veraneante.
Era un veraneante, no era tan querido como creía. En aquella edad, los dieciséis, diecisiete, dieciocho años, en que estás descubriendo cosas y que has perdido algo grande que ya no tienes hacía viajes aquí y de vez en cuando me encontraba con las personas y veía que no eran las personas de aquellos veranos. Quizá la culpa era mía. Fue una gran desilusión.
Y eso está directamente relacionado con un universo que creas después en Getxo.
No, porque eso todavía no lo he escrito.
Pero cuando escribes y empiezas a crearlo piensas en la infancia.
Uno de los leit-motiv de mi obra es, más que la pérdida de la infancia, la defensa de la infancia. Todavía no he escrito sobre su pérdida. Como defensa de la infancia, el nivel más sublime es el de don Manuel en Verdes valles, colinas rojas y en El ídolo.
Don Manuel sigue siendo un niño.
Por un lado sí, pero por otro lado tiene un amigo pequeño, Asier, que es al que defiende. El problema de la pérdida de la infancia siempre lo he tenido presente, pero no he escrito sobre la pérdida de la infancia. Espero escribirlo algún día; ahora se me ha ocurrido, hablando contigo. Muchas cosas que te estoy contando las estoy pensando casi por primera vez. Creo mucho en la espontaneidad y me estoy dando cuenta de que hay cosas que las tengo pensadas de antes, pero otras no. Cuando tengo que leer un discurso pido perdón, porque tengo muy mala memoria. De hecho escribir es un acto de espontaneidad: tienes una idea, la desarrollas en una línea o dos y luego estás escribiendo horas. La mitad de las cosas que pones no sabías que las sabías.
¿Cuándo empiezas a escribir?
A los diecisiete o dieciocho años. Eran cuartillitas donde escribía principios de cuentos. Le debo toda la afición a mi abuela. Ella tenía una afición artística. Nunca había escrito versos o poemas, pero sí los memorizaba. Para cada cumpleaños de los nietos preparaba uno y lo recitaba en la comida. Un día le leí una cuartilla que yo había escrito, y ella se levantó y dijo: “¡Tenemos un escritor en la familia!” Aquello fue la piedra angular de mi persistencia. Pienso que es muy importante que todo el que empieza con una vocación tenga un apoyo. En aquel tiempo Bilbao era, culturalmente, un páramo. Cuando el cabrón de mi hermanito se enteró de que yo escribía, cosa que yo llevaba en secreto y no había dicho a nadie, se lo contó a mis padres y se lo fue chivando a mis amigos. Mis padres lo respetaron, pero mis amigos se descojonaron. “Pero Ramiro, ¿qué haces?” Era un páramo, aquello era terrible. Entonces me cabreaba, ahora pienso que me ayudó porque soy muy terco cuando me gusta algo.
Leyendo sobre ti descubrí que habías trabajado en una editorial de cromos. Yo de pequeño los coleccionaba.
Con los cromos tuve dos relaciones. Primero, cuando la posguerra, en la familia éramos cuatro miembros y en casa ensobrábamos cromos de Blancanieves y de otros cuentos. De futbolistas todavía no. Y lo hicimos durante un año, dos o tres, ¡qué sé yo! Como ayuda familiar. Era cuando empezaba la casa Fher y nosotros ensobrábamos. Luego ya me casé, todavía vivía en Bilbao, y sobre 1960 trabajaba por la mañana en la fábrica de gas municipal y por la tarde pues… tenía que pagar todo esto [un gesto de sus manos abarca el caserío de Getxo donde reside]. Cuando empecé no tenía una perra. Compré el terreno y la casa y no tenía una perra. Fueron tiempos heroicos, inolvidables y preciosos, con los críos pequeños. Pero no había dinero y por la tarde me cogieron los de Fher, en mi segundo contacto con los cromos. Tenía que distribuir el texto de un cuento entre cien o doscientos cromos, y cada uno llevaba una, dos o tres líneas. Aquel año me dieron el premio Nadal y entonces los jefes me dijeron: “O sea que usted, Pinilla, cuando va a casa, no sigue pensando en Fher”. Me hicieron el vacío. Si yo hubiera sido un mecánico de la casa que estaba en la imprenta o el electricista… pero es que era el escritor de Fher, y había ganado un premio literario.
¿Qué más querían?
Pues no querían eso. Ellos tendrían su enfoque.
El gas por la mañana, los cromos por la tarde… ¿tú cuándo escribías?
¡Y además aquí tenía huerto y gallinas! No sé cuándo escribía, es un milagro. Pero la verdad es que en la fábrica de gas escribía, tenía tiempo. Una vez que hacía mi labor me ponía un rato. Y así escribí Las ciegas hormigas. Pero a eso no le doy ningún mérito, todo el mundo lo hace, simplemente lo anoto como curiosidad, me resulta simpático. Hay muchas partes de Las ciegas hormigas que están escritas al dorso de impresos de la fábrica.
En los años 60 ya eres un autor premiado, un escritor reconocido, pero luego viene un recogimiento.
Lo primero que le dije a la prensa es que yo no era un intelectual ni quería serlo. Literariamente yo no conocía nadie, era un bicho raro. Llevaba mi vida y vine a Getxo para vivir más solo. Y resulta que me vengo a Gexto y me dan el premio. Entonces yo tenía una timidez enfermiza, alguno de los días que tenía que presentar la novela en público me quedé en blanco, no podía. Ahora ya no es así. Y claro, resulta que en 1960 me dan un premio literario nacional, y viene toda la prensa. Fue un choque tremendo. Pero yo no quería cambiar y, de hecho, no cambié. Luego me fue mal con la editorial Destino, no me gustó el trato que me dieron. El origen de todo fue que un día me dijeron que la televisión quería hacer unos capítulos sobre la novela. A mí me gusta hablar claro, y les pregunté qué me iban a dar. Y me dijeron que 15.000 pesetas. Hoy es poco y entonces también lo era, y dije que no merecía la pena dar la novela por ese dinero. Eso no les gustó. Un día se plantó aquí todo un equipo de la televisión alemana y me dijeron que venían a filmar la novela. Yo no sabía nada, los editores lo habían firmado todo para evitar mi negativa. A partir de ahí la cosa fue de mal en peor. Yo no tenía el ánimo lo bastante reposado para la segunda novela, El salto, que nadie conoce.
No la he leído.
No me extraña. Es una novela que me publicó Tomás Hablador. No me gustó, salió un tocho, aunque el tema era precioso. Destino no quiso publicarla. Sin embargo, una posterior, El tiempo de los tallos verdes, sí me la publicó. Pero yo vi que no estaba cómodo en el mundo editorial y como no tengo muchas ambiciones con un amigo monté una pequeña editorial, Libropueblo. No lo hice para publicar cosas nuestras o de algún otro escritor que quisiera sumarse, sino para vivir tranquilo, publicar mis cositas sin tener que rendir cuentas a nadie. Aunque no gane nada, es una buena razón, la más importante. La Transición fueron otros tiempos, parecía que teníamos que salir a la calle. Llevábamos 40 años sin salir a la calle, sin hablar en la calle, y creías que saliendo a la calle ibas a arreglar las cosas.
Tú en esa época eras lo que se llamaba “compañero de viaje” de los comunistas.
Sí, compañero de viaje, era el único partido al que se oía y me apunté. Pero luego, cuando supimos lo que pasaba en Rusia, pues fuera.
¿Cómo viviste los años 60 y 70 en cuanto al nacionalismo, el surgimiento de ETA…?
En 1968 empieza a matar ETA. Pero bueno, mata a un policía por ahí. Los antifranquistas nos alegramos de que matara a Carrero Blanco en 1973 y lloramos cuando fusilaron a Txiki Paredes. Eran otros tiempos. Pero luego viene la Transición española, de la dictadura a la democracia, y ETA sigue matando. Se ve que no vieron diferencia porque el trato que recibían de Madrid era el mismo. Y luego ya nos volvimos contra ETA. Estamos muy cabreados con ETA. Indignados. A mí ETA también me voló un periódico municipal, humilde, sin ninguna subvención, que se alimentaba de los anuncios y duró 28 años. Yo no tenía ninguna intención de arreglar el mundo con ese periódico. Mira, a mí me gusta mucho la visión del texto literario. Me fascinaba lo bonito que era aquel conjunto de letras bien equilibradas, con la “i” ocupando su espacio y la “m” ocupando el suyo. No como con la máquina de escribir «Underwood», en que la “i” ocupaba el mismo espacio que la “m” y eso rompía todo. Cosas de esas. Naturalmente me gustaba escribir, pero soñaba con tener algún día mis textos presentados de esa forma. Por desgracia un día cae en mis manos una “composer” electrónica, que era la culminación de mis sueños.
¿De qué año estamos hablando?
1975, 1980 quizá. Y pensé que había que darle uso. Y fue mi desgracia. Empecé con unas hojitas, lo que luego sería el periódico, que tuvo una razón de nacimiento mecánica: utilizar la “composer”. Yo escribía, mi hijo también se interesó, unos chicos más jóvenes que yo que escribían muy bien… en especial uno, que lo hacía muy bien, pero hoy ya se ha casado y no ha acabado escribiendo. Para escribir no basta el tener talento, hay que tener otra cosa y ese no la tenía. El periódico empezó con ocho páginas y se fue incrementando, fue entrando más gente, con los años perdí el control porque ya me estaba cansando, lo tomó mi hijo y lo convirtió en algo que no tendría que haber ocurrido nunca: en una empresa con cinco socios, y yo era uno de ellos. Aquello era amateurismo, nada más, pero se transformó en una empresa y fue un desastre porque al final acabamos mi hijo y yo trabajando como negros. Yo estaba hasta las narices y en aquel tiempo no escribí nada. Además había una secretaria a la que se pagaba un sueldecito, había un redactor… todos cobraban, pero yo nunca cobré nada y mi hijo la mayoría de los meses tampoco. O sea, trabajamos para ellos. Y encima un día nos denuncian porque no cobran con respecto al cargo que tienen. Total, que aquello me costó dinero, medio millón de pesetas. Lo llevaron a juicio y perdimos. Yo decía: “Pero esto era un juego.” Pero claro, los que vienen y te montan y te embarcan luego van desertando y te dejan a ti en el agujero. Un desastre.
¿Y lo de ETA?
Pues algo diríamos que no les gustó. Un día me llama la ertzaintza a las dos de la mañana y me dice que han volado mi periódico con dos cócteles molotov. Fui allí y estaba todo quemado.
¿Cómo surge el Getxo que tú inventas?
No soy un gestador consciente de esas cosas. Naturalmente, es algo que tenía que llevar dentro, es el impulso natural, la sensación de búsqueda de la libertad como sea, es la añoranza… Yo creo mucho en la cosa natural que explica muchas cosas que ocurren. Se le añaden consideraciones filosóficas, pero hay algo muy elemental, a mí me gusta lo elemental y sencillo, ahí está la clave de todo. El que es capaz de llevar una vida más o menos solitaria y elemental en muchos aspectos como diversiones, comida, amores… en todo; el que es capaz de aguantar algo así es una persona fuerte, que no tiene necesidad de aditamentos, jolgorios ni colores. Y eso para mí es el fundamento de la vida. Partiendo de ahí aparecen los Baskardo de Sugarkea, que son los que preconizan y defienden lo viejo y anterior, esos que viven varios miles de años retrasados con la evolución de la especie y el progreso social. [Ríe] Me río porque me hacen gracia los Baskardo. ¿Y todo esto dónde lo pongo? Pues por qué no en Getxo, que es un escenario que conozco, que quiero y que se acomoda perfectamente. Puede empalmar. Así como Bilbao y sus calles no pueden empalmar con la prehistoria, Getxo sí puede, porque todo está prácticamente igual. Habrá cuatro casas más, pero la playa está igual y todo eso encaja perfectamente.
Ahí volvemos a Faulkner. Para un lector que se adentra en ese Getxo tuyo es casi inevitable evocar el condado de Faulkner y ese universo.
Claro, Faulkner me marcó el camino. Yo no sé si hubiera elegido ubicar la serie de personajes en el mismo sitio. Lo que sí creo que me habría salido de manera natural es la conexión de personajes que aparecen de una novela en otra. A mí me gusta que se lea un mundo entendible, que haya un orden interior. Eso me ha ayudado mucho a vivir. Ha sido un apoyo. A mí me ha gustado escribir y lo he pasado muy bien escribiendo, no he sufrido. He sido muy regular. Creo en la seriedad y el orden, nunca me he pasado una noche escribiendo. Si he tenido que escribir una noche ha sido por necesidades económicas. Pero no con las novelas, he tenido mucho cuidado de salvarlas de todo esto. Un día un amigo me llamó y me dijo que estaba mirando un índice de mis obras y veía que yo no había escrito ocho novelas, sino unas cincuenta. Pero son las “biografías malditas”, como yo las llamo, que tenía que hacer por encargo. Me pasaba las horas muertas con la “Underwood”. Aquello era terrible. Con el ordenador es maravilloso, te salen unos textos preciosos, pero con la Underwood… lo que te he dicho antes de la “i” y la “m”. Y las copias: hacer seis o siete copias en papel cebolla y si te equivocabas mucho tenías que repetir otra vez, aquello era una maldición. El ordenador lo uso para pasar el texto a limpio, porque sigo escribiendo con bolígrafo.
¿Cómo te embarcaste en la escritura de la trilogía?
Lo hice porque yo no sabía que iba a ser tan larga. Si lo llego a saber a lo mejor no la empiezo, quizá la habría dividido; como son varias historias… Pero me encontré muy a gusto escribiendo el primer tomo y luego me ocurrió algo que yo no esperaba. Había oído lo que decían muchos escritores de “la novela me mandaba a mí”. Yo pensaba “¡Qué chorrada!” Pues no es una chorrada, me mandaba la novela y me tuve que plegar a lo que mandaba.
¿Cuánto tiempo estuviste escribiendo esa obra?
Veinte años, pero no de modo continuado. En esos veinte años escribí tres o cuatro novelas, hacía descansos… además era la época del maldito periódico, que me llevaba meses enteros. Pero desde que empecé hasta que se publicó fueron veinte años.
¿Tuviste alguna sensación especial cuando la acabaste?
Como un parto, que te vacías. Pero yo no quería acabarla, me dio pena hacerlo; la estaba prolongando. Al final lo alargaba en meses, luego en semanas, luego en días… no quería acabarla. Ahí metí todo ese mundo de Asier y don Manuel, el nacionalismo, la guerra, Roque… Hay dos personajes en los que todo el mundo coincide, sobre todo las mujeres. Uno es Roque, que para mí no es el fundamental, y el que para mí es fundamental, don Manuel, con Asier.
Son como los historiadores del asunto.
Sí, los que interpretan. Roque es más primitivo, más puro, más sano. Isidora es un contrapunto de La Pasionaria. Todavía recuerdo cuando empecé a escribir lo de Roque, prácticamente al principio, todavía estoy sintiendo lo que sentí entonces cuando la ve a ella por primera vez en las minas, en las fábricas. Todavía estoy sintiendo cómo estaba yo en ese momento.
¿Qué sentías?
Sentía que había hecho una buena elección, que me encontraba a gusto haciendo aquello. Y luego otra sensación, que era una epopeya pendiente de escribir aquello de modo abierto y claro. Una denuncia del nacionalismo, de cómo explotaron a los obreros de aquellas minas llamándoles “maketos”.
¿Cómo has vivido el impacto que ha tenido esa trilogía en mucha gente? Quien la lee tiende a convertirse en devoto.
Se publicó cuando yo ya estaba en otra fase de mi vida. Todo el mundo que escribe quiere publicar sus libros, pero no a costa de cualquier cosa. Yo estuve 25 o 30 años totalmente marginado. Me gusta la marginación. No soy un ogro, pero me gusta. Publiqué varias novelas en editoriales pequeñas del País Vasco que no tenían difusión ninguna, hasta el punto que me da mucha rabia que ahora se estén publicando poco a poco en Tusquets como reediciones, cuando en el fondo no son reediciones porque nadie conocía esas novelas. Iban saliendo y no tenían críticas ni nada, el mundo literario e intelectual español me olvidó, pese a que tenía el premio Nadal y en 1972 mi novela El seno quedó segunda en el Planeta. Me sentía muy abandonado y solo, y estaba bastante cabreado con el mundillo. Pero eso no afectaba mi vida. Fíjate, el único crítico que me siguió siempre fue Rafael Conte.
Que no es poco.
Tuvo una predilección por mí y siempre se lo agradecía porque me sirvió de mucho. Sus crónicas me animaron mucho. Ya estaba más asentado en 1984… bueno, estaba ya asentadísimo al publicarse la trilogía. Fue una satisfacción, como cuando hoy leo una crítica buena. Lo que quiero es que mis libros tengan algún valor, aunque si no hubieran tenido ningún valor tampoco me habría pasado nada, porque la creación literaria es un adorno que simplemente vale para mí, es una satisfacción saber que parece que no haces mal lo que te has empeñado en hacer; pero no es el fundamento de mi vida. Nunca he hecho que la literatura interfiriera en mi vida. Nunca. Yo no me ponía a escribir y exigía silencio en la casa porque soy “escritor”. Hasta el punto de que ninguno de mis hijos ha salido escritor ni con afición a leer. He tenido un cuidado especial en no mezclar las dos cosas. Cuando yo tenía que trabajar lo hacía por la mañana y por la tarde en Bilbao viviendo aquí. Salía a las ocho de la mañana y volvía a las diez de la noche, y los fines de semana la huerta, las gallinas o lo que fuera. Y de escribir nada, no he querido aparecer nunca en la familia como un escritor y no he permitido que esa afición alterara mi mejor vida, que era la otra. La literatura no ha sido mi mejor vida, ha sido la otra.
Pero tú mismo reconoces que lo pasabas muy bien escribiendo.
Sí, y cada vez he escrito más en la medida que tenía más tiempo, pero en aquellos tiempos heroicos yo escribía muy poco. En 1960 escribí Las ciegas hormigas, seis años después escribí El salto, diez años después En el tiempo de los tallos verdes… escribía poco, según me iba saliendo tiempo. Esto ha sido un hobby. Parece que tenemos que tener una realización artística… o quizá es un vicio. Es como en el fútbol, que eres hincha de un equipo.
Del Athletic, en tu caso.
Del Athetic, por supuesto. Pero nunca he tenido la literatura como un eje de vida, y de ahí que nunca haya frecuentado tertulias. El ciudadano artista es muy especial, a mí me da mucho miedo, nunca he congeniado con ninguno.
¿Sigues ajeno al mundillo literario?
Se me llama alguna vez, pero de tertulias y eso, nada. Estoy seguro, y digo que estoy seguro, no que sea una teoría que hay que demostrar, de que estamos en el mundo para contarnos. El individuo que no pinta y que no escribe es porque, desgraciadamente para él, tiene facilidad de expresión, es simpático, es aceptado en sociedad y habla mucho… ese es el genio de las tertulias. Y generalmente no hace nada serio luego. Todos necesitamos contarnos de alguna forma. Los que no hablamos, los que no vamos a tertulias, luego en casa tenemos que meternos a escribir para contarnos cómo somos. Ese es uno de los secretos de la vida.
Me ha encantado…fabulosos los dos..Pinilla contestando y Enric preguntando.
«De hecho escribir es un acto de espontaneidad: tienes una idea, la desarrollas en una línea o dos y luego estás escribiendo horas. La mitad de las cosas que pones no sabías que las sabías.»
Asi es.
Gracias Enric. Leí su trilogía hace años y luego lo damás. Es uno de mis escritores.
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Qué gustazo de entrevista…Me ha encantado la reflexión que hace Pinilla al final, no la comparto, pero me parece muy original.
Se nota hasta el pulso de la conversación, qué bueno. Y qué pena que el making off, o mejor dicho, las preguntas sacrificadas, no salgan a la luz.
Si el secreto de la vida es contarnos, el de un escritor es escribir, y el resto…
Muy bien.
Maravillosa entrevista.
Conozco un poco a Ramiro y creo que Enric ha captado de manera increíble su esencia. Gracias por una entrevista tan bonita
Roque Altube es uno de los grandes personajes de la literatura española sin duda alguna, sus andanzas en las minas y en la guerra civil, silla en mano, son delirantes
Muy buena entrevista. Me habría gustado alguna referencia a «Antonio B. el ruso», una biografía escrita por Ramiro Pinilla en tono casi documental.
buenísima. Tampoco habla de «La Higuera», un libro super perturbador
Me ha encantado. Felicidades !
Desde que leí Aquella edad inolvidable hace dos o tres meses, todo lo que sale de la boca de este hombre me resulta enriquecedor. Una vez más, Ramiro se erige como ejemplo de todos esos buenísimos escritores que viven escondidos en la sombra, fuera de los focos del establishment imperante.
Una entrevista deliciosa, así que sirva este comment para felicitar tanto a su autor como a su protagonista. El año pasado conocí Getxo, y tras haber recorrido y conocido sus maravillosos parajes no me extraña en absoluto que Pinilla haya encontrado allí la valiosa inspiración para crear algo parecido a lo que Faulkner hizo con Yoknapatawpha, salvando las distancias, claro está, entre la atmósfera norteña de Getxo y el pegajoso extrarradio sureño del Mississippi…
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Se le ve un hombre con la mente ‘despejada’ xD Y es un crack,supongo que el ser viejo te quita bastante soplapollez de la que adolecen algunos escritores y no menos críticos.
Da gusto leer entrevistas así, largas, sin tópicos, con un entrevistador que conoce lo que entrevista.
¡Que delicia de entrevista!
Muy interesante esta entrevista-conversación entre Enric González y Ramiro Pinilla.
Tuvimos la suerte de contar con la participación de Ramiro Pinilla en el encuentro ‘Ideas para cambiar el mundo’. Su discurso fue valiente y revelador. Podéis ver de nuevo su intervención en nuestra página http://www.euskadi2012.org
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Me ha encantado la entrevista. He identificado nítidamente al Ramiro que yo conozco. Un placer leeros.
«Ciudadano artista»: así como si nada, las suelta y se queda tan ancho. Dos palabras que, juntas, D. Ramiro dignifica y, a la vez, hace humildes. Tal vez porque dignidad y humidad son virtudes que él practica con persistencia.
Me ha encantado la entrevista, claro que no soy. objetivo. Siento una admiracion indisimulada por Ramiro Pinilla y por su obra desde que la conoci con la lectura de su admirable trilogia; pero es que, por si fuera poco, Enric Gonzalez es uno de mis corresponsales favoritos, busco sus cronicas y echo de menos sus. Maravillosas columnas de El Pais.
Gracias Nacho por facilitarmela
Gracias. La he disfrutado muchísimo. Me encantó «La mitad de las cosas que pones no sabías que las sabías.» que combinaría estupendamente con «No, porque eso todavía no lo he escrito.»
Estupendo trabajo, estupenda entrevista.
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Que grande, Ramiro!. Pasé 20 soñando con la primera parte de Verdes Valles… que se lo compré autoeditado. Cuando me enteré que había más, casi no me lo creo y ahora que los medios le dan un poco más de cancha y escribe más disfruto cada vez que lo leo, como hoy,… magnífica entrevista, y Ramiro continúa disfrutando escribiendo y haciéndonos disfrutar a tus seguidores.
El mayor de los placeres es descubrir a un escritor secreto, que pocos conocen y que conecta tan bien con uno. Si le hubieran hecho una serie TV de su trilogía, como hicieron con Torrente Ballester, quizás las cosas hubieran sido de otra manera.
A sido un placer descubrir a Ramiro Pinilla en esta entrevista. A la que he llegado de casualidad desde el enlace en un artículo de un periódico. Tengo ganas de leer algo suyo, me gusta ese concepto de la vida que transmite Ramiro, también lo siento del mismo modo.
Me ha gustado mucho la fotografía, fantástico trabajo.
No conocía a Ramiro, pero, tras leer la entrevista, aprecio que es un hombre humilde que no ha querido hacer de la literatura un medio de vida sino un medio de expresión y, sobre todo, una forma de divertimento, cuando ha podido claro, y no lo ha tenido que realizar de forma nutricia. Esa independencia del stablishment literario le dignifica. Quizás por ello sea un autor de largo recorrido y no se ha quemado en la vorágine de producción-productividad-publica-publica en la que están inmersos los escritores actuales. Me decido por empezar a leer «Las ciegas hormigas», he leido la sinopsis y me parece un argumento de innegable actualidad, una época a la que, de una forma u otra, se vuelve en el tiempo
Hola,este verano pasado visite Vizcaya y uno de los libros q me acompañaron fue la curiosa » Guia Secreta de Vizcaya»de Ramiro Pinilla,la cosa es la siguiente; hay un determinado número de paginas arrancadas por orden de la la censura ¿ podria saber sobre q asuntos,personas o cosas trataban esas paginas q fueron quitadas ? no he encontrado ningun ejemplar todavia q este completo, de ahi mi interes, en fin,en cualquier caso,muchas gracias………..
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Le admiro. Admiro su trayectoria literaria. Su obra, su vida. Y le deseo que siga escribiendo siempre.
Interesante.
Gracias Enric por estas charlas con personas, de tan sencillas, tan fantásticas. La higuera, es para mí fundamental: dolorosa, sentimientos largamente intactos, emocionante.
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