The ghost writer (2010), la brillante película de Polanski, plantea la hipótesis de que ya ni siquiera es imprescindible ser un buen profesional de la política para ser presidente del Gobierno de una potencia mundial. Con la figura de Tony Blair como telón de fondo, el film sugiere que basta con un buen escritor fantasma para crear un ídolo al que sigan las masas enfervorizadas aunque en realidad nada tenga que ver con lo publicitado. Es el triunfo de la falsificación y de la impostura. El impacto del drama de Polanski se incrementa porque no es raro ver en otros planos de nuestra sociedad señales de ese mal de piedra. ¿Cómo se explica de otro modo el ruinoso aspecto que presenta la investigación científica? Sirva de ejemplo la excelente entrevista con el genetista Bruno Lemaitre que Miguel Mora publicó hace unos días en El País. Lemaitre acusa a su antiguo jefe, el laureado Jules Hoffman, de haberle birlado el Premio Nobel de Medicina del año pasado. Las pausadas palabras de Lemaitre son un hondo lamento. Hizo el trabajo, tiene las pruebas de ello y ha de conformarse con el sonido del silencio. Señala Mora que lo del Premio Nobel de Medicina de 2011 lleva tal carga de suspense que parece un guión escrito por Hitchcock. De los tres premiados uno se murió al saberlo. Y los otros dos (Beutler y Hoffman) han sido denunciados por apropiación indebida de conocimientos.
Lo que está sucediendo en España ha perdido hasta la gravedad que arrastran las buenas intrigas y ha devenido en hilarante vodevil grouchomarxiano. Hallábase el Comité de Ética del CSIC investigando una denuncia según la cual un científico destacado en Doñana (un señor Lemus Loarte) habría falseado los datos de varios estudios de su curriculum. Pues resulta que se encuentran con que, además de ratificar lo denunciado, entre los firmantes de los artículos investigados había un señor falso. Los artículos encausados los firma también un tal Javier Grande al que resulta que no conoce nadie. Como a aquel señor con abrigo que vivía en el pasillo en casa de Gila, vamos.
La investigación biomédica, la joya de la corona, también semeja un solar arrasado. El médico Xavier Bosch estima con datos bien fundados que un 21% de los artículos publicados en las revistas médicas de alto impacto en el año 2008 son fruto del ghostwriting. Lo que no es moco de pavo. Hablamos en muchos casos de artículos sobre la eficacia de fármacos y terapias de toda laya y condición contra el enfermar humano. El mecanismo, por posmoderno, es muy simple: unos investigadores de prestigio firman un artículo cuya elaboración y conclusiones ha corrido a cargo de competentes esclavos que habitan en las sombras. Multinacionales farmacéuticas, universidades y agencias de comunicación se mueven divinamente en este fango.
Ante estos hechos tan graves ya no sirven argumentos como el de que la mayoría de la gente que hace ciencia es honesta porque tras esa argucia se han hecho fuertes los cuatreros. La creciente acumulación de mentiras detectadas en los curriculums de prestigiosos investigadores hace imprescindible una estricta regulación del sistema científico. Por pura autodefensa de especie. Porque una sociedad que no detecta a tiempo a sus parásitos está condenada a extinguirse.
Tal vez aquel contundente opúsculo de Harry G. Frankfurt titulado On Bullshit no nos haya traído nada bueno. La primacía que le concedió a la palabrería como principal enemigo de la verdad ha resultado ser inmerecida. Hasta la fecha, el peor enemigo sigue siendo la mentira.
Y yo aún diría más, investiguen lo que sale de las facultades de economía, esos sí que son maestros del bullshiting!
Complejo tema donde los haya, querido Dr. Jambrina. Pero imprescindible. A lo peor una rápida revisión de los CV patrios nos transportaría a un mundo que empalidece lo que cuenta Lemaitre.Lo de Doñana es una muestra pavorosa. Mucho más de lo que su obligadamente breve referencia hace suponer.
¿Pero esto sucede en la medicina española? Por Dios, dónde vamos a llegar.
Don Cecilio, ¡qué bueno verle por aquí!
Estoy de acuerdo con usted. Esto que cuento es solo una brizna. Si los curriculums falsos hablaran..
Jose María, puede usted creerlo. En la sacrosanta Medicina.
Muy bien el artículo. Una denuncia necesaria.
Si la mentira fuera imposible el mundo marcharía como la seda.
Lo dicho por usted: si la ciencia quiere seguir siendo creible tendrá que arbitrar mecanismos que impidan el fraude.
¡Es muy grave, qué duda cabe! ¿En Filosofía y Letras no puede pasar lo mismo? Por ejemplo alguien que hace una edición crítica de algún clásico más o menos mdoerno y luego en la portada figura su nombre, ¡y el de alguien más que no colaboró pero…!
Por lo demás, creo que eso es poco al aldo de aquellos británicos, médicos investigadores, que se inventaron una enfermedad para conseguir méritos científicos: la enfermedad del violonchelista. Al cabo de 25 años confesaron la invención mentirosa.