“Ahora estoy en la cama esperándote, kamikaze, con un arsenal de valium, alcohol, una navaja de pelar naranjas y una mortaja militar”
Cuando Mayte Carrasco, reportera de guerra freelance, contaba solo con diez años de edad, escribió su primera novela corta. La llamó Los anónimos y la escribió al morir su abuelo con una vieja máquina de escribir que aún conserva como un tesoro. Entonces inventó, para explicarse de alguna forma un hecho –la muerte– que no comprendía, que lo había secuestrado la mafia italiana.
Unos cuantos años después, varias guerras a la espalda, algunas batallas libradas en la vida y alguna más en su profesión, esta granadina de adopción especializada en Seguridad, Terrorismo y Resolución de Conflictos, miembro de la junta directiva de Reporteros Sin Fronteras (RSF), periodista y mujer luchadora ante todo, presenta, recién llegada de cubrir el conflicto de Siria para medios como Telecinco, Cadena Ser o El País, su primer trabajo al otro lado de la frontera de la realidad: su primera novela titulada La Kamikaze.
Y sabe bien el jardín en el que se mete. Periodismo y literatura, realidad y ficción. Un debate harto exprimido que sigue dando sus frutos. No son pocos los periodistas que se sirven de la literatura para dar forma a las historias que no tienen cabida en el mundo del periodismo actual, o encuentran en la retórica y en la ficción su traje hecho a medida. Con el torbellino de emociones recién vividas en las revoluciones árabes que ha recorrido como si de una procesión se tratara, una tras otra, permaneciendo en silencio a la espera de su comienzo, acompañándolas en su desarrollo desde dentro y aprehendiéndolas después para contarlas, desempolva la antigua máquina de escribir y la caja de lata donde guarda con celo su primer escrito, para mostrárnoslo en exclusiva, orgullosa.
Decía Arcadi Espada que a menudo el periodista se encuentra con el problema de tener que transmitir unos hechos que no tienen explicación. Quizá la literatura en cierta parte suple esta falta de sentido, porque en la ficción reinan otro tipo de leyes, como son la verosimilitud o la justicia poética, y uno puede servirse de ellas para explicar lo que en el mundo real no puede.
Mayte lleva todo el año sin parar, saltando de una revolución a otra. Entre medias, un poco como terapia y como fruto del deseo de su niñez, se sentó a escribir su primer libro. Quería escribir una historia a partir de su propia experiencia como corresponsal freelance, como mujer en la guerra que tiene que hacer el triple salto mortal para llegar al foco de la noticia y contarla. “Supervivencia dentro de la supervivencia”, lo llama ella, de aquellas que tienen que luchar sobre un terreno frecuentemente hostil y con ideas ancestrales sobre la mujer, que le impiden, por ejemplo, andar sola por la calle o quitarse el hiyab de la cabeza sin ser increpada, y luchar después a su regreso por vender su trabajo y conseguir reconocimiento.
Con la firme intención de definir fronteras y hablar sobre el papel de la mujer en esta profesión sin caer en estereotipos ni feminismos facilones, acabamos en cambio diluyéndolas más de lo esperado y con la certeza de que el camino en el periodismo de guerra para la mujer es cuesta arriba. En un acto de doble defensa personal, tiramos todo por tierra en nombre las historias de las personas anónimas que sufren las circunstancias de la guerra y que son, en fin, las únicas protagonistas. El reto, para el periodista o el escritor, cada uno en su universo, es saber contarlas.
Yulia es la protagonista de La Kamikaze. Una mujer de 35 años, periodista freelance, que sufre profundamente de desamor y que se va a la guerra en busca de una noticia que le salve del agujero emocional y profesional en el que se ve metida. Lejos del capricho que esto parece, es consciente del objetivo que persigue y la precariedad en la que está sumida agudiza su ingenio sobre el terreno. Saber rodearse de buenos compañeros con los que compartir tiroteos, comida, taxis y miedos; cargar con un chaleco antibalas enorme porque no existen para cuerpos pequeños como el suyo; huir de oscuras habitaciones de hotel pero saber aprovecharse de las conversaciones oscuras en los pasillos; preservar, en fin, la confianza en sí misma como única bandera para sobrevivir a la acción serán las constantes de un texto que, más hacia la segunda parte, va tomando forma de novela negra.
Recién llegada a Afganistán, Yulia sueña con su abuelo mientras intenta dormir una noche de atentados kamikazes. ¿Cuánto hay de la propia Mayte Carrasco en este personaje? Ella responde rotunda ante la pregunta obligada: “Yulia es un personaje de ficción, como todos los que aparecen en el libro, y además, están exagerados, caricaturizados y llevados a su extremo, como lo son las situaciones que viven”. Dice haber elegido una mujer y una profesión sirviéndose de su experiencia, igual que los escenarios donde se desarrolla la acción. París, Afganistán o Georgia, son lugares que conoce bien porque han formado parte de su trayectoria profesional como reportera de guerra. Durante 2008 y 2009 viajó varias veces al país afgano y allí se enamoró de sus montañas. Ha visto historias muy duras allí y admira la fortaleza y la tenacidad de su pueblo que después de tres décadas sigue luchando por la paz. Le brillan los ojos al hablar del rostro bello de las mujeres que sacan adelante familias enteras ellas solas, al tiempo que admite con el más absoluto pesimismo que no hay un futuro esperanzador para esta tierra de paso con valores tan arraigados y tradicionales.
Igual que le sucede con Siria y la impotencia que le produce cuando escucha aquí hablar de que hay milicias que combaten, que hay ayuda extranjera cuando no la hay, sino que se trata de un ejército que aplasta a la resistencia matando inocentes, del mismo modo dice haber escogido Afganistán para analizar qué ha pasado después de diez años de permanencia de las tropas extranjeras allí, porque son muchas las luces y las sombras que dificultan un acercamiento a estas realidades.
Con el deseo de volver más adelante a hablar sobre este y otros escenarios, también de la actualidad de las revoluciones árabes, profundizamos un poco más en el periplo de la protagonista y en el resto de personajes de la novela. ¿Quién es la kamikaze?
Kamikaze quiere decir viento divino en japonés, como esos pilotos de la armada imperial japonesa de la Segunda Guerra Mundial que se estrellaban contra objetivos americanos en el océano Pacífico. En la novela, kamikazes son quienes siembran el miedo y la incertidumbre en Kabul y que hacen de las noches una transición en duermevela hasta el siguiente día de trabajo. Pero, especialmente, kamikaze es de forma simbólica el impulso suicida de Yulia en su búsqueda de la noticia. Por ella será perseguida por diplomáticos y espías –varios personajes españoles entre ellos– en un desarrollo argumental discontinuo y con una presencia de la acción in crescendo. La estructura en capítulos muy cortos, a modo de escenas cinematográficas y a su vez agrupadas en dos partes, es el acierto fundamental de su escritura.
De su ilusión desde niña por crear una ficción y de la lectura de los grandes escritores de literatura negra como Michael Connelly, Douglas Kennedy o, más recientemente, de escritores de la llamada novela nórdica, surge un personaje literario del que se sirve para denunciar las cloacas de la guerra de Afganistán. Uno de los temas principales es la muerte de civiles inocentes, porque Yulia en un momento se encuentra con los “Escuadrones de la muerte”, que son los responsables de las operaciones de castigo, el nombre desde hace muchos años de un grupo de hombres extranjeros que llegan a una casa de madrugada y abren fuego contra supuestos insurgentes pero que son operaciones en las que fundamentalmente mueren hombres, mujeres y niños. A la vez, y por otra parte, es una denuncia social, porque Yulia es una persona que sufre de todas las carencias que tiene su sociedad. Problemas con los que toda una generación podrían sentirse identificados, como la precariedad de la estabilidad emocional, económica, o laboral… la pérdida de rumbo se ve también en los personajes que la rodean.
Es un libro duro. El sufrimiento que contiene se parece ahora al gesto serio de la periodista Mayte, que ha dejado la sonrisa hace un rato mientras recuerda los momentos más recientes de su paso por Siria. Allí, en su misma habitación de hotel, murieron durante un bombardeo los periodistas Marie Colvin y Remi Ochlik, y Edith Bouvier resultó gravemente herida en una pierna. Con la misma sensación de impotencia lo relataba recientemente Javier Espinosa, al otro lado de la pared esta fatídica habitación de hotel, en esta entrevista con Enric González.
En esta atmósfera gris de un territorio árido y peligroso, Mayte encuentra el clima perfecto para su novela negra, hecha de olor a hierro y sangre a veces, de desasosiego y polvo casi todo el tiempo. Pensándolo bien, las cloacas de cualquier guerra darían para escribir relatos estremecedores, y recordamos que ya Maruja Torres lo hizo a propósito del conflicto en Líbano.
Pero en el libro también hay hueco para la autocrítica al periodismo, la caricaturización de los propios periodistas, que muchas veces experimentan esa doble moral de la búsqueda del morbo y del espectáculo ante la necesidad de vender una noticia. Las noches de droga y alcohol para lo que no hay dinero, pero que se consigue porque a veces se necesita un trago o dos antes que un buen desayuno a la mañana siguiente.
“En el reporterismo de guerra el problema es que está en vías de extinción”, dice Mayte.
“En este momento nadie apuesta por el periodismo de guerra, somos unos cuantos freelance los que vamos a todos los conflictos. De hecho, en Siria, de los españoles solo ha estado Javier Espinosa, Mónica García Prieto y Roberto Fraile, un cámara; tres freelance de cuatro que hemos estado allí. A mí, el ser freelance me ha permitido permanecer un mes dentro, he sido la que más tiempo ha estado, a pesar de los peligros, porque fue muy difícil entrar y creo que merecía la pena seguir contando lo que estaba pasando. El problema es que los medios de comunicación españoles no tienen dinero o voluntad para mandar a la gente de sus propias redacciones a cubrir conflictos que son de larga duración como Libia o Siria, y es una pena”.
Respecto a si el periodismo es hoy una profesión suicida o una trampa mortal también habla la protagonista de la novela: “El periodismo multimedia es el futuro, me encanta, y si estuviera bien pagado, ¡hasta podría vivir de él! Una utopía”. Yulia escenifica a la mujer orquesta mientras edita y envía imágenes a la vez, escribe y hace una crónica para la radio. Las nuevas tecnologías y las redes sociales son herramientas que pueden ayudar en el proceso, pero deben ser relativizadas. Comparte así Mayte la opinión que su personaje da en el libro sobre el periodismo ciudadano. En palabras de Rosa María Calaf, “¿Alguien pide un médico ciudadano en un hospital? Pues no. Pide un médico”.
El libro descubre al lector, además, el trabajo de soldados españoles y de toda la gente que está en un conflicto trabajando, investigadores del CNI cuyo día a día es importantísimo. Mucha de esta gente muere por ello y esta es su particular manera también de rendirles homenaje.
La muerte es cercana a lo largo del texto no solo porque le pisa los talones a la vida de los personajes, sino porque se suceden las pequeñas historias que la ejemplifican de una manera u otra (mujeres violadas y matadas después, niños asesinados en nombre de un régimen), y contribuye a todo un léxico y a un lenguaje que nos la hace presente de forma constante, bien de forma simbólica, bien con numerosas expresiones en árabe o en dari. Reflexionando con la autora, hablamos del tabú de los muertos en occidente, de cómo nosotros los tapamos y los colocamos detrás de vitrinas de cristal en el tanatorio o en ataúdes de madera robusta, mientras que en los países musulmanes, por ejemplo, el cuerpo del muerto se toca y se reza de una forma natural, se llora observándolo y se vive sabiendo que puede tocarte en cualquier momento.
Igual que la experiencia de la muerte de su abuelo de niña fue la que le llevó a escribir su primer relato, las historias grabadas en la retina y alimentadas con la experiencia profesional en cada conflicto toman vida a través de la historia de ficción de Yulia y su viaje. Mayte Carrasco escribió este libro en dos veces, entre conflicto y conflicto de la primavera árabe. Cuando lo terminó, cuenta al final del mismo:
“El día que escribí las últimas líneas de esta novela eran las tres menos diez del 11 de septiembre de 2011, el momento exacto en el que se cumplía el décimo aniversario de los atentados de las Torres Gemelas. La coincidencia me impactó profundamente y me hizo reflexionar sobre estos diez años de guerra, los porqués de la intervención bélica en Afganistán, lo buscado y lo conseguido. Los objetivos, los medios utilizados y el resultado final. No, no estamos en un mundo más seguro, ni los conflictos en el mundo árabe- musulmán han evolucionado como esperaban algunos, ni ha disminuido el nivel de violencia, las muertes de inocentes civiles o los ataques contra la mujer. (…) Que la vida sonría a los afganos y la muerte se aleje”.
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