Jot Down quiere aclarar que en ningún momento se puso en contacto con el autor del siguiente artículo para encargarle empresa alguna. En realidad, durante la pasada madrugada se recibió en la redacción una misteriosa caja precintada. Dicha caja contenía un maletín, dicho maletín contenía una carpeta, dicha carpeta contenía un sobre lacrado y dicho sobre alojaba en su interior un manuscrito recubierto de post-its numerados en los que figuraban una serie de apuntes de letra trémula que en conjunto formaban un extraño y perturbador mosaico amarillento.
A continuación se reproduce dicho texto y sus anotaciones, de manera más o menos ordenada en la medida que ha sido posible tras descifrar la ajada letra y superar lo deslucido del material original.
–Nota de la redacción
El autor ha sido presuntamente identificado gracias a un desliz fugaz: apuntó su dirección pulcramente en el remite de la caja por si esta se extraviaba.
-Apéndice a la Nota de la redacción
Recomendar un libro es una tarea compleja ya que sobre la memoria se abalanzan al instante decenas de estanterías con opciones posibles. Sería cauto, por ejemplo, mencionar la obra postmortem de John Kennedy Toole, aunque más que una novela sea un grandioso personaje llamado Ignatius J. Reilly fagocitando ácidamente todo lo que le rodea. O invitar a descubrir esa espectacular obra maestra que son los cien años solitarios de la familia Buendía, aunque cada vez que alguien mencione a Gabriel García Márquez muera un liberal en Fantasía.
Pero quizá lo mejor que se pueda hacer en estos casos sea jugar con el recurso del factor sorpresa tan presente en los medios artísticos [1]. Y optar por lo inesperado, evitar los clásicos, mencionar un bestseller contemporáneo, recomendar algo imposible, sugerir un libro que definitivamente no es para ti. Seas quien seas.
House of leaves de Mark Z. Danielewski. Un libro que simple y llanamente no se parece a nada que el lector haya visto antes. La propia obra lo sabe, y empieza con una no-dedicatoria bien clara, aquella que secamente dictamina: “This is not for you”[2].
Un libro que contiene un laberinto. Jorge Luis Borges escribió que libro y laberinto eran un solo objeto. Danielewski estruja la maquetación para que la misma forme un laberinto visible y desparrama los niveles narrativos para convertirnos en una brújula en el Polo Norte. Un libro que en realidad es un laberinto [3].
House of leaves, doce años después de su publicación y de cosechar un éxito ciclópeo, aún no está traducido al castellano. ¿La razón? es una tarea casi imposible, es el infierno para cualquier traductor. Al principio parece una novela normal, pero en pocas páginas todo empieza a retorcerse hasta el extremo y se convierte en una metanovela postmodernista, desquiciada y experimental: House of Leaves está repleto de pies de páginas con anotaciones, de anotaciones dentro de esas anotaciones, de hojas en las que las letras se agrupan formando figuras extrañas, de frases apuntando en cualquier dirección que nos obligan a girar la orientación del libro, de cambios tipográficos y de color, de referencias minuciosamente documentadas que nos hablan de obras que en realidad no existen, de hojas en blanco con tan solo un par de letras visibles, de menciones a personalidades ficticias que se juntan con otras reales y famosas, de textos en braille, de pasajes impresos del revés que han de leerse frente a un espejo, de poemas y pentagramas, de secciones tachadas, de listas gigantescas de nombres y apellidos sin ningún sentido obvio y de cualquier cosa que se le haya pasado por la cabeza a Danielewski durante los diez años que ha tardado en construir las 700 páginas que la componen.
El volumen comienza narrado primera persona por Johnny Truant, un aspirante a tatuador que explica cómo encuentra un manuscrito firmado por un tal Zampanò, escritor culto y meticuloso que está muerto antes de que empiece siquiera la narración.
Y a partir aquí House of leaves decide reproducir el texto de Zampanò. Que es nada más y nada menos que una obra académica en la cual se estudia y analiza metódicamente un film documental, The Navidson record, de carácter sobrenatural. Lo sorprendente es que las conclusiones y divagaciones de Zampanò son anotadas con comentarios de Truant, los cuales a su vez vienen anotados con comentarios de los supuestos editores del libro House of leaves. En cada uno de esos niveles se cuenta una historia distinta. Y dentro de todo este ejercicio gimnástico demencial aún nos encontramos con otro nivel más, otra trama paralela: aquella película a la que se le practica la autopsia, la titulada The Navidson record, cuenta a su vez la desgracia de una familia que pretendiendo rodar un ejercicio de telerealidad acaban documentando sin quererlo un fenómeno de casa embrujada.
Zampanò nunca existió y la película que analiza tampoco, algunos nombres pertenecen a personalidades reales y otros no, algunos tecnicismos exhaustivos se corresponden a datos verídicos, algunas obras citadas nunca han sido escritas y otras sí. El conjunto es un acertijo, un acertijo mentiroso [4].
Danielewski se monta unas matrioskas demenciales, propone explorar el libro, lo convierte en un crucigrama gigante, en un sudoku monstruoso, en un cubo de Rubik literario, en una obra pretenciosa. Se atreve a contar una historia académica y formal que contiene otra de carácter fantástico y sentimental mientras a su vez desarrolla en las notas a pie de página otra historia completamente diferente con olor a sexo, putas y drogas. El resultado es inclasificable, una historia de terror, una parodia de la disección académica flemática, un sex, drugs & rock’n’roll y una fábula de amor. Tiene algo de aquel Vladimir Nabokov que en Pálido fuego presentaba un poema y contaba una historia distinta en los pies de página, de ese Bret Easton Ellis que llenaba de datos superfluos American psycho, de aquel Borges de El jardín de senderos que se bifurcan, de los momentos en los que Chuck Palahniuk se retoza en la white trash o de la casa encantada en la que debe hacer vida normal Stephen King. Y de muchos más, o de ninguno al mismo tiempo.
La metanovela definitiva. O un mapa fraudulento. House of leaves es un puzle en el que las piezas tienen dibujo por ambas caras y que viene con instrucciones y apuntes para entender las propias instrucciones [5].
Si hubiera que elegir una película que afrontar durante la lectura del tomo, probablemente esa podría ser La huella, con lo que noquearíamos por completo al cerebro al arrojarlo sin piedad en una tormenta de engaños y rompecabezas [6].
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[1] El factor sorpresa, lo insospechado. Una de las tácticas más eficaces de la ficción narrativa. Leyendas, obras de teatro, películas, novelas y cualquier otro medio capaz de contar una historia se han apoyado en el giro brusco e inusual de los acontecimientos para sorprender y atrapar. Agatha Christie lo bordó con un narrador que por mentiroso nos hizo más increíble el inesperado final de El asesinato de Roger Ackroyd. Denis Lehane viró el timón al final de Shutter Island y con ello reescribió lo que creíamos haber contemplado. En la era moderna el plot twist es el cebo para mantener la atención de la audiencia en la sala, el mecanismo que sirve de gancho. M. Night Shyalaman maleducó a un público que ya iba con el chip activado a cada nueva propuesta del indio sabedores (quizá deseosos) de que algo podría darle la vuelta a la tortilla en algún momento y de que ese momento podría ser el punto y final de la película.
El autor juega con el público, el público juega a intentar cazar la treta escondida. Un trabajo de prestidigitador.
Entre los cientos de ejemplos de historias trileras, una genialidad en el cine destaca por encima de todas por su desparpajo e ingenio para practicar malabares con el público, una película cuya razón de ser no es esconder un truco en forma de argucia tramposa sino convertir toda el metraje en sí mismo en un truco continuo: La huella, en su versión de 1972 dirigida por Joseph L. Mankiewicz, y basada en la obra de teatro de Anthony Shaffer y adaptada por el propio Shaffer. La otra versión existente —aquella más reciente del 2007—, que llevó a cabo Kenneth Branagh es algo que la humanidad debería de ignorar para mantener impoluto el legado civilizado.
[2] El cartel promocional de La Huella tiene un lema que es una declaración de intenciones: “Think on the perfect crime… then go one step further”.
[3] Milo Tindle (Michael Caine), un humilde peluquero, comienza la película deambulando por un laberinto en busca de Andrew Wyke (Laurence Oliver), un respetado escritor de libros detectivescos. El laberinto está situado dentro de los dominios de la mansión del novelista, una inmensa caja de juegos gótica y sobrecargada. Wyke ha invitado a su casa al peluquero en una cita de la que el personaje de Caine no tiene muy claro que esperar. En esencia porque dicho personaje se está zumbando a la mujer de Wyke. Y este lo sabe.
A partir de aquí comienza el juego, una avalancha de engaños y de trucos maestros, una partida de ajedrez en la que los jugadores esconden fichas de más en la manga. Y esa increíble sensación que se genera en el espectador de no poder intuir o adivinar nunca con certeza qué es lo que va a ocurrir a continuación. La obra nos comenta amablemente y en un tono cálido “Te voy a engañar. Hasta el último minuto”.
La huella es un baile con mentirosos, una sorpresa tras otra en un duelo donde los caballeros implicados afilan más las lenguas que las espadas y esconden todas las intenciones en la chistera.
[4] Lo fundamental en estos acertijos es descubrir quién miente y quién no. El problema se complica cuando mienten todos. La propia película es una deleznable mentirosa: no nos podemos fiar ni de sus títulos de crédito, incluso estos son una trampa enorme, genial y única.
Hasta su preproducción en su época era un juego de espejos: a fin de evitar desvelar una de las sorpresas principales de la cinta, las noticias que eran filtradas a la prensa sobre el rodaje de Mankiewickz estaban compuestas de castings falsos, entrevistas inventadas y promesas embusteras de cameos de estrellas.
[5] El personaje de Oliver es dueño, entre una montaña de trastos y de juguetes extraños, de un puzle en blanco. Un puzle plano, sin pistas. La huella es como ese rompecabezas: parece algo sencillo, pero es mucho más complejo de lo que quiere aparentar a primera vista. El resultado es una función malabarista y maravillosa con un reparto extraordinario en sus funciones.
[6] Si, por lo que fuese, hubiera que elegir un libro con el que acompañar la proyección de la película podríamos optar por House of leaves en un ejercicio de sadomasoquismo jeroglífico intenso con el que dejaríamos al cerebro exhausto y reseco tras tanto huracán de enigmas.
Post Scriptum: La editorial Alpha Decay ha anunciado recientemente que pretende editar House of leaves en castellano en 2013. Mis más sinceras felicitaciones al traductor por la valentía demostrada, y del mismo modo mi más sincero pésame. Vaya huevos, caballero.
Está claro que this article is not for you.
Estimada Montse.
Por sus palabras intuyo que no le ha agradado el texto o su contenido. Como eso me resulta de algún modo descorazonador y me produce cierta angustia le aseguro que procuraré en un futuro hacerlo mejor.
Pues a mí me ha resultado muy interesante descubrir la existencia de esta obra, no estaría de más que alguna editorial se atreviera a publicarla en castellano (bravo por Alpha Decay si al final se deciden y mucho ánimo para el traductor!!!); aunque solo sea por lo curioso que me resulta su estructura demencial. «Un cubo de Rubik literario» me parece un gran acierto a la hora de intentar describir su enrevesado argumento…
Muy buenas Krust.
Según he leido la traductora alemana tardó más de un año en cumplir el proceso de traducción y, durante lo que debió de ser un trabajo bastante infernal, tuvo que pedir un préstamo al banco porque la cosa se alargó tanto que se fundió el adelanto en lo que viene a ser vivir.
No tengo muy claro como lo harán en castellano. Echándole un par seguro, porque no queda otra, el libro incluye apéndices y locuras muy enrevesadas. Hay una sección (con las cartas que remite la madre de un personaje) que empieza muy normal, deriva en paranoia pura y al final resulta que incluye mensajes ocultos que se descubren sólo si leemos la primera letra de cada una de las palabras de esa sección. Pon a cualquiera a traducir eso de forma que trate de respetar la obra original y reza porque no se pegue un tiro.
Por cierto el autor tiene otra obra («Only revolutions») que también tiene tela por experimental, aunque no es tan titánica como esta.
Mucho diría que el traductor para la versión castellana es Javier Calvo.
Y la edición en castellano que se prepara, es co-editada por Alpha Decay y Pálido Fuego.
Pues pobre traductor, sí. Gran libro, en cualquier caso.
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Me leí el libro en inglés hace un par de años y me decepcionó bastante. La idea de partida (una especie de casa encantada donde aparecen puertas que conducen a pasillos y habitaciones que violan las leyes del espacio y el tiempo) es buena pero el autor no sabe aprovecharla más allá de como punto de partida para una historia de terror del montón. El juego metatextual no es particularmente sofisticado (un libro dentro de un libro dentro de un libro… been there, seen that). Y la enloquecida maquetación y juego de tipografías, baile de párrafos y demás juegos visuales son en efecto vistosos, pero no aportan mucho a la historia y al final cansan.
En definitiva un libro que está bien como anécdota pero poco más.
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