Peter Sellers dijo una frase aguda, quizá sin conciencia de su significado total, en su aparición para 1977 en el show de los Muppets «No hay yo. No existo… solía existir un yo, pero lo he eliminado quirúrgicamente».
Lo que había sido, claro, una defensa de su capacidad de imitar —lo cual le llevó a ser el actor con más éxito del Show de los Goons— tenía además otros significados que quizá se le escaparon. Porque, en cierto sentido, ¿qué supone ser un individuo? ¿Tener nombre, dirección, aficiones…? ¿No seremos, como afirmaba Pascal en un célebre aforismo, una construcción social de otros?
Estos dilemas filosóficos trazan la trama de Alps, genuino film sobre qué supone un yo realizado por el director helénico Yorgos Lanthimos. Realizada en su particular estilo, reconocible desde Kinetta y llevado a la apoteosis en Canino, Lanthimos convierte a los actores en figurines de cera tallados con el estilete gélido propio de un Antonioni o un Losey.
Se construye, entonces, una trama que se pregunta al mismo tiempo sobre nuestra individualidad como también por la alienación propia de la modernidad. De este modo articula una mirada desplazada, casi siempre inerte, con frecuentes desenfoques en la cual ninguno de los protagonistas ofrece empatía ya no sólo con el espectador, sino también en sus relaciones personales en la historia.
Así, partiendo de una premisa que podría ser un tema cómico o de género, la usurpación de otros, Lanthimos realiza una reflexión del concepto de individuo y sus máscaras. Porque Alps es, ante todo, una reflexión sobre la incapacidad de sentir empatía, caridad, entre maniquíes sujetos. ¿Y que es un sujeto, un yo, sin existir un maestro? La construcción de estos sujetos en la empresa de usurpación del yo que domina el film no es más que un proceso mnemotécnico, racionalista, que deconstruye viejos hábitos y rasgos para suplantarlos con eficiencia con sus empleados. En otras palabras, Los Alps, los irremplazables, son un grupo bajo la constante vigilancia de un líder —Mont Blanc— cuya función es remplazar a las personas fallecidas bajo pago de los familiares. Un método frío y limpio, profesional, de que ellos acepten la pérdida. Y que se puede prorrogar, como dice la protagonista —Monte Rosa— , a un precio módico.
El nudo narrativo no resulta, al final, la usurpación de los otros, sino más bien el régimen de terror, con una violencia muy cercana a Haneke, que establece la estructura jerarquizada de Mont Blanc para tener sujetos a sus empleados. Versión micro cósmica de una distopía política, el reducido mundo de los Alps conforma sujetos de acuerdo a un maestro, en analogía perfecta con los regímenes totalitarios. Como consecuencia, la propia disociación, el error, del empleado respecto a la sujeción original, al yo recreado, se recrimina con la violencia absoluta y en último punto con la expulsión de este grupo de iluminados.
¿Cuál será la ruptura en esta utopía de maniquíes? No otra que la disolución veraz, definitiva, del yo: el amor. Winton Smith y Julia, D-503 e I-330 y tantos otros; la relación no reglada, el amor cortés, como el fin del control absoluto del Estado. En el film cuando la protagonista pretende fingir una relación sentimental, ya sea con el dueño de la tienda de lámparas o con el joven novio, yerra. Ante ese error, ella, que había salvado a la bailarina del suicidio, estará condenada: es remplazable. Es, en esa circunstancia, donde será sustituida por la bailarina, que luego de su literal aniquilación del yo —el suicidio— se ha convertido en el cadáver emocional capaz de simular toda una relación sentimental.
¿Qué queda entonces? La perfecta, la más brillante simulación: el éxito en la escena de ballet que presenta a la bailarina como perfecto trasunto en el grupo. Fuera de este paraíso, a Monte Rosa sólo le quedará el consuelo de guiñol roído en el gran teatro de marionetas de Mont Blanc pero, ¿acaso, como diría el clásico, no es el mundo un escenario?
Estreno: 13 de abril de 2012
Nacionalidad: Grecia y Francia
Duración: 93 minutos
Director: Yorgos Lanthimos
Intérpretes: Aggeliki Papoulia, Ariane Labed, Johnny Vekris, Aris Servetalis