Ciencias

¿Y ahora qué?

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Parto de la base de que Internet es lo mejor que le ha pasado a la música y al consumidor en los últimos 10 años. En el estelar papel de víctima frente a los usuarios, cargados con la culpa del asesinato de la cultura, la industria audiovisual ensaya una autoimpuesta ceguera ante un modelo de negocio ya obsoleto. No advertir lo mucho que han cambiado los hábitos de consumo en la última década solamente es posible vendándose los ojos o mirando hacia otro lado.

Se llama pirata, con total impunidad, a cualquiera que descargue un disco o película y, por si fuera poco, se le grava con un canon por si llegara a incurrir en un acto ilegal dejando de lado toda presunción de inocencia. Sin embargo, se pone el grito en el cielo y se toman acciones legales por atentar contra el honor cuando alguien insinúa prácticas mafiosas dentro de la sociedad de autores, que además deja en evidencia una y otra vez y desprestigia todo aquello que dice proteger.

El último esperpento que han ideado para salvar la cultura viene en forma de ley y es popularmente conocida como Sinde/Wert. Otro absurdo intento de buscar culpables, esta vez proponiendo el cierre de webs de enlaces como infalible solución. Resulta asombroso que alguien medianamente inteligente pueda creer que entorpeciendo el acceso a las descargas ilegales (o poco éticas, según quien las mente) se vaya a mantener un formato de negocio que lleva tiempo pidiendo una eutanasia. Sinceramente, dudo que la aplicación de esta ley consiga incrementar las ventas de lo que suena en las radiofórmulas, ni que logre aumentar el apoyo a nuevos grupos. Esto último lleva siglos sin ocurrir entre los gigantes de la industria musical, pero sirve como excusa y queda muy bien de cara al público. En este contexto, lo más probable es que vuelvan a florecer viejas y nuevas redes P2P y comunidades privadas de intercambio.

Resulta curioso lo poco que parece interesar, a la hora de mostrar números, el aumento de asistentes a conciertos y festivales. Parece que el consumidor, al fin y al cabo, sí gasta su dinero en lo que le gusta y se puede permitir, de lo que se puede deducir que el producto interesa, pero el formato en que se ofrece no siempre es atractivo. Eventos como Primavera Sound marcan records de asistencia año tras año, no es difícil ver sold-out en los conciertos ni encontrar actuaciones de grupos que otrora sólo se podían ver acercándose a su local de ensayo con unas cervezas. 

Habría que aprovechar el enorme trampolín a la inmensidad que supone Internet, que puede ser más que útil si se emplea adecuadamente. Puede encontrarse promoción, distribución y todo lo que cualquier artista pueda necesitar a golpe de clic y de manera asequible o incluso gratuita. Si a esto se le añade que es mucho más sencillo tener acceso a un home-studio, se obtiene un panorama antes inexistente o cuanto menos diferente. Atrás queda la época en que si una discográfica no sacaba tu maqueta al mercado, no te escuchaban más que tus amigos y familiares. De acuerdo que publicar un trabajo en Internet no asegura fama ni escuchas, pero da acceso al escaparate más grande del mundo y a la vez, la Red se enriquece culturalmente.

A pesar del bombardeo que sufrimos desde la televisión, radio, etc. tenemos la suerte de poder elegir entre un inmenso catálogo y en varias plataformas, lo que nos permite escapar de las radiofórmulas de superventas para llegar a contenidos más personalizados o menos conocidos.

No todo se consume gratis

A día de hoy las ventas en iTunes Music Store suponen más de la mitad de las ventas totales de música a nivel mundial, y en países como Estados Unidos o Japón superan fácilmente a las ventas físicas. En nuestro país la situación es muy diferente: la cifra baja hasta el 20%, lo que deja a España como el mayor consumidor de las denominadas descargas ilegales. Estos datos vienen en parte impulsados por impopulares medidas como el canon que aplicaba la SGAE hasta hace poco, aunque eso no los justifica. La posibilidad de comprar canciones sueltas y discos a precios más ajustados que los del formato físico y la proliferación de reproductores portátiles tienen gran parte de culpa, el formato iPod/iPhone + iTunes tiene aceptación y éxito a partes iguales.

Por otra parte, existen servicios de streaming gratuitos y de pago como Grooveshark o Spotify. Este último ha llegado recientemente a los 3.000.000 de usuarios de pago, lo cual supone el 20% de los usuarios totales de la plataforma. Es cierto que con el formato streaming se pierde el romanticismo de escuchar un disco por primera vez con el libreto en la mano, o la sensación de sacar un vinilo de su envoltorio, pero la realidad es que estos programas son cada día más utilizados y suponen un recurso en alza para gran cantidad de usuarios.

El cine también se suma a la moda del streaming: servicios como NetFlix o Hulu adelantan ya al mercado físico de Blu-Ray y DVD y han superado en lo que va de año los resultados de todo el 2011. Su atractivo servicio a la carta por un precio más que asequible (unos 10 € mensuales) y la buena calidad de los formatos en que se ofrece el contenido son las claves de su éxito. Que este tipo de servicios no fructifique en España se debe a una sencilla razón: además de la falta de propuestas locales, cuando una plataforma como NetFlix o Hulu ha querido entrar en nuestro mercado se ha encontrado con unos desorbitados pagos por derechos, lo cual ha frenado o retrasado, en el mejor de los casos, la más que esperada entrada de estas plataformas en España.

Dentro de las opciones patrias, la más destacable es Filmin. El proyecto de vídeo bajo demanda creado por Juan Carlos Tous goza de muy buena prensa. Ofrece un completo catálogo de cine independiente que cuenta con más de 1.700 títulos, al que se suman las 42 series que hay disponibles por el momento. Filmin nos da la opción de alquilar una película o episodio, o bien suscribirnos a un servicio premium en el que unos 15 € permiten acceder a todo el catálogo con excepción de las series e incluso nos brindan la posibilidad de utilizar la plataforma desde un iPad. El hecho de que las series no estén incluidas en el paquete premium le resta atractivo, más si tenemos en cuenta que por un precio similar se pueden incluso obtener en formato físico, pero no por ello deja de ser una alternativa a tener en cuenta, siempre y cuando se busquen películas que disten mucho del palomiteo.

Es incomprensible que una maltrecha industria como la del cine no aproveche el momento para avanzar y crecer junto a este tipo de plataformas, en vez de torpedearlas y seguir estirando un modelo que sobradamente ha demostrado estar agotado. El éxito de estos servicios en otros países debería ser un aval más que suficiente para admitir que es algo beneficioso para todos.

Los artistas, esos incomprendidos

A diario nos llegan noticias sobre cómo el actual estado de la industria musical impide que florezcan nuevos artistas y cómo los que ya son conocidos y gozan de una exitosa carrera lo tienen casi imposible para sacar nuevos trabajos. Sin que esto deje de ser cierto en parte (hay crisis en el sector, eso es obvio), quiero incidir en el trabajo de esos irreductibles que conforman algunas pequeñas y generalmente artesanales discográficas y algunos artistas. Un mayor control de todo el proceso, hacerlo uno mismo, un margen de beneficios enfocado al artista, con el consiguiente ajuste de precios, además de un proceso por lo general más artesanal, son algunas de las virtudes de la autoedición y parte de las razones de peso que mueven a alguien a autoeditarse. Que nadie confíe en tu trabajo o que lo hagan bajo abusivas clausulas también tiene mucho que ver con esta elección.

Como caso de éxito podríamos citar a la cooperativa Marxophone en la que encontramos a gente como Nacho Vegas, Fernando Alfaro o Refree, quienes, ayudados de un grupo de profesionales del medio (los cuales se ocupan desde la grabación al management y diseño de la gira), editan sus propios trabajos con éxito y sin presiones ni imposiciones de ningún tipo. Es un trabajo duro, sí, pero altamente gratificante.

Muchos son también los que han optado por medios como Bandcamp para promocionarse y distribuir su obra. Bandcamp es una suerte de Myspace bien hecho, en el que se pueden encontrar tanto artistas noveles como consagrados, que cuelgan su trabajo para que pueda ser escuchado online, descargarlo gratuitamente o para que se pueda adquirir una copia digital o física de cualquiera de sus trabajos, entre otro tipo de merchandising. Fácil, sencillo y extremadamente útil, Bandcamp cubre un hueco que estaba un poco huérfano.

Bonus track

Cabría destacar también el papel del crowdfunding, al cual la música también se ha sumado. El crowdfunding nace de la necesidad de financiación para sacar adelante un proyecto; en este caso y por norma general, la financiación viene en forma de microdonaciones. Casos recientes como los de Joan Colomo (La Célula Durmiente) o Jero Romero (exvocalista de The Sunday Drivers), que han acudido a este tipo de financiación para sacar adelante sus últimos trabajos, nos indican que es un método en boga actualmente.

Además de las microdonaciones, también se está utilizando el método “¿Quieres que saque un nuevo disco? ¿Lo comprarías antes incluso de que lo haya grabado?” El resultado se evidencia en que el número de copias que se editan es igual al número de copias reservadas o compradas de antemano. Aquí tenemos un modelo más que adecuado para muchísimos artistas que se escapan de las millonarias ventas que maneja el star-system mundial, que sumado al resurgir del vinilo nos ofrece un interesante nicho de mercado por explotar.

Teniendo en cuenta que los hábitos de consumo han cambiado y que el panorama es oscuro, es necesario reinventarse, que cada uno busque su hueco, y continuar. Opciones hay para todos los gustos.

 

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3 Comments

  1. Que tomen nota de Steam y gog.com en el mundo de los videojuegos. Los primeros en adaptar-se y al que le siguen cada vez más las grandes distribuidoras. La razón es simple: facilidad de uso, comodidad, precios acordes a la diferencia entre distribuir físicamente y digitalmente, buen trato con el cliente (regalos, ofertas, etc.) y crearlo a nivel global, con un sólo mercado.

    Esto último lo digo porque en el mundo de la música y el cine parece que sea imposible por las legislaciones ultra-protectoras de las grandes que existen en cada país. Netflix debería llegar a Europa y al mismo precio, con las mismas condiciones, arrasaba seguro (miedo deben tener las cadenas de televisión cuando jugaban a joderles la emisión de series). Google Play es más barato que iTunes, pero no está disponible en nuestro territorio… La colección de Zune es impresionante, pero AH! en EUA la subrcripción anual añade aparte del streaming ilimitado 10 canciones cada més a tu colección (como si las hubieras comprado), una buena oferta, sin embargo aquí no…

    Los consumidores estamos hartos de que se nos trate como gente de segunda y lo que es peor y que bien denuncias en este artículo, como criminales. ¿Soy un criminal por buscar como loco entre torrents el último disco de Álfheimr? ¿Lo voy a encontrar legal disponible en España en cd? ¿En streaming? ¿En iTunes/Zune? NO.

    ¿Acaso tenemos que sentirnos culpables porque el bueno de Alejandro Sanz no podrá comprarse otro yate que aparcar en su mansión de Miami? ¿Y dice que eso seria apoyar la música española? Que se vuelva a España y pague aquí sus impuestos y hablaremos entonces de si me digno siquiera a escuchar en una de las cansinas radiofórmulas una de sus canciones…

    En la situación actual que los ladrones han aflorado más que nunca entre esos directivos, entre SGAEs, entre políticos y familias reales, entre grandes empresarios y no hablaré del tema economía especulativa de los bancos… en esta situación que nos tienen a todos con la soga al cuello y viendo como se ríen de nosotros, ¿qué les hace pensar que tienen derecho a llamarnos criminales? ¿Acaso lo sucedido con toda esa evasión de impuestos, con todas esas pequeñas discográficas independientes a las que les hacían jugarretas para no entrar en las radioformulas? Dejan bien claro quiénes son los piratas… y encima con ayudas legislativas por detrás… con patente de corsario.

  2. Pingback: Jot Down ¿Y ahora qué?

  3. Galahat

    Cuando se habla de España como líder en descargas digitales hay una parte vital que, para mi gusto, casi siempre se omite. Por el precio con el que en EE.UU o Reino Unido compras dos o tres álbumes de música, en España compras uno. Puedo decir lo mismo de los libros y las series. Compré vía Amazon las 9 sinfonías de Bruckner por poco más de 22€ gastos de envío desde Nueva Zelanda incluidos. La misma edición en España costaba 50€ más. El precio de cualquier serie completa norteamericana se duplica en nuestro país. Hace años que no compro productos culturales aquí porque los precios son absolutamente desorbitados y los consumidores lo pagan porque es a lo que están acostumbrados, pero si por el precio de un libro en Reino Unido compro tres, no sé cómo sorprende tanto el menor consumo de productos culturales legales. No hace falta que recuerde que los salarios españoles no se parecen en nada a los de EE.UU o el Reino Unido, así que los productos culturales a la venta serán legales, pero no dejan de ser un robo al consumidor.

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