Arte y Letras Literatura

Todos los hermosos caballos

Todos los hermosos caballos
Cormac McCarthy
Mondadori

Todos los hermosos caballosEl western se resiste a morir. Cuando Cormac McCarthy publicó Todos los hermosos caballos en 1992 (se cumplen ahora veinte años de su aparición), ya hacía tiempo que el género estaba de capa caída, especialmente desde el colapso que supuso La puerta del cielo (Michael Cimino, 1980). Pero ese mismo año Clint Eastwood estrenó la magistral Sin perdón, y un par de años antes la Academia había otorgado siete Oscars a la disneyana Bailando con lobos, de Kevin Costner. Desde entonces han seguido apareciendo westerns interesantes, como los que trasladan las coordenadas del género lejos del paisaje americano. Pienso en la violenta The Proposition (John Hillcoat, 2005), con guión de Nick Cave y ambientada en el voraz desierto australiano (a destacar la interpretación de Ray Winstone), o en la española Blackthorn. Sin destino (Mateo Gil, 2011), tan irregular como interesante, y que extrae un inédito provecho del paisaje boliviano. La persecución en el lunar desierto de sal es magnífica.

Una vez dado este rodeo cinéfilo para disimular mi ignorancia del western literario (un interesante artículo en esta misma revista rescata la variante más pulp del género), vuelvo a la novela de McCarthy. Mucho antes de que fuese entrevistado por Oprah, el escritor hasta entonces minoritario conoció un gran éxito de público con Todos los hermosos caballos. A ello contribuyó, sin duda, un decidido relajamiento del barroquismo que predominaba en sus novelas anteriores: ni el tono mítico y fantasmal de Meridiano de sangre (1985) ni la gótica ambición de Suttree (1979). McCarthy simplifica la estructura y la trama, además de tallar el estilo hasta dejarlo en el hueso con frases secas y precisas que a menudo dejan escapar el lirismo del enfrentamiento con la naturaleza.

John Grady Cole es un muchacho texano crecido en un rancho con una intensa devoción por los caballos. Cuando muere su abuelo, su amigo Rawlins y él ensillan dos caballos y ponen rumbo al sur. Como Ambrose Bierce, como el cónsul Firmin, como tantos otros que atendieron la llamada irresistible de México, los dos jóvenes cruzan la frontera sin una intención clara, con la ligereza y el optimismo natural de los adolescentes. Por el camino se les une otro muchacho, Blevins, demasiado joven y con un caballo demasiado bueno como para no traer una infinidad de problemas detrás de él. Y, en efecto, los reclamadores de ese soberbio caballo aparecen y obligan a los tres jinetes a separarse. John Grady y Rawlins pierden de vista a su nuevo compañero y van a dar a una enorme hacienda donde enseguida consiguen trabajo. John Grady se gana el aprecio de sus patrones por su habilidad natural con los caballos. Pero también se enamora de Alejandra, la hija del dueño del rancho, e inicia un romance con ella. Al cabo de un tiempo se presenta la policía reclamando a los cómplices de un muchacho que había robado un caballo. El tramo infernal del viaje de John Grady y Rawlins empieza entonces.

Supongo que he cedido muy rápido a la inercia clasificadora etiquetando Todos los hermosos caballos como un western cuando tiene más puntos en común con el viajé iniciático. John Grady y Rawlins sienten el temblor íntimo que empujaba a Ismael a embarcarse, a Robinson Crusoe a no permanecer mucho tiempo en Inglaterra, a los personajes de Stevenson a partir hacia tierras lejanas… Si todos estos tipos estaban embrujados por el océano y se enrolaban en un barco a la menor oportunidad, los protagonistas de nuestra novela, en cambio, tienen una fjación más “continental”, por decirlo así. Su obsesión son las grandes llanuras y la tierra ardiente de la frontera mexicana. Y su vocación la vida al aire libre, lejos de la ciudad y de cualquier comodidad moderna. Sorprende saber que la novela está ambientada en 1949 pues bien podríamos pensar que transcurre cien años antes. Cuando, al comienzo del libro, John Grady y Rawlins atraviesan autovías y campos petrolíferos parece que dejan atrás las ruinas de una civilización acabada para adentrarse en otro territorio más incorrupto y prometedor. La huella de Thoreau es patente en la visión de McCarthy, aunque no puedo evitar pensar en la diferencia entre el Thoreau encerrado en una celda limpia e individual por no pagar sus impuestos y los jóvenes de Todos los hermosos caballos siendo maltratados y temiendo por su vida en una peligrosa prisión mexicana. La vida a la intemperie no es la misma en todas partes.

Una característica común a la mayoría de personajes de McCarthy es su destreza. Lo mismo pueden preparar una trampa para animales que un refugio improvisado donde pasar la noche. El autor describe con riqueza y precisión estas labores y logra con ello algunas de sus escenas más memorables, como la doma de una loba al comienzo de En la frontera (1994). Este doctorado en Bricomanía es imprescindible para sobrevivir en las duras condiciones del desierto y para tener quehaceres con los que ocupar la mente durante el interminable rosario de segundos. Ello facilita una relación primaria y directa con la tierra y los animales, los dos elementos que hacen brotar la vena poética en McCarthy. Todo ello sin sombra de bucolismo, más bien al contrario. Los caballos son animales con los que se establece un vínculo casi personal (véase la serie Luck para observar algo similar) pero también son instrumentos de trabajo con los que dar caza a otas criaturas: la apasionante y frenética persecución de perros salvajes en Ciudades de la llanura (1998) da cuenta de ello.

Primera parte de la llamada Trilogía de la frontera (las otras dos novelas son las mencionadas En la frontera y Ciudades de la llanura), Todos los hermosos caballos es una novela excelentemente escrita, violenta y hermosa. Un extraordinario trabajo de uno de los mejores escritores de hoy.

http://espitolas.blogspot.com.es/

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2 Comentarios

  1. Siempre hacia el sur

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