El guía-conductor les ha advertido que, al pisar las dunas, sólo se puede caminar en la dirección del viento para no entorpecer el flujo natural de la arena, así que los visitantes se desplazan como alfiles en un tablero de ajedrez donde todas las casillas son del color que surge del coqueteo inestable del blanco con el dorado. El atardecer comienza a alargar la sombra de los pinares que asoman por detrás.
El todo-terreno Mercedes, de color verde aceituna y con capacidad para 21 personas, vuelve a arrancar el motor. El grupo de visitantes capta la señal y regresa a sus asientos. Un niño permanece durante un instante sobre la duna, hundiendo el pie de atrás en la arena para removerla maliciosamente. Espera que, durante ese momento de intimidad, la naturaleza se manifieste al fin. Después de casi cuatro horas escudriñando arbustos a través de su ventanilla, no ha visto un solo animal de los que aparecían en el folleto: ni ciervos, ni tortugas, ni flamencos, ni linces.
Así es la naturaleza, le replica el guía de vuelta en el vehículo: caprichosa, ingobernable, aburrida. El niño aprende que no han venido a ver al lince ibérico, sino a pasear de forma controlada por el único escenario en el que éste no moriría inmediatamente de hambre, atropellado o envenenado accidentalmente. En el centro de visitantes El Acebuche, los turistas ven en unas pantallas imágenes en directo del programa de cría de linces en cautividad, algo que el niño vislumbra como un riego por goteo de linces en la naturaleza. El Parque Nacional de Doñana es un museo, como demuestra el hecho de que la visita termine en la tienda de regalos, donde es posible adquirir peluches de los animales que nunca viste.
Congelar la naturaleza en el momento en que vivimos, como una fotografía, ha sido siempre una obsesión de nuestra especie desde que el hombre del Paleolítico utilizara sus propias heces para pintar bisontes en la pared de una cueva. Los medios técnicos y los reparos morales han ido moldeando este deseo a lo largo de los siglos. Cuando capturar y disecar animales exóticos para exhibirlos en museos europeos fue considerado una atrocidad, esos animales pasaron a llenar las jaulas en parques zoológicos hasta que el sentido común volvió a recomendar algo más de precaución. La forma última de esta ambición son las reservas y parques nacionales, jaulas naturales de miles de hectáreas de tamaño con la forma de un ecosistema prácticamente inalterado.
Además de multitud de zonas protegidas a nivel local, autonómico o europeo (parques naturales, parques regionales, parques periurbanos, parajes naturales, monumentos naturales, reservas naturales, zonas de especial protección para las aves, reservas de la biosfera) en España hay catorce territorios condecorados con la categoría de Parque Nacional, la que garantiza la máxima protección de su diversidad biológica y de toda la fauna y flora que contienen. En total, estas catorce enormes jaulas sin barrotes ocupan 3.464 kilómetros cuadrados, extensión equivalente a un 0,69% del territorio español.
La estrategia de preservar lugares donde la naturaleza se conserve en un estado virginal es de las pocas cosas en las que todo el mundo (partidos políticos de cualquier signo, organizaciones ecologistas, probablemente usted) está de acuerdo. Pero, como en toda unanimidad, hay matices, incluso sombras, a explorar.
Para Peter Kareiva y Michelle Marvier, del Instituto de Estudios Ambientales de la Santa Clara University (California, Estados Unidos) “el concepto de punto caliente de biodiversidad [en inglés, biodiversity hotspot] se ha vuelto tan popular en los últimos años para la mayor parte de la comunidad conservacionista que existe el riesgo de que eclipse cualquier otra aproximación” al problema, según dijeron en un artículo de 2003 publicado en American Scientist.
“Algunos biólogos evolucionistas se han enfrentado a la protección de zonas de alta diversidad, considerándola una estrategia miope”, dicen Kareiva y Marvier, “porque niega el valor único de ciertas especies, de distintos linajes evolutivos con historias vitales y formas muy diferentes”. En lugar de dirigir los esfuerzos hacia áreas con riqueza de especies endémicas, dicen en el artículo, los conservacionistas deberían concentrarse en salvar, por ejemplo, grupos taxonómicos amenazados.
El ambientalista Norman Myers, de la Universidad de Oxford, se preguntó por qué unas zonas son consideradas dignas de ser protegidas y otras no. Algunos de nuestros Parques Nacionales fueron creados nada menos que en 1918 —en concreto los de Valle de Ordesa y Montaña de Covadonga, después ampliados y renombrados como Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido y Parque Nacional de los Picos de Europa.
¿Siguen siendo válidos los criterios que llevaron a esta elección, casi un siglo más tarde? La respuesta que Myers y otros científicos dieron, en un artículo publicado en Nature, es que las zonas a proteger se caracterizan por tener gran cantidad de especies animales y vegetales endémicas, pero, sobre todo, son zonas cuyo valor ecológico se incrementa cuanto más pequeña es el área, por lo que a la hora de escoger o delimitar un Parque Nacional, existe un criterio importante: la rentabilidad económica. Los Parques Nacionales recibieron 43.032.790 euros en los últimos Presupuestos Generales del Estado para proteger el zeitgeist florafaunístico de ese pequeñísimo porcentaje del territorio nacional.
Desde un punto de vista taxonómico, no todas las especies amenazadas tienen el mismo valor. En España, el Catalogo Nacional de Especies Amenazadas incluye un total de 546 especies, de las que 157 están consideradas en situación de “peligro de extinción”. Un caso curioso es el del visón europeo (Mustela lutreola), una de las especies que acapara más atención por parte de las políticas conservacionistas. “El lince ibérico y el visón europeo son los dos únicos carnívoros endémicos del continente, de ahí la responsabilidad europea en su conservación”, reza una orden ministerial de 2004.
En España quedan menos de mil visones. Sin embargo, no es una especie ecológicamente crucial por dos motivos. En primer lugar, está siendo desplazada por el visón americano, una especie invasora, que realiza exactamente las mismas funciones dentro del ecosistema. Por tanto, la desaparición del visón europeo, si bien trágica, no supondría una catástrofe en cuanto al equilibrio de depredadores y presas. Y en segundo lugar, el visón europeo no es endémico solo en España. Pese a que su número se ha reducido drásticamente, la especie todavía está presente en Francia y a lo largo de la cuenca del Danubio hasta Ucrania y Rusia.
Como a veces es difícil cuantificar la cantidad exacta de animales, los expertos suelen basarse en la variedad de flora endémica. Una gran cantidad de especies vegetales garantiza un lugar plácido para la existencia de la mayoría de las especies pero este criterio puede ser engañoso. Como reconoce el artículo de American Scientist, Kenia, por ejemplo, sólo alberga 265 tipos de plantas endémicas, frente a los más de 1.500 que hay en España. Sin embargo, este país cuenta con especies que forman parte de géneros mamíferos altamente amenazados, como el ñu, del género Connochaetes, o dos tipos de antílopes de los géneros Hippotragus u Oryx.
Y es que otra pregunta que surge ante este —generalmente aceptadísimo— planteamiento de protección es qué ocurre con las especies en peligro de extinción que viven en zonas con tan poco valor ecológico, como un huerto seco y abandonado en mitad de Fuerteventura.
Pedrada verde al gato salvaje
Por detrás de los muros de piedra amontonada que delimitan las parcelas, la única especie, a simple vista, son los matojos de hierba alta que nacen, ya secos, de entre los surcos de una tierra que —como el 85% de la superficie agrícola en la isla, según datos del Gobierno de Canarias— no está cultivada. Más allá, todo es pedregal sobre una suave pendiente donde se levantan o caen las ruinas grisáceas de una casa con el techo hundido. Por detrás de la colina, se escucha a algún coche pasar esporádicamente por la carretera hacia la península de Jandía, área que el Cabildo de la isla trata de impulsar como primer Parque Nacional de Zonas Áridas del continente europeo.
Bencomo Tabaiba —no su nombre real, sino el novelesco— suele hacer de camarero en temporada alta, cuando hay más trabajo. El resto del año está en paro. Muchas tardes viene paseando desde su pueblo, Tuineje, por el arcén de la carretera para sentarse a la sombra junto al muro y tirar piedras a los gatos. Inadvertidamente para ambas partes, Bencomo es el arma más económica de los conservacionistas para proteger a la musaraña canaria (Crocidura canariensis), una especie amenazada que sólo se da en Lanzarote, Fuerteventura, y los islotes de La Graciosa, Lobos y Alegranza.
La musaraña canaria fue catalogada en 1987 como una especie distinta a la musaraña gris que habita en el norte de África, aunque los expertos creen que esta divergencia se produjo hace unos cinco millones de años. Tabaiba, que espera sentando en silencio a que un gato asome, conoce a la musaraña como “ratonsillo hosicudo”. Los gatos salvajes son uno de los principales depredadores de esta criatura, y ya han sido eliminados de otros islotes porque afectaban a otras especies en peligro, principalmente lagartos. Pero aquí todavía campan a sus anchas, gato y ratonsillo, encerrados en esta trampa rodeada de azul.
“Ahí va uno”, susurra Tabaiba. Se arrodilla y lanza una piedra plana como si pretendiera hacerla rebotar sobre el agua, “si levanta un poco de polvo, el gato no la ve venir”. Pero falla y el gato, marrón con cabeza y patas blancas, se escabulle por un hueco en el muro. A lo lejos, durante un segundo y medio, desde el equipo estéreo de un coche, suena una canción —órganos, algo de psicodelia, quizá Jefferson Airplane— que se diluye con el ronroneo del motor y a continuación con el silencio.
Esperando la aparición del siguiente gato, Tabaiba saca un puñado de bolígrafos de su zurrón, y de entre ellos, un cigarrillo electrónico. Lo compró en la farmacia de Tuineje. “Soy exfumador profesional”, dice con cierto aire melancólico. Se queja de que la Ley Antitabaco está mal redactada desde el mismo título. “Esa gente no entiende que haya tabaco más allá de los cigarros, eso es lo que me molesta más”.
La ley, en efecto, prohíbe en algunos casos la venta o la publicidad de productos derivados del tabaco, lo que, según dice Bencomo Tabaiba, “es tan estúpido como prohibir la cafeína. Mire, lo que mata de los cigarros no es el tabaco ni la nicotina, es el humo. Que prohíban fumar, bien, ¡pero que no nos quiten el tabaco en sí, coño!”
En sus primeras semanas como exfumador, Tabaiba acudió a algunos especialistas que funcionaban bajo el conocido mantra impulsado por las autoridades sanitarias: Deje el tabaco o muera prematuramente. “Claro, mucha gente falla y vuelve al cigarro, porque no saben que no hacía falta dejar el tabaco, solo dejar de fumar”, continúa. De repente, Tabaiba se alerta porque el volumen de su voz parece haber espantado a un gato pardo que se refugiaba entre dos arbustos a unos diez metros, al comienzo de la colina.
— Bencomo, habla usted como un ejecutivo de la British American Tobacco.
— Le diré una cosa, hay gente que necesita su dosis de nicotina como otros necesitan tomarse un café. Hablo sólo de nicotina – responde Tabaiba.
— ¿Qué formas de tabaco ha probado?
— ¿Además de esto? -dice levantando el cilindro- casi todo: parches de nicotina, pastillas para chupar, tabaco de mascar, para esnifar…
— ¿Rapé? ¿Pero dónde consigue eso?
— Oh, no es fácil —dice Tabaiba aflautando la voz- lo descubrí en un estanco para ingleses en Puerto del Rosario.
— ¿Lo recomienda?
— No está mal, hay uno que tiene como albaricoque o melocotón, apricot se llama. Y es barato, pero si estás con más gente, amigos o lo que sea es, no sé… raro.
— ¿Ha visto muchas musarañas por aquí?
— De vez en cuando, pero para que asomen hacen falta dos cosas. Cero gatos y cero ruidos. Una vez vi incluso crías, iban como en caravana.
Tabaiba enciende el LED rojo de la punta de su cigarro electrónico. Un informe apunta a que los riesgos por uso de tabaco se reducen en un 99% al sustituir el cigarrillo por estos productos alternativos –con tabaco pero sin humo. El vapor de agua del cigarrillo se sacude y descompone al instante por la acción conjunta del sol y el viento majorero.
— ¿Por qué razón dejó los cigarros de verdad, Bencomo?
Tabaiba agachó la cabeza y se produjo entonces el silencio sepulcral necesario para ver pasar ante nuestros ojos un billón de musarañas en caravana. Busca entonces una foto en su cartera.
Evolución a medida
Otro argumento de los críticos al sistema de reservas y parques nacionales es que compartimentar la naturaleza, aún con la buena voluntad de protegerla, es contraproducente ya que muchas amenazas, como especies invasoras o el cambio climático no entienden de fronteras o de delimitaciones artificiales. Por el mero aumento de la temperatura, el ecosistema ideal para muchas especies se trasladará o, más probablemente, se reducirá. Un estudio del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) alertaba que, de las 317 especies de vertebrados nacionales analizadas, el 95% sufrirá contracciones en sus zonas de distribución a causa de las temperaturas. Para finales de este siglo, habrá zonas en los Parques Nacionales donde los animales a los que se protege ya no podrán vivir.
El actual modelo de conservación podría además estar cambiando el curso que, sin la intervención humana, tendría la —con mayúsculas— Evolución. Como Alexander von Humboldt y otros naturalistas prusianos del siglo XVIII que se adentraban en las selvas de Venezuela o Perú con un taxidermista bajo el brazo, queremos preservar en una instantánea el mundo natural tal y como nos lo hemos encontrado, sin tener en cuenta hacia dónde se dirigían esas especies antes de nuestra llegada.
Según un estudio realizado por Donald Levin, de la Universidad de Texas, centrarse en proteger pequeñas áreas de naturaleza (tales como esas fragmentaciones llamadas Parque Nacionales que ocupan, recordemos, menos del 1% del territorio) favorece, precisamente, a las especies capaces de vivir en áreas relativamente restringidas, como los roedores, y perjudica principalmente a los grandes carnívoros, como el lince. Y esto es justamente lo que está pasando a nivel mundial, según las tasas de extinción o especiación de vertebrados analizadas por Levin: el planeta podría terminar con una escasez de rinocerontes o primates y una preocupante sobrepoblación de roedores.
Quizá una de las formas de devolver al hombre urbanita la conexión con la naturaleza sea, precisamente, no proteger solamente parajes bellos y únicos pero que –seamos sinceros– le importan un carajo en el día a día, sino principalmente aquellos de donde obtenemos nuestra calidad de vida. “Cuando se les pregunta qué les aporta la naturaleza, la mayor parte de la gente da unos cuantos nombres de comidas, medicamentos o materiales de construcción derivados de especies salvajes. Pero, a menudo, olvidan mencionar el aire limpio, el agua fresca, los suelos fértiles o un clima benigno. En resumen, fallan al reconocer el rol crítico que estas comunidades de especies juegan para promover un ambiente saludable y predecible”, afirman Kareiva y Marvier, que creen además que ha sido la simplicidad de la idea (selva, verde, proteger, bueno) ha seducido tanto a gobiernos como a organismos internacionales.
Muchos de los proyectos de planificación, investigación o conservación, que el Ministerio de Medio Ambiente tiene para los parques nacionales, tienen el año 2013 como fecha de finalización. La recesión afectará seguramente a la prórroga de muchas de estas partidas, pero ¿es posible aprovechar el momento para ahondar en el problema? ¿Se puede discrepar sobre algo en lo que todos estamos de acuerdo?
En su artículo de Nature, Myers calculó que casi la mitad de las especies de plantas y un tercio de los vertebrados a nivel mundial están contenidos en un 1,4% del territorio del planeta. Incluso si fuésemos capaces de mantener esos terrenos perpetuamente vírgenes, cabe preguntarse qué sentido tendría hacerlo si todo cuanto existe fuera sigue degradándose. Cabe preguntarse si tiene sentido llamar a esto victoria.
Cuando la compañía BP [British Petroleum aunque, a raíz del accidente del Golfo de México, el departamento de comunicación promueve el uso de Beyond Petroleum] envió a docenas de trabajadores con monos blancos con el logotipo de la petrolera, rastrillos y sacos, a las costas de Texas y Lousiana para limpiar el derrame de la plataforma Deepwater Horizon. Algunos grupos ecologistas locales denunciaron esta situación, ya que estos limpiadores, al parecer, hacían desaparecer o decapitaban cadáveres de especies amenazadas que yacían sobre la arena, asfixiadas por chapapote. El principal sospechoso del asesinato era, al mismo tiempo, el encargado de custodiar la escena del crimen. Esta lacónica paradoja se reproduce, con formas mucho más sutiles, en las zonas donde el hombre protege al medio ambiente de sí mismo.
En este debate es imposible obviar esa tensión que existe entre el progreso y la sostenibilidad. Necesitamos carreteras, pantanos, calefacción, teléfonos, plástico y metal. El lince ibérico necesita, principalmente, conejos y grandes extensiones de terreno que no sean interrumpidas por carreteras. Necesitamos carreteras a todas partes que no sean interrumpidas por extensiones vírgenes para el lince ibérico y desgraciadamente, como advirtió Ralph Waldo Emerson, el hombre es más cuidadoso con su dinero que con sus principios. La solución adoptada en algunas zonas del Parque Nacional de Doñana fue dar luz verde a construir las carreteras, eso sí, poniendo especial hincapié en reducir la velocidad e instalar unas señales triangulares, como las de paso de ganado pero con la palabra RECUERDE y un dibujo de la cara de un lince. El hombre es un lobo para el hombre y un conejo envenenado para el lince ibérico.
¿Alguien me puede explicar qué pinta un surrealista alegato en favor del tabado en medio de un artículo que teóricamente trata de la protección de la naturaleza pero realmente no queda claro qué narices propone?
Jajaja, muy bueno Jp. Yo tampoco lo he entendido….
Si, muy curiosa la digresión acerca del tabaco.
El artículo plantea cuestiones interesantes pero poco realistas. Pensar en modelos de protección como los que se plantean requeriría de enormes cambios a todos los niveles. Lamentablemente, y tal y como están las cosas no creo que nuestros queridos políticos estén por la labor, así que de momento me temo que lo más a lo que podemos aspirar a nivel de protección de ecosistemas y especies es que por lo menos se mantenga el actual sistema de Parques Nacionales.
Al menos una buena noticia (espero): ayer se anunció la creación para 2013 del nuevo Parque Nacional Cumbres de Guadarrama.
El 80% de las especies protegidas están en propiedades privadas de gente que las conserva con el mínimo daño y el mínimo coste para la administración. Doñana, El Pardo o La Almoraima son ejemplos clarísimos de sitios que las administraciones publicas han estropeado y donde se han enterrado decenas de millones de euros en proyectos ridículos.
En España sobran las miles de hectáreas donde criar estos animales, lo que se necesitan son políticas de ayuda a los propietarios, no de millones de euros, de miles en muchos casos.
Y construir cortafuegos para que los incendios no sean de 50.000 hectáreas si no de 500.
En el tema del conservacionismo casi todo esta inventado.