Por aquel entonces yo era pequeño. No recuerdo cuál era mi principal reto en la vida, pero hasta hacía poco había consistido en no mearme encima. Caminaba agarrado a la mano de mi padre. Mi padre tenía una mano enorme. Y avanzábamos por la Rambla. La Rambla viene del palabro ramel. O al algo así. Ramel es árabe. Significa arena. Es la arena y los pedrolos que agrupa la lluvia cuando llueve y forma un arroyo. Hasta el siglo XVIII las Ramblas habían sido un arroyo. Luego la urbanizaron. Y se convirtió en un arroyo de personas. Tradicionalmente, y desde un primer momento, las Ramblas fueron un arroyo de tontos. Cuando eras tonto en Barcelona, acababas en el arroyo de las Ramblas, exhibiendo tu tontería. La novedad de aquella coreografía es que, por primera vez, desde los tiempos del cáñamo, nadie por aquí abajo tiraba piedras a los tontos. Igual, incluso, cumplían una función social. Yo qué sé. Hay un gran catálogo de tontos barceloneses que se han dejado ver en las Ramblas desde que dejó de ser un arroyo y pasó a ser un arroyo de tontos. El primero fue una señora. «La reina de les aigues». Se supone que, como su nombre indica, era una mujer que se creía reina y, encima, de las aguas. Nadie le tiraba piedras. Igual, en su época, era lo más parecido a una película Disney.
Por aquella época en la que no me meaba y avanzaba por las Ramblas de la mano de mi padre, el rey de los tontos era el sheriff. Un tipo vestido de sheriff. Con un par de pistolas de juguete. Se te plantaba delante y te retaba a un duelo bajo el sol. Yo lo maté varias veces. Posiblemente, aquel tonto no se creía sheriff, sino muerto. Lo que indica que nada en la vida es lo que parece. Ni siquiera un tonto. Bueno. En aquella época las putas de las Ramblas llevaban blusas transparentes, a través de las que les veías las tetas, y había una cantidad enorme de mesas de personas pidiendo dinero para grupos extraños. Luchaban, para ser visualizados, contra tetas gigantescas. Era una guerra desproporcionada. Recuerdo una mesa de un grupo de italianos que pedía dinero para Brigati Rossi. Recuerdo una italiana tras aquella mesa. Era bellísima y llevaba unos zapatos de tacón fragilísimos, como los que llevaba Madame Trudeau en Studio 54. Tenía que ser una mujer especial porque todos, los tontos, los que hacía poco que no nos meábamos encima, los mayores, todos, la mirábamos con mayor perplejidad que cuando mirábamos las tetas transparentes de las chicas de al lado.
En eso, recuerdo, se acercó alguien a mi padre. Alguien con las manos también grandes, esas manos que tienen las personas que trabajan con las manos. Se abrazaron. Empezaron a hablar. Hablaron de huelgas, de hambre, de policía, de detenciones, de cómo comprar zapatos a sus respectivos hijos. Pero después se produjo un silencio. El rostro del desconocido gesticuló una cara de felicidad enorme, como cuando el sheriff te retaba. Miró a mi padre y dijo: «Gaspar, esta primavera». Silencio. «Esta primavera fue posible la revolución, Gaspar». Hoy en las Ramblas no hay tontos. Tienen enfermedades diagnosticadas. O, a lo sumo, están trompas. No hay tetas. El arroyo no parece un arroyo. Pero sigue siendo un arroyo.
Fotografía: Txema Salvans
Al igual que el autor, también pienso que hacen falta tetas en las ramblas
Menos tontos, menos tetas tras blusas transparentres y mas mujeres bellisimas y especiales, en Las Ramblas y en todo el mundo