Anoche, a solas y tirado en la cama, volví a sintonizar Radio Reloj. La última vez fue hace nueve años en una cama también espaciosa, bajo un ventilador dislocado y el murmullo de La Habana en la ventana. Recuerdo bien la habitación al atardecer y el pasillo que se dejaba ver desde la almohada y que moría en una capillita con dos duralex de ron y un óleo de Hemingway en el altar, mirándome. Recién llegado, en mi primer viaje solo, la noche habanera se me antojaba una aventura de proporciones cabrerainfantescas y preferí encerrarme, en estricta vigilia de cigarrillos y sudor, a calibrar las muchas desventajas de hacer pie en la calle.
Como no había luz, ni mucho que hacer, puse la radio. El dial me pareció un desierto solo soportable por la hora escasa que duró —si no recuerdo mal— La esquina del jazz, un programa sin palabras, ni zafras de azúcar, ni voces como de parte de guerra. Duke Ellington al aparato y Hemingway protegiéndome en las tinieblas. No fue una mala noche. Luego, buceando en el crepitar AM de la isla, encontré Radio Reloj que, siendo la materialización definitiva del tedio, me resultó fascinante por las inverosímiles noticias y el tic-tac enlatado en el fondo, alumbrando artificialmente cada segundo, como si quisiera forzar el paso a un tiempo largamente vegetal. Ahora entiendo que ese maldito latir muerto anunciaba la bofetada que la realidad cubana iba a darme en público.
Anoche Oswaldo Payá estaba muerto y sintonicé Radio Reloj para deleitarme con el silencio de su nombre. Un silencio infinito y reparador. Por la mañana lo habían enterrado entre los golpes de los esbirros y por la tarde —hora isleña— Radio Reloj no defraudó: «Identificada entre muchas por su curioso pétalo modificado, la orquídea crece en múltiples latitudes y en Cuba viven unas trescientas variedades. Casi un tercio de ellas localizadas en Artemisa y en Pinar del Río. Tic-tac, tic-tac. Radio Reloj. Seis, veinte y dos minutos». Y luego «un derrame de petróleo en Colombia» y «las atractivas opciones de buceo en el Oriente cubano» y «las charangas de Artemisa» y así en un continuo vaivén de nada hasta que llegó la ligera tristeza de siempre cuando me estoy quedando dormido.
Sobre el miserable final que el régimen le reservó a Payá, al que nunca me atreví a visitar en su casa, me basta con recordar el monólogo de Brando en El Padrino, cuando después de sellar la paz con las familias rivales, anuncia la vuelta del exilio siciliano de su hijo Michael: «Pero soy un hombre supersticioso. Si le ocurriera algún accidente o un policía le pegara un tiro en la cabeza o si se colgara en su celda o si fuera alcanzado por un rayo, entonces culparía a algunas de las personas que hay en esta sala y ya no perdonaría». En Cuba, algunos muertos en el tiempo detenido se ganan el futuro.
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Esperemos poder leerte de nuevo cuando se aclaren las circunstancias del accidente de tráfico del señor Payá. Accidente o «miserable final que el régimen le reservó».
En fin, ¿qué se puede esperar de alguien que va a La Habana y se queda encerrado en el hotel?
Afortunadamente, Cuba no es lo que os han contado; no es jineterismo y disidencia. De hecho, esos dos aspectos son muy minoritarios, y lo que alguien que salga de los círculos turísticos se encontrará será un Pueblo que se esfuerza día a día por vivir con dignidad, tanto ética como material. Un Pueblo crítico, pero también orgulloso y que rechaza el malinchismo de quienes vosotros ensalzáis.
La realidad está en la calle y no en los libros de Cabrera Infante ni en lo que escribe esa disidencia oficial que vive de contaminar todo lo que toca. Cualquiera diría que quien ha matado a Payá ha sido, paradójicamente, esa extrema derecha europea que le encumbró, pero no; existen accidentes y, apelando a esa ética que parece que en el «mundo desarrollado» hemos descartado enarbolando las virtudes generales de buscar el provecho individual, sólo diré que deseo que el chico de Nuevas Generaciones se recupere y pueda salir de allí sin problemas (pese a que apuesto que no informó a nadie de que estaba realizando actividades políticas, lo que por cierto es requisito mínimo de respeto diplomático).
En fin, que este señor descanse en paz y que su familia supere su trágica pérdida.
Estoy de acuerdo con J. La realidad de Cuba es mucho más profunda que una habitación de un hotel de La Habana…