Cuando esa piedra impactó en la sien de Khaled Lemmouchia el fútbol dejó de ser un juego «donde se corre detrás de una pelotita» para convertirse en una excusa, en un canalizador de un sentir más profundo, mucho más trascendente. Las lunas del autobús que conducía a la selección de Argelia estallaron en mil pedazos y decenas de proyectiles silbaron sobre las cabezas de los futbolistas. La nariz del delantero Karim Matmour apenas olió el dolor de un impacto que esquivó por escasos centímetros. No tuvo tanta suerte el jugador del Fulham Rafik Halliche. La sangre cubría su rostro, del que colgaba una tira de carne y pelo donde antes había habido una ceja. La escena dantesca de los futbolistas argelinos agazapados bajo los asientos y desparramados en el pasillo del autocar rezumaba a pánico, a gritos, a sangre y a cristales hechos añicos. Pero, sobre todo, desprendía un hedor rancio a odio visceral arraigado en el tiempo y que iba mucho más allá de un partido de fútbol. Así fue la infame comitiva de bienvenida a El Cairo. Dos días después, Argelia y Egipto debían disputar un partido que decidiría el sexto representante del continente en el Mundial de Sudáfrica pero, sobre todo, señalaría al embajador del mundo árabe en el evento deportivo más visto de la historia.
La FIFA no dijo esta boca es mía y dos días después, el 14 de noviembre de 2009, se disputó el partido, tal y como estaba previsto. Un par de jugadores argelinos “lucieron” vendajes en recuerdo de un intento de lapidación que se saldó con tres heridos y diversos jugadores con cortes y magulladuras de distinta consideración.El encuentro, jugado en un clima tenso y enrarecido, llegó al minuto 90 con la victoria por la mínima de los “faraones”. Pero ese resultado no servía, necesitaban un tanto más y, cuando pasaban 6 minutos del tiempo reglamentario, llegó el remate de cabeza de Emad Moteab. Un gol que enloqueció a un país y enervó a otro. El definitivo 2 a 0 provocaba un empate a todo en la primera plaza del grupo C que obligaba a disputar un partido de desempate y desataba un conflicto de magnitudes impredecibles. Eran las ascuas de otra guerra del fútbol.
Escalada de tensiones
“Dejarnos jugar el partido fue imprudente, hemos estado en peligro”, declaró el futbolista argelino Khaled Lemmouchia. “Salimos al campo lívidos. Si lo mismo les hubiese pasado a los egipcios, no habrían jugado y habrían ganado el partido en los despachos. Si la FIFA quiere que Egipto vaya al Mundial que lo diga claramente”, añadía con amargura el actual jugador del USM Alger.
Las consecuencias del partido de El Cairo no se hicieron esperar. El ministro de Sanidad de Egipto declaró tras el partido que 12 egipcios y 20 argelinos habían resultado heridos en los aledaños del estadio. Inmediatamente, en las capitales de los dos países, aficionados de ambas selecciones se enzarzaron en batallas campales que acabaron con más heridos, banderas quemadas y vehículos incendiados. La noche no consiguió apaciguar los ánimos. A la mañana siguiente, en Argelia se había desatado una ola de violencia contra todo lo que oliera a egipcio. Diversas empresas y comercios asentados en Argel fueron saqueados y 35 empleados de nacionalidad egipcia de la empresa de telecomunicaciones Orascom tuvieron que abandonar Argelia junto a sus familias. Sus casas habían sido arrasadas. Durante los enfrentamientos, 14 policías resultaron heridos y, para evitar males mayores, se cerraron todas las calles que conducían a la Embajada de Egipto en Argel. En los periódicos y en las televisiones argelinas las imágenes de los futbolistas vendados tras el ataque egipcio se reproducían como un bucle infinito, una y otra vez.
Por aquel entonces Oriol trabajaba para una empresa española en Orán, la segunda ciudad de Argelia: “La verdad es que esas imágenes continuaron apareciendo en los medios, aún, varios meses después”. El incidente de El Cairo actúo como una válvula de escape que encendió una chispa de emoción en el letargo argelino. “A pesar de su tamaño, Argelia parece un país invisible, un país en el que la palpitación social es casi nula, donde nunca pasa nada”, explica Oriol. “Pero cada 20 o 30 años todo salta por los aires en forma de guerra de liberación, a razón de 100.000 o 200.000 muertos cada vez”, añade.
El fútbol y la política discurren en un fino alambre y la tensión social se trasladó rápidamente de los terrenos de juego a los despachos. Dirigentes de ambos países se telefonearon para evitar que los incidentes de un partido de fútbol pudieran afectar a las relaciones diplomáticas de los dos países. Pero algunos actos contradecían las buenas y bien intencionadas palabras. El presidente de la Federación de Fútbol de Argelia, Mohamed Raouraoua, acusó a su homólogo egipcio de ser responsable de los incidentes en El Cairo. Por su parte, Egipto amenazó a la FIFA con retirarse del fútbol durante dos años si no sancionaba a Argelia.“Egipto no tolera a aquellos que hieren la dignidad de sus hijos. No queremos que nos arrastren a reacciones impulsivas, pero estoy agitado yo también”, advirtió en un comunicado el entonces presidente, Hosni Mubarak. En un ambiente en el que saltaban chispas, ambos países hacían malabares con nitroglicerina. Y en el horizonte próximo, otro partido de fútbol. El desempate en Sudan.
“Khartum… Insha’Allah”
A diferencia de Argel, Orán vivía instalada en una calma relativa. Nada que ver con la revuelta de hacía algo más de un año. En junio de 2008 el colonial y populoso barrio de St. Pierre salió a la calle armado con palos y piedras para protestar contra el descenso del segundo equipo de la ciudad, el ASM Orán (Association Sportive Musulmane d’Oran). Tras unos días convulsos, las protestas dieron resultado y el ASM mantuvo la categoría a cambio de una veintenade muertos, numerosas agresiones, atropellos y diversos suicidios. Dos años después descendería de nuevo irremisiblemente.
Pero en esa ocasión, quizá por su carácter más mestizo o, simplemente, por la ausencia de oportunidades (todo pasa en Argel), los altercados en Orán no fueron tan beligerantes. “La población se limitó a una de sus actividades más frecuentes: hacer cola”, relata Oriol. Ya fuera para el subsidio de desempleo, para la paga de antiguo combatiente (moudjahidine) o para solicitar una vivienda social, esperar en una cola formaba parte de un hábito tan arraigado en la ciudad como el te con menta. Esta vez, la cola se producía ante las oficinas de Air Algérie, a causa de un nuevo rumor del “teléfono árabe” (lo que aquí llamaríamos boca-oreja): el Estado argelino facilitaría billetes y entradas gratuitas para el partido de desempate de Sudán.
Y el “teléfono árabe” cumplió su función. En Orán la gente se olvidó de todo lo demás. “Toda la ciudad suspiraba por esas entradas, se cruzaban miradas cómplices, ya fuera en un ascensor, en un taxi o en una mesa de restaurante: Khartum…Insha’Allah (si Dios quiere), decían mientras le dirigían una última mirada al Altísimo”, explica Oriol.
Las horas siguientes fueron confusas. “Por un lado el presidente Bouteflika cumplió parte de su promesa y aviones de pasajeros de Air Algérie fueron incautados por el “bien del pueblo”. Incluso algún compatriota español se vio privado de su billete Oran-Argel”. Finalmente, se estima que unos 4.000 aficionados se beneficiaron de esta medida excepcional. “Eso sí, el paquete a Sudan, lejos de ser gratuito, rondaba los 2.000€ en un país en el que un ingeniero acomodado cobra menos de 400€ al mes”, desvela Oriol.
Tambores de guerra
Omdurman, localidad vecina de Jartum, fue el escenario escogido para el desempate. El presidente de Sudán, Omar al-Bashir, celebró una recepción previa al encuentro para limar asperezas, pero los presidentes de la federación argelina y egipcia ni si quiera se saludaron. Las declaraciones pre partido tampoco presagiaban nada bueno. “Para ser sincero, sí, estoy preocupado”, confesaba Hazem el Hawary, de la Asociación de Fútbol de Egipto. Y los jugadores tampoco pusieron de su parte para rebajar el clima de tensión. «Todo el equipo está listo (…) para la guerra«, sentenciaba el defensa argelino Madjid Bougherra desafiando la contención impuesta por su federación. El estadio de Al-Merreikh, con capacidad para 41.000 espectadores, podía ser el escenario de un partido de fútbol. O de una guerra.
Los aficionados de Argelia fueron acomodados en un lado del estadio y los de Egipto en el opuesto. 15.000 policías sudaneses se encargaron de velar por la seguridad de ambas hinchadas. Pero el partido no pudo empezar peor. Cuando aún no se había cumplido un minuto de juego el jugador argelino Nadir Belhadj realizó una entrada espeluznante que se saldó con una tarjeta amarilla. Apenas dos minutos más tarde, el argelino Mourad Meghni y el egipcio Ahmed Assan casi llegan a las manos. El partido corría serio peligro, parecía que en cualquier momento podía producirse una avalancha incontenible pero, afortunadamente, a partir de ese instante los jugadores se centraron en el fútbol y, antes del descanso, el defensa Antar Yahya empalmaba un centro de Ziani para avanzar a los argelinos. En la segunda mitad, Aboutrika y Zaki actuaron como arietes en el asedio egipcio, pero la portería argelina aguantó el cero hasta el pitido final. Los ‘faraones’, ganadores de las dos últimas Copas de África, se quedaban sin Mundial. Esta vez, la cara de la moneda era para los argelinos, que volvían a jugar la Copa del Mundo 24 años después.
El gozo vivido unos días antes en El Cairo se trasladó 2.700 kilómetros al oeste. En Argel y en Oran, la alegría se desbordó por las calles. “Es curioso porque el Mundial no se vivió ni con la mitad de intensidad. Los argelinos se alegraron mucho más del camino que del destino”, comenta Oriol. En la cita mundialista Argelia quedó eliminada en la fase de grupos y se marchó a casa sin anotar un solo gol.
Pero la felicidad iba intrínsecamente ligada al odio y al sentimiento de revancha. Aficionados argelinos hirieron en Jartum a 21 egipcios, lo que provocó una reacción en cadena. Al otro lado del Mediterráneo, en París, Marsella y otras ciudades francesas con una numerosa comunidad argelina, se produjeron disturbios y arrestos. Egipto retiró temporalmente a su embajador de Argel y en El Cairo 150 manifestantes intentaron asaltar la Embajada de Argelia, pidieron la expulsión de su embajador, Abdelkader Hadjar, y hasta el cierre de la Institución. La Federación Egipcia de Fútbol (EFA) se retiró de la Unión Norte Africana de Fútbol (UNAF), formada por Túnez, Libia, Marruecos, Argelia y el propio Egipto y envió una carta a sus miembros explicándoles su versión de lo acontecido en Jartum.
Durante esas horas de máxima tensión hubo quien no dejó de mirar el cielo en ningún momento, aterrorizado, esperando en cualquier instante el estrépito de un bombardero y el restallido de una explosión. Pero justo cuando se temía que todo se rompiera, que esa ira explotara en mil pedazos y manchara a todo el mundo, los ánimos se apaciguaron y lo que podía haber sido una tragedia, afortunadamente, quedó en un amago, en una escaramuza.
La revancha de la Copa África
El destino, siempre tan caprichoso, quiso que Argelia y Egipto se enfrentaran de nuevo apenas dos meses después. En esta ocasión estaba en juego una plaza para la final de la Copa África. Con las calles todavía humeantes y las heridas sin restañar, los seleccionadores de ambos países intentaron detener la hemorragia. “Es sólo fútbol”, simplificaba el técnico de Argelia, Rabah Saadane. Su homólogo de Egipto se manifestaba en la misma línea: «Ha de ser sólo deporte y nada más«. Pero, de nuevo, sus esfuerzos cabales fueron pisoteados por los protagonistas del encuentro. “Este partido es una cuestión de vida o muerte. Será como una guerra”. El delantero egipcio y actual jugador del Borussia Dortmund, Mohamed Zidan, ponía de manifiesto que la eliminación del Mundial y los consecuentes episodios de violencia todavía seguían muy presentes en sus mentes: “para nosotros es una oportunidad de mostrar al mundo que merecíamos ir al Mundial y, si los vencemos, seremos capaces de ver el campeonato con orgullo. Somos mejor equipo”, sentenciaba.
Oriol explica estupefacto la repercusión de ese encuentro en Argelia. “Apenas le prestaron atención. En las calles había una extraña mezcla de desidia y baja autoestima que contrastaba con la adrenalina que segregó aquel histórico partido de desempate en Jartum”. En estas circunstancias, los presagios de Zidan se hicieron realidad y el 28 de enero de 2010 los “faraones” barrieron a Argelia por 4 a 0 y se adjudicaron su séptima Copa África tras vencer a Ghana en la final. Se cerraba así un episodio más de una de las rivalidades más extremas del planeta fútbol.
Rivales y enemigos
La rivalidad entre Egipto y Argelia viene de largo. Numerosos encuentros entre ambos combinados se han saldado con disturbios, trifulcas e incidentes diplomáticos. Un duelo por la hegemonía del norte de África con oscuros precedentes:
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En la década de los 70, Libia y Egipto se enfrentaron en Argelia. La policía argelina cargó contra jugadores y aficionados egipcios.
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En los 80, una batalla campal obligó a suspender un partido de clasificación para los Juegos Olímpicos entre ambos combinados.
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En 1989 Egipto dejó fuera del Mundial a Argelia después de vencerla por uno a cero. El partido acabó con disturbios en El Cairo. El jugador argelino Lakhdar Belloumi dejó ciego al médico de la sección egipcia de un botellazo. Fue condenado a prisión.
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En 1990 Egipto se negó a participar en la Copa África que se celebraba en Argelia. Finalmente, por temor a ser sancionada por la FIFA, envió a un combinado juvenil.
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En 2002, el partido que enfrentaba a las dos selecciones en Argel se detiene durante 20 minutos a causa del lanzamiento de objetos sobre los “faraones”. Argelia, que no se jugaba nada, venció a Egipto e impidió que su máximo rival se clasificara para el Mundial de Corea y Japón.
La guerra de los cien días
El origen de los hechos que desencadenó el conflicto bélico entre Honduras y El Salvador que relató el periodista polaco Ryszard Kapuscinski es siniestramente calcado al de Egipto-Argelia. Ambos países también luchaban por clasificarse para un Mundial, en este caso, México 1970. En el partido de ida, en Tegucigalpa, el conjunto de El Salvador no fue recibido a pedradas, pero sí con huevos y una estruendosa cacerolada que impidió que los jugadores salvadoreños cerraran ojo en toda la noche. Al día siguiente, Honduras venció por 1 a 0. Una semana después, en el partido de vuelta, el combinado hondureño tuvo que ser escoltado por carros blindados hasta el estadio Flor Blanca. Cuando sonó el himno nacional de Honduras, en lugar de la bandera, izaron un harapo sucio, humeante y hecho jirones. El Salvador ganó por 3 a 0. A raíz de esos partidos se inició una guerra relámpago entre los dos países que duró 100 horas y se saldó con seis mil muertos y veinte mil heridos. En esa ocasión el fútbol fue de nuevo un instrumento para canalizar el odio, los insultos y las calumnias que se propagaban ambos países. En las catacumbas del conflicto se escondía una disputa por las tierras y una problemática de pobreza y de inmigración que jugaba con el pan de los ciudadanos.
La luz del mundo árabe
Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París y especialista en geopolítica, explicó a l’Equipeque el inmovilismo de los Ejecutivos de ambos países se debió al temor de ir contra la opinión pública. “Con gusto, se sumaron a la ola nacionalista y desviaron así los problemas de política interior, con las sucesiones de Moubarak y Bouteflika de fondo”, comentó. Boniface, asimismo, culpaba a Egipto del incidente en El Cairo, al que acusaba de ser sabedor de los riesgos que conllevaba el enfrentamiento. “Egipto se considera el faro del mundo árabe desde Nasser y ve a Argelia como un segundón. Argelia, por su parte, entiende que es el buque insignia del mundo árabe en el tercer mundo desde que Egipto se ha acercado a Washington”, explicó.
El fútbol, la red social más poderosa
Antes de censurar twitter y otras redes sociales, el ex presidente de Egipto Hosni Mubarak suspendió la Egyptian Premier League. Mubarak, conocedor del poder del fútbol, intentó atajar cualquier oportunidad de asociacionismo, cualquier foco de unión que facilitara las protestas. Él, que presentó candidatura para el Mundial 2010 y que fue el primero en fotografiarse con los ídolos del pueblo que ganaron su séptima Copa África en Ángola, sabía perfectamente que el fútbol era la red social más poderosa, un enemigo a derribar.
Y el fútbol ayudó a derribarlo. En la plaza Tahrir, las camisetas rojas del equipo más popular de Egipto, el Al-Ahly, estuvieron presentes en todo momento. Tal es así que incluso uno de los futbolistas más queridos del fútbol egipcio, el capitán del Al-Alhy, Wael Gomma, se pronunció en contra del régimen. La Gazzetta dello Sport recogió sus declaraciones: “Hablé con la mayoría de mis compañeros de la selección y todos están a favor de un cambio. En Egipto hay muchas injusticias sociales, demasiada disparidad entre ricos y pobres. Los jóvenes no tienen esperanzas en el Egipto actual. Espero que este cambio llegue sin un baño de sangre. No puedo estar contento al ver mi país en llamas, con civiles asesinados y periodistas extranjeros hostigados por bandas criminales. Temo una guerra civil, una guerra entre hermanos. Mubarak hizo lo que hizo, ahora debemos dar vuelta la página y trabajar para construir un país más justo”. No podemos dejar de hacernos una pregunta mezquina: ¿hubiera cambiado algo si Egipto hubiera sido designada como sede del campeonato del mundo de 2010?
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Interesante artículo, aunque hay un par de errores ortográficos.
Un bonito epílogo hubiera podido ser hacer una referencia al incidente que hubo en un estadio egipcio con decenas de muertos hace unas semanas, la mayoría seguidores del Al Ahly, en el cual se sospecha que la actitud indolente de la policía pudo ser causada por el papel del equipo en la revolución árabe:
http://www.martiperarnau.com/2012/02/la-barbarie-de-egipto/
Fantástico, enhorabuena por el artículo y por el gran debut. Es increíble lo que mueve el fútbol. Todavía no entiendo a aquellos que intentan separar el deporte de la política. ¿De verdad es posible?
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