Pablo Carbonell (Cádiz, 1962) ha tocado todos los palos del espectáculo desde que saliera de su tierra natal formando dúo con Pedro Reyes en aquellos remotos años de La Movida. Ha cosechado éxitos en el humor, la música, la televisión, el cine y el teatro. Sus trabajos siempre llevan su sello, que podríamos denominar como gamberrismo delirante. Actualmente interpreta al doctor Gimeno en la serie Hospital Central, prepara obra de teatro y lleva su último disco Canciones de cerca por distintos locales. Fan de los Eels y especialmente de Mark Oliver Everett, adicto a Angry Birds, entusiasta seguidor de El Mundo Today e incipiente twitero, a @carbonellsg le inquieta la desaparición de un seguidor desde hace unos días. Fuimos a buscarlo —a Pablo, no al follower perdido— a Zahara de los Atunes, su lugar de descanso y en el que también practica actividades artísticas próximas al vandalismo, como el grafiti con nocturnidad junto a Mikel Urmeneta. Estuvimos en la playa con él mientras planeaba la redecoración de El pez limón, el chiringuito de su primo Eloy Sánchez-Gijón.
Estamos en Cádiz, tú eres músico, amante del flamenco, y hace poco se han cumplido 20 años sin Camarón. ¿Cómo viviste aquella época del nuevo flamenco con Camarón, Kiko Veneno… qué supuso para ti?
En mi casa no se escuchaba flamenco. Mi padre es tinerfeño y mi madre gaditana, pero criada en Valencia. Te voy a contar un trauma que es muy difícil de entender, sobre todo por una persona amante del flamenco, como es mi caso. Es un trauma del que me ha costado mucho deshacerme. En mi casa la única persona que escuchaba flamenco era la asistenta y crecí con la idea de que era una música para gente pobre, incluso analfabeta. Toda esa paja mental desapareció cuando escuché a Kiko Veneno, que me parece un intelectual, y cuando escuché La Leyenda del tiempo. Por otra parte yo era un enamorado de Federico García Lorca, el Romancero gitano lo llevaba siempre en el bolsillo y bastaba que me tomase dos copas para ponerme a recitarlo en cualquier plaza. Era un absoluto enamorado de Lorca. Entonces, que Camarón pusiera música a Lorca y que encima lo hiciese con una producción muy moderna fue para mí la apertura al mundo del flamenco. Y ahora mi hija Mafalda, que lleva siete operaciones y que nos dijeron incluso —no voy a decir el nombre del hospital porque es muy prestigioso y les estamos muy agradecidos— que no iba a caminar, pues hace tres días debutó bailando en un espectáculo con la escuela de flamenco de Barbate. Esto es una gran satisfacción que quería compartir.
Eres autor de un tema ya clásico como es Ay que gustito pa’ mis orejas interpretado por Raimundo Amador, sin embargo no te has prodigado en el género.
Es bueno darse cuenta de las limitaciones y yo estoy limitado para cantar flamenco. Me tiene que crujir mucho la noche para que yo de repente me ponga a cantar, porque el cante requiere un desgarro y otro tipo de condición de persona. Prefiero no hacer el payaso con una cultura como la flamenca. Demasiado grande. De vez en cuando me puedo atrever cantando algo como una sevillana, un fandanguito; cosas con poca profundidad —en algunos casos, porque todos los palos tienen sus niveles—. En el último disco que he hecho, Canciones de cerca, canto unas sevillanas que se llaman «globales» porque no tratan sobre Sevilla. Las hice porque se me ocurrió una tontería, para variar. Son sevillanas que hablan de Estambul, del Puente de Brooklyn, de Río de Janeiro… con la pretensión de que esto provocara una demanda desde el extranjero de gente que interpretara sevillanas, que supiera hacer trajes de sevillana, que supiera tocar palmas por sevillanas… y que desde algún país los llamaran a todos y yo pudiera pasear en abril por Sevilla sin escuchar sevillanas. Con esto no sé si te puedes hacer una idea de lo que me gustan las sevillanas. Con dieciséis años no había romería que se me escapara, pero llegó un momento que no podía más, porque la música rociera ha hecho mucho daño. Si miras el mapa de mortalidad española, todo lo que está por debajo del manto de la Virgen del Rocío, aparte de ser la zona más inculta de España, no sé si sabrás que el analfabetismo está considerado una causa de muerte: si no sabes leer un cartel que pone “prohibido pasar” o “perro peligroso” te puede puedes llevar un paseo al otro lado. Pues todo lo que es el triángulo Sevilla-Cádiz-Huelva, digamos la parte más rociera, es lamentablemente la parte con más incultura de España. Y a su vez es la zona que tiene más industrias contaminantes, por lo mismo que te digo: por no saber leer bien los papeles.
Has desarrollado con éxito varias facetas artísticas, vamos a ir haciendo un recorrido por ellas. Tus inicios en el mundo del espectáculo fueron formando dúo con Pedro Reyes en Huelva. En alguna ocasión has dicho que marcó tu carrera un libro de Els Comediants. ¿Qué fue lo que te iluminó de aquel libro?
Pedro Reyes comprobó que tenía mucho éxito contándole cuentos a sus sobrinos, así que decidió hacer un grupo de teatro; llamó a mi hermano —que es un hombre muy alto y se ha dado muchos golpes en la cabeza, por decirlo rápido— y se fueron ellos dos con otro que tenía una moto. Hicieron un grupo de teatro improvisando y contando cosas, números típicos de juegos de campamento y cosas de esas para distraer a los niños. Mi hermano es un chico que hace muchas actividades al aire libre. Es falangista, vamos. Entonces sabía muchas tonterías de esas de canciones de fogata. Le pusieron al grupo Centuria. Seguro que el nombre fue cosa de mi hermano. Como mi hermano llegó tan encendido de la experiencia del teatro, a la siguiente fui yo. Yo ya había visto algunos números de mimo en la televisión y los reproduje allí improvisando, y la cosa funcionó. Todas las semanas hacíamos una función. Bueno, era siempre la misma función pero le cambiábamos el nombre. No sé por qué Pedro Reyes pensaba que la gente no iba a ver todos los días la misma función. Todo era improvisado, Pedro tenía una imaginación desbordante. Y un día encontré un libro de Els Comediants en el Paseo del Chocolate en Huelva, lo miraba y lo remiraba sabiendo que tenía que leerlo. Y lo robé. Gracias a ese libro tú y yo estamos hablando hoy aquí. Si un camarero me hubiera pillado robando aquel libro con el que aprendí a hacer mimo y que Pedro y yo leímos de principio a fin, tú y yo no estaríamos hablando; a lo mejor estaba trabajando de estibador o qué sé yo.
Cuando entrevistamos a Faemino y Cansado, Javier nos dijo que aquella generación fue un eslabón y que se pasó a hacer un humor más sofisticado. ¿Estás de acuerdo?
No creo que hubiera una sofisticación, en algunos casos hubo un embrutecimiento. Visto desde el parámetro actual. Las primeras canciones de Siniestro total, Parálisis permanente… todos estos grupos se tomaban en serio pero tenían una gran carga irónica, y sobre todo tenían algo que hemos perdido totalmente: el uso de la libertad de expresión. Entre lo políticamente correcto y el pensamiento único, que ahora todo el mundo se la coge con papel de fumar, no hay nadie que sea capaz de sacar un poco los pies del tiesto. Por otro lado, en los años ochenta la juventud era la masa, estábamos moviendo España. Menuda masa, que éramos todos unos cafres, pero teníamos razón porque éramos más. La calle era nuestra y pisábamos con muchísima seguridad.
¿Crees que sería posible hacer algo similar a La bola de cristal o la televisión española es ahora es más remilgada?
Sería imposible, porque tú ves ahora La bola de cristal y parece cine a cámara lenta. Los niños ahora devoran productos muchísimo más rápidos. Por otra parte, hacer ahora un programa que incitara a la lectura, que atacara el imperialismo yanqui, que se metiera con las nucleares…
Los Simpson, pero no es española.
Sí, efectivamente, son un oasis de libertad. Los Simpson son un prodigio. A mi hija Carlota le tenía prohibido ver mucho la tele, salvo los Simpson. Me parecen unos guiones brillantes.
Y en esa época llegaron Toreros muertos. ¿Qué era Toreros muertos?
Una porquería, puedes decirlo tranquilamente.
Hombre, en su momento tenían su sitio, lo que pasa es que es difícil de catalogar.
Habría que remontarse más atrás para entender el fenómeno de Toreros muertos y por qué yo hice un grupo como ese.
¿Por divertirte?
Primero para divertirme. Me lo pasaba muy bien actuando con Pedro Reyes en el Rockola. Fuimos la única pareja de cómicos que estuvimos cinco o seis meses, actuando sin micro para seiscientas personas, a pleno pulmón. Y veía a la gente que tenía grupos como a una especie de semidioses. Entonces pensé humorísticamente en hacer un grupo que hiciera canciones que fueran “la esencia de los estilos”: la balada más llorona, el twist más retorcido, la salsa más caliente… hacer una orquesta —un combo punk, como lo denominó Rubén Blades— que sintetizara y a la vez desnudara el estilo de cada canción. En fin: hacer una parodia. Y aunque ahora no nos prodigamos mucho en Madrid, en Colombia hemos estado actuando en tres polideportivos petados.
Allí Mi agüita amarilla es todo un himno. ¿A qué se debe ese éxito en Colombia en particular?
Es que nosotros actuamos en un concierto en el año 88, en plena guerra de los narcos contra el gobierno. Entonces Bogotá era una ciudad sometida a la lucha de Pablo Escobar exigiendo la no expatriación de él mismo y de sus “compañeros de trabajo” a EEUU. El único grupo español que actuó en el estadio El Campín fuimos los Toreros muertos, aquel concierto se llamaba Rock en tu idioma, y de una manera subliminal había un mensaje en el que se le daba a la juventud la oportunidad de decir “no queremos injerencias de los EEUU en nuestra política interna”. Políticamente eso significaron los Toreros muertos allí. Por otra parte, nuestro lenguaje descarnado, nuestra actitud en las entrevistas, todo aquello caló muy bien.
Actuasteis en una fiesta para unos narcos, ¿no es cierto? ¿Cómo fue aquello?
Sí. Estuvimos actuando para los hermanos Ochoa, algunos ya han desaparecido, otros están encarcelados. A mí no me cayeron mal, a pesar de que me llevaron a punta de pistola. Yo era el canje: cuando el dinero estuviera fuera de la finca, entonces iba el cantante; mientras tanto habían ido los músicos a hacer la prueba, se había instalado el equipo y tal. Y vinieron a por mí, pero no trajeron el dinero. Entonces mi manager, que era un hombre de Talavera, dijo que si no llevaban el dinero yo no iba. Le avisaron de que esta gente se podía enfadar si no llevaban al cantante. «Pues me da igual», les dijo. Se fueron y yo me fui a tomar algo a una terracita del complejo hotelero y al poco vi llegar un montón de coches a gran velocidad, bajarse cuatro tíos montando las metralletas y entrando en el bungalow donde había estado hacía un momento. Yo iba vestido de Alberto Cortez, todo de negro, como cantante a respetar, y por eso no me identificaron. Entonces ya vi a Carlos, nuestro manager, salir gritando: “Pablo, Pablo, dónde estás, que nos vamos”. Así que fuimos sin dinero ni nada. Empezamos a cantar y a las dos o tres canciones se levantó un montón de gente con la pistola en alto y se empezó a llevar a las familias. El intermediario estaba detrás del escenario llorando y diciendo: “Ha llegado el ejercito, va a ser una matanza, vámonos”. ¡A mí! que me encanta estar en un escenario, me iba a bajar. Empezó a desaparecer gente y nos quedamos actuando para un grupo de mariachis que estaban totalmente aterrorizados, unas prostitutas que había por allí no sé por qué y algunos camareros. Cuando acabamos me preguntaron: “¿Cuánto cuesta que empiecen de nuevo?” Y yo les decía: “No cuesta nada, si quieren más, que digan ¡otra, otra, otra!” Pero es que en realidad no había nadie. Volvimos al hotel y cuando el intermediario trajo el dinero los dólares estaban mojados. Yo le dije al manager: “Nos han dado los dólares mojados para que no nos demos cuenta de que son falsos”, y me contestó: “Mira, Pablo, da igual, vámonos”. Así que empezamos a despegar billetes para pagar a nuestro equipo y los pegamos por las paredes, el suelo, las camas… para que secaran; entonces entró la que luego fue la madre de mi primera hija diciendo: “Ha venido el ejercito, saben que hemos estado allí” y se desmayó. Todo el mundo recogiendo los billetes como locos y luego resultó ser una broma del intermediario que se había emborrachado para celebrar que había vuelto a nacer. De cualquier forma, vuelvo a Colombia siempre que puedo porque, aparte de todo el dolor que hayan pasado, son una gente estupenda, de lo mejorcito que he visto en seres humanos.
En alguna ocasión has hecho campaña contra las drogas, al mismo tiempo que has narrado anécdotas sobre su consumo. Hace poco entrevistamos a Sánchez Dragó y nos decía que los momentos de mayor felicidad y creatividad los ha vivido bajo el efecto de las drogas. ¿Desde tu experiencia apoyarías esta afirmación?
Hombre, mi obra magna, que es Mi agüita amarilla, no la escribí precisamente con agua. Y Ay que gustito pa’ mis orejas y Sentimiento wagneriano se me ocurrieron estando de ácido. A mí el ácido me ha gustado mucho, pero recomendarlo, no, no lo recomendaría. Creo que todo el mundo tiene que tener algún día una experiencia psicodélica, pero controlada. Nosotros comíamos ácidos porque sí, y eso no, hay que tomarlos en una atmósfera controlada, digamos de introspección, de búsqueda. Pero los aterrizajes de ácido son tan violentos, te quedas tan anulado mentalmente después de un viaje, que ahora mismo no me lo puedo permitir. Todas las semanas tengo algún evento y no me puedo permitir ingresar en “la academia de la nada” como yo lo llamaba en aquella época: no tenía nada que decir, nada que pensar… estaba totalmente anulado. El ácido tiene una resaca muy fuerte, no lo recomendaría. Nosotros hicimos conciertos contra la droga —por cierto, en uno de Barcelona tocamos una versión de Cocaine— porque yo puedo decir que la droga es mala. La reina Sofía no lo puede decir, porque no tiene pinta de tener ni idea de lo que es la droga, igual me equivoco. Que yo me drogue no me deslegitima, al contrario, me da credibilidad.
Volvamos al tema de la música. Eres uno de los fundadores del sello independiente 18 Chulos, ¿cómo está el panorama discográfico?
Está jodido. Nosotros hemos estado a punto de cerrar hace poco. Mi primer disco lo grabamos con el dinero que pusimos Faemino, Wyoming, Santiago Segura, Krahe… Lo único que he hecho en la compañía ha sido poner dinero y hace poco mi último disco. Lo he grabado, lo he llevado allí donde tenemos un empleado y le he dicho que me diera discos para repartirlos en conciertos y hacer promoción. Y me dice: “Vale, te lo dejo a seis euros”. Vamos a ver, le dije, si el negocio lo iba a hacer yo con el público, no tú conmigo, no puede ser. En cinco minutos de conversación habíamos ido al lado opuesto en la negociación: He comprado toda la edición y regalo a mis socios doscientos discos de cada mil. Esto se llama relajación en las formas y así no podemos salir a flote. Sacamos los discos que nos gustan o hacemos la gestión a gente que quiere hacérselos, siempre y cuando nos gusten a nosotros. En realidad no somos una compañía de discos, somos una ONG.
¿Qué nuevos modelos de negocio crees que debe seguir la industria del disco y el cine ante el problema de las descargas?
Habría que buscar un modelo de negocio en el cual los contenidos —no digo videoclips, que cuanta más gente los vea, mejor— como discos o películas tengan alguna forma de recaudar el dinero que cuesta hacerlos. Creo que Telefónica tendría que haber creado una plataforma, ya que cobra tanto dinero por engancharte —nunca mejor dicho— y una forma de cobrar por ver esas películas. Este tema me preocupa, claro que me preocupa. Me he gastado en hacer mi último disco unos doce mil euros y me he ido del estudio ya ni siquiera con un disco, con un pendrive, después he tenido que ir a una compañía para que me lo saquen. Si después de dos años de trabajo, cualquiera puede hacer lo mismo que yo y vender ese disco sin gastar nada en grabarlo, yo creo que se está cometiendo una injusticia. Una injusticia que me lleva a pensar que mi próximo disco me lo voy a descargar gratis yo también y que lo grabe Rita la Cantaora. Si no se pone coto a esta situación la cosa es más peligrosa de lo que parece. Se embrutecerá a la gente, porque entonces los artistas no trabajarán. ¿Y quién grabará discos o hará películas? ¿La gente que esté subvencionada por el gobierno de turno? Entonces, ¿qué tipo de cultura, qué voces, va a tener una sociedad si todo está controlado por el Estado? Vamos hacia una sovietización de la sociedad: el control por parte del Estado de toda la creatividad.
¿Qué te parece la iniciativa de Paco León y la forma de comercializar su película Carmina o revienta?
Lo veo muy interesante, me parece muy bien. Una película de bajo presupuesto, se exhibe de esta manera y la gente apoya a Paco León entre otras cosas porque es uno de los tres personajes más graciosos de televisión.
¿Cuáles son los otros dos?
No sé, no me lo he planteado, pero estoy convencido que él es uno de esos tres (risas). Entonces, por simpatía, y porque tiene una red de apoyo en Twitter y demás, ha funcionado. Pero esto no es lo mismo para dos hippies enamorados del cine que hagan una película con una cámara de fotos. Paco León ha podido hacer esto, ¿pero qué precio se paga por ello? Posiblemente la gente espere que todas las películas se las den a 1,95 por Internet y ya renuncia a entrar en un cine y pagar siete euros por ver una película de otro tipo de formato. Yo no soy distribuidor, pero me hubiera llevado las manos a la cabeza diciendo “cierro el quiosco”. Aun así, la buena noticia es que la película, distribuida en Internet, en salas y en DVD simultáneamente, ha sido un éxito en los tres formatos. La estrategia comercial ha sido tocada. Es el futuro, sin duda.
Con la subida del 8% al 21% de IVA la cultura pasa a ser considerada un artículo de lujo. ¿Qué repercusiones crees que puede tener esta medida a corto y largo plazo?
A corto plazo, te diré que estuvimos a punto de suspender el comienzo de los ensayos de Si no hay paga no se paga porque no salían las cuentas. Lo bueno es que tratándose de una obra sobre la solidaridad nos hemos apretado toda la compañía el cinturón para sacar el proyecto adelante. Cuando recortan en cultura sabe muy bien lo que hace el poder. Una de las pancartas que más me llamó la atención en las manifestaciones la llevaba un joven y decía así: «El peor enemigo de un gobierno corrupto es un pueblo culto». Y es así. Y aunque a la derecha no le interesen otros escenarios que sus tribunas y sus púlpitos la gente tiene que tener su propia voz, el cantautor tierne que tener un escenario para responder a alguien que le dice que se joda, las obras de teatro tienen que agitar las conciencias e invitar a reflexionar, las películas tiene que hablar de nuestra historia, etc. Actualmente la mayoría de las cadenas de televisión y prensa se dedican a hacer propaganda o a embrutecer sin cortapisas al ciudadano y este tiene derecho a que los artículos que le forman como ciudadano —la música, el teatro, el cine— y que lo desencorsetan del papel impuesto por el poder como hormiga trabajadora, no sean considerados un articulo de lujo. Un capricho, vamos. Un lujo son los coches oficiales y los sueldazos de los políticos, las subvenciones a la educación privada, a la Iglesia, esos son los lujos que no se puede permitir este país. Yo le pediría a Hollande que viniera a decirle a los torpes de nuestros políticos de dónde tienen que recortar para no fastidiar más a la gente. Habría también que asegurarle a ese señor francés que no le vamos a montar un dos de mayo, claro.
CQC fue un éxito debido en gran parte a tu papel de reportero excéntrico. Hablando del programa con los compañeros de Jot Down, había un momento que todos recordábamos: cuando preguntaste a Antonio Burgos si era su último libro, el respondió que sí y tú, acto seguido: “¿Lo promete?»
Ese momento y todo el reportaje de Antonio Burgos fue… Hay algunos reportajes que recuerdo y todavía me revuelven las tripas. Cuando me mandaron a lo de Antonio Burgos la pregunta importante para mí era si a su mujer le gustaba la morcilla de Burgos, pero para poder hacer esa pregunta tenía que empatizar con él, y no lo conseguía. Puse a parir el puñetero libro, hice la entradilla esa en la que lo arrojaba al río. Me sentí como los que quemaban libros en El Quijote. Llamé a varios amigos sevillanos para preguntarles cómo les caía Antonio Burgos, menos mal que todos me dijeron que como el culo. Después estuve esperando la columna en que me pusiera a parir, menos mal que el hombre fue muy inteligente, comprendió que yo era un troll al que no tenía que responder.
¿Estaba guionizado o improvisaste?
No recuerdo. La pregunta del libro es un clásico, no es muy original, lo que pasa es que hay que hacérsela a Antonio Burgos. Hace falta un arrojo especial.
Y aquellos momentos con Esperanza Aguirre. ¿Te sientes responsable de la evolución de la figura de Esperanza Aguirre?
Bueno, es más responsable ella, ¿eh? (risas)
Pero nos hiciste creer que era inocente.
Inocente y buena, sí. Tienes razón. Incluso me he encontrado gente de IU que me ha dicho: “Mira la que está montando tu novia, y todo por tu culpa”. La verdad es que yo ayudé a hacerla famosa pero ella también demostró mucha inteligencia no mosqueándose conmigo. Tampoco es que yo la tratara mal, lo que pasa es que me había inventado una pulsión sexual no resuelta y ella supo aprovechar y se lo tomó con mucho humor. Ahí la tenemos de presidenta.
¿Dónde crees que puede llegar?
Pues no se va a parar, porque es imparable.
¿No sería bonito revivir vuestra relación abordándola por sorpresa un día de estos y que te dijera: “Hola, majete”?
No. Mira, yo no he estudiado periodismo. He estudiado muchas cosas por inquietud, pero siempre de forma autodidacta. No soy periodista, por tanto: seis años y medio trabajando de reportero callejero, que es durísimo, y más para un programa como CQC, me parecen suficientes. Andreu Buenafuente se empeñó en que hiciese un reportero para su programa y menos mal que, después de hacer una patochada en el Festival de Málaga en directo, quedé con él y me preguntó si me gustaba lo que estaba haciendo para él y le dije: “No, me da la sensación de que he metido un trozo de CQC en tu programa, no tiene sentido”. Es más, no tenía sentido ni para mí. Cuando hice CQC estaba desahuciado a todos los niveles: interpretativo, musical e incluso humano, y tenía lógica que estuviera al otro lado de la valla en la alfombra, pero, después de hacer varias películas, dirigir Atún y chocolate… irte a ir dar voces al otro lado de la valla a Emma Suárez —a la que si quiero decir algo, cojo el teléfono y la llamo— ya no era creíble. Esa época ya pasó. Que vengan otros jóvenes y que muerdan bien el tobillo del poder.
Ahora está de moda Jordi Évole, ¿lo ves como el heredero del estilo CQC? ¿Qué te parece que sea el periodista más respetado por el público?
Le sigo poco porque veo muy poca televisión. Por lo que he visto de él, me parece una persona de una habilidad tremenda, además no tiene pelos en la lengua. No lo conozco mucho, aunque he trabajado con él en Buenafuente. Entiendo que hace falta un periodismo que saque los colores a la gente. Nosotros disparábamos con balas de goma, cuando Wyoming me enseñó el formato del programa argentino me dijo: “mira, esta gente cae bien, meten el dedo en la llaga pero les quieren y es importante que lo hagamos así”. Y estamos hablando de Wyoming, al que algunos consideran una persona sin moderación, y es una persona moderada —aparte de gran amigo mío—. El gobierno en aquel momento era del PP, mi primer reportaje fue la investidura de José Mª Aznar y duramos lo que estuvo en el poder prácticamente, hasta que se mosqueó con Arturo Valls por la cobertura de la boda de su hija y llamó a Berlusconi. Y es posible que ahí se acabara CQC. Creo que es un programa muy necesario que deberían hacer jóvenes periodistas, incluso ya sin la moderación que me pidió Wyoming entonces.
Y ahora, Hospital Central. ¿Te has inspirado en George Clooney para interpretar el papel de médico?
Pues no, pero mucha gente me confunde con él, porque me dicen: “Te veo en Urgencias”. En realidad me he inspirado en mi familia, en la que hay médicos, y he podido asistir a varias operaciones. Cuando me dijeron que iba a hacer de cirujano recordé All That Jazz, en la que hay una operación a corazón abierto que cuando la vi casi me caigo de la butaca, y para saber si podía resistir ver rajar a una persona pedí asistir a varias operaciones. La verdad es que sí, lo he podido resistir, pero cuando me di la vuelta y vi una mujer desnuda encima de una mesa iluminada, casi voy al suelo. He visto una rinoplastia, una de implante de mamas, una de una recanalización del intestino… he visto varias. También he visto la cesárea de mi hija y ya casi me considero un médico.
Desde La curva de la felicidad parece que te has acomodado en el teatro.
Ahora mismo estoy preparando Si no hay paga, nadie paga, la revisión de un Darío Fo: Aquí no paga nadie, un tema muy de actualidad. Es una obra que se estrenó en el 74 en Roma y estuvo seis años en cartel. Darío Fo ha reescrito la obra, mantiene el mismo espíritu, pero actualizado. Es una obra que trata sobre la solidaridad entre clases. Es un instrumento cómico y político a partes iguales.
¿Te ves interpretando un drama?
Es que en realidad no veo ninguna diferencia entre un drama y una comedia en la manera de interpretarlo. Creo que el papel de Santiago Segura en Torrente y el de Harrison Ford en En busca del Arca perdida son exactamente lo mismo. Bueno, es que son la misma película (risas). Para cualquiera que hace comedia, hacer un drama está chupado. Lo que pasa es que a la gente que hacemos comedia, hacer un drama nos resulta aburrido. Los cómicos tenemos una actitud de esconder los problemas para hacer la vida más llevadera a la gente. Podemos hacer drama con muchísimo más alcance que una persona que solo sabe hacer drama, creo que esto es evidente. En La curva de la felicidad hacía reír, pero el personaje era un desgraciado; en Venecia bajo la nieve el hombre era un poco soberbio al que ponen contra las cuerdas y es dramático, en ocasiones tenía palpitaciones en el escenario de lo mal que lo pasa. La gente se ríe, pero la interpretación tiene que ser dramática. Y lo que voy a interpretar ahora me ha dicho el director, Gabriel Olivares, que va a ser una prolongación del personaje de Atún y chocolate y va a ser muy dramático. La gente se va a partir de risa.
¿De qué trabajo te sientes más orgulloso y de cuál menos?
Estoy muy contento de haber dirigido una película, porque es el trabajo completo. Estás toda la jornada trabajando y eso es maravilloso, me gusta mucho trabajar. Creo que me quedó una película que he revisado hace poco y me emociona profundamente, la hice con el corazón, por amor a mi tierra y por amor la gente humilde y trabajadora. Y todo eso permanece en esa película. La veo y lloro un montón, a pesar de que la gente me dice “cómo me río con esa película” porque creen que es lo que quiero oír, pero sé que lloran. ¿Y el trabajo del que menos satisfecho estoy? Pues un día, por probar, fui a ver si valía de jurado de un programa de esos de buscar talentos. No estoy dotado para decirle a alguien si vale o no. Eso es lo peor que he hecho.
¿Cómo se llamaba?
Es que me da tanta vergüenza que no quiero decirlo, no sea que alguien lo busque. Es espantoso. Además, me decían por el pinganillo: “Cárgate a ese”, y yo decía: “Pero si a mí me gusta”. Porque yo tengo un gusto raro. Sentí, aparte del bochorno ajeno por lo que estaba viendo, vergüenza propia por estar decidiendo si alguien tenía o no talento. En fin, yo creo que todo el mundo tiene talento. Los toreros cuando salen corriendo delante del toro, por ejemplo, me parece que están expresando algo innato del ser humano: el apego a la vida. Y eso es una labor del arte.
¿Tienes abandonada la faceta de dibujante?
He estado pintando hace poco un bar con Mikel Urmeneta. Estábamos los dos tomando una copa y vimos una especie de pirámide maya con unas palmeras y dijimos: “¿Qué hace esto aquí en Zahara?” Y decidimos tunear todo el cartel, y ya de paso le cambiamos el nombre al local. El dibuja más que yo, pero yo dibujo mejor. Tiene una velocidad y una imaginación desbordantes. Yo hace mucho que me convertí en uno de mis dibujos, mi propia caricatura, y ya no necesito dibujar.
Para terminar, dentro de unos días cumples 50 años. Dinos tus trucos para conservarte así.
(Ríe) Cachonda. Ahora estoy de vacaciones y a mí las vacaciones me sientan relativamente mal porque soy un “farra playas”. Y menos mal que tengo que estudiar, porque procuro no mezclar el estudio con la Cruzcampo. De vez en cuando me tiro unas temporadas largas sin alcohol, no fumo… y, sobre todo, hay una cosa que ha causado estragos en mi profesión y que yo vi muy claro: cuando alguien me aplaude y he hecho una actuación saliendo enfarlopado o muy borracho, no me han gustado los aplausos. Y a mí me gustan un montón los aplausos, pero por sentir la satisfacción de hacer un trabajo que ha gustado a la gente, y si estoy borracho o drogado, no tengo esa satisfacción y me voy con una sensación de vacío, como si no fuera mío. Cuando me di cuenta de esto, que afortunadamente fue siendo muy joven, pude trabajar sin drogarme, que es algo que no le ha pasado a tanta gente. Como trabajo mucho, me drogo y bebo poco, esa es la causa de que un tipo que ha llevado una vida tan disparatada como la mía tenga este inmejorable aspecto.
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Carbonell se tranformó en Hemingway!!
Llevaba toda la vida pensando que el chiste del último libro de Antonio Burgos era con el último disco de Sergio Dalma. Qué cosas.
Enhorabuena por la entrevista. Es estupenda.
Por cierto, ¿de quién son las fotos?
«Es que en realidad no veo ninguna diferencia entre un drama y una comedia en la manera de interpretarlo»
Ahora entiendo su «maravillosa» actuación en Hospital Central.
Muy auténtico. Me ha gustado.
«Actualmente la mayoría de las cadenas de televisión y prensa se dedican a hacer propaganda o a embrutecer sin cortapisas al ciudadano».
Claro, y por eso yo para combatirlo trabajé y trabajo para Tele5.
A mí es que sus intervenciones en CQC me parecían lo mejor de ese programa, es que era muy gracioso.
Un canal, por cierto, que entonces no era la cutrez que es ahora. Entre las Mamachicho y lo de ahora hubo un tiempo en que ese canal no daba cosica.
Qué tontería más grande, precisamente participó en uno de los mejores programas que se hicieron allí y en una serie que te gustará o no pero lleva en antena muchos años y es digna.
Su marcaje a calamaro en cqc antológico
«Estamos más cerca de aspirar que del Grammy». Brutal Calamaro.
«Entiendo que hace falta un periodismo que saque los colores a la gente»… En una manifestación contra la LOU en el año 2002 en Santiago de Compostela le pedí a este caballero (y a su cámara), que grabara como una compañera tenia la frente abierta y la cara empapada en sangre gracias a la brutalidad policial, y me dijo: «No puedo grabar eso, lo siento».
Predicar con el ejemplo…
Él no es periodista. Haber buscado uno.
¡ZAS!
Muy buena entrevista. Grande Pablo Carbonell: actor, presentador, cantante, humorista, dibujante, showman…, uno de nuestros genios infravalorados, o no, a lo mejor es mejor así, que no se estropee. Le sigo desde La noche se mueve, en aquella Telemadrid de finales de los 80 – primeros 90, con Wyoming. No sé Pablo, pero lo que más me has hecho es de reir. Gracias.
Lo q no cuentan. Eslos suicidios q están habiendo por la situación actual, eso se lo callan, es vergonzoso. Lo q pase q ni queriendo nos edejarían llegar a las personas para decirle las cosas a la cara.
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Creer en el periodismo… Después de 30 años en el negocio no creo en absoluto
Siempre he pensado que Pablo Carbonell es un tipo inteligentísimo. Me encanta cuando pone la cara de «loco» acompañada de un silencio. Incluso en alguna de sus respuesta me reído pensando que seguro que lo hacía en ese momento.
Un auténtico fenómeno el Carbonell.
Lo bien que me lo pasaba con este hombre cuando era un chaval. Aquellos sábados por la mañana con la bola de cristal…ah…y aquel año de Toreros Muertos….
Se ha buscado se ha buscado su hueco y como ocurre en este pais de tarta mediáticocultural de merengue político tan pequeña para tanto tiburón…pues o te haces un pícaro y te buscas buen señor al que servir o lo llevas crudo. Eligió orilla y ahí se quedó.
Gracias a este régimen de turno pacífico de partidos, dentro de unos pocos años Pablo (y cía) volverá a ocupar su lugar, cuando le asignen slot. Y a desembarcar de nuevo.
Pagará el contribuyente. Mira, eso si que no cambiará nunca.
A mi de CQC la que mas me provoco descojone ( lo siento pero no recuerdo al autor entrevistado) fue:
PC-«Su ultimo libro…»Jazmines en el ojal»…¿No le parece un titulo un poco gay??»
El autor, (uno de estos rancios) se quedo a cuadros.
«Jazmines en el ojal» es de Antonio Burgos.
Bien Carbonell ayudado por una entrevistadora que sabe guiarle por el camino adecuado.
«Se embrutecerá a la gente, porque entonces los artistas no trabajarán.»
¿Pero quién se ha creído que es este muchacho? ¿Leonardo da Vinci? ¿Cervantes?
No, se cree «Cáspito», un comentarista de artículo web de medio pelo sin nada interesante que decir…
;)
«El analfabetismo está considerado una causa de muerte»
«Pues todo lo que es el triángulo Sevilla-Cádiz-Huelva, digamos la parte más rociera, es lamentablemente la parte con más incultura de España. Y a su vez es la zona que tiene más industrias contaminantes, por lo mismo que te digo: por no saber leer bien los papeles.»
Cuánta razón.
No había oído ésa de Antonio Burgos. Para mí la mítica de Pablo Carbonell en CQC es a Calamaro:
-Andrés, has dejado ya las drogas?
+Sí, Pablo, las he dejado en el camerino.
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No he leido la entrevista. Solo el titular, pero es absolutamente cierto lo que indica y de hecho seguramente sea el principal problema que tenemos y el que se puede decir que ha ocasionado la crisis. O ¿de verdad ningún medio de comunicación se enteró de todas las barbaridades que se estaban haciendo? Conceder 20 hipotecas 20 bancos distintos a la misma persona con 1 mismo piso de garantía, no dar altavoz a los inspectores de Banco de España cuando denunciaban la dejación de funciones de la Entidad, etc. Ciertamente, es un gravísimo problema del que se debería hablar mucho más.
anda, léete la entrevista, cachoperro…
jaja yo tampoco la e leido
y de quien son las fotos
:’)
Bueno, bueno, bueno, aparte de la misoginia característica en los 18 chulos y casi todo el resto del Estado Español, véase los planetas, Loquillo, gabinete, etc. Pablo tiene un regusto propio del síndrome de Peter Pan, se debate entre la insaciable felicidad de sentirte un eterno niño rebelde y la angustia de verse rodeado por miles de zancadillas que continuamente amenazan con despertarlo del más dulce de los sueños