21 de marzo, 1999. Robert de Niro aparece sobre la tarima del Kodak Theatre ataviado con un elegante smoking al que solo desmerece un extraño peinado. Media cabeza yerma como el desierto de Sonora. La otra parte coronada por una especie de peluquín canoso que denota cierta dejadez. Con rostro circunspecto y cierto aire ausente y nervioso presenta el Oscar honorífico: «Él fue el maestro de un nuevo tipo de actuación basado en la psicología y el comportamiento. Más que ningún otro, él nos inspiró«. A su lado, Martin Scorsese con sus eternas cejas pobladas completa el discurso y en pantalla aparece Elia Kazan a la vez que de fondo se escucha una sonora ovación que no hace justicia a lo que realmente está sucediendo en el teatro.
Mientras poco menos de la mitad del respetable se levanta a aplaudir al realizador griego, las cámaras enfocan a Ed Harris o Nick Nolte, sentados en la butaca, de brazos cruzados, mostrando su disconformidad ante el trofeo honorífico que acredita a Kazan como uno de los grandes directores de la historia. Elia agradece a la Academia su “coraje” bajo esa famosa sonrisa anatolia que él mismo definió como una forma de encubrir miedo, rabia, resentimiento, frustración y, sobre todo, la inseguridad del emigrante que fue a principios del siglo XX. La ceremonia sigue sin interrupciones y desaparece con la estatuilla bajo el brazo a pesar de que en los días anteriores el sindicato de guionistas había intentado frenar el homenaje pues seguían considerando a Kazan como un traidor por las delaciones que se llevaron a cabo en pleno macartismo, cuando la caza de brujas era una realidad que no permitía desarrollar la libertad de expresión. Así, después de 50 años, el guionista estadounidense Bernard Gordon, una de las víctimas de tan infausta época, afirmaba con resentimiento: «Kazan no cometió un crimen, sino un pecado«. Aun así, no pidió perdón ni aquel día ni en los pocos años que le quedaban de vida antes de marcharse al otro barrio con la conciencia tranquila.
23 de agosto de 1939. Hitler y Stalin firman el Pacto Ribbentrop–Molotov, que consistía básicamente en un acuerdo mutuo de no agresión entre Alemania y la Unión Soviética y que causaría una conmoción tremenda cuando como consecuencia directa los germanos invaden Polonia poniendo inicio a la Segunda Guerra Mundial. Para aquel entonces, los estudios cinematográficos se debatían entre las facciones comunistas y los grupos que intentaban denostar esta corriente política. Como prueba de ello sirven las diferencias entre Ninotchka de Ernst Lubitsch, lanzada este mismo año, y Camarada X de King Vidor, estrenada un año después. En la primera, una agente comunista interpretada por Greta Garbo se enamora de Melvyn Douglas, que le muestra los encantos de la ciudad parisiense en un claro alegato a favor del capitalismo. En la otra, un corresponsal norteamericano conoce a una joven seguidora fiel a las ideas comunistas que tratará de convencerle de las bondades del modelo soviético.
A pesar de que ya en 1938 Martin Dies había creado el Comité de Actividades Antiamericanas para tener controladas las organizaciones fascistas y comunistas, la libertad de elección se mantenía por encima de cualquier ideología en Hollywood. Elia Kazan ya había militado en el Partido Comunista durante unos 19 meses y lo había abandonado por desavenencias con su grupo de teatro que según el propio Kazan en sus conversaciones con el productor de cine Jeff Young: “le estaban lavando el cerebro a gente como yo mismo”. Sin embargo, uno de los motivos que pudieron influir en su posterior delación fue el pacto anteriormente mencionado y sus repercusiones en el Partido, que él entendía como tremendamente inconsecuentes con lo que se había propuesto hasta el momento. “Ya sabes lo que ocurrió en los años veinte y treinta. Hubo un crecimiento del fascismo en Alemania e Italia. A la vez, aquí había un movimiento de izquierdas que estaba muy vinculado a la Unión Soviética. Luego, lo primero que me hizo sentir que el Partido era una amenaza no solo para los cuerpos sino también para las mentes y las almas, coincidió con el hecho de que Stalin firmara el Pacto de No Agresión con Hitler”. Poco antes, Kazan había dirigido, estimulado por el partido, varias obras en contra del New Deal de Roosevelt, una forma de espolear la economía basada en la creación de infraestructuras que, según a quién se le preguntase, era considerada como un auténtico éxito o una medida infructuosa. Para Elia, el presidente era un héroe y se sentía un traidor a la patria que observaba cómo la izquierda oscilaba como un velero en alta mar entre sus propias contradicciones. Fue una época convulsa, de información sesgada e indefinición entre los comunistas americanos. “Antes de eso, [el Pacto de No Agresión] los comunistas americanos no paraban de decir que América tenía que entrar en la guerra y luchar contra los alemanes. Que Roosevelt era un monstruo por no combatir contra los alemanes. Luego, de pronto, cuando Rusia y Alemania se hicieron aliados, vi cómo mis viejos amigos se desdecían: ‘No debemos entrar en la guerra’. Y pensé: ‘¿A favor de quién están? Ni de América ni de Rusia. Roosevelt, que había sido un malvado para los comunistas, se convirtió de la noche a la mañana en un gran héroe’”.
3 de enero 1947. Joseph McCarthy se convierte en senador de los Estados Unidos por el estado de Wisconsin. Será a partir de 1950 cuando instigue la conocida Caza de Brujas creando, por un lado, las listas negras en las que se situaba a los artistas que colaboraban o habían militado en el Partido Comunista. Los estudios, temiendo una represión económica, no permitían trabajar a ninguna persona cuyo nombre figurase en una de estas listas. Para salir de ellas era necesario cooperar con el Comité de Actividades Norteamericanas. Por otro lado estaban las listas grises, similares a las primeras aunque para ser borrado tan solo era necesaria una declaración firmada que aclarase la postura de aquella persona contra el comunismo.
En 1950, Elia Kazan ascendía en su carrera cinematográfica tras las notables Mar de hierba, Pinky y Pánico en las calles. Solo un año después dirigiría la adaptación al cine de la famosa obra de teatro de Tennessee Williams Un tranvía llamado deseo. Su método seguía al pie de la letra las enseñanzas de Stalisnavski, que se basaban principalmente en plasmar las tensiones y conflictos interiores de los personajes obligando a los actores no solo a ilustrar los sentimientos escritos en el guión, sino también a experimentarlos. Fieles seguidores de esta forma de actuar fueron Marlon Brando, Dustin Hoffman, Robert de Niro, James Dean, Sean Penn o Jack Nicholson. Todos ellos discípulos aventajados del Actor’s Studio y algunos descubiertos por el propio Kazan. Sin embargo, a pesar de que el director griego le había vuelto la cara al comunismo hacía ya unos cuantos años, la caza de brujas iba a señalarle como uno de los candidatos a declarar en el comité. En parte por su antigua afiliación y además por el conocimiento que tenía acerca de los modos de actuación del Partido Comunista. “Conocía muy bien el Partido Comunista. Iba a menudo a la calle Doce, donde tenían la sede, a recibir órdenes y a la vuelta, como un izquierdista bien ritualizado, intentaba cumplirlas. Nuestras órdenes consistían, por ejemplo, en intentar dominar el grupo de teatro. Por una parte era como un juego de niños, pero por la otra no. Lo que hacíamos era terrible, íbamos toda la célula a las reuniones del grupo de teatro y presionábamos e insistíamos en que las cosas tenían que ser de una determinada manera. Pensaba: ‘Nadie sabe la verdad de todo esto’. Al Partido le llegaba dinero procedente de Hollywood y el teatro. Los comunistas estaban en muchas organizaciones, sin que nadie lo supiera, sin que nadie les viera ni les reconociera”. Su declaración llegaría dos años después y convulsionaría la industria cinematográfica señalando directamente a una serie de compañeros que tendrían grandes dificultades para trabajar después de aquel testimonio.
15 de noviembre 1949. Nancy Davis conoce a Ronald Reagan, un actor de segunda especializado en papeles de poca categoría. Reagan, al margen de sus actuaciones en películas de serie B, era conocido por su cargo como presidente en el Screens Actors Guild y por informar con asiduidad al FBI sobre las actividades izquierdistas en Hollywood. Davis estaba en la cumbre de su carrera, pero ante su estupor su nombre aparecía en las listas negras, por lo que pidió ayuda a Ronald Reagan. Este le aseguró que todo se debía a un equívoco con otra actriz del mismo nombre. Estaba limpia. Empezaron a salir juntos. Se les describía como «el romance de una pareja que no tiene vicios». Se casaron y al tiempo Reagan se convertiría en presidente de los Estados Unidos y Nancy Davis en Primera Dama. No obstante, el anticomunismo estaba convirtiéndose en una auténtica psicosis y muchos literatos, directores de teatro, cineastas o guionistas sufrían en sus carnes las decisiones de un tribunal que les juzgaba por sus ideas políticas sin atenerse a la Constitución.
Junio de 1950. El Congreso aprueba los cargos contra los Diez de Hollywood y tras una serie de apelaciones sin éxito entran en prisión. Se trataba de diez trabajadores de la industria cinematográfica vinculados al comunismo que fueron llamados a declarar y se negaron rotundamente a delatar a sus compañeros. Según Javier Coma, los abogados sabían que no podían simplemente acogerse a la Primera Enmienda sino que debían esforzarse por contestar a las preguntas que se les realizasen para protegerse frente a una acusación de desacato. La postura generalizada en el juicio fue de enfrentamiento y defensa de los derechos civiles e incluso alguno de los encausados fue expulsado del estrado por la agresividad de sus argumentos. Finalmente, todos cumplieron sus penas de prisión y serían incluidos en las listas negras. El director Edward Dmytryk acabaría delatando a sus compañeros para poder continuar trabajando.
De los anteriores destaca principalmente Dalton Trumbo, uno de los más prestigiosos guionistas de la época que durante su castigo firmó los libretos de Vacaciones en Roma (1953) y El Bravo (1956), acreditados bajo seudónimos, y le reportaron sendos premios Oscar que no le serían entregados hasta décadas después. Su gran triunfo, así como el final del amargo periodo de persecución política se produjo cuando Kirk Douglas y Otto Preminger proclamaron con antelación a los estrenos de Espartaco y Éxodo quién había sido el autor de los guiones. “Algún día volveré a trabajar en la industria del cine. Cuando ese día llegue, juro que jamás firmaré un contrato con ninguna gran productora”. En 1971 cumplió su promesa dirigiendo Johnny cogió su fusil, una bellísima y devastadora historia antibélica que lanzó bajo la productora del pope de la serie B Roger Corman, New World Entertainment.
Abril de 1952. Elia Kazan pasa por sus momentos más difíciles. Obligado a declarar por el Comité de Actividades Antiamericanas, reconoce en una primera comparecencia que militó durante 18 meses en el Partido Comunista. Poco después rodaría ¡Viva Zapata!, un film con una profunda carga psicológica interpretado por Marlon Brando en el que el director dibuja con precisión las contradicciones de un líder campesino corrompido por el poder. Aunque no era su intención, el metraje contiene algunas escenas que pueden ser tildadas de anticomunistas, lo cual le proporcionó cierta tranquilidad aunque meses después tendría que volver a presentarse ante el comité, esta vez con la intención de delatar a ocho compañeros.
En este mismo año, Charles Chaplin sufre la soledad del exilio en Reino Unido. Criticado y denostado por sus supuestas simpatías con el comunismo, J. Edgar Hoover aprovecha el estreno en Europa de su obra Candilejas para prohibirle la entrada en los Estados Unidos bajo el pretexto de que el genio estaba próximo a la traición y sus declaraciones eran consideradas hostiles. Influyó también su película Monsieur Verdoux en la que fue blanco fácil de las críticas capitalistas, a pesar de que Chaplin había vendido sus acciones mucho antes del crack del 29 enriqueciéndose gracias al propio capitalismo y no tenía ninguna relación con la órbita soviética. Así las cosas, desde 1953 hasta su muerte viviría en Suiza, volviendo a Norteamérica en una única ocasión para recibir un homenaje. En su penúltima película, Un rey en Nueva York, filmada en Londres, se resarciría de la humillación sufrida mofándose de las intenciones macartistas. “Fui perseguido y desterrado, pero mi único credo político fue siempre la libertad”.
Volviendo a Kazan, a pesar de que en un principio se muestra beligerante con el Comité, en su segunda declaración accede a cooperar y ofrece el nombre de ocho compañeros que según él mismo ya habían sido delatados anteriormente. Se creaba así el estigma que le perseguiría toda la vida, la imagen de traidor que le acompañó hasta la muerte y lo que es incluso peor, una relación de colaboración que le situaba en el mismo bando que McCarthy, además de las sospechas de que se había lucrado con su comparecencia. “Odiaba a McCarthy. Me avergonzaba estar en el mismo bando que él. Pero yo no sembré el pánico entre la gente. Y él sí. Yo no mentí. Él mintió. Yo nunca dije que fueran tantos y tantos, blandiendo un papel en blanco y afirmando que era una lista de los subversivos del Departamento de Estado. Él sí lo hizo. Él mintió. En mi vida he dicho una mentira respecto a ese tema. Era terrible estar en el mismo bando que McCarthy. Pero tanto como hacerlo por dinero, eso es una falsedad, de verdad, porque en primer lugar no me amenazaron y en segundo lugar no habrían podido y en tercer lugar yo no necesitaba un trabajo en Hollywood. La lista negra no afectaba a Broadway y yo estaba en la cima de mi carrera teatral. Lo que sí hizo mi testimonio fue que determinadas cosas se perdieran para siempre para mí”. No obstante, no fue el único que accedió a la delación con la intención de servir a la patria o mantener un empleo que cada vez se dificultaba más debido a la paranoia general instalada en los Estados Unidos. Lee J. Cobb y Budd Schulberg salvaron sus pellejos sin preocuparse de sus compañeros. Más sangrante es el caso del segundo que, desilusionado con la Unión Soviética, se jactó de hacerlo y no dudó en hundir carreras para continuar trabajando. Poco más tarde, los tres colaborarían en su alegato de defensa cinematográfico o, lo que es lo mismo, La ley del silencio.
1953. Una de las colaboraciones más fructíferas que perdió Elia Kazan fue la del dramaturgo Arthur Miller, que obligado a declarar ante el tribunal se negó rotundamente a revelar nombres de supuestos comunistas alegando que su conciencia no le permitía poner en problemas a ningún compañero. Aunque esto sucedería en el ocaso del macartismo, ya en 1953 escribió Las brujas de Salem, una obra que relata la caza de brujas que el puritanismo medieval llevó a cabo en el siglo XVII, pero que no es sino un ataque directo a la situación que se vivía en el país norteamericano.
En el otro extremo, Kazan, cada vez más convencido de sus actos y presionado para que realizase una película de corte anticomunista que demostrara sus convicciones, rodaba Fugitivos del terror rojo, quizá su peor film. Propuesto como un ejercicio propagandístico infame, la acción se desarrolla en Checoslovaquia, donde las fuerzas soviéticas se han hecho con el poder y una compañía circense trata de huir a Austria para escapar de la represión. Fue estrenada en la Berlinale, aunque el archivo de la propia página web haya decidido omitir cualquier referencia. En el festival germano apareció Gary Cooper con su familia y fue recibido con diferentes opiniones por sus declaraciones críticas con las políticas represivas de su gobierno. Hay que destacar que el título original de la película era Un hombre en la cuerda floja, pero en la España de Franco era de recibo cambiarlo por uno mucho más tremendista que mostrase en qué bando se situaba el régimen. En Francia, inmersa en su IV República, en la que el Partido Comunista Francés contaba con cierta importancia, el estreno fue prohibido.
La situación en EEUU no puede decirse que fuese tranquila. Bajo el mandato del republicano Eisenhower se habían sumergido de lleno en la Guerra Fría, y aunque la guerra de Corea estaba a punto de terminar, las bajas norteamericanas ascendían a más de cincuenta mil muertos. Por si fuera poco, en junio de 1953, Julius y Ethel Rosenberg eran ejecutados en la silla eléctrica. Su condena se produjo por unas presuntas filtraciones que hubieran permitido a la Unión Soviética conocer los secretos de la bomba atómica y por ende poder fabricarla igualando sus fuerzas con los EE.UU. Fue la primera ejecución por espionaje de civiles en la historia norteamericana y con el tiempo se ha descubierto que aunque se produjeron ciertas informaciones, el aporte de las mismas no pudo ser tan importante como para propiciar el desarrollo nuclear soviético. Aún quedaba una década para la crisis de los misiles de Cuba y la guerra de Vietnam, que a la postre desembocarían en un movimiento antimilitar masivo, pero el ambiente enrarecido y la tensión acumulada empezaban a afectar no solo a la comunidad artística, sino a toda una sociedad que comenzaba a construir refugios nucleares repletos de víveres tratando de protegerse de un inminente apocalipsis mundial.
28 de julio de 1954. “La ley del silencio es una historia de alguien que, declarando, hace lo que parece ser mejor a pesar de que va en contra del código de la comunidad. Pero cuando la gente dice que hay paralelismos con lo que yo hice, no puedo ni quiero negarlo. Sí creo que existen paralelismos. Pero no me interesaban ni jugué con ellos. No fue el motivo por el que hice la película. Había deseado hacer una película sobre los muelles mucho antes de que se hablara de ningún asunto del Comité”.
A pesar de que Kazan se excuse aludiendo a la historia real de un tipo llamado DiVicenzo con el que llegó a trabar una íntima amistad, es más que evidente que con La ley del silencio intentaba dar una explicación a su comportamiento, justificarse y en último termino redimirse y continuar como si nada hubiera pasado. De esta forma, en los últimos compases de la película, Terry Maloy es humillado por el capataz que ofrece trabajo a todos menos él tras la delación de Johnny Friendly, se dirige con mirada desafiante a la caseta donde se encuentran el jefe mafioso y sus secuaces y grita: “¡Me estaba traicionando a mí mismo durante todos estos años y ni siquiera lo sabía!”, y poco más tarde, confiesa en un aullido estremecedor: «¡Me alegro de lo que hice!, ¿lo oís?, ¡Me alegro de lo que hice y continuaré haciéndolo!»
Es complicado no encontrar paralelismos con las propias declaraciones de Elia Kazan en las entrevistas de Jeff Young, cuando se justifica sin mostrar remordimiento aseverando que “si yo no hablaba nadie se enteraría de eso. Y por muy triste que fuera informar acerca de mis colegas, cuando pensaba en lo que eso significaba simbólicamente, en lo que habría ocurrido si yo hubiera mentido y dicho que no tenía ni idea de lo que estaba sucediendo, habría sido mucho peor. Así que me dije que no iba a hacerlo. Pero jamás dije ni una sola mentira al respecto. Además, los tipos que nombré eran de sobra conocidos.”
Hubo grandes problemas de rodaje. El frío extremo de los muelles neoyorquinos afectó al reparto de forma terrible y además el personaje principal estaba reservado para Frank Sinatra, que terminó declinando el proyecto. Marlon Brando no quería participar porque la reputación de Elia Kazan estaba por los suelos y aunque al final lo hizo, hubo que posponer algunas escenas debido a sus sesiones de psicoanálisis. De hecho, en la famosa escena en la que Terry y su hermano discuten en la parte de atrás de un coche, la réplica tuvo que darla el propio Elia Kazan, ante el enfado de Rod Steiger, porque Brando tenía compromisos ineludibles. No obstante, la película se hizo con ocho Oscars, entre ellos película, director, actor, actriz de reparto y guión original permitiendo al griego recuperar su prestigio en un año en el que el macartismo daba sus últimos coletazos.
22 de diciembre de 1956. Don Siegel estrena La invasión de los ladrones de cuerpos, una película que narra una invasión extraterrestre en la que una serie de vainas crean seres exactos a los humanos con la intención de sustituir nuestra raza por seres sin sentimientos. Lo que parece un argumento sencillo, un film más de ciencia ficción, prácticamente de serie B, bien puede funcionar como una alegoría del comunismo que se mueve de forma ambigua. Por un lado, puede ejercer una crítica sobre el sistema soviético si tenemos en cuenta que la invasión se propone eliminar la individualidad en pos de un colectivo sin pasión ninguna. Por otra parte, deja entrever una sutil denuncia política a la caza de brujas desde el momento en el que los personajes comienzan a desconfiar de sus vecinos y familiares hasta llegar a un final pseudofeliz que sin embargo no deja claro si el problema ha sido erradicado.
Independientemente de la conclusión de cada espectador, es significativo el año en el que apareció en las salas porque coincide con el declive final de la caza de brujas. Las voces en contra eran ya demasiado trascendentes y personajes como Edward R. Murrow (retratado posteriormente en la película Buenas noches y buena suerte) contribuyeron a acelerar el proceso y la caída final del senador McCarthy. Por su parte, Elia Kazan gozaba de una posición privilegiada tras la obra maestra Al este del edén y contaba con numerosos proyectos tanto cinematográficos como literarios. El hacha de guerra parecía enterrada después de más de seis años de persecución y desconfianza.
1993. Hace ya 17 años de la última película del director griego. Tras El último magnate, Kazan se había enfrascado en sus novelas y su autobiografía, de la que se puede sacar una visión con perspectiva de tiempos pretéritos. Aun así, decide abordar un nuevo proyecto. Nada menos que una secuela de América, américa titulada Beyond the Aegean. Tras conseguir la financiación necesaria solo le faltan los permisos para rodar en localizaciones griegas. Pero el pasado siempre vuelve a llamar a la puerta y la ministra Melina Mercouri acaba por no permitir el rodaje. Según el escritor Rafael Dalmau, “la razón oficial era simplemente que no encontraba motivos suficientes para autorizarlo. La extraoficial era que el marido de Mercouri era el director estadounidense Jules Dassin, que se vio obligado a exiliarse por la caza de brujas«.
Es evidente que, aunque pudo seguir trabajando con normalidad, algunos sectores siguieron reprochándole su traición hasta el final de los días. No es fácil comprender los motivos de Elia, ni juzgar a un personaje de carácter fuerte y personalidad insondable, aun así, no se me ocurre mejor forma de cerrar el artículo que citar lo que podría parecer su propia coartada, pero no es más que una verdad absoluta que no le exime de culpa pero le hace humano a los ojos del resto: “Hay circunstancias que te fuerzan a opciones difíciles. La gente no comprende lo que significa difíciles. Significa que en ambas posibilidades hay pérdidas, costes que debes pagar. En una situación difícil es imposible que ganes”.
¿»Vacaciones en el mar» de Dalton Trumbo?
¿No será «Vacaciones en Roma»?
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Kazan es turco, no griego. Freud se frotaría las manos con un error así.
Kazan era hijo de griego y formaba parte de la comunidad griega en el antiguo impero Otomano que fue donde nació. Deberías informarte un poco, en primer lugar Turquia no existia como tal y en segundo lugar abandonó el imperio con siendo muy joven (uno o dos años). Su nombre es de origen griego y crecio en esa cultura por sus padres más que en la de lo que hoy es Turquia.
Hay separar siempre la obra del autor. Yo tampoco hubiera aplaudido a la persona y sospecho que muchos de los que sí lo hicieron hubieran puesto el grito en el cielo ante semejante homenaje si la caza de brujas hubiera sido a la inversa. Pocas cosas tan imperdonables como la traición o falta de lealtad, sobre todo cuando sí había otras opciones. La vida de Kazan nunca estuvo en juego. Son momentos en los que la Historia (con mayúsculas) te pone a prueba y Kazan eligió la actitud más cobarde. Otros, como Arthur Miller, no lo hicieron. Bravo por ellos.
Interesante y bien narrado :)
En realidad turcos y griegos están bastante más mezclados de lo que están dispuestos a admitir. Kazan nació en Turquía, como sus padres, pero a pesar del apellido, eran de origen griego, cristianos ortodoxos creo recordar.
En America, America, una auténtica y absoluta obra maestra, se explica muy bien su origen, Kazan pertenecía a la comunidad griega residente en Turquía, absolutamente marginada por las autoridades turcas. El artículo muy bueno, y Kazan uno de los grandes, pero su comportamiento deleznable, lo que no impide su recuperación como artista
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