Si aceptan ustedes que la comedia no es solo un género, sino una actitud, podríamos decir que este blog irá sobre comedia en general y sobre la vida en particular. Y comienza con un post dedicado al “grito”, porque la comedia tiene mucho de eso, de grito, de queja, sobre todo esa en la que una sola persona se sube a un escenario para decirle a otras que todo lo que parece que está bien, en el fondo está mal.
Es lógico que en un mundo inundado de estímulos suela ganar el que más grita. Pasa en los mercados callejeros, donde los verduleros justifican su fama; sucede en los programas de televisión, donde la mayor audiencia coincide casi siempre con el programa con más gritos por minuto, incluyendo los partidos de fútbol. Pasa en el porno, donde a la sobreabundancia de silicona y centímetros de falo se une una sobredosis de gritos que tampoco se corresponde con la realidad del ciudadano medio. A menudo, la mala comedia se apoya en el grito. En ocasiones, la buena, también. El grito es una llamada de atención. Se grita cuando algo te duele, o te molesta, se grita para pedir ayuda, para abroncar a alguien, para mostrar enfado o desesperación. Se grita para que la gente se entere de que pasa algo. Hay quien menosprecia el grito por asociarlo a la vulgaridad, a lo gratuito. El grito, efectivamente, puede hinchar lo banal, pero también marca la realidad con un rosa fluorescente de lo más eficaz. Todos los cómicos recurren de un modo u otro al grito en algún momento de sus carreras. Algunos puristas lo consideran el camino fácil, como decir mucho “follar” o “puta”, o hablar de por qué las mujeres van juntas al baño. Otros hacen de él su distintivo. En todo caso, es inevitable cierto grado de decibelios al hacer un monólogo. Normalmente el Stand Up se hace en un local de copas, donde solo tienes un micro y un taburete, a veces ni siquiera un escenario. Cuarenta, sesenta, cien personas que llevan un par de horas bebiendo no tienen por qué haber acudido al bar para ver un monólogo, y mucho menos el tuyo. Hay que hacerse notar. Puedes llevar un texto trabajado, pero si no entonas, si no fuerzas la voz y sacas el feriante que llevas dentro, es probable que el local se llene de murmullos de gente distraída que quiere que termines para seguir la noche en otra parte.
El monologuista tiene algo de predicador, que grita para convencer y para intimidar. Como ejemplo evidente tenemos al norteamericano Sam Kinison. Antiguo predicador pentecostal (profesión que ejercían sus padres, no se le ocurrió a él solo), Kinison se divorció, dejó su compromiso con la iglesia, se convirtió en cómico, y adaptó el estilo gritón y apocalíptico a un discurso de lo más incorrecto que, entre susto y susto, soltaba perlas contra el pensamiento dominante. Hablamos de los años ochenta, pero su texto es actual, ya que el pensamiento dominante entonces es el que sigue dominando ahora. Muerto en accidente de coche en 1992, su grito es quizá el más famoso del Stand Up mundial.
Como dijo David Letterman al presentarlo en su late show, “agárrense, no estoy de broma, denle la bienvenida a Sam Kinison”
En España los monologuistas también gritan, y muchos bastante bien. Hacer reír no es solo cuestión de ritmo, de gestos o de texto; es también tono, volumen y contraste, un apretar y soltar cuerdas vocales cuando toca. Solo hay que ver monólogos de Kaco, Don Mauro o Miguel Esteban, maestros del control de agudos y graves para sacar risas. Y si alguien escenifica el complemento y reverso perfecto de Kinison en nuestro país, ese es Ignatius Farray, el loco que ha puesto de moda el “grito sordo”.
Grito Sordo de Ignatius
Ignatius es uno de los monologuistas más comprometidos con el género del monólogo. Favorito de jevis, punkis, colgados, chicas duras y sibaritas de lo distinto, es casi entrañable ver a este animal de escenario gritando “Se acerca el Apocalipsis, y la prueba más clara es que yo esté aquí arriba diciendo esto”, o “La comedia salvó mi vida cuando su Dios me tocó con varios tentáculos”. Mi momento preferido es cuando, ya sin camiseta, sudado, desde detrás de sus gafas de miope enajenado, espeta a alguien del público: “¡Mírame!¡Yo soy tu futuro!”. Si aún no lo conocen, vean su Especial Pata Negra en Youtube. Si quieren algo más fino, pero no menos interesante, vean a Ricardo Castella, que no grita por fuera, pero sí por dentro (ver su monólogo sobre el sótano del ser humano, no tiene desperdicio). A los puristas del volumen bajo, solo decirles que están muy bien esas silenciosas tiendas Gourmet, pero también es bonito bajar al mercado de vez en cuando y pelearse con el verdulero.
Caray, el gran Miguel Iríbar escribiendo en Jot Down. Con lo que a mi me gustan los monólogos estoy seguro que disfrutaré mucho leyendo estos artículos.
Espero que no quieras decir que el humor de Ignatius es grueso… yo creo que es bestia y fino a la vez, nunca grueso. Si has tenido ocasión de verle actuar en un tugurio (no en sus videos de youtube, donde es esencialmente lineal ) habrás podido apreciar que tiene su propia metodología, carpeta de apuntes en mano. A lo mejor el método no lo inventó él, pero aún así le considero como el mayor ideólogo del humor de este país.
Jaja, tranquilo, no puedo ser más fan de Ignatius, aparte de que hablamos de un buen colega y compañero de bastantes bolos y postbolos
Una entrevista a Ignatius sería casi tan grande como la entrevista de Panero o Anguita.
Genial Miguel!!!… Muchas gracias por mencionarme!!!… La Comedia Prevalecerá!!!…