De pequeña pintaba las paredes de mi casa por detrás de las cortinas, pensando que así mi madre no se enteraría. Cómo explicarle que en un papel no era lo mismo. Después, pese a que conservé mi gusto por la pintura, aun abandonada la técnica, jamás logré apreciar un graffiti en una pared. Llámenme clásica, antigua si quieren, pero siempre me parecían formas de suciedad o manifestaciones del aburrimiento juvenil.
Me faltaba, claro, la historia, o alguien que me convenciera de que aquellas palabras pintarrajeadas en los muros tenían un contenido loable. O, si no lo tenían por no tener que tenerlo (aquello del arte por el arte, ya saben), que al menos cumplieran alguna misión estética. Ha sido con este corto documental del colectivo de arte urbano Boamistura que salí del cascarón. Y es así que el color irrumpe entre estas páginas en blanco y negro.
Aun cuando de sobra es conocida la obra de Banksy, cuyo arte se vende como si de un pintor se tratara, o la de Obey, famoso por colaborar con campañas presidenciales de políticos americanos, ambos se situan un escalón por encima de la misma esencia del graffiti callejero. El arte urbano de Boamistura, en cambio, conversa con el mundo, habla con las paredes, ilustra las calles de los barrios más grises con una explosión de sensaciones que son luz en un callejón oscuro. Ni los habitantes de la favela Vila Brasilândia, a las afueras de Sao Paulo, ni los de los suburbios de Cape Town en Sudáfrica, se imaginaban participando en la pintura mural de sus propias calles, porque si algo tiene el graffiti es que pertenece al entorno en el que se crea, y coexiste con sus ciudadanos. Menos aún que el proyecto, integrado dentro de la serie Crossroads de intervenciones participativas en comunidades desfavorecidas, tendría la repercusión mediática que ha tenido, haciéndose eco en la prensa internacional como “el arte capaz de cambiar el mundo”.
Fotografías de la intervención participativa en Vila Brâsilandia, Sao Paulo
Boamistura (“buena mezcla”, en portugués) lo integran un arquitecto, un ingeniero de caminos, un publicista y dos licenciados en bellas artes. Y no es el comienzo de un chiste, sino la suma de cinco talentos que poco a poco se dieron cuenta de que aquello que hacían por diversión —pintar en las calles de su barrio— podía convertirse realmente en su profesión. Aquellos graffiteros que ilustraban los muros de la Alameda de Osuna, empezaron como empiezan los grandes grupos de rock: en un garaje. Su barrio fue de siempre núcleo de efervescencia artística y cultural en muchas de las disciplinas callejeras, a saber: la música, la danza (el breakdance), los malabares (otra forma de danza) y el graffiti (otra forma de pintura, de ilustración, de poesía…). Solo después de muchos encargos ya remunerados cambiaron el garaje por un estudio en el barrio de Conde Duque de Madrid, que ellos mismos decoraron para sentirse como en casa.
Gracias, en parte, a sus viejas amistades del barrio y del boca a boca, y a su multidisciplinaridead, ampliaron sus inquietudes artísticas al mundo del diseño, colaborando con grupos como Pereza o Chambao (con quien ganaron un Grammy al mejor diseño) hasta llevar a cabo proyectos con ONG’s casi por amor al arte. Su historia, como la de cada una de sus intervenciones, es la historia de una pasión convertida en forma de vida. Por ello aunque su actividad principal se desarrolla en el espacio público, donde nació, no desdeñan de ser expuestos en Centros de Arte (el graffiti fuera de la calle, ¿es arte?) o de colaborar para espacios particulares. Dicen utilizar en su día a día una balanza entre lo económicamente rentable y aquello cuya rentabilidad es de otra naturaleza y no por ello descartable. Buscan equilibrar lo que les da de comer con aquellos proyectos autofinanciados que les hacen alimentarse a base de garbanzos el resto de la semana, pero que llevan el color y el mensaje de Boamistura a lugares donde plasmarlo es, además, puede ayudar en cierta manera a sus habitantes.
Paseando por el mapa trazado por sus intervenciones en las calles en estos diez años que llevan juntos, se aprecia perfectamente la esencia de su línea artística, la poética de su forma de hacerse con un espacio. Adaptando su estilo a cada soporte (esto, dicen, es el arte callejero) hay algo que trasciende al propio muro. El diálogo que establecen con los viandantes, con los ciudadanos, con los mirones de su color, con los lectores de sus mensajes es un feedback para el propio barrio y para su gente.
Diamond Inside, Ciudad del Cabo, Sudáfrica
“Cuando llegamos a un sitio vamos observando, haciendo anotaciones en una libreta, y luego nos reunimos y hacemos una gran tormenta de ideas, un tormentín, vamos! Porque aquello es verdaderamente un torbellino. Poco a poco se va creando lo que queremos hacer, y cuando lo vemos claro, vamos hasta el final con ello, aunque no sea tu idea en concreto la que salga. Para eso somos diez manos y un solo corazón, que es el sello de Boamistura”
Dicen tener una línea muy clara a ala hora de elegir sus proyectos. No dicen que sí si no consideran que su arte se identifica con lo que van a representar, y a propósito de eso nos hablan de los proyectos musicales. Ellos también empezaron cantando rap, grabaron hasta alguna maqueta… de eso dicen que no queda nada, pero sí en sus gustos musicales. Cuentan que les costó aceptar hacer el diseño del último disco de Dani Martín: “Decíamos, no sé si vamos a conectar con esta música, y luego él nos invitó a comer, charlamos, vimos que era un tío de puta madre, y dijimos, ¡claro! ¿Cómo no vamos a hacerle el diseño? ¡si es un tío genial, claro que sí!” Sony ya estaba como loco con ellos desde lo de Pereza y les había insistido muchas veces.
Aun así la línea que separa ambiciosos proyectos del graffiti más puro, el que se hace en la ilegalidad y generalmente por la noche, es delgada e intangible. Guardados en el sótano de su estudio, los uniformes de “ninjas” y los sprays siguen formando parte de lo que entienden por arte urbano. “En Madrid cada vez es más complicado” aseguran “pero nos gusta seguir intentándolo”.
El arte urbano español está entre los tres más importantes de Europa, tras Londres y Berlín. No hay que olvidar a Nueva York y a Sao Paulo como ciudades-templo del graffiti mundial. En esto, los chicos de Boamistura también son claros. Quisieron desmarcarse de la presencia de EEUU en el graffiti español, y por ello escogieron un nombre portugués, que además de gustarles por su sonido y su simbolismo, se refiere al país vecino. Probablemente esta sea la línea que hace que su arte sea cercano y universal a la vez, legible y puro como lo son los mensajes que encontramos paseando, por ejemplo, por las calles de Madrid, en la Librería Fuentetaja: “Tristes armas si no son las palabras”, aquí en un muro “Let the power of imagination makes us infinite”, allá en un callejón “La vida puede ser de color de rosa”. En color o en blanco y negro, estos chicos han conseguido que hablar con la pared sea todo un espectáculo estético y una forma de diálogo con el mundo.
Boamistura para Jot Down Magazine
Fotografía: María Ramiro Martín @emecarewal