Michael Haneke es uno de los directores actuales más laureados y al mismo tiempo odiados. Su obsesión por el sufrimiento del espectador roza lo patológico. Sin ir más lejos, en la última ceremonia del Festival de Cannes preguntaron al elenco actoral de su film, Amour, si los actores sufrían tanto como los espectadores rodando con él. La respuesta, casi al unísono, fue que no. Que solo son los espectadores quienes sufren.
Partiendo de esta base en la que la intención del cineasta es fastidiar y molestar al espectador, harto difícil resulta que salga victorioso en su objetivo dado que no somos muy propensos a seguirle el juego al primer enfant terrible que quiera hacernos un nudo en el estómago. Léase Gaspar Noé. Es ahí donde quizá se puede entrever el talento de este director obsesionado con los medios, los códigos y los mecanismos de la comunicación. En lograr que entremos en su juego sabiendo que no nos va a resultar agradable el planteamiento al que nos enfrenta de forma tan violenta.
Con una carrera debutante en televisión y alguna que otra colaboración posterior, como El castillo, nos centraremos en los títulos estrenados para salas de cine al dar este repaso de veinte momentos en los que el austro-germano más nos hizo sufrir. En cada apartado, además, indicamos entre paréntesis de qué títulos hablamos para no estropearle el argumento a nadie, de los que revelamos gran parte en cada punto.
El sufrimiento animal (Toda su filmografía)
Desde luego que vamos a recordar muchas torturas a las que Haneke somete a los espectadores, pero empezamos denunciando el maltrato animal que tanto le gusta mostrar. Parece ser que no tiene suficiente con hacer que sus seguidores salgamos destrozados de las sesiones de sus películas, también tiene que hacer sufrir a todo el reino animal por igual.
Los peces que agonizan cuando la familia de El séptimo continente rompe el acuario, con sus saltos entre cristales. O el cerdo que chilla en la grabación de la matanza del comienzo de Benny’s video. El perro apaleado hasta morir en Funny games, por supuesto. También el gallo decapitado en Caché y, cómo no, los caballos. El pobre caballo al que pegan un tiro en la cabeza en El tiempo del lobo y ese que tienen que sacrificar tras la escena inicial de La cinta blanca, al tropezarse con un cable que alguien puso con muy mala intención. Rara es la película en la que los animales salgan indemnes.
No es nuevo esto de ver animales sufriendo, e incluso en algunas ocasiones las torturas eran reales. John Waters inaugura filmografía abriendo su Mondo trasho con un desgraciado decapitado de pollos; y no hablemos de la escena eliminada del burro del Manderlay de Von Trier. Tampoco por ser más típico resultan menos indignante los toros muertos para Hable con ella. Y muchos aún tienen grabada la escena de la tortuga de Holocausto caníbal y no la reportera empalada. Pase que la mayoría de escenas de la filmografía de Haneke sean fingidas, pero esos peces de El séptimo continente tienen pinta de haber muerto agonizando.
La cámara de gas (Código desconocido)
En Código desconocido el director juega con la incapacidad de la comunicación contando tres historias que parten de una disputa en plena calle. Un niñato rebelde que se queda unos días en casa de su tía Juliette Binoche; un joven profesor de alumnos discapacitados y una inmigrante balcánica sin papeles.
En la que probablemente sea la mejor escena del film, cerca del comienzo, vemos a la Binoche llegando a una audición que resulta ser una trampa mortal. O no. El caso es que la encierran en una habitación que empieza a llenarse de gas. O no. Pero el momento en el que ella cree que bromean y él responde “Pronto podrá olerlo” y, tras unos segundos, ella comienza a gritar desesperada porque le ha llegado —o finge haber percibido— el olor, pone los pelos como escarpias.
¿No es fantástico que nominasen al Oscar a la mejor actriz a la Binoche por Chocolat el mismo año que se estrenaba esto? Sí, lo es. O no.
Las barreras sagradas del Señor (La cinta blanca)
La cinta blanca fue la película que le aportó al cineasta su primera Palma de Oro. Claro, que frente de un jurado con una de sus actrices fetiche a la cabeza, cuando años antes les habían robado el galardón a ambos por La pianista, también sale victorioso cualquiera, pensamos algunos en un principio. Pero no, Haneke demostró ser un merecido ganador por arriesgarse con un film crítico y desesperanzador a la vez que lo abordaba desde un peculiar punto de vista: el de mero espectador silencioso. O eso nos quería hacer creer.
Allá donde muchos críticos de cine en pleno festival vieron que en esta historia de la Alemania pre-Gran Guerra simplemente se escondía una precuela à la ‘niños arios, futuros nazis’, lo cierto es que no es exactamente así. Los niños arios que se veían haciendo trastadas no van a salir en una segunda parte con la esvástica en el antebrazo ni mucho menos.
Haneke utilizó una pequeña aldea para mostrar la sociedad alemana de aquel entonces, la de férreos principios asociados a la religión y, por ende, a una severa y estricta educación de obediencia y sumisión. Fue así como a lo largo de las más de dos horas de metraje, debido a una serie de incidentes —un accidente a caballo, un granero reducido a cenizas y una paliza a un niño—, vemos cómo se va fraguando ese clima de desconfianza hasta ese final abierto en la iglesia en la que no encontramos al culpable. Un whodunit de época sin solución. Porque aunque enseguida sería fácil apuntar con el dedo a los niños, lo cierto es que la película no muestra pruebas contundentes contra ellos e incluso algunas escenas, como la de la niña con su padre en el baño o el niño atado a la cama mientras arde el granero, permiten abrir diversas teorías para hacer que el espectador participe en ese juego de buscar al culpable a toda costa. Culpable que probablemente nunca acertaremos ni falta que hace.
Aunque no está exenta de imágenes espeluznantes, el tono respecto a otros títulos de su filmografía es más relajado en pos de una absorción del espectador en el entorno y no de la repulsión total con ganas de salir corriendo sin mirar atrás, como venía siendo habitual. Si debiésemos destacar alguna escena a incluir en esta lista yo me decantaría por dos. La primera, el niño funambulista en el puente que le dice a su profesor “Si no me he caído es porque Dios quiere que siga vivo”; y, cómo no, pecado sería olvidar esa charla incómoda del niño que confiesa que se masturba, a su vez imagen del póster de la película.
Filias y fobias (La pianista)
Podría pasarme horas numerando motivos por los que considero La pianista la película más redonda de este torturador en potencia. Uno de ellos es el contraste que supone ver escenas de lecciones de piano con un refinado gusto para la música, los decorados, los planos y las actuaciones de los personajes en contrapunto con otras escenas de contenido sexual aptas solo para los más asiduos al portal Tubegalore y derivados.
La represión que sufre el personaje de Huppert por parte de su madre, personaje creado por Elfriede Jelikek casi veinte años antes del film, lleva a la protagonista a desenvolver en privado sus fantasías sexuales, rozando e incluso sobrepasando la perversión en según qué ocasiones.
Así, no solo asistimos a un remarcable momento en el que una felación acaba en vómito, para delicia de los fans del género gagging, sino también a momentos más peliagudos en los que vemos a la profesora de piano en un plano fijo masturbarse en la bañera con una cuchilla colocada en el pubis. O ya cerca del final, esa escena en la que compartiendo cama con su madre, la atormentada protagonista se lanza a besarla en pleno ataque de desesperación. Tras varios segundos de forcejeo, cuando todo parece calmarse, la Huppert remata a una alucinada Girardot diciéndole que le ha visto el vello púbico.
La niña adoptada (71 Fragmentos de una cronología al azar)
Como espectador, el periodo más duro para enfrentarse a Haneke quizá sean sus tres primeros filmes, la llamada Trilogía de la Glaciación, que se cerraba con estos 71 Fragmentos de una cronología al azar. Caracterizada por la prácticamente ausente narración, viene a contarnos la alienación de los televidentes en general ante un trágico suceso. Para ello, se entremezclan en la película imágenes de la situación del Golfo a principios de los noventa, el caldo de cultivo de la guerra en los Balcanes y el escándalo de presunta pedofilia de Michael Jackson.
Así, el realizador decidió crear una noticia de sucesos al azar —en este caso, un asesinato en masa en un banco— y demostrar que detrás que cada titular cruento en la página de sucesos de los periódicos hay unos protagonistas que han sido sumidos en una tragedia, muy en la línea del posterior Elephant de Gus Van Sant.
Sin embargo, antes de que llegase la traca final, hay varios momentos que hielan la sangre. Entre ellos las escenas de malos tratos que recibe la mujer del guardia de seguridad, uno de los muertos en la posterior masacre; y, sobre todo, la pareja que busca adoptar un niño y vemos sus intentos en vano de hacer disfrutar a la niña que acogieron en su casa. Esquiva al contacto físico, arisca en un espectáculo de animales marinos en el zoo y muda ante cualquier pregunta. El asunto termina con la pequeña despertándose en la noche y diciéndole a su madre adoptiva que quiere volver al orfanato. Dicho y hecho. Nunca más volveremos a verla y la pareja acoge a un pequeño vagabundo rumano llegado a Austria tras atravesar un río al principio de la película.
La pieza musical desconocida (Funny games)
En esta escena ya comentada en otro artículo, vemos cómo en un alarde de originalidad y de muy mala hostia, Haneke decidió comenzar su obra más popular con una familia en un monovolumen yendo de vacaciones a su residencia de verano. Antes de desenvolverse la terrible historia que allí tendría lugar, el terrible austriaco decidió gastar una inocente broma a los espectadores cuando en plena pieza de Haendel estalla un tema de black metal a todo volumen.
Una vez recuperados del susto, que ya nos tendría con los cinco sentidos alerta para aumentar nuestra angustia, todavía sufriríamos el chiste en dos ocasiones más: en la escapada del niño a la casa de los vecinos y el final, con el personaje de Arno Frisch mirando a pantalla. Muy majo.
Susanne Lothar (Funny games / La cinta blanca)
Así, en general. Hasta en tres ocasiones la podemos ver colaborando en la pantalla grande con el criminal emocional que nos atiende en este artículo: Funny games, La cinta blanca y un pequeño papel secundario en La pianista.
En esta última película Haneke decide dar a la actriz un respiro y no la mete en situaciones peliagudas al hacer el papel de madre indignada de una alumna del conservatorio. Pero cada vez que el director necesita un saco de boxeo, allí esta Susanne. Esa mirada de ojos desorbitados y húmedos, acompañada de un silencio sepulcral que termina por derrumbar el ánimo del personaje y del espectador, en un gesto de boca torcida y sollozo minúsculo. El gran mérito de una mujer que sabe reflejar la fragilidad y la desazón en una mínima mueca. Así, todos los vilipendios y maltratos que sufre a lo largo de Funny games se quedan grabados en la retina al verla paralizada ante el horror que sufre. Y sobre todo, en la escena del intento de huida de los secuestradores, cuando se toma un respiro para explotar de rabia llorando en el hombro de su marido tras el asesinato de su hijo. Viendo así a la pareja hundirse cuando, tras el shock, se detienen un par de segundos y se dan cuenta de lo que ha sucedido.
También otra escena magistralmente interpretada por esta mujer es la ruptura amorosa de La cinta blanca. Cuatro minutos de insultos que recibe sin apenas devolver las ofensas. Casi convirtiendo lo que tendría que ser un diálogo apasionado en un monólogo cruel y despiadado.
Susanne Lothar. El pozo al que todos lanzan piedras y este responde con casi un imperceptible eco al golpearse la superficie del agua.
La cabaña (El tiempo del lobo)
Una familia en un monovolumen va al campo. Empieza mal el asunto en El tiempo del lobo sabiendo la que nos armó el cruel director con un comienzo similar en Funny games. La familia de cuatro miembros llega a su cabaña y se dan cuenta que hay okupas armados en el interior.
En un diálogo reposado vemos al cabeza de familia intentando razonar con los invasores hasta que de repente, en pleno impulso no deseado, ¡BANG! El padre coraje cae muerto sin previo aviso y con gran estruendo antes del minuto seis de metraje. Contando los dos minutos de créditos iniciales. Justo después de ser este abatido, ahí están el rostro de Isabelle Huppert ensangrentado, una dosis de vómito en primer plano y la maldita mujer del asesino gritando como si fuesen a prohibir el ruido. Quizá el personaje más odioso que ha pasado por un filme de Haneke.
Y así, partiendo de la base de un argumento desconocido nos encontramos poco después de bruces con un film apocalíptico en el que la madre tiene que proteger a sus dos hijos ante la anarquía que impera en el mundo durante más de cien minutos de metraje que aún quedan por desarrollarse, sin el que parecía el personaje más fuerte.
La Hoguera (El tiempo del lobo)
Seguimos con El tiempo de lobo y damos un salto enorme desde la escena inicial a la final. Tras todos los inconvenientes vividos, ya acampados en un viejo apeadero conviviendo con mala chusma, el trío protagonista ya ha perdido cualquier esperanza. Habiéndose encontrado con un tren a mitad de película que podría salvarles, la familia espera al lado de la vía con otros personajes a que vuelva a pasar otra locomotora que los rescate del desastre que asola la región. No tenemos muy claro qué catástrofe ha sucedido pero un dibujo colgado en una pared parece indicar que alguien lanzó una bomba atómica con funestas consecuencias. Y así entonces nos muestra Haneke cómo sería un campamento de refugiados vivido en las carnes de la clase media europea en la segunda mitad de metraje.
En los últimos minutos del film, que dan imagen al cartel oficial de la película, vemos al niño protagonista avivar una hoguera a la que tiene pensado tirarse para acabar con toda su desolación. Tomándose el sádico director su tiempo para hacer sufrir al espectador mientras ve al personaje titubear, cuando parece que va a dar el salto definitivo, afortunadamente para nosotros, quizás no para él, un secundario lo aplaca y evita la catástrofe. Ya a salvo, abrazándole éste e intentando calmarle, el niño explota de rabia diciendo que ningún tren volverá jamás. Justo para cerrar el filme con una imagen en travelling donde intuimos un raíl justo por debajo del plano.
¿Existe otro tren realmente? ¿Va a hacia el apeadero? ¿Es el tren que vimos a mitad de película alejándose hacia un lugar seguro? ¿Disfrutas viéndonos sufrir, Haneke?
El cuchillo en la manga (Funny games)
Volvemos con Funny games, para resaltar un objeto inanimado que nos hace guardar un rayo de esperanza en la caja de Pandora una vez que todos los males se han liberado: el dichoso cuchillo. Antes de que lleguen los secuestradores a la casa, vemos cómo padre e hijo maniobran en el velero junto al lago. Al retirarse ambos, tras un pequeño puntapié accidental, la cámara se fija de manera insistente en un cuchillo que cae y queda escondido en el casco del barco, llamando nuestra atención, sabiendo que más tarde cobrará protagonismo.
Efectivamente, tras todos los horrores sufridos, la madre, única superviviente en la recta final de la película, es amordazada por enésima vez y llevada al velero. Los dos villanos se encuentran frente a ella cuando de repente uno de ellos gira la cabeza y la ve intentando librarse de las ataduras con el cuchillo salvador.
Pues en un gesto simple y sin complicaciones, el malhechor coge el cuchillo, lo tira por la borda, recrimina la actitud a la protagonista con cierta sorna y ¡Alehop! Mujer al agua. Inmovilizada. Fin.
Arno Frisch (Benny’s video / Funny games)
Segundo intérprete a resaltar en esta lista. El digno heredero de Damien de La profecía que vemos en Benny’s video y el incómodamente carismático torturador de Funny games. Un actor que más allá del cine del diablo bávaro no ha hecho cosa reseñable. Por tanto, siempre será recordado por esa mirada penetrante cargada de maldad, apenas camuflada al combinarla con una sonrisa seductora. Reposa en él la gran responsabilidad de haber puesto cara a dos de los personajes más terribles creados por Haneke.
Un apático adolescente con instintos homicidas que utiliza su cámara para recrearse con el sufrimiento en pantalla, descendiente directo del Peeping Tom de Powell pero sin variar su gesto impasible a lo largo de todo el film. Una vez involucrados los horrorizados padres en el asesinato de una compañera, finaliza todo con una astucia y terrible jugada por parte de Benny que cierra el filme igual que lo empieza: con un rostró gélido, mirada impasible y un terrorífico silencio sepulcral.
Y qué decir de su papel en Funny games. Ese simpático y violento torturador que nos hace cómplices de su locura hablando directamente con nosotros, giñándonos un ojo y mostrándose comprensible con nuestro horror, sonriéndonos y dirigiéndose a nosotros de forma amable, justificando todos sus actos en pos de una película verosímil, para entretenimiento de los espectadores. Todo por y para nosotros.
Eva, la hija de Isabelle Huppert en El tiempo del lobo se despierta en medio de la noche al escuchar un jadeo. Se encuentra con todo el mundo durmiendo y al girarse queda petrificada al ver cómo alguien al que no logramos identificar viola a una joven, cuchillo reluciente apoyado en su garganta.
Justo en ese momento su hermano se despierta y ella corre a taparle los ojos y los oídos mientras solloza. Una de esas imágenes impactantes lanzadas a quemarropa contra nuestras retinas que tanto le gustan al retorcido cineasta.
Isabelle Huppert (La pianista / El tiempo del lobo)
Posiblemente la mejor actriz actual. Y digo posiblemente, pero podría perfectamente omitir el adverbio. Una figura de porcelana lanzada al vacío que sabemos que cuando toque el suelo va a hacer un ruido ensordecedor. Una mujer contenida que acumula la ira hasta que estalla cual desastre nuclear. Hasta en dos ocasiones hemos visto a esta mujer con Haneke: La pianista y El tiempo del lobo. Y muy pronto llegará la tercera, de la que ya hemos visto en el tráiler un segundo en el que mira a una ventana y se gira llorando. Solo por eso ya valdrá la pena ir a ver Amour.
Si en algún momento la expresión tour-de-force cobra sentido, es viendo su interpretación en La pianista. Cómo pasa de un polo a otro de la personalidad del complejo personaje. De los arranques frenéticos de locura a la calma, y viceversa, casi sin inmutarse, convirtiendo su actuación en el drama o el mismo horror plasmado en un rostro. A destacar cabe la escena en la que su alumno toca una pieza mientras a ella la carcomen los celos. Escena en la que en un solo segundo, un brillo en la esquina del ojo revuelve las entrañas del más pintado.
Jennifer Rush (El séptimo continente)
No. No ha actuado en ninguna película de Haneke, pero sin duda sería algo digno de ver. En cambio, ¿qué mejor forma de retratar la desconexión de toda una familia entera del resto de la sociedad que con un himno de la hiperglucemia como es The Power of Love?
Ese fascinante retrato de la familia deprimida, minutos antes de suicidarse, que tras destrozar su vivienda se sientan a ver la tele. Como si fuese una familia normal, con su conformismo ante cualquier cosa que pasen por cualquier cadena en horario de prime-time después de la cena. La oscuridad, el insoportable silencio y el inexplicable éxito internacional del vibrato de Jennifer Rush, presencias siniestras ante el vaso de leche con narcóticos que la niña toma por voluntad propia. El principio del horrible final, que no hace más que acentuarse al contar con esa One Hit Wonder de la radiofórmula de fondo.
Nuestra mente jugándonos malas pasadas (La pianista / El séptimo continente / Caché)
Una vez que conocemos bien al austriaco hay en ocasiones que la tensión de la propia película hace que inconscientemente nos adelantemos erróneamente a aquello que el director nos tiene guardado. No son pocas las veces en la que nos deja preparada una escena en la recta final para que pensemos que vamos preparados para el horror. Pero no.
Lo que cuento es fácil de explicar. Hay en algún momento de sus cintas en las que un personaje cambia repentinamente su forma de actuar y nos choca demasiado. Normalmente suele ser una habitación aislada y con él se encuentra un personaje más frágil y débil que el primero. Es entonces cuando en alguna ocasión pensamos que alguien va a ser asesinado, pero no.
Tres ejemplos fáciles: El primero, en La pianista, cuando el alumno irrumpe en la casa de la protagonista, encierra a la madre y golpea a la profesora. Se queda inmóvil unos segundos pensando que va a recibir el golpe de gracia y no. Se va por donde vino.
Otro más claro es en El séptimo continente. Cuando vemos que la familia prepara un viaje cuyo destino no conocemos y vemos que encargan un costoso catering como cena. Ahí, cuando una terrorífica mirada en plano fijo a su propia hija nos hace pensar que todo lo que llevamos viendo sin comprender desde hace más de una hora es que los padres planean el asesinato de la pequeña. Pero tampoco. Tampoco al cien por cien, mejor dicho.
Y el más claro de todos es en la recta final de Caché, cuando el protagonista, de cuya inocencia o culpabilidad aún no somos conocedores, se encierra en su habitación con su mujer y este, en silencio, cierra las cortinas sin que responda a las preguntas de Juliette Binoche, de manera tosca. En un plano fijo con la boca de su mujer semi-abierta, en la que tememos que el desenlace de la historia sea el homicidio tras el horror que viene de presenciar el personaje de Auteuil minutos antes. Pero tampoco, una vez más.
Y es que al parecer, a Haneke le gusta jugar con el espectador. Novedad absoluta a estas alturas.
Escondite inglés (Funny games)
Uno de los juegos macabros de los secuestradores de Funny games llega cuando los secuestradores deciden utilizar la escopeta por primera vez. El juego es muy simple: rifan entre los tres miembros de la familia contando hasta cuarenta a cuál dispararán el primero. Tras el planteamiento, vemos cómo la serie de números ascendente se convierte paradójicamente en una funesta cuenta atrás. Uno de los dos secuestradores sale de la sala para ir a buscar un aperitivo y la cámara lo sigue a la cocina, donde oímos un disparo que interrumpe el juego antes de llegar al final. Al volver, un plano del televisor manchado de sangre y una discusión de fondo que nos explica lo ocurrido: alguien ha intentado escapar y por hacer trampa, ha perdido.
Los secuestradores se van y se pasa entonces a un plano fijo de la sala en la que Haneke, que a esta altura de película ya debe de estar aplaudiendo lleno de gozo al imaginar nuestro mal cuerpo, nos invita a otro juego: el escondite inglés. Tres personajes inmóviles y un rastro de sangre. ¿Qué ha sucedido? ¿Quién se va a mover y quién no? Pasan los minutos y los dos supervivientes intentan zafarse de sus ataduras, dejando el cadáver del finado detrás. Todo en un plano fijo.
El mando a distancia (Funny games)
Seguimos con Funny games para recordar el momento más tramposo, injusto a la par que brillante y digno de un malnacido que hemos presenciado en pantalla en los últimos quince años: la escena del mando a distancia.
Hay que cometer otra baja en el grupo por el bien del espectador, no hay otra. Arno Frisch se lo explica al matrimonio protagonista, así que toca jugar de nuevo: una plegaria dicha al revés de forma correcta dotará a la sufrida mujer con el dudoso honor de elegir quién morirá primero y con qué instrumento. Pero mientras el secuestrador explica las reglas, algo se tuerce y sale, miren ustedes, bien: Lothar coge la escopeta y mata al secuestrador menos carismárico. Los gritos de alegría en una sala al ver este momento de la película solo son comparables a un gol de la selección española de fútbol en un bar. Pero Frisch recoge el mando a distancia, rebobina el metraje y evita que su compañero reviente.
El gol era en fuera de juego. Hemos pecado de ilusos. No olvidemos que es él quien sirve de puente entre la ficción y la realidad, entre los actores y los espectadores, velando siempre por el bien de la verosimilitud y el entretenimiento para conducir el filme a buen puerto. Que no se nos ocurra alegrarnos.
La compañera de Benny (Benny’s video)
Una de las escenas más insoportables de su filmografía tiene lugar en su segundo film para el cine, cuando una inocente colegiala acepta la invitación de Benny para ir a su casa y allí llama su atención un extraño artefacto. Una pistola de aire comprimido que vimos utilizar con un cerdo al principio del film, suceso que despierta la curiosidad del protagonista por la crueldad y la violencia a través del objetivo de una cámara. Así, lo que parecía un inocente juego de niños retando al atrevimiento acaba en tragedia cuando Benny, impasible, utiliza la pistola contra su compañera y para nuestro horror descubrimos que lo está grabando todo en vídeo. No solo eso, sino que además tenemos que soportar los jadeos de la víctima moribunda durante un par de eternos minutos que sin duda hielan la sangre del espectador.
Más adelante en la película volveríamos a escuchar los jadeos cuando los padres visionan la cinta. Jadeos que siguen helando la sangre una vez tras otra, por supuesto. La ausencia de factor sorpresa no es que sea un paliativo muy eficaz en este aspecto, para nuestra desgracia.
El trazo de sangre (Caché)
En Caché el momento más peliagudo de todos es aquel en el que el antiguo amigo de la infancia del protagonista, que este cree culpable del acoso que recibe por parte de un anónimo, le da cita en su apartamento. Tras saludarse oscamente, el anfitrión saca una hoja de afeitar de su bolsillo y sin tiempo apenas a terminar la frase “Quería que estuvieras presente” se degolla delante del paralizado Auteuil. En menos de tres segundos un hombre cae muerto contra una silla y una mancha roja inunda la pared, convirtiéndose en la imagen del póster del film. Haneke domina muy bien este estilo de violencia. Directa, seca, sin artificios, ni música ni apenas reacciones. Una manera de filmar que ya le ha valido un puñado de interesantes discípulos en el cine europeo. Entre ellos, destaca el griego Giorgios Lanthimos, con su enorme debut Canino en la pantalla grande. Una cinta que nos ha hecho mirar los reproductores VHS, las cintas de vídeo y las mancuernas de forma distinta después de aterrorizarnos hace un par de años con diversas escenas en su película.
Pero retomando Caché debemos detenernos en lo horrible de la estampa citada. Para empezar, al igual que en gran parte del film no sabemos si el plano que vemos está siendo grabado por uno de los personajes o no. Es decir, si es otra más de las cintas que los protagonistas reproducen desde el principio o de la película o si es el propio encuadre del film. Ahí esperamos una reacción, dentro del plano o fuera de él. Pero parece que no, que no es una cinta y lo estamos presenciando en tiempo real. Además, tampoco obtenemos reacción ninguna por parte de los dos personajes en pantalla. El protagonista está en shock y el degollado, lógicamente, no se mueve un milímetro. El único movimiento que percibimos es el de las gotas de sangre arrollando la pared. Y como ya es costumbre. El silencio. Siempre el silencio. No hay orquesta.
Australia (El séptimo continente)
La familia protagonista lleva una rutina casi insoportable que en la primera hora de visionado del filme resulta soporífera. Todos los días desayunan a la misma hora, sus trabajos son monótonos, la niña se aburre en clase hasta el punto de fingir que es ciega y todas las veces que salen del túnel de lavado se encuentran de bruces con un cartel que les recuerda lo maravilloso que es Australia, un lugar de ensueño con la pequeña particularidad que queda en la otra punta del planeta y para ellos es imposible llegar hasta allí.
No es hasta pasada la primera hora de la película que empezamos a comprender qué sucede. Que los bienes despojados no son para costearse el viaje al quinto continente, Australia, sino al séptimo continente. Es ahí cuando comprendes la insoportable primera hora de película. Cuando el padre enciende una lámpara en la madrugada tras ser atormentado en sus sueños por el fabuloso cartel de Australia, noche tras noche. Cuando el desencanto con la rutina hace que no se sientan acordes a la sociedad coetánea y entonces decidan emprender un viaje sin retorno al séptimo continente, la muerte, ya que es la única salida posible a la depresión que invade el ánimo de los tres.
Cuando aparecen los créditos finales, lo único que deseas es que esa noche no aparezca la imagen del cartel de Australia en tus sueños. Terror psicológico en estado puro. ¿Y la próxima película de este hombre se va a llamar Amour? Id preparados para que nos destroce la vida una vez más, pues ha elegido uno de los títulos que más pánico me da ver en manos de este hombre. El otro era: Heidi. A Michael Haneke’s Adaptation. No sé si habré salido ganando.
La tortura y la muerte real de animales para el cine o para cualquier tipo de «disfrute» humano es sencillamente repugnante.
Pero para comértelos no, claro.
Eso da para otro debate, muy antiguo, y no pretendía transportarlo aquí.
Por qué da para otro debate? no estabas hablando de la muerte de animales para disfrute humano?
Porque cuando comes, te alimentas, no disfrutas con la tortura de un animal. Es muy maniqueo comparar el toreo con comer carne.
Eva simplificar un artículo asi como lo has hecho no es fácil. Enhorabuena.
La escena de funny games del mando me parece buenísima. De hecho es lo único que salvaría de ese recital de violencia gratuita
Sólo era un apunte sobre la utilización de los animales para escenas reales, de las cuales hay varios ejemplos en el artículo, hechos por otros directores. Me parece legítimo criticarlo, perdona si te molesta.
Me gusta mucho lo que he visto de Haneke, ojalá pudiera disertar más, pero no puedo leer el artículo entero para no comerme spoilers.
Sí que estamos a la defensiva, sí.
Me gusta, buen artículo. Dices cosas en las que no me había fijado.
¡Haneke, brrrrrutal!
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Si se le reprocha a «Funny Games» ser un «recital de violencia gratuita», definitivamente hemos perdido el rumbo.
Estoy al 100% de acuerdo con ‘Maestro Turronero’: tachar a Funny Games de ser «un recital de violencia gratuita» no me parece nada apropiado. En Funny Games, como en toda su filmografía, Haneke no sólo crea una atmósfera fría, sucia y cargada de tensión, sino que además te lo hace con historias y personajes que amartillean la psicología del espectador. Pienso que es algo que hoy por hoy sólo unos pocos pueden recrear. Y cuando digo pocos, lo digo porque se cuentan con los dedos de una sola mano.
Todo el cine de Haneke reflexiona sobre la violencia y sobre nuestra relación con ella: ya sea como espectadores, como ciudadanos occidentales, como seres humanos o como mamíferos. Si no se entiende esto, no se ha entendido nada de su cine. Os recomiendo que veáis alguna de las entrevistas que le han hecho (suele hacer una por cada película) y que pueden encontrarse fácilmente en internet.
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