Supongo que Las vírgenes suicidas (Sofia Coppola, 1999) no es una elección obvia. Desde todos los puntos de vista es una película menor, y más si se la compara con mi segunda opción, Blade Runner. Además, el hecho de que se trate de una muy fiel adaptación de la novela del mismo nombre del escritor estadounidense de ascendencia griega Jeffrey Eugenides permite sospechar que buena parte de sus méritos y hallazgos son obra del autor del libro y no de la directora de la película. Y de hecho lo son. Véanse por ejemplo las llamadas telefónicas con las que los cuatro amigos obsesionados con las hermanas Lisbon, ya recluidas en su casa por una madre beata y sobreprotectora, intentan comunicarse con ellas utilizando como herramienta las canciones que pinchan en su tocadiscos. Pero lo que sí hace magistralmente Sofia Coppola es clavar la atmósfera morbosa de la novela, esa neblina ensoñadora, veraniega y melancólica típica del amanecer y que empapa los recuerdos de la niñez en su tránsito hacia la adolescencia de forma similar al flou que adornaba en los años 70 las portadas de la revista Penthouse (el efecto Orton, para los entendidos en fotografía) o la pegajosa e hipnótica languidez del Atmosphere de Joy Division, el Sara de Fleetwood Mac o el Sunday Morning de la Velvet Underground. Canciones de yonquis, ¿se han fijado? Lou Reed, por cierto, explicaba en una entrevista algo que cualquier heroinómano sabe: todos y cada uno de los pinchazos que siguen al primero son tan solo un patético e infructuoso intento de repetir esa primera sacudida de glorioso esplendor estupefaciente. No puedo imaginar mejor metáfora del primer romance adolescente, de ese hipnótico momento en el que las chicas son todavía organismos fascinantes y embriagadores, un misterio merecedor de devoción y al que dedicar años de sacrificada y estéril investigación. Porque el resto de nuestra vida, desvelado ya el enigma femenino, es tan sólo un triste intento de reproducir esa sublime y conmovedora primera descarga de pureza narcótica. Nostalgia, arrebatamiento y adicción. Ese, más que el suicidio adolescente, es el verdadero tema de Las vírgenes suicidas y por eso es mi película. Metadona pura y dura para la inocencia perdida.
La tabla rasa (Steven Pinker, 2002) no es un libro: es un tsunami de napalm capaz de reducir a escombros bibliotecas enteras y de aniquilar la obra de docenas de filósofos, sociólogos, psicólogos, lingüistas, politólogos, antropólogos y pedagogos otrora considerados relevantes. En este sentido, La tabla rasa tiene una innegable dimensión práctica: permite ahorrar estantería. ¿Jean-Jacques Rosseau? Gas mostaza para él. ¿La teoría del buen salvaje? Fosgeno a toneladas. ¿El existencialismo? A la fosa de las Marianas con sus huesos. ¿Lévi-Strauss? Las bolsas de basura deberían fabricarse con el tamaño exacto de sus libros. ¿Ese diletante de buena familia apellidado Marx y que escribía libros de autoayuda en los que comparaba el progreso con “los horribles ídolos paganos que sólo aceptan beber el néctar en el cráneo de los vencidos”? Conmoción y pavor, gas pimienta y escozor.
La tabla rasa también es el libro más estrictamente ateo jamás escrito: ninguna fe, ninguna credulidad, ningún dogma, ninguna ideología redentorista, ningún mito fundacional de la mala conciencia occidental puede sobrevivir tras su lectura. ¿La bondad intrínseca de las culturas indígenas en oposición a la decadente perversión de los herederos de la civilización grecorromana? Fascitis necrotizante para ella. ¿La teoría del sexo y de los roles de género como un constructo social? Toneladas de ébola. ¿El pánico a la desigualdad, al determinismo y al nihilismo? Olas de gas sarín y hostias como panes. ¿El culto al campesinismo, al nacionalismo, al orientalismo y al exotismo? Teleportados a un universo paralelo. ¿El feminismo de la Segunda Ola, las vanguardias artísticas, la pedagogía libertaria? Garrote vil. ¿Esa antropología cuya única función parece ser la de agotar las existencias mundiales de rodilleras? Ya lo decía Borges: más que “un lejano testimonio de la credulidad de los primitivos (la antropología es) un documento inmediato de la credulidad de los antropólogos. Creer que en el disco de la luna aparecerán las palabras que se escriben con sangre sobre un espejo es apenas un poco más extraño que creer que alguien lo cree”.
[Si les interesa este último punto, háganle caso a Nacho Carretero y lean El antropólogo inocente de Nigel Barley.]
De hecho, el problema con La tabla rasa es el de qué leer después. Por supuesto, siempre podemos acudir a algunos de los libros que cita Pinker. El mito de la educación, de Judith Rich Harris; A Natural History of Rape, de Randy Thornhill y Craig Palmer; o The Bell Curve, de Richard Herrnstein y Charles Murray, famoso por su muy polémica afirmación de que las diferencias de puntuación obtenidas por negros y blancos estadounidenses en los test de inteligencia se deben tanto a causas ambientales como genéticas. Pero esos libros son paliativos. Porque tras levantar la vista después de leer la última página de La tabla rasa te topas con un paisaje arrasado en el que tan sólo tres edificaciones continúan en pie: la de la ciencia, la del sentido común y la de la naturaleza humana, encarnada en esa lista de universales (rasgos presentes en todas y cada una de las aproximadamente 6000 culturas del planeta) recopilada por el estadounidense Donald E. Brown y que incluye, entre otros, los colores blanco y negro, las leyes, la agresividad del macho, el estatus, el nepotismo, la división del trabajo por sexos, la etiqueta, el uso de términos distintos para padre y madre, las sanciones, la territorialidad y, ¡Santa María del Amor Hermoso!, la propiedad. También el arte, ya ven. Aunque casi más interesante que lo que aparece en la lista es lo que no aparece en ella. La igualdad, sin ir más lejos.
Antes he dicho que La tabla rasa es el libro más puramente ateo jamás escrito. También es el más político. Porque La tabla rasa hace descender el debate acerca de cómo convivir en sociedad desde las alturas de la inane y repetitiva verborrea académica producida a destajo en centenares de universidades, blogs, libros y periódicos de todo el planeta hasta el espacio común de la naturalidad y la racionalidad. La tabla rasa denuncia y ridiculiza a tantos reyes desnudos con los que hemos convivido durante tanto tiempo que la sensación de vacío existencial que le queda al lector tras leer su última página sólo puede ser paliada con un arranque de nihilismo orgiástico en toda regla. La tabla rasa, en definitiva, supone un baño de realidad hasta para el más fundamentalista defensor de los viejos dogmas de fe igualitaristas.
Pero lo más importante de La tabla rasa es que no dice nada que ustedes ya no sepan. Y ese es, quizá, su mensaje más demoledor. Porque… ¿alguien REALMENTE cree que hombres y mujeres somos iguales? ¿Alguien REALMENTE cree que las niñas juegan con muñecas porque “la sociedad” o “el patriarcado” las ha empujado a ello? ¿Alguien REALMENTE cree que es posible vivir en armonía con la naturaleza, quiera decir lo que quiera decir eso? ¿Alguien REALMENTE cree que los delincuentes son “víctimas de la sociedad”? No, dirán ustedes: nadie cree ya seriamente en esas afirmaciones. Si acaso, un pequeño puñado de deficientes emocionales. Y entonces, ¿por qué nos comportamos y actuamos y legislamos como si esas afirmaciones fueran ciertas? Por ejemplo: la edad penal mínima o el derecho a la reinserción de todos los criminales, incluidos aquellos con delitos de sangre, parte de algunos de esos postulados. O la preferencia por la madre a la hora de otorgar la custodia de los hijos de padres separados. Por supuesto, ustedes son libres de fingir que han olvidado lo leído en el libro. También son libres de seguir mintiéndose a sí mismos para continuar viviendo en un mundo estructurado a partir de premisas erróneas. Si así lo hacen es probable que pasen totalmente desapercibidos como miembros de la manada y que consigan así encajar en el molde que han construido para ustedes los ideólogos de las más mentecatas teorías sociológicas, políticas y pedagógicas de moda. Y follarán más, eso seguro: no hay nada más atractivo que la acaramelada, blanda y opiácea previsibilidad de los prejuicios propios cuando son confirmados por el prójimo. Pero seguirán estando profundamente equivocados. Porque tras la publicación de La tabla rasa, la esclavitud intelectual es 100% voluntaria.
¿Quieren un ejemplo práctico de por qué deberían ustedes leer La tabla rasa? Se lo doy. ¿Recuerdan lo mucho que se han indignado hace apenas unas líneas cuando he mencionado el libro de Herrnstein y Murray en el que se analizan los diferentes resultados obtenidos por negros y blancos en diversos test de inteligencia? Yo no he dicho cuál de los dos grupos obtiene un mejor resultado. Como es obvio, los resultados de esos test, siempre que hayan sido realizados de acuerdo al método científico, no tienen ninguna obligación de coincidir con nuestros prejuicios sociales. Las posibilidades estaban al 50%. Pero ustedes han reaccionado apriorísticamente. No me interesa si han acertado o no: me interesa el hecho de que han actuado como una máquina y se han aferrado a sus dogmas de fe despreciando los resultados de unos test estrictamente científicos y, como tales, susceptibles de ser reproducidos y refutados. De hecho, ni siquiera han actuado como una máquina, sino como la hormiga obrera de unos prejuicios colectivos que se suponen correctos independientemente de que la realidad confirme o refute su pertinencia. Fíjense en la paradoja: ustedes han dado por sentado que los negros son menos inteligentes… pero se han indignado ante la mera suposición. Una suposición que ha sido sólo suya y a la que han llegado sin que nadie les empujara en esa dirección. ¿Esquizofrenia? Ni mucho menos. A ese molde intelectual en el que tanto se esfuerzan en encajar algunos se le llamaba en otras épocas fascismo. Por eso deberían ustedes leer La tabla rasa: porque están enfermos de autoengaño. El diagnóstico no se lo cobro.
Por si les interesa la polémica referente a The Bell Curve, de la que también se habla en La tabla rasa: han acertado, los negros obtuvieron resultados ligeramente inferiores a los de los blancos. El mismo Noam Chomsky, nada sospechoso en este terreno, negó la acusación de racismo contra los autores del libro aún no estando de acuerdo con sus tesis sobre el cociente intelectual: “Una correlación entre raza y cociente intelectual (si se demostrara que existe) no conlleva ninguna consecuencia social, excepto en una sociedad racista en la que cada individuo se asigne a una categoría social y no se le trate como individuo por propio derecho, sino como representante de su categoría. Herrnstein menciona una posible correlación entre la altura y el cociente intelectual. ¿Qué importancia social tiene eso? Ninguna, por supuesto, pues en nuestra sociedad no se discrimina por el hecho de ser más o menos alto”. Como explica Pinker, es evidente que el cociente intelectual de una persona es el que es independientemente de si su causa es medioambiental o genética, así que un racista discriminará a un negro por su (supuesta) menor inteligencia tanto si esta se debe a causas medioambientales como genéticas. Pero les voy a dar una sorpresa: ningún racista discrimina a un negro por su inteligencia. Si así fuera, ese mismo individuo también discriminaría a los blancos, puesto que estos obtienen en dichos test peores resultados que los asiáticos o los judíos. El hecho de que no lo haga demuestra que su problema no es la inteligencia, sino el color de la piel. Claro que, ¿quién dice que los test de inteligencia sirvan para algo más que para medir una habilidad muy concreta, y desde luego no la única, del cerebro humano?
En segundo lugar, los promedios no dicen nada acerca de los individuos considerados aisladamente: aún si se demostrara que las tesis de los autores del libro son correctas, algo que está todavía muy lejos de ser confirmado, seguirían existiendo muchísimos negros mucho más inteligentes que la inmensa mayoría de los blancos y muchísimos blancos mucho más estúpidos que la inmensa mayoría de los negros. Ídem si el resultado de los test fuera exactamente el contrario. El problema, como es obvio, surge A) de esa visión del color de la piel como rasgo definitorio de la identidad del ser humano en vez de como una característica física más, similar a la del número de pie o el tipo de cabello, y B) de esa consideración de la inteligencia como el atributo por excelencia del ser humano, jerárquicamente superior a otros atributos como la fuerza o la resistencia física, el oído musical, la empatía, la belleza, el talento artístico, la capacidad de liderazgo o la fortaleza frente a las enfermedades. ¿Se escandalizarían ustedes si un científico les dijera que los que tienen el pelo rizado tienen menos probabilidades de enfermar de cáncer que los que tienen el pelo liso? ¿O que aquellos a los que les gusta la música clásica tienen una capacidad de concentración ligeramente mayor que aquellos a los que les gusta la música pop? ¿Se escandalizan ustedes ante la evidencia de que los mejores músicos de jazz de la historia han sido negros? ¿O con la de que no existen prácticamente nadadores negros entre la elite de ese deporte? ¿Y esas evidencias son peligrosas por sí mismas o sólo lo son en la medida en que pueden ser utilizadas por fanáticos, psicópatas y dementes para justificar sus atrocidades? Para la naturaleza, la inteligencia no es un atributo más importante o definitivo que cualquier otro que pueda adornar al ser humano. La evolución es ciega y no atiende a categorías morales humanas. Mírenlo así: imaginen un mundo dominado por una o varias potencias asiáticas dentro de 40 o 50 años, algo que entra dentro del ámbito de lo verosímil. ¿Seguirían ustedes considerando la inteligencia como un rasgo jerárquicamente superior a otros rasgos del ser humano o adoptarían una visión fríamente científica sobre el asunto dado que tienen todas las de perder en la comparación? De hecho, es muy dudoso que la inteligencia por sí sola nos haya hecho evolucionar “más y mejor” que la resistencia a las enfermedades, la fuerza física, nuestras habilidades sociales o nuestra capacidad de adaptación al entorno. Un genio del pensamiento abstracto pero asocial, feo como una lamprea tuerta, débil, enfermizo e inflexible tiene muchísimas menos posibilidades de transmitir su carga genética que un soberano merluzo empático, guapo, fuerte, sano y adaptable a cualquier entorno. Así que lo correcto es pensar que nuestro éxito como especie se debe a una combinación de dichos factores. De hecho, no está nada claro que la misma inteligencia que nos beneficia colectivamente como especie nos beneficie en la misma medida individualmente. Piensen en cuál sería su decisión si tuvieran que apostar su dinero por una de estas dos afirmaciones: A) la inteligencia de un sujeto cualquiera es directamente proporcional a su nivel percibido de bienestar psicológico, B) la inteligencia de un sujeto cualquiera es inversamente proporcional a su nivel percibido de bienestar psicológico. Creo que queda claro: nadie apuesta su dinero en contra de lo obvio y ustedes no han sido una excepción.
Si quieren ir un paso más allá: no hay nada en la naturaleza, en nuestras leyes físicas, que diga que “más” es mejor que “menos”. La categorización de “más” como mejor que “menos” es 100% humana, al igual que los conceptos de “arriba” y “abajo”, que no existen en el universo más que como puntos relativos de referencia espacial. Desde el punto de vista científico, los términos “más” y “menos” albergan tanta carga moral como “arriba” y “abajo”, es decir ninguna, y sólo adquieren peso en la medida en que se utilizan en relación a un objetivo cualquiera determinado por el ser humano, ya sea este bondadoso o maligno. De hecho, los principales críticos con las tesis de The Bell Curve, como en su momento lo fue Stephen Jay Gould, no ponen en duda los resultados de los test, sino la asunción de que la inteligencia puede ser reducida a un número, la de que es posible ordenar a los seres humanos de acuerdo a su mayor o menor inteligencia en una línea recta (y no en un plano cartesiano, por ejemplo), la de que la inteligencia está principalmente determinada por la herencia genética y la de que es esencialmente inmutable. Otro conocido crítico con las tesis del libro es Thomas Sowell, un economista liberal heredero de Milton Friedman y George Stigler cuyo color de piel (negro) no le impide ser también uno de los más conocidos detractores de la discriminación positiva. Y si lo que les preocupa es la existencia de racistas, maníacos, perturbados y resentidos, bueno… despreocúpense. Siempre han existido y siempre existirán, y las teorías de higiene racial de los nazis son un aterrador ejemplo de ello. La ciencia sólo les da armas a esos anormales en la medida en la que estos la malinterpretan y la tergiversan. A fin de cuentas, el racismo y la intolerancia también son rasgos susceptibles de ser analizados científicamente, así que cuanto más sepamos sobre el cerebro humano que los produce, mejor.
De todo eso, entre otros muchos temas, habla La tabla rasa. Y por eso es un libro importante.
Deduzco que no es usted mucho de Juan Salvador Gaviota.
«Aunque casi más interesante que lo que aparece en la lista es lo que no aparece en ella. La igualdad, sin ir más lejos. »
Otra que no mencionas pero que sí aparece es la violación. Por lo tanto si aparece la violación y no la igualdad… ¿Qué conclusión decías que hay que sacar?
Por lo demás, buena elección de libro.
El problema con la falacia naturalista es que eso es precisamente lo que pretenden aplicar muchos antropólogos y sociógos asumiendo rasgos a conveniencia, que es lo que se critica a través del mito del buen salvaje.
Otros opinan que es mejor conocer -y reconocer- los rasgos auténticos tal cual son y entonces tratar de superar, dominar, penalizar (etc) aquellos que nos parecen inadecuados. O sea, la diferencia entre lo que es y lo que debe ser.
La novela de Eugenides se basa en un caso real y es algo mejor que la sinsustancial película de Sofía Coppola. No he visto adolescentes más gazmoñas que las hermanas Lisbon pasadas por Sofía Coppola, que luego haría una gran película.
Es curioso. Por más que he buscado información sobre el caso real, acaecido en Michigan, apenas si he encontrado alguna reseña de prensa. Para los estudiosos del suicidio no debe ser muy normal encontrarse casos así: 5 hermanas de una misma familia se suicidan una tras otra.
Pues ya ven, primera la novela, luego el cine. Pero ¿y la realidad? ¿dónde está la realidad?
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El mejor libro de Pinker, a mi entender, es The Better Angels of our Nature.
Creo que se equivoca. El libro no está basado en un caso real, sino en una conversación de Eugenides con la niñera de su sobrino. Por lo visto, la niñera y sus hermanas se habían planteado un suicidio colectivo cuando eran adolescentes. Suicidio que nunca consumaron, claro. Y de ahí surgió la novela. Secundariamente, Eugenides ha dicho en varias entrevistas que el libro puede leerse como una metáfora de la decadencia de la ciudad de Detroit, en la que vivió de niño.
Sin leerlo (por eso lo que digo vale más bien poco), me refiero al libro de los ángeles, pero sí repasado varias críticas y recensiones, declaraciones del propio autor a esas opiniones,… el libro me parece que tiene mucho de disparate. De, como dice nuestro autor, antropólogo al que las intenciones le pueden y así maneja datos cogidos con alfileres para demostrar su teoría. Esa tabla tiene pies de barro.
Una idea interesante además relacionada con Pinker y la neurociencia es el concepto de culpa y el libre albedrío. ¿Desaparecido?
Una buena intuición de Coppola fue elegir de psiquiatra a Dannydevito. Ahí sí, ahí rompió el género.
Que bueno ha sido cuando explicas que nos hemos indignado porque hemos pensado apriorísticamente.
La monda.
Eso es lo que dice Eugenides. Creo que hay un caso de 4 hermanas suicidas documentado en Ann Arbor por aquellos años.
¿Alguien REALMENTE cree que las niñas juegan con muñecas porque “la sociedad” o “el patriarcado” las ha empujado a ello?
No siendo ni dejando de ser ninguna abanderada del feminismo SÍ lo creo. Yo prefería los Madelman y sus helicópteros o G.I. Joe y sus Rolling Thunder a cualquier dichosa Nancy o Barbie de pacotilla, y me encantaba jugar al baloncesto, fútbol y baseball, pero me vi en muchas ocasiones jugando a la goma, un coñazo soporífero, porque era lo que se llevaba entre las chicas. Afortunadamente, mi adolescencia me fue permitiendo cada vez más la oportunidad de jugar a lo que me gustaba y no a lo que supuestamente tenía que gustarme. También tenía un par de amigos que odiaban los deportes que a mí me encantaban y seguramente hubieran preferido saltar a la cuerda a hacer el idiota con un balón. Luego sí, la sociedad y el patriarcado joden de lo lindo. No es casualidad que con una sociedad más abierta de repente haya tantas niñas futboleras. Regala un balón a una niña de dos años para que dé pataditas y ya veremos si no acaba siendo Cristiana Ronalda.
«El antropólogo inocente» y «Los papalagi» son libros imprescindibles. A mí me encanta la antropología, pero mi tesis no la haría con ninguna tribu de ningún otro país, pediría que me dejasen hacerla en mi oficina, perfecto microcosmos de la sociedad occidental del sur de Europa o cualquier piscina pública. Para estudiar «salvajes» no hace falta irse al otro lado del mundo.
Doña Mnur, ha de leer el libro. Lo del patriarcado y la sociedad, lo de los salvajes de oficina, lo de la niña a la que regalan una pelota y se convierte en Cristiana Ronalda… La tabla rasa habla de usted.
Lo haré. Ya leí algo suyo sobre conexionismo y lenguaje. Los «salvajes» no existen, son seres humanos y para ver seres humanos sigo pensando que con quedarse en la piscina pública del barrio o acudir a la oficina es suficiente. ¿»La tabla rasa» habla de mí? Qué suerte la mía. Un único comentario en un medio y ya estoy etiquetada. ¿Intercambiamos opiniones o nos dedicamos a prejuzgar a los emisores de las mismas sin tener ni la menor idea de quiénes son?
Doña Mnur, no se lo tome a mal que mi comentario no iba con mala intención y no quería prejuzgar a nadie. El libro de Pinker analiza una serie de ideas sobre la naturaleza humana que usted ha ejemplificado bastante bien en su comentario. De ahí lo de «el libro habla de usted».
Un saludo.
Comprendido, pero no me llames «doña» que yo agradezco mucho la progresiva desaparición del usted en el castellano. :)
Un saludo
A veces intención y resultado no van parejos. El efecto sigue siendo el que es…
Dicho esto, cuando por navidades pidas un lego pero las «preclaras» mentes de la familia decidan que no es «femenino» y te regalen muñecas porque «es lo que te gusta» (naturalmente ellos saben mejor lo que te gusta que tu misma, claro) y luego tu madre te diga que cuando vengan de visita juegues con ellas para que sepan que aprecias el regalo (eso es lo educado) y ellos lo tomen como confirmación de su idea preconcebida, hablamos… En definitiva, hay determinadas personas que niegan la evidencia delante de sus ojos (pedir un lego) y sólo prestan atención a lo que confirma su idea preconcebida (a las niñas les gustan las muñecas y, mira, juega con ellas). El hecho de que este nueva cuatro años después y no gastada no les hará sospechar que es algo con lo que la niña pequeña no juega, no, dirán que es «cuidadosa» y que, el que este nueva «demuestra que es su juguete favorito». O cualquier sandez similar. Porque, en el fondo, de lo que se trata es de confirmar su creencia que es mucho mejor que pensar que año tras año te has equivocado por no escuchar. ¿Qué dos hermanos se pelean por el mismo juguete? Es que los «niños son así», seguro que no tiene que ver con que la consola les guste a los dos y el carrito de muñecas sea un rollo. Y así, ad nauseam…
Y, por supuesto, nunca jamás se ha visto de niños que copien a sus padres o busquen su aprobación. Para nada…
Y ejemplos hasta morirse de asco. Ir contracorriente, sea porque eras «friki» y te gustaban los comics y el rol o porque eras «poco femenina» o «poco masculino» de toda la vida ha tenido coste social y a (casi) nadie le gusta estar solo, así que cedes para no ser un marginado.
Tras toda una vida de regalos «socializadores» que no me dejaban cambiar y que debía agradecer y de comentarios bienintencionados pero que esperaban volverme las «femenina», me encantaría que todos los que hablan de «diferencias naturales» y que la presión no existe, recibieran por navidades una fregona porque, independientemente de lo que hayan pedido, sé que en el fondo lo que les gusta es fregar. Nota: si no friegan cuando vaya quien se la regaló a su casa están haciendo un feo y son unos guarros, por lo que no merecen ningún regalo nunca más. Si friegan es confirmación de que fregar es lo que más les gusta, así que ya mejor que lo hagan siempre ellos. ;)
Peter, de acuerdo con lo que dices. Es lo que me sucede con La tabla rasa. Pinker no ha leîdo ni a pavlov ni a ninguno de los fisiologos que le siguieron.
Pero en su libro sobre la violencia su tesis esta bien documentada.
De todas formas, de acuerdo en la sobrevaloraciôn de Pinker
Estoy totalmente de acuerdo en la elección del libro. Pinker es, en mi opinión, el intelectual más brillante de la actualidad. Por supuesto, el libre albedrío y la responsabilidad personal deben ser replanteados.
También me impresionó un libro que leí, recomendado en un artículo de Arcadi Espada, y que no ha tenido el eco que merecía. Se trata de «El cisne negro». Saludos y ánimo a Cristian para que siga incendiando el mediocre panorama cultural de este país.
Esto de medir la inteligencia, y el cociente o coeficiente intelectual, me ha recordado esto, que le recomiendo mirar (¡e incluso probar!):
En España: http://www.mensa.es
En todo el mundo: http://www.mensa.org
Con Campos pasa algo curioso: Pone de mala hostia, pero SIEMPRE aprendes algo, es un tío muy inspirador,sobre todo por los libros o pelis que recomienda.
Hola. No creo que poner de mala hostia sea ningùn mérito y es una mal aprendizaje. De hecho es lo màs fácil del mundo.Me intresa que lo que leo esté bien documentado y razonado. Me interesan las nueces sobre el ruido.
Felicito a Cristian por su trabajo y su documentada exposición en el artīculo.
¿Alguien REALMENTE cree que las niñas juegan con muñecas porque “la sociedad” o “el patriarcado” las ha empujado a ello? Creo que la pregunta correcta sería cómo es posible que alguien sea capaz REALMENTE de sospechar lo contrario. Si no resultase tan peligroso, el discurso de Cristián Campos resultaría conmovedor por ese regocijo que demuestra al creer encontrar en Pinker el marco teórico donde exculpar su dañina misoginia.
¿Alguien REALMENTE cree que los delincuentes son “víctimas de la sociedad”?
http://es.wikipedia.org/wiki/Experimento_de_la_c%C3%A1rcel_de_Stanford
«¿Alguien REALMENTE cree que los delincuentes son “víctimas de la sociedad”?»
No es una cuestión de creencias. La variación en los índices de criminalidad varía enormemente de un país a otro y de una época a otra. Y no por supuestas diferencias genéticas, sino porque los factores sociales son decisivos a la hora de inclinar a alguien a la criminalidad. Esto es algo que Pinker dice claramente en La tabla rasa y de hecho su último libro se dedica a ello.
Así que enhorabuena al autor de este artículo por recomendar tan entusiásticamente un libro del que no ha entendido gran cosa.
Querido Cerbero (lo digo por lo de las tres cabezas: Hervás, Hechos y G): el hecho evidente de que no todas las personas sumergidas en la misma sociedad y sometidas a las mismas presiones ambientales acaben violando a su vecina indica que hay ahí «algo» que va más allá de los factores sociales. El hecho de que sólo un pequeñísimo porcentaje de la sociedad acabe delinquiendo a pesar de que los tentáculos de «la sociedad» llegan a todos y cada uno de los rincones del planeta es una prueba demoledora de que el entorno social tiene menos influencia de la que se pretende. En cualquier caso, Pinker no niega la influencia ambiental: revela su verdadero peso. Si lo quiere en forma de metáfora: el entorno social es el detonador, pero la bomba son los genes.
El experimento de la cárcel de Stanford no es ciencia. No vaya exhibiéndolo por ahí porque cualquier persona con una mínima cultura científica va a desmontárselo en segundos. En el mismo artículo de la Wikipedia que cita aparecen las principales críticas al experimento. Los juegos de rol no son ciencia, don Cerbero.
Por otro lado, no veo misoginia alguna en decir que no es la sociedad la que obliga a las niñas a jugar con muñecas y a los niños con camiones. Si usted ve misoginia ahí, lo siento, pero eso quizá se deba a que usted considera que jugar con camiones es intrínsecamente «mejor» que jugar con muñecas. A ver si el misógino va a ser usted. Y lo siento de nuevo, pero ese es un debate completamente superado. De hecho, si alguna vez ha habido debate en torno a esa cuestión ha sido por razones puramente ideológicas. Es decir por razones políticas, no científicas. Y por razones financieras, claro: miles de pedagogos y psicólogos viven de esa tonta mentira de la que se ríe cualquier padre no cegado por sus prejuicios ideológicos.
Finalmente, habrá que preguntarle a Pinker quién ha entendido mejor su libro, si usted o yo. Yo creo que los dos lo hemos entendido perfectamente porque don Pinker es de la escuela anglosajona de escritura y se explica de forma clara, recta y directa. Sólo que usted no acepta lo leído porque choca con su ideología.
Un saludo y gracias a los tres por sus comentarios.
«el entorno social es el detonador, pero la bomba son los genes»
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Ya sabemos que en la favela son todos familia, por eso son asín de delinqüentes.
Solo tengo una cabeza, aunque parece que menos averiada que la suya, empeñada en enfangarse en dos o tres charcos de los que posiblemente no quiere salir pues disfruta chapoteando en ellos. No: los camiones no son peores ni mejores que las muñecas. Lo que es peor (y absurdo) es decidir quién debe jugar con unos y con otras. Mi hija no nació pidiendo una muñeca. La quiere cuando ve que sus amigas juegan con ellas, cuando ve en la televisión anuncios de niñas con muñecas, cuando recibe la constante presión social que le indica con qué debe jugar. También parece interesarle la cocina (tal vez porque me ve a mí cocinar) y por el dibujo (tal vez porque ve a su madre dibujar). ¿Deberíamos mirarle esto último? ¿A mi mujer también? ¿Les tiro los lápices y le compró una Barbie a cada una? ¿Soy un padre cegado por estas evidencias o es usted el que no ve más allá de su satisfecha complacencia?
«Mi hija no nació pidiendo una muñeca. La quiere cuando ve que sus amigas juegan con ellas, cuando ve en la televisión anuncios de niñas con muñecas, cuando recibe la constante presión social que le indica con qué debe jugar.»
Tengo tres hijos (dos niñas de 11 y 7, y un niño de 3) y no he observado lo que usted dice.
Cada uno tiene sus propios juegos preferidos, pero no he observado que la televisión o sus amigos sean determinantes en ellos, por ejemplo, el niño lo mismo juega con camiones que con muñecas, pero no juega a «camiones» y a «muñecas», los utiliza para montarse una historia de construir y derribar casas que él va haciendo con todo lo que pilla; una de las niñas utiliza las cajas de lapices para hacer familias y jugar a los vestidos o las maestras o a los médicos, unos historiones que se monta ella solica (después se fue haciendo mayor y jugaba con un tipo de muñeca en particular, ¿cual? la que podia manejar con mucha facilidad, esas que tienen las piernas muy grandes, y dirá usted que se la vio a alguna amiga, pues hombre la tendriá que tener en las manos para decirse a ella misma ¡qué bien juego con esta muñeca!, pero no veo presión social más bien comodidad) y la otra niña siempre ha preferido jugar con otros niñ@s a jugar sola, juegos de rol, a correr en la calle, a saltar a la comba, yo que sé, con tal de estar en la calle.
Cuando se van haciendo mayores la publicidad les va afectando más (a quien no) y los amigos, bueno son los amigos ¡no!, pero no he observado que esten presionados, ni que nadie ni nada les dirija hacia donde tienen que ir.
Saludos.
Señores de Jot Down, de verdad, ¿no hay más cera?
«no hay nada en la naturaleza, en nuestras leyes físicas, que diga que “más” es mejor que “menos»
Bueno, la entropía solo puede aumentar (es algo que conoce cualquiera que haya estudiado física a fondo), así que es mejor que no disminuya, por la supervivencia de la especie y esas cosas.
«los conceptos de “arriba” y “abajo”, que no existen en el universo más que como puntos relativos de referencia espacial»
Pero resulta que los electrones se colocan por parejas en un mismo orbital y, ¡sorpresa!, como no pueden tener las mismas características, se diferencia en el sentido del giro, uno hacia la derecha y otro hacia la izquierda (arriba-abajo, izquierda-derecha, ve la similitud), esto se conoce como spin.
Saludos.
He leído el libro de Pinker. Me parece interesantísimo y revelador. Pero creo que tanto él como otros colegas suyos, empezando por E.O. Wilson (he flipado con sus libros de… hormigas) son más cautos y prudentes que el autor. De hecho todo el rato están matizando sus propias teorías y colocándolas en su justa medida. El libro de marras es un monumento de la divulgación científica. Pero no descarta a ningún filósofo. De hecho muchos de los grandes filósofos hay que verlos con perspectiva histórica. Sin su base… no hay Pinker.
Eso sí. La corrección política choca con todo psicólogo evolucionista. Hay que alabar el que todos «bajan» a transmitir su conocimiento con entusiasmo y excelente escritura. De Wilson a «El gen egoísta» pasando por Pinker tenemos asuntos para ofrecer en las escuelas y… en la tele (me da la risa aquí).
En cualquier caso el común de los mortales es muy reticente no sólo a aceptar sus teorías, sino a debatir sobre ellas. Sobre todo en asuntos tan llenos de lugares comunes como el sexo y la pareja. Ahí llega el muro y los argumentos ad hominem.
Tengo pendiente el estudio sobre la violación que menciona en un capítulo. Habría que hacer copias y mandarlo en formato Mobi a los institutos de la mujer.
Epa Cristian!
Muchas gracias por el descubrimiento. De Pinker, de virgenes suicidas ya iba bien servido.
Y por cierto, me alegro de verte por aquí. Bueno, también me hubiera alegrado de verte por allá. Me alegro de verte, vamos… y de leerte, más.
Salud!
El impacto de leer «La tabla rasa» lo tuve con «Biología del comportamiento humano. Manual de etología humana» de Irenäus Eibl-Eibesfeldt a mediados de los noventa porque confirmó mis suposiciones sobre el límite de la naturaleza humana.
Sus artículos son muy interesantes. Gracias. :)
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