Hay gente que ve el vaso medio lleno. Otros lo ven medio vacío. Yo soy más del tipo “me da asco beber de ese vaso”. Creo que tiene que ver con la infancia, quizá con que mis padres cantaban demasiadas sevillanas en los viajes Huelva – Sevilla cada fin de semana, con que fui un niño gafotas o con la muerte de mi primer gato, no lo sé. Por suerte no hablamos de nada grave, pero sí diría que para dedicarse a la comedia es bueno tener un punto de intolerante inadaptado, algo muy común en cualquiera que escriba, o que desarrolle alguna actividad más o menos creativa en soledad. No hace falta estar postrado en una cama, ser esquizofrénico, drogadicto ni “maldito” para tener una época en la que no “encajas”. Basta con haber sido muy tímido, tener un pequeño defecto físico, ser más sensible de la cuenta, que no te pillasen en el equipo de fútbol, o que simplemente fueras un “bicho raro”. Vale cualquier cosa que te hiciese preferir estar solo que aguantar a los demás. Una vez situado en ese punto externo, todo se enfoca de otra manera. Después, tienen que pasar muchas cosas, claro. Si no, todo el mundo sería cómico, o escritor, o artista contemporáneo, o imbécil, y tampoco es así. Pero el caldo de cultivo es que, durante un tiempo al menos, beber de ese vaso te diese asco, y que tu ego se permitiese reírse de ello sin sentirse culpable.
A veces, el vaso está lleno de cerveza. El cómico es, por regla general, buen bebedor, aunque raramente alcohólico. Salir al escenario borracho termina siendo contraproducente, sin mencionar la cantidad de horas de coche que conlleva este trabajo. Hay muy pocos casos de cómicos que suban muy bebidos o colocados al escenario, y a todos les pasa factura. El mismo Toni Moog cuenta siempre cómo tuvo que elegir entre la comedia y el vicio, porque las dos cosas no eran compatibles. Hoy es un tipo que además de llevar tattoos, acaba de ser padre y no bebe más que redbulls.
Precisamente Lenny Bruce, el cómico cuya foto ilustra este portal, era un gran “pasado de rosca”. Para ser exactos, la foto es de Dustin Hoffman, protagonista de Lenny, la película sobre la vida de este cómico excesivo que marcó una época y una tendencia: la de tener problemas adultos, en gran parte marginales, y contarlos de forma explícita.
Lenny, nacido en 1925, hijo de una actriz sin futuro y criado por varios señores que no eran su padre, tenía todas las papeletas para acabar mal o regular, y nunca dio muestras de querer adaptarse. Fue a la guerra en el 42, con 17 años, y salió en el 45 tras contarle al médico de la Armada que sentía impulsos homosexuales. Poco después empezó a buscarse la vida como cómico en Nueva York y se casó con una stripper de Baltimore (posterior Meca de cualquier fan de The Wire). Con la sana idea de sacar a su princesa de los bares se vistió de cura y organizó una estafa pidiendo una falsa subvención para una leprosería.
Se libró por los pelos de la cárcel. Más tarde se mudaron a Los Ángeles, y la chica, de nombre Honey, consiguió un trabajo estupendo en un célebre club de burlesque, mientras Bruce aprovechaba sus contactos para actuar en otros locales de striptease de la zona y seguir fomentando su gusto por la bebida. Hacer monólogos ante audiencia tan selecta le sirvió para soltarse y eliminar casi todas las barreras, hablando de religión (“Si Jesús hubiera sido ejecutado hace veinte años, los niños católicos irían a la escuela con sillitas eléctricas en sus cuellos en lugar de cruces”), de racismo, de sexo, del aborto, de jazz, de drogas… En este fragmento de la película sobre su vida faltan muchos temas, pero da una idea de lo que comentamos.
Dustin Hoffman. Lenny (1974)
Casi al mismo tiempo en que Lenny empezaba a tomar morfina de forma compulsiva y a ganarse esas primeras detenciones policiales por decir “cocksucker” (chupapollas), ser acusado de “obscenidad”, estar vigilado en todas sus actuaciones, y seguir soltando burradas en avanzado estado de descomposición, otro tipo particular, un chaval desgarbado y con gafas de origen judío (otro día hablaremos del humor y los judíos) se subía al escenario del Blue Angel de Nueva York para estrenarse en esta cosa de los monólogos, después de que en la Universidad le recomendaran dejar los estudios y buscarse un psiquiatra. Era Woody Allen, ya por entonces un gran guionista, y precisamente uno de los que más apoyaron en público a Bruce cuando se anunció su condena en el 64. Allí, protestando, estaban figuras de la talla de Bob Dylan, Norman Mailer o Allen Ginsberg, además de un montón de compañeros de profesión. Da la sensación, tal vez falsa, de que los cómicos se llevaban mejor entonces que ahora. Aquí es más común esperar a que alguien muera para decir que era un grande o, a lo sumo, hacer las paces en un anuncio de Campofrío.
Veamos uno de los pocos vídeos subtitulados que he encontrado de Mr. Allen haciendo Stand-up:
Woody Allen. El Alce (1965)
Es bonito ver a este gigante dudar un poco, asentir nerviosamente, como buscando la aprobación del público, y asistir a los inicios de lo que sería, años después, una leyenda viva de la comedia. Como curiosidad, para los que no mienten en su currículum y no necesitan subtítulos, escuchen a este Woody sesentero contando que va de viaje a Europa y se encuentra con artistas como Hemingway, Picasso, Dalí, Scott Fitzgerald o Gertrude Stein… bloque-chistera del que sacó casi medio siglo después la estupenda Midnight In Paris.
Por qué hay tanta gente —norteamericana— riéndose a carcajadas ante semejantes referencias, sigue siendo un misterio, además de provocar bastante envidia.
Woody Allen. Lost Generation
Lenny Bruce murió en 1966, tirado en un baño, desnudo y con una jeringa en el brazo. Le perdonaron la condena a título póstumo. Woody Allen todavía rueda largometrajes de “bajo presupuesto” mientras disfruta a sus 76 años de las vistas de su piso en Central Park, y se sienta junto a su hijastra coreana, también esposa, a ver películas europeas. A veces, ser inadaptado puede tener un final casi feliz.
Gran artículo, sí señor. Les invito a leer un post sobre Jim Jeffries, Bill Hicks y George Carlin, tres gigantes de la comedia de épocas diferentes.
Un saludo y felicidades a la revista Jot Down por la calidad de sus contenidos.
Un aplauso…
Muy buenos los monólogos de W.Allen, curioso eso que remarcas, el ver a Woody casi titubeante, algo nervioso. Resulta incluso extraño el ver a ese hombre en su juventud.
Salú!
Un muy necesario artículo sobre el señor Bruce, pero creo que es necesario hacer una puntualización: Si la gente se ríe con los chistes de Woody Allen sobre la Generación Perdida es porque no todo el mundo en Estados Unidos es un paleto gorderas, pero sobre todo porque el material que enlaza procede del único disco que grabó durante la época en la que, con todo el dolor de su corazón, intentaron hacer de él un cómico de stand-up. Aunque la casa disquera que lo editó no estaba especializada en el género al menos sabían que no puedes vender comedia si no hay gente riéndose al final de cada chiste, de ahí que el público esté tan a tope.
Por otra parte, y aunque hizo apariciones en programas de máxima audiencia de la época, a Woody Allen nunca le fue del todo bien como cómico de escenario. Durante un tiempo fue el favorito en los clubs de comedia alternativa de la época y se granjeó las simpatías de los modernos, pero no fue una etapa que durara demasiado y de hecho culmina cuando, harto de que no le rían las gracias, empieza a actuar de espaldas al público como la tía aquella que tocaba con los Planetas al principio.
Y nada más. Un aplauso para el señor Iríbar y que siga escribiendo sobre el tema, que lo hace muy bien.
Gran artículo. La introducción me ha matado y he estallado definitivamente de risa con la frase «vale cualquier cosa que te hiciese preferir estar solo que aguantar a los demás».
Muy bueno también el monólogo del alce de Woody Allen. Lo desconocía y ha sido muy gratificante escucharlo.
Me despido con otra frase del artículo que me ha gustado bastante. De nuevo, de la introducción:
«Para dedicarse a la comedia es bueno tener un punto de intolerante inadaptado».
¡Un saludo!