Cine y TV

Años después… ¿cómo lo haría Wilder?

wilder

No llegué a entrevistar a Sigmund Freud. (…) Fui a Bergasse 19, donde él vivía. Era un barrio de clase media. Fui provisto de una única arma, mi tarjeta de visita de periodista del Die Stunde. Era un reportaje para el número de Navidad: “¿qué opina del nuevo movimiento político en Italia?”. Mussolini era un nombre nuevo. Corría el año 1925, así que para mí era nuevo. Me documenté sobre el asunto. Pero Freud odiaba a los periodistas, los despreciaba, porque todos solían reírse de él. (…) Llamé al timbre. La doncella abrió y dijo “Herr Professor está comiendo”. Le respondí: “esperaré”. Así que me quedé allí sentado. (…) A través de la puerta que daba a su despacho se veía el diván… me llamó la atención lo pequeño que era ese diván. Yo estaba sentado en una silla. De repente levanto la vista, y allí está Freud. Un hombre diminuto. Tenía una servilleta atada alrededor del cuello, porque se había levantado de la mesa a mitad de la comida. Me preguntó: “¿Periodista?” Yo dije: “Sí, me gustaría hacerle unas preguntas”. Replicó: “Ahí está la puerta”. Me echó. Fue el momento culminante de mi carrera. Porque me han preguntado constantemente sobre ello, hay gente que ha viajado sólo para preguntarme por todos los detalles, para que les diga exactamente lo que pasó. Pero eso es todo lo que pasó. Un simple “ahí está la puerta”.

Esta anécdota, extraída del absolutamente recomendable libro Conversaciones con Billy Wilder de Cameron Crowe —una larguísima y apasionante entrevista con al anciano director— sirve perfectamente como presentación de la figura del cineasta austriaco. Empezar recordándolo con una cita meramente cinematográfica no haría justicia a su figura. Billy Wilder, el hombre, ya había visto unas cuantas cosas antes de que naciera Billy Wilder, el cineasta. Fue el periodista al que Sigmund Freud echó de su casa. Bailó con mujeres por dinero. Hizo crónica de sucesos. Vio y vivió, y lo registró todo en su memoria. Huyó de Europa —como tantos otros talentos judíos— cuando el auge de Hitler envenenó el aire, aunque algunos de sus familiares no tuvieron tanta suerte y perecieron en los infames campos de exterminio. La madre de Wilder, de hecho, murió en el mismo campo donde tiene lugar la acción de la famosa La lista de Schlinder, una película que él pudo haber dirigido de haber sido más joven, aunque con toda seguridad no se hubiera parecido demasiado a la que conocemos hoy.

«El público nunca se equivoca. Un miembro del público, tomado individualmente,  puede ser un imbécil. Pero mil imbéciles juntos en la oscuridad… eso es genio crítico»

Billy Wilder murió hace trece años y lo recordamos con estas líneas, pero la verdad es que su cine nos dejó mucho antes que eso. Fue en 1981, cuando estrenó su último largometraje (Buddy Buddy, en España titulado Aquí un amigo), que fue la última ocasión en que pudimos ver juntos a la pareja mágica, Jack Lemmon y Walter Matthau. La última ocasión, claro está, sin contar las entrañables pero cuestionables reuniones de años después. Pero al grano: la crítica defenestró aquella película y el público le dio la espalda al que en otro tiempo fuera uno de sus directores favoritos, prácticamente expulsándolo de la industria. A él. A Billy Wilder. Ciertamente no era el mejor de sus films, pero era una película de Wilder, Lemmon y Matthau. No podía ser tan mala, y no era tan mala. Es más, buena parte de ella me sigue divirtiendo hoy en día… pero el cine no es país para viejos. A Kurosawa vinieron a rescatarlo desde Rusia. A Wilder, no. Como a Alfred Hitchcock, la edad lo devoró sencillamente porque Hollywood nunca ha confiado en sus viejas glorias, aunque después de defenestrarlas sin piedad termine canonizándolas con todo oropel. Pero bueno, Hollywood es Babilonia, una mala mujer y las malas mujeres hacen estas cosas. Esto no nos pilla de nuevas, aunque sólo sea porque nos lo cuenta Billy en sus propias películas.

Y sin embargo el despechado Wilder era uno de esos pocos cineastas lo suficientemente influyentes y con un estilo lo bastante reconocible como para haber generado un adjetivo: “wilderiano”. Como “fordiano”, “hitchcockiano”, «felliniano». También es otro de esos pocos cineastas que se ganó la inmortalidad no una, ni dos, sino varias veces, con otras tantas películas eternas: Perdición, Días sin huella, El crepúsculo de los dioses, Sabrina, Testigo de cargo, Con faldas y a lo loco, El apartamento, En bandeja de plata, Irma la dulce. Por citar algunas de las más conocidas. ¿No resulta impresionante? ¡Es mucho más que impresionante! Incluso unas cuantas de sus películas por así decir, “menores”, resultan memorables: desde el espionaje bélico de Cinco tumbas al cairo hasta la historia de traiciones en un campo de prisioneros de la interesantísima Traidor en el infierno (en la que, paradójicamente, sólo fallaban los forzados interludios cómicos), pasando por la emotiva The spirit of St. Louis y, cómo no, las piernas de Marilyn Monroe en La tentación vive arriba (aunque fue en Con faldas y a lo loco donde Wilder se las arregló para que Marilyn desplegase todo su poder e inundase las pantallas de una casi insoportable sexualidad: probablemente fue aquella la película más adorablemente pecaminosa que llegó a rodar la actriz). O la fascinante La vida privada de Sherlock Holmes, o la frecuentemente pasada por alto Uno dos tres, una auténtica maravilla al nivel de sus mejores trabajos y probablemente una de las comedias más enloquecidas y de ritmo más histérico de todos los tiempos. Billy sabía contar una historia.

«Si un actor entra por la puerta, no tienes nada. Pero si entra por la ventana, ya tienes una historia»

El suyo fue un legado demasiado vasto como para resumirlo con palabras. Recuerdo que una profesora del instituto solía decirnos “Marcel Proust es la vida” —hay que amar la docencia para decir algo así enfrente de un puñado de adolescentes lobotomizados por la edad— como queriendo expresar que aquel escritor podía captar la esencia de eso tan abstracto llamado «la vida» y trasladarla con éxito al papel. Algo similar puede decirse de Wilder. En sus mejores películas, ya sean dramas o comedias, había mucho más que argumentos, planos y diálogos: había toda una visión del mundo. Su visión del mundo. La cual, además, rara vez resultaba positiva u optimista. Sí, Wilder era un cínico. No creía en la gente, algo de lo que resulta difícil culparle. ¿Misántropo? Sí. ¿Misógino? Probablemente. ¿Había ribetes oscuros en su sempiterna tendencia al sarcasmo? Con toda seguridad. ¿Había una considerable ración de mala sangre en sus películas? Desde luego. Pero eso hacía de él quien fue. Uno no imagina a Wilder ejerciendo de misionero o tratando de quedar bien con todo el mundo. Su papel sobre la tierra era el de denostar y celebrar la vida al mismo tiempo. Vivió noventa y cinco años en un mundo al que consideraba —probablemente con razón— poco más que un vertedero.

Pero tuvo el suficiente sentido del humor como para destilar el vinagre y convertirlo de nuevo en vino. La mejor comedia consiste precisamente en eso: tomar aquello que detestas y darle una vuelta para conseguir que los demás se rían de ello. La comedia es una venganza, es la mejor manera de pedirle una satisfacción a la existencia. Con la comedia, uno se ríe de la vida y de todos cuantos la viven preocupadísimos por sus pequeños tropiezos. Esta actitud de la que hablo no era exclusiva de sus películas cómicas, en realidad iba mucho más allá; fue una actitud que primó subrepticiamente hasta en los más oscuros de sus dramas. Un cínico es un cínico, siempre. Y en cierto modo Wilder tampoco dejó de ser periodista, aunque se convirtió en el reverso tenebroso: aquel que subjetiviza la realidad al máximo. ¿Por qué pensar que la interpretación que hacen otros de la realidad es mejor que la de uno mismo? Así es como parecía pensar Wilder: no resulta extraño que aquel reportero que se hacía pasar por gigoló para poder escribir artículos sobre el tema se sintiera prontamente atraído por la confección de guiones, ya antes de salir de Europa. En el cine mantuvo su mirada de periodista, pero cambió la ética de reportero por la acidez del histrión desencantado.

«Pensé: aquí hay comedia. Aquí hay tragedia. Así es como es la vida. Sólo intento hacerlo tal y como es en la vida»

Hablamos mucho de comedia, aunque entre sus obras maestras las hay de diversos estilos. Pero siempre valoró la comedia por encima de cualquier otra cosa. La comedia es lo más difícil en el séptimo arte, aunque no sea siempre lo más apreciado, y eso es algo que Wilder sabía perfectamente. La comedia es, técnicamente, el pináculo de la complejidad narrativa. Crear un chiste efectivo a la vez que inteligente, y hacerlo muchas veces durante un largometraje, y que ese largometraje sea también un arte visual, es una de las metas más difíciles que puede marcarse alguien que cuente historias en una pantalla. Una auténtica gesta. Di una frase un par de segundos antes de tiempo, o un par de segundos después, o encuádrala de manera equivocada, y la cosa ya no funciona igual. Aun así, sabiendo los riesgos, Wilder se la jugó en numerosas ocasiones: no se conformó con asegurarse una carrera cómoda repitiendo hasta la extenuación El crepúsculo de los dioses o Testigo de cargo (esa exquisita imitación de Hitchcock que terminó siendo, claro, como una versión más humana del propio Hitchcock). Se lanzó a por lo difícil. Hizo comedias porque las comedias eran lo más difícil, y también lo mejor, que podía hacerse.

Pero él ya no está con nosotros. Y prácticamente nadie más ha sido capaz de conseguir eso tan difícil tantas veces y tan bien. Dado que el mejor cine cómico es tan complicado de dominar —porque además de comedia, el cine ha de ser arte— no resulta extraño que después de Wilder no haya habido gran cosa. Woody Allen ha parido algunas muy buenas comedias, aunque la mayor parte de las veces se haya limitado a ejercer como monologuista en la pantalla, ya sea a través de sí mismo o de sus personajes. Monty Python nos han hecho reír a carcajadas, pero sus películas no son arte, sino sucesiones de gags. Que son geniales todos ellos, sin duda, pero que conforman más una especie de teatro filmado que un verdadero cine con mayúsculas. Otros han hecho buenas comedias aquí y allá, en Estados Unidos y en el resto del mundo. Pero no ha habido otro Wilder.

«La mayor parte de las películas que hacen ahora están repletas de efectos especiales. Yo no podría hacer eso. Incluso dejé de fumar porque no era capaz de recargar mi Zippo»

Y no sabemos si volverá a haberlo. Quizá se necesitaría otro siglo XX, otro arisco Sigmund Freud, otro Hitler, otro campo de concentración de Plaszow, y lo que es más difícil, otro Ernst Lubitsch. Alguien como Wilder nace de una vida repleta de momentos peculiares, curiosos, surrealistas o dolorosos, que ha absorbido hasta hacerlos formar parte de sus propios tejidos. El dolor se acumula, eso es un hecho y resulta inevitable; pero lo importante no es eso. Lo importante es dónde lo acumula uno y cómo lo procesa después. Otros terminan amargándose y haciéndole la vida imposible a la gente de alrededor. Billy Wilder, en cambio, podía transformar el dolor en diálogos afilados y secuencias divertidas. Decía la canción de los Python que “cuando la miras bien, la vida es una mierda”. En tal caso, Wilder era un alquimista. Porque recicló su mierda y la convirtió en momentos que a nosotros, sus espectadores, nos ayudan a ser más felices. Y no deja de ser mierda… pero sirve para abonar la vida de otros. Esto constituye en sí mismo una gran enseñanza: a lo largo de tu vida vas a acumular basura, seguro, pero puedes dejar que la basura te consuma, puedes obsesionarte con intentar —en vano— limpiarla, puedes meterla debajo de la alfombra hasta que explote y se desparrame por toda la casa, o puedes reciclarla y fabricar con ella títeres, para reírte de ella. Toda una lección de vida. Va a resultar que Billy Wilder era un filósofo. No es raro que lo echemos tanto de menos.

«Si le vas a decir la verdad a la gente, hazlo de forma divertida o te matarán»

Es famosa la inscripción que Billy tenía colgada en su despacho: “¿Cómo lo haría Lubitsch?”. Siempre consideró a Lubitsch, el genio alemán de la comedia, como su principal maestro. Y cuando no sabía cómo resolver una escena, esa era la pregunta que se hacía para salir adelante. Hablaba con admiración del “toque Lubitsch”, esa atención hacia algún detalle aparentemente secundario que llevaba una escena cómica a un nuevo nivel. Hoy, diez años después de la muerte de Billy Wilder y tres décadas después de su retiro forzoso, todos hablamos en cambio del “toque Wilder”. Los cineastas que quieran conocer a fondo los secretos de su arte tienen sin duda —o deberían tener— una pregunta permanentemente grabada en la sesera: ¿Cómo lo haría Wilder?

Y, ¿cómo lo haría? Bien. Wilder lo haría bien.

Lástima que los genios no vivan para siempre. Sería injusto, claro. Pero qué cosa en este mundo no lo es. En un mundo justo no habría comedia. Así que, a lo mejor, la justicia no es tan importante.

«Si hay algo que detesto más que no ser tomado en serio, es ser tomado demasiado en serio» (Billy Wilder)

…estarás revolviéndote en tu tumba, supongo. Ha sido sin querer. Probablemente.

Billy Wilder

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15 Comments

  1. Jesús GG

    Siempre he creído que la última cita de Wilder era: «Si hay algo que odio más que NO ser tomado en serio, es ser tomado demasiado en serio».

    Incluso estoy convencido de que, aunque no sea esta, tiene más sentido.

    • E.J. Rodríguez

      Hola Jesús,

      Claro, falta el «no», así no tiene sentido. Ahora lo corregiremos. Y espero que sirva para demostrar que mi reclamo de una secretaria no es tan descabellado como creen en JD.

      Un cordial saludo.

  2. Mi enhorabuena por recordar, de forma tan entretenida, a este imprescindible cineasta.

    Gracias.

  3. Andrés Pérez

    Enhorabuena por el articulo. Me permito sugerir otro libro de conversaciones con Wilder con el escritor y periodista alemán Hellmuth Karasek publicado en España con el titulo de «Nadie es perfecto» donde se analizan película por película desde el punto de vista mas europeo y quizás más critico que en el libro con Crowe.

  4. Pingback: Diez años después... ¿cómo lo haría Wilder?

  5. Pingback: Articulando la semana | Cuerdos De Atar

  6. El Vince Neil de Burjassot

    Un autentico coloso,sin duda.Es dificil destacar alguna de sus peliculas,pero yo tengo una especial debilidad por Perdicion,El crepusculo de los dioses y Uno dos tres (y me dejo fuera peliculas intocables como Testigo de cargo o Con faldas…).
    Tienes razon en que en Traidor en el infierno lo unico que falla son los toques comicos,pero aun asi el papel de nazi que hace el gran Otto Preminger me parece genial.

  7. javier

    A parte de los que habéis citado también hay otros buenos libros sobre wilder. El número que le dedica la desaparecida revista nickelodeon es muy bueno. Poco que añadir, tengo todas sus peliculas, desde la primera hasta la última. Bueno me falta una, la primera, curvas peligrosas.

  8. Larry Bird

    Billy Wilder es un gigante. Él y Woody Allen son los mejores creadores de comedia que he visto y veré jamás. El artículo es magnífico, me estoy aficionando mucho a ti, E.J. Rodríguez.

  9. Un artículo brillante, inspirador

  10. Un artículo a la altura del genio descrito, muy interesante.

  11. Según mi tratado de Matemáticas, se pueden establecer las siguientes equivalencias:

    Comedia = Billy Wilder
    Oeste = John Ford
    Intriga = Alfred Hitchcock
    Aventura = Howard Hawks

  12. Eduardo Pardo

    Estupundo y necesario artículo. Incluso las peliculas menores de Wilder son monumentos al cine comparadas con las que hay ahora en cartelera. Mo ha mencionado dos que me gustan mucho Fortune’s cookies y Avanti! En la primera la pareja Mathau Lemon está genial y la segunda retrata como ninguna la seducción de la buena vida y el Mediterráneo.

  13. Pingback: Enlaces de ayer y hoy (edición nº 40) - Iván Lasso

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