Hoy no voy a hablar de cohetes, ni de viajes espaciales, ni de neutrinos. De hecho, hoy, no voy a hablar, excepto para presentar a la autora del muy peculiar Cuento de Verano que os ofrece Faster than light.
Diré antes que nada que su velocidad media justificaría ya su participación en un blog en el que venimos hablando de viajes desde hace tiempo. Mi amiga Concha se mueve bastante más deprisa que los mortales comunes, al menos en el sistema de referencia de la Tierra, donde se pasa la vida cogiendo aviones entre dos de sus ciudades; Barcelona, donde es catedrática ICREA de física teórica, y Nueva York, donde es profesora en el C.N. Yang Institute for Theoretical Physics, en la Stony Brook University. Y eso es solo la rutina. Los físicos tenemos el vicio de acudir a conferencias en peregrinas partes del mundo y en el próximo par de meses, Concha tiene previsto pasearse por Japón, Australia, Europa y Estados Unidos. Lo dicho, su velocidad media excede los cien kilómetros por hora, incluso cuando está quietecita. Con ella, uno siempre tiene la sensación de que acaba de llegar y ya se marcha.
Ha sido siempre así, en los cinco lustros que nos conocemos. Escribimos nuestro primer artículo juntos cuando yo aún no me afeitaba (o casi) y ella provocaba infartos en sus primeras conferencias, con su licenciatura recién estrenada y aquella raya a lápiz negro bajo los ojos. Vino a California, donde yo acababa de estrenarme como post-doc aquel verano, uno de sus primeros viajes, que desde entonces se han multiplicado como los panes y los peces.
Desde entonces hemos escrito muchos artículos más, que firmamos con nuestros largos y latinos nombres J.J. Gómez-Cadenas y M.C. González-García. Considere el lector que hace veinte años no había demasiados Gómez, González, García, Pérez o Sánchez estudiando los neutrinos. La gente se confundía, no sabían si éramos dos o cuatro autores, si el tipo de la barba pelirroja (ahora es cana) y pinta de pirata era Gómez-Cadenas y la chica de los ojos negros que dejaba un reguero de corazones rotos a su paso era Gónzalez-García o viceversa. Algunos creían que el guión lo usábamos por ser de noble cuna. Otros pensaban que éramos familia (los cuatro apellidos sonaban igual en las orejas de nuestros colegas). La confusión, de hecho, aún no se ha despejado del todo. Compartimos hoy un proyecto CONSOLIDER, un fósil de los tiempos en que España no era un país arruinado y aún se invertía en investigación. Ese proyecto financia el experimento NEXT que yo dirijo, y un grupo hiperactivo de físicos teóricos liderado por Concha. Y de nuevo, en el ministerio no se aclaran si es Gómez-Cadenas el de la cámara de Xenón y González-García la hiperactiva que publica un artículo teórico al mes o the other way around.
En este cuento de verano, Concha narra una historia digna de la mejor ficción. Una historia que tiene que ver con su nombre, que tanta gente (yo mismo a veces) confunde con el mío.
Cuento de Verano
M.C. González-García
Antes de que naciera, mis padres estaban convencidos de que iba a ser un niño. No se por qué, pero es lo que pensaban. Así que tenían bien escogido un nombre para mi: Joaquín. Era el nombre de mi abuelo paterno recientemente fallecido. Cuando nació mi hermano, 6 años antes, le llamaron Juan José como un hermano de mi abuelo que emigró joven a Brasil y que por alguna razón, la familia siempre recordaba con mucho cariño.
Pero cuando decidí salir a ver el mundo, se encontraron con una niña para la cual no tenían pensado nombre. El de la abuela paterna, Isabel, ya se había usado para mi hermana. El de la abuela materna, Petra, tuvo el veto de toda la familia. Petra en los 60 sonaba realmente feo. Yo así lo recuerdo en mi infancia, pensando «pobre abuela» y lo afortunada que había sido de que se opusieran a que me llamara así. Tuvieron que llegar los 70 y los terroristas alemanes de la Baader Meinhof para que Petra dejara de sonar mal. Lo que daría ahora por llamarme Petra…
El caso es que el único nombre que se les vino a la cabeza fue llamarme como mi madre, Concepción. Pero para que no fuera exactamente igual y darme un algo de diferente, me llamaron María Concepción. Y así, en ese acto de «improvisación con rizo», determinaron que mi vida fuera aún mas complicada de lo que luego vino a ser por su propia historia.
María Concepción es un nombre demasiado largo. A lo largo de mi vida las diferentes instancias donde lo he inscrito, lo han cortado de formas varias. Todo esto era anecdótico hasta que la informática nos trajo las bases de datos y mi vida derivó hacia otros países. Mi nombre, mutilado en formas diversas se transforma en nombres diversos que diversos países interpretan de formas diversas. En Brasil el funcionario de la Receita Federal decidió que Mª, que era como lo habían escrito en el consulado, necesitaba una «explicación oficial», y tuve que ir a solicitar un certificado de que asegurara que en España Mª es abreviación de María. Dos días de papeleo, varias colas…
En la seguridad social norteamericana en Wisconsin se lo comieron, y me llamaron Concepción. Años mas tarde, en el estado de Nueva York se dieron cuenta, y se negaron a darme un carnet de identidad hasta que no lo corrigiera amenazándome con represalias varias por «mentir a la administración». Para corregir el desaguisado tuve que viajar a un pueblo remoto de la isla larga y tragarme más colas. Pero finalmente conseguí llamarme, para la seguridad social gringa, María Concepción González García. Pero en el carnet de identidad del estado de Nueva York no cabe un nombre tan largo, y así pasé (en mi carnet de conducir americano) a ser M.C. Gonzalez Garcia, cosa que por otra parte no sorprendía a nadie, ya que están acostumbrados a las iniciales. Afortunadamente para mí, M.C. Gonzalez Garcia sonaba a nombre de rapero (como M.C. Hammer).
Hasta aquí, nada muy grave. Mi amigo Juanjo también había acabado con nombre de rapero, JJ, de hecho a él ha acabado por llamarle JJ (pronunciado a la gringa, yei-yei) hasta el apuntador. Una podía sobrevivir con estos pequeños inconvenientes, como también se las podía componer con tarjetas de crédito en las que aparece su nombre en tres versiones diferentes (M Gonzalez Garcia, MC Gonzalez Garcia, Maria C Gonzalez Garcia). De hecho, Pilar, la mujer de JJ (que en realidad se llama María del Pilar) se llamaba, durante la época en que ambos vivían en Boston, «Mariadel», así, sin más.
Pero en estas Bin Laden resolvió volar el WTC y el mundo occidental, guiado por el ángel exterminador de Estados Unidos, cayó en la paranoia. El «sistema» decidió protegerse. Pero los business tienen que seguir funcionando. Las bases de datos no se terminan de unificar, los criterios no terminan de definirse de forma unívoca. La desconfianza sistemática se impone al sentido común. Y yo, y mi nombre largo, nos caemos por las grietas…
Intento comprar un billete, pero mi nombre completo no les cabe en la reserva. El billete se emite con el nombre cortado de la forma que les parece mejor. Da igual lo que les diga, «no se puede hacer nada». Por ello no consigo hacer el check-in electrónico, porque el nombre de la reserva no es el nombre en el documento que les doy. Tengo que ir antes al aeropuerto, hacer la cola…. Cuando llego al mostrador a hacer el check-in la misma compañía en ocasiones no encuentra mi reserva, en ocasiones me riñe por no darles el nombre completo (aunque son ellos los que lo cortaron), me avisa de los miles de problemas que puedo tener al entrar en Estados Unidos, y en ocasiones me amenaza con subirme el precio porque me tienen que emitir otro billete con el nombre corregido.
Cuando llego a Estados Unidos todo esto es en vano, porque para la inmigración americana yo soy María García, y ese nombre ha caído en la lista de los nombres a verificar no matter what. Así que, sea como sea, me mandan a las mazmorras interiores donde el tiempo se detiene de forma indefinida. Pero a veces, además, me riñen de nuevo por haberle dado «un nombre falso» a la compañía aérea. A causa de esto, no puedo arriesgarme a hacer conexiones en Estados Unidos. No puedo volar a Chicago vía New York porque no sé cuánto tiempo me puede costar pasar inmigración y la compañía aérea no se responsabiliza si pierdo el vuelo. A causa de ello Iberia ahora decide que la reserva que me hicieron ellos con el nombre que les di, y que ellos mutilaron, no tiene el nombre correcto y la tienen que corregir, eso sí, a mi coste.
Y yo, María Concepción González Garcia, solo quiero ir a Fermilab a trabajar en Agosto. Y ahí están en la agencia de viajes, peleando a ver qué me cobran y quién y cómo me llaman.
Me encanta. Es genial que te rías; que lo cuentes así.
Qué mundo más loco.
Y eso que los españoles, dentro de la rareza que suponen los dos apellidos, tampoco lo tenemos tan mal. Un compañero de doctorado de Sri Lanka (que no está en el eje del mal, pero lo de ser oscurito nunca ayuda) tiene cinco nombres (sí, todos para él), y no precisamente cortos: por ejemplo, Mallikarachchi.
Dos años tardó el DMV de California en mandarle el carné de conducir, una vez aprobado el examen…
Muy bueno el post. Ha sido muy divertido e instructivo para la gente con nombres compuestos. Yos os entiendo a los dos perfectamente. Yo vivo en Alemania y por suerte aquí no son tan quisquillosos para esas cosas. Desde que llegué soy Juan Garcia y punto. Eso sí, cuando les digo el nombre completo se me quedan mirando con cara de atontatos. Un día uno me preguntó si cuando ponía el nombre en los exámenes tenía suficiente espacio.
Los últimos años yo ya paso el control de fronteras americano (normalmente Chicago) con el libro debajo del brazo. Me siento en la salita hasta que me llaman después de comprobar mi nombre y entonces voy a buscar mi maleta que se ha quedado solitaria en la cinta. Lo tengo bastante asumido…
No si servirá pero la última vez en Nueva York se apuntaron algunos datos más : altura, peso, color de ojos,… con un poco de suerte la próxima vez ya no me toca.
Gracias a todos por compartir vuestras experiencias… por supuesto, al que suscribe siempre le tocan los controles «random» no solo en USA sino también en Japón… como dice Jose, uno ya lo tiene asumido…
Vaya, voy a comentar en el blog de JJ (yei yei) Gómez Cadenas, estoy nervioso como un niño chico al que sacan a recitar en clase.
La razón de mi entrometimiento entre semejantes mentes preclaras de la ciencia es que yo soy AGENTE DE VIAJES y quizá pueda ayudarles a comprender algo mejor la situación que en este post describen.
Creo, sinceramente, que sus problemas vienen dados por torpeza del que realiza la reserva en primera instancia. Me explico:
Los sistemas de reservas integrados (o GDS) que conozco, permiten la introducción de apellidos de hasta 57 caracteres (caso de AMADEUS, que es el que más domino). Sin embargo para el nombre a priori no hay restricción ¡¡e incluso se otorga la libertad de limitarlo a una inicial!!
En esta época de paranoia supina, viajar a EEUU se ha convertido en una odisea tediosa para el viajero avezado y habitual (como su caso) y algo terrorífico y casi esotérico para el viajero casual. Esto es así porque se incluyen trámites peregrinos como la previa autorización mediante el ESTA, la prohibición de cerrar las maletas con candados u otros medios en vuelos internos, el ya célebre “cambio de cinta” de las maletas en las conexiones en suelo americano…
Y para nosotros los profesionales se añade un enésimo escalón: el APIS. Que viene siendo ni más ni menos que la constatación de todos los datos relevantes que un gobierno tiene a bien de requerir sobre toda persona que vaya a viajar a su territorio. En el caso de EEUU el profesional debería requerirles al hacer la reserva los siguientes:
– Nº de pasaporte
– Nacionalidad
– Lugar de expedición del pasaporte
– Fecha de nacimiento
– Sexo
– Fecha de caducidad del pasaporte
– NOMBRE COMPLETO TAL Y COMO APARECE EN EL PASAPORTE
– Lugar en el que se aloja durante su estancia en el país.
– Contacto local en caso de emergencia – opcional, este, que majos.
Obviamente la mitad de los profesionales de España ignoran este trámite porque no es OBLIGATORIO para nosotros (en teoría si no lo hacemos nosotros, lo deben hacer los agentes de facturación del aeropuerto).
Y digo sólo la mitad porque la otra mitad de los “profesionales” (estos entrecomillados) ni siquiera saben de esto.
Y después de este ladrillo es cuando llego al grand finale: si el nombre de la reserva aparece con claros signos de no ser real (una inicial), un agente de aduanas puede comprobar el ESTA y nosotros podríamos esgrimir una copia de nuestra reserva en la que aparezca ese APIS y (esto es puramente teórico) ahorrarnos varias horas de espera en las salitas del miedo.
Ojala con estas pistas sus próximos viajes a determinados lugares sean más llevaderos a pesar de los barrocos nombres de los que disfrutan.
Por cierto, el mío es IÑAKI. Genial. Con una letra exclusiva de nuestro idioma y una relación con cierta banda armada de capa caída que durante décadas era cuasi automática fuera del lugar de donde es oriundo.
Espero no haberles aburrido mucho. Un saludo.
Hola Iñaki. Magnífica demostración de que la culpa de los males del mundo no es de las agencias ni de las compañías, ni siquiera de los científicos, sino de los tontos que abundan en todos los gremios.
Es un placer leer vuestros comentarios.
Esta historia me encantó, porque yo, que disfruto de tres nombres y dos apellidos, todos largos y que no caben en ningún formulario…pues he sufrido todo esto y sin viajar!!
De manera que cuando me preguntan mi nombre para cualquier papeleo, paso mi carné y le dijo «elija usted»…y de ahí para adelante, son puros problemas!!
Me llamo María Adriana Gabriela….jajaja