Ya no vive Andy Warhol ni trabaja en su Silver Factory, donde imaginaba y plasmaba un mundo distinto dándole sentido al pop art. Pero ya no nos interesan en realidad ni las exposiciones cuando son universales. No hay más que ver los cementerios de asfalto de Sevilla y Zaragoza para entender su futilidad/inutilidad). Las galerías, ahora, no son Preciados sino fotos en el nuevo mundo que es Internet y la auténtica exhibición que triunfa en este nuestro querido e indómito siglo XXI es la desnudez de nuestras almas en las redes sociales (Pinterest, por cierto, es la última. Y muy gráfica y recomendable. Volveremos tras sus trazos en otro momento/post).
Eso sí, hay algo que nos pone todavía bien cachondos (y disculpas por el de repente-y-sin-avisar-subidón- trempante) aun siendo cada vez más asexuados en esta vida tan poco salvaje lejos, claro está, de los que vivan en primera persona los avatares cambiantes de los mercados bursátiles (Bond, James Bond las pasaría canutas). Y eso que despierta nuestra líbido es el concepto Feria, que ha pasado de Choquetín (también nos molan las de los pueblos, del Tren de la Bruja con escoba de dudosa homologación al Paquito El Chocolatero de la orquesta Paradís) a gourmet, Fitur, Arco (sin flechas), joyas, coches de segunda mano (ese rimbombante término vehículo de ocasión) o videojuegos en macro espacios irrellenables por su gigantismo soviético. Sitios como el imperio IFEMA en Madrid, la ballena de la ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, la Fira de Barcelona o el surrealismo del Centro Internacional Oscar Niemeyer de Avilés.
Así que ahora hay que dar un plus al público, siempre soberano sin ir de caza, para atraerlo y que pase con ganas por taquilla aunque, sobre todo, por la tienda de recuerdos perfectamente estudiada su ubicación como por casualidad al final del recorrido expositivo. También sucede en las exposiciones del Canal de Isabel II, igualmente en Madrid. Porque el hombre moderno (y el fenicio) lo vende todo, se vende a sí mismo, da igual un lápiz, una camiseta o el DVD de lo anteriormente visto y que jamás se preocupará ni de desprecintar para reproducir. El caso, la enfermedad, es tener, adquirir, comprar, lograr, acaparar, conseguir.
Todo este previo viene para alertar, dar el queo se decía antes, sobre uno opción de ocio, la ir de exposición, generalmente postergada por cualquier excusa. Hay una en estos momentos de penuria generalizada que es de ley promocionar por su aire retro, su moderna ambientación y su temática galáctica. Es La Aventura del Espacio, que seguirá hasta el 15 de junio de este 2012 en el Pabellón XII del Recinto Ferial de la Casa de Campo de Madrid, capital de ese país que sigue con el paro de Letonia. Eso sí, para encontrar el lugar no servirá ni el GPS de la Soyuz o el Voyager, pues está pésimamente indicado, justo como si algo o alguien no quisiera que llegáramos a encontrarla jamás de los jamases. Quizás los apocalípticos o adventistas del nuevo milenio para los que sea pecado ir volando hacia las estrellas. Pero una vez superado el inconveniente, con la doble alegría que produce el espíritu de superación con recompensa, llega el momento de disfrutar, de aprender, de recordar, previo pago, claro está, de 14 euros el adulto y 8 el niño, precios con iPod de audio guía incluido aunque igualen las tasas de un circo con domador, de un concierto en sala mediana de banda americana y aún lejos, no obstante, del fútbol en un estadio con terreno de juego verde, producto de lujo donde los haya. Pero la inversión, amén de que desandar lo andado no es aconsejable al poco de arribar, merece la pena para revivir la carrera espacial que su momento fue de velocidad y ahora es maratón.
Hasta 300 objetos que se anuncian originales pueden contemplarse divididos en las salas de seis galerías con otras múltiples reproducciones que emulan la pugna por conquistar las estrellas que protagonizaron los Real Madrid-Barça de la segunda década del siglo XX, Estados Unidos y la Unión Soviética, ya extinta. Y si el hombre blanco americano no se quedó en la luna, ya sabemos bien de sobra el motivo: no había petróleo ni indígenas (lunáticos sería lo apropiado) por cristianizar. Ante semejante ateísmo, son ahora los chinos (que ya han conseguido sandías gigantes por orbitar las semillas) los que amenazan con volver a la luna quien sabe si para instalar el Todo a un Lunar para generaciones venideras o para cuando ellos mismos no quepan entre sus fronteras y necesiten la expansión de su nuevo Libro Rojo de Mao (no con fundir con Moon, de otra secta). Especialmente lograda está la sala de los trajes espaciales y la comida preparada que consumían los astronautas, donde no faltaba mantequilla de cacahuete, ese sabor de conquistador como el béisbol es deporte de ocupación.
La perrita Laika, originariamente Kudryavka en ruso, y el macaco Albert (en total el hombre de diferentes países ha enviado a 32 monos qué monos al espacio) ocupan lugar prominente porque son animales con nombre propio, los más trascendentes quizás junto a La mula Francis, Lassie, Rin Tin Tin y Willy, la orca. No se aceptan a Pepe ni a Los Violentos de Kelly como animales de compañía.
Rememoraremos durante el recorrido la historia espacial de una carrera que ya terminó, con sus distintos programas, naves y expediciones, detalles como las Mercury Girls (mujeres americanas con preparación de astronautas pero sin el privilegio final de conseguirlo realmente en la década de los años 70) o el propagandismo soviético de Nikita Krushev, el presidente que dio el zapatazo en la ONU con un calzado de Elche, por supuesto.
Y el recorrido depara un final no apto para cardiacos (y esto sin coña) por las 2Gs de presión (a cambio de otros 2,5 euros por personita) en una cápsula giratoria para salir con ganas de vomitar, en realidad, porque de astronautas no tenemos ya ni las ganas pese a dos españolitos como Pedro Duque y Michael López Alegría. Mal asunto, por cierto, la capsulita porque es justo antes de la tienda donde, al menos, una camiseta de Houston, We Have a Problem (o dos, diría yo, desde la retirada de Hakeem Olajuwon de los Rockets de la NBA) sí que cae para completar una visita donde el iPod hay que devolverlo y se devuelve (España, sí, ha cambiado a mejor). Ahora toca mirar a las estrellas con renovadas ilusiones de que pronto, muy pronto, lleguemos a Marte para no se sabe muy bien para qué. Pero el caso es llegar. Como hollar las cumbres, como comprar un capricho.
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La orca Willy? :)
Me pasaría encantado con mi hijo, pero la verdad que dejarnos 36€ en una exposición me parece un poco robo…
No me había planteado ir a la exposición, pero tras leer tan buen artículo me lo estoy pensando.