Arte y Letras Literatura

Miedo y asco en las cartas

El escritor gonzo. Cartas de aprendizaje y madurez
Hunter S. Thompson
Anagrama 2012

El escritor gonzoDinero. Siempre el dinero. Es el A, B, C, D, de dinero. Así se las pasa H. S. Thompson —a partir de ahora Hunter— durante esta extensa y seleccionada correspondencia publicada en Anagrama, intentando ganar algo de pasta. Los argumentos, la queja, la lucha o el insulto son las balas que carga en su mágnum de palabras. ‘Estar en la ruina’, o ‘estar sin blanca’, fueron algunas de las frases que más veces tecleó en las desvencijadas máquinas de escribir en cuanto a cartas se refiere. El escritor gonzo por excelencia nos muestra, en este libro, el lado amargo del oficio. Por esta correspondencia se pasea el hambre, la penuria, la guerra con el mundo editorial, el frío, alguna que otra paliza, la mala vida, el alcohol y las drogas. Pero también la honestidad y la integridad de un periodista comprometido con su escritura,  con su arte. Con sus principios.

La beligerancia de Hunter aminora levemente conforme pasa el tiempo. El periodista deportivo  de la primera  parte de El escritor gonzo (1955-1967) es un tipo sensible y con gran talento, que en muchas ocasiones deviene en desmesura verborréica y agresividad epistolar. Hunter está tan seguro de sí mismo que es capaz de insultar al cielo sin dudarlo. La segunda parte del libro (1968-1976) está marcada por la vida política y su compromiso con lo público, su candidatura a sheriff, el Poder Freak con el que intentó aunar fuerzas y votos en Aspen (Colorado), y su presencia, cada vez más habitual, en las publicaciones norteamericanas. Rolling Stone, Playboy, The Nation…  El camino que tuvo que recorrer, según estas cartas, no fue nada fácil, pero una vez que se hizo un hueco en el panorama de reporteros, cronistas, periodistas… no pasó desapercibido. Imposible. Muchos  quisieron su rúbrica enloquecida encabezando algún reportaje de fondo con marca de la casa gonzo. Mientras otros tantos se echaban las manos a la cabeza. No podía ser de otra manera. Aún así, su lucha por mantener la cuenta corriente a flote no cesó.

Hunter es un periodista que mira hacia dentro para contar lo que hay fuera. Es un hombre al que los hechos no le importan tanto como sus fantasmas escanciados de múltiples sustancias. Es un escritor que mira el mundo a través de unos cristales empañados por el  vaho del whisky y de las papelas acartonadas por el calor del Big Sur. Su voz es incómoda, peculiar, lisérgica, alternativa, afilada y viperina. Vive su época dorada cuando los Estados Unidos tenían medio cuerpo hundido en el cenagal de Vietnam, y Watergate se cocinaba para ser el gran escándalo que fue. En ese sentido, Thompson se cartea con Katharine Graham, popietaria de The Washington Post, incluso le rechaza alguna oferta de trabajo. Era la época en la que había que evitar que Nixon y su panda de mafiosos siguiera empozoñando el sistema. En boca de este periodista con espíritu rimbaudiano, “era el animal que había que exterminar”, cuando se refiere al presidente desterrado. No hay que olvidar que Hunter se opuso frontalmente a la guerra de Vietnam. Es más, estuvo en Saigón para la revista Rolling Stone, e intentó entrevistar al coronel Vo Dan Giang del Gobierno Revolucionario Provisional de Vietnam.  Nunca recibió respuesta, al igual que de  escritores de la altura de Faulkner o Mailer.

En este epistolario, Hunter dibuja con precisión el reguero de inconformismo que su vida arrastra.  Recrea, en cada carta, la imagen de la lucha del escritor por la supervivencia. Los personajes que aparecen en las misivas son en ocasiones efímeros. Otras no. Como la relación epistolar que mantiene con Tom Wolfe, Jimmy Carter o Jim Silbermann, su contacto de oro en la editorial Random House. Con el primero mantiene una correspondencia fluida  y de respeto mutuo, aunque en un arrebato, Hunter arremete contra el creador del nuevo periodismo llamándolo  de todo menos bonito. Wolfe no entra al trapo y la amistad parece que continúa. Con quien sí que mantiene una correspondencia cordial y sin ningún tipo de contratiempo es con Jimmy Carter, el que más tarde, entre 1977 y 1981 fuera Presidente de  Estados Unidos.

No deja de ser curioso ver a través de estas cartas cómo evoluciona y madura Hunter con el tiempo. Cómo el insulto irracional va virando al insulto comedido, casi de salón pero sin llegar a entrar. Aunque cuando la lengua incandescente de este periodista pendenciero se prende, las palabras son dardos que en el mejor de los casos se convierten en un “follacerdos” o  un “comemierda”. No parece que el don de la diplomacia fuera su fuerte. Aunque es probable que no se sintiera tan a gusto como parece en ese papel de vómitos y estrellas. Al menos, esa es la sensación que da después de leer un pasaje en el que narra la paz que siente cuando atraviesa a brazadas la madrugada en la piscina de un hotel. Ese relato dice más de él que muchas de sus cartas, que al fin y al cabo no eran más que navajazos lanzados por pura supervivencia.

El escritor gonzo es un patriota, un jeffersoniano, un bitnic que defiende los valores norteamericano más genuinos. Hunter es heredero de la generación beat. De aquellos escritores que quisieron tatuarse la libertad individual en la carretera. Hunter viene con la fiebre de la escritura. Es un malote ilustrado con el verbo exacerbado y la frente reluciente. Cree en la constitución, pero reniega de un país cada vez más pacato e idiotizado. Se puede decir que siente miedo y asco por su patria, siente que el sueño americano está más que muerto. Detesta las políticas beligerantes que su gobierno adopta en el exterior. Es un pacifista con un arsenal de armas en su casa y un criadero de dobermans. Por ello decide plantarse frente a él con el rifle cargado con el veneno de las palabras.

No se puede olvidar la música en la vida de este escritor. Bob Dylan marcó la carrera de The Beatles, probablemente con su personalidad y la ayuda de la marihuana. El aprendiz aventajado de Woody Guthrie también dejó su impronta en la vida Hunter, al igual que Jefferson Airplane y Grateful Dead, con los que compartió manager.

Aunque su obra literaria es escasa —no la periodística— , con Miedo y asco en Las Vegas Hunter  consigue grabar su nombre en la larga lista de escritores norteamericanos. Cuando en 2005 se suicida, su amigo Johnny Deep se hace cargo de su último deseo y corre con la millonaria cuenta de su funeral, aunque esto no se cuenta en el libro. Por supuesto que el escritor no quiere un entierro convencional, prefiere una despedida a lo gonzo, con fuegos artificiales y sus cenizas eyaculando el azulino cielo de Colorado a través de un cañón diseñado especialmente para la ocasión. Acudieron muchas personalidades. Algunos creen que nadie pudo pensar mejor la muerte del sueño americano.

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4 Comentarios

  1. ¿Quién ha traducido el libro?

  2. La traducción es de Antonio Prometeo-Moya

  3. Pingback: Jot Down Cultural Magazine | El botellón caribeño de H. S. Thompson

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