Hijo de un alemán y de una lavandera negra, Artur Friedenreich, un absoluto desconocido para el gran público y un ídolo de masas en Brasil, fue uno de los primeros cañoneros de la historia.
Cuenta el maestro Eduardo Galeano en su libro El fútbol, a sol y sombra, que en los locos años veinte, aquel hijo de alemán y de una lavandera negra, se coronó rey del gol. Le apodaron ‘el tigre’ por sus movimientos felinos, sus zarpazos en el área y su voracidad insaciable cuando encaraba portería. Jugó en la elite durante casi 26 años, defendiendo las camisetas del Germania, Ypiranga, Mackenzie College, Paulistano, Sao Paulo, Atlético Mineiro y Flamengo, donde se retiró a los 43 años. Durante esa dilatada carrera fue trece veces máximo goleador del campeonato paulista, ganando once campeonatos. Cuenta la leyenda que jamás erró un penalti y que conquistó Europa cuando marcó once tantos durante una gira por Francia, siendo bautizado por la prensa internacional como ‘Artur, el Rey de Reyes’. También cuenta la fábula sobre Friedenreich que un portero peruano, tras recibir un gol suyo, decidió rendirle tributo obsequiándole con una reverencia. Su biografía, tan prolífica en anécdotas como poco precisa en su trayectoria deportiva, también cuenta que, como estrella paulista y máximo artillero del momento, llegó a jugar con Brasil, pero no pudo disputar la primera Copa del Mundo en Uruguay en 1930. Hay versiones que apuntan a que no pudo disputar el torneo por una inoportuna fractura de tibia, mientras que otros historiadores brasileños afirman que no estuvo presente en el primer Mundial por las diferencias existentes entre los campeonatos estaduales de Río de Janeiro y Sao Paulo, por las cuales sólo fueron convocados a la ‘canarinha’ los que jugaban en Rio.
El apólogo de Friedenreich está trufado de inexactitudes. La precariedad del sistema estadístico del fútbol apenas logra ponerse de acuerdo en el recuento de todos los goles que llevaron su firma, aunque un periodista, antes de fallecer, señaló que, según sus datos, ‘El Tigre’ había anotado 1.329 goles en 1.329 partidos. Sus cifras, estratosféricas, fueron validadas en el libro ‘Los gigantes del fútbol del Brasil’ en los años sesenta, otorgando a Friedenreich la primacía goleadora del país, por delante de ‘O’Rei’ Pelé, que se retiró con 1.282 muescas en su revólver. Por debajo de ‘El tigre’. Un posterior investigación de diarios como el Correo Paulistano o Estado de Sao Paolo concluyó que el promedio goleador de Friedenreich había sido de 0,98 tantos por partido, mayor que el de Pelé, que «sólo» llegaba al 0,93 por encuentro disputado. Después de exhaustivas comprobaciones y de atender a diferentes publicaciones y estudios a respecto, la Federación Internacional de historia y estadística informó reconoció que Friedenreich, después de 26 años fabricando goles, había marcado 354 en 323 partidos oficiales, con un promedio de 1,10 tantos. Más de un gol por partido. Un registro superior al de elegidos como Valeriano López o Bernabé Ferreira, el mortero de Rufino.
En 1919, Brasil se coronó campeón sudamericano tras vencer a Uruguay por 1-0. El gol, por supuesto, fue obra de Artur Friedenreich. Cuentan que el pueblo brasilero tomó las calles para festejar el título de la selección y que la algarabía se apoderó de todos y cada uno de los barrios de Río de Janeiro. Miles de brasileños recorrían las calles de la ciudad poseídos por la felicidad. Presidía la fiesta, como fetiche de la gran victoria, una bota de fútbol embarrada, la misma que había calzado ‘el tigre’ para derrotar a los charrúas. Al día siguiente, aquel trofeo que enardeció a todo un país, fue expuesto en el escaparate de una lujosa joyería, en el centro de la ciudad. En el letrero se podía leer ‘O glorioso pé do Friedenreich’.
Uno de los escritores más reputados del país, Armando Nogueira, definió a Friedenreich como ‘un hombre que jugaba a fútbol con el corazón en el pecho del pie. Él fue quien enseñó el camino de gol a la bola brasileña’. Otro ilustre de la literatura deportiva brasileña, Moraes dos Santos Neto, sostenía que la magia de aquel mulato irreverente se concentraba en sus gambetas ‘mágicas’, que le conferían la capacidad de ser ‘bravo, guapo y capaz de seguir jugando hasta con dos dientes partidos’. Artur Friedenreich fue el primer talento moreno de Brasil, la primera noticia de la existencia de los ‘diablos del Pan de Azúcar’ y también el pionero del ‘jogo bonito’. Hizo suyo el clamor de un estadio, las calles y las gradas. ‘O glorioso pé do Friedenreich’ fue el origen de una leyenda que continuaron, a través de los tiempos, Pelé, Garrincha, Ronaldo, Romario y Ronaldinho. Rey del remate acrobático, del taquito en el balcón del área y del disparo envenenado, fue el primer talento mulato. En un Brasil de prejuicios racistas, fue un mulato de ojos claros que elevó a su máxima expresión la pasión universal del gol. Lo logró a base de goles y de astucia, maquillándose con polvo de arroz para esconder su negrura y parecer bronceado. Fue el primer dios negro en un fútbol fundado por blancos.
Bonita historia! Gracias Rubén!
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Fue pionero en dar efecto en el golpeo de balón para superar a los rivales con más facilidad. También se teñía la piel de blanco para poder jugar al fútbol. Saludos
Gran artículo, Rubén. Artur fue el primero de los brasileros mulatos. Y sí, le seguirían Pelé, Garricha y demás. Pero entre el primero y el último siempre hay uno en medio, y entre «O glorioso Pé» y «O Rei Pelé» surgió otro negro extraordinario: «El Diamante Negro», Leónidas Da Silva, estrella del Mundial de Francia ’34… Te invito a leer este artículo acerca de él: http://fronterad.com/?q=node/4121
¡Salud!