– Está en el sótano del comedor —explicó, aligerada su dicción por la angustia—. Es mío, es mío: yo lo descubrí en la niñez, antes de la edad escolar. La escalera del sótano es empinada, mis tíos me tenían prohibido el descenso, pero alguien dijo que había un mundo en el sótano. (…)
Bajé secretamente, rodé por la escalera vedada, caí. Al abrir los ojos, ví el Aleph.
– ¿El Aleph? —repetí.
– Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos.
J. L. Borges
Con los años superamos el miedo a bajar la escalera al sótano, y sin embargo seguimos percibiendo el mismo misterio de las palabras de Borges. El Aleph, ese punto donde confluyen todas las cosas, ese pequeño Big Bang, sigue concentrando todas las posibilidades y todos los puntos de vista de todo lo habido y por haber. Pero ya no lo vemos al final de la escalera en el oscuro sótano, ¿qué ocurre? El Aleph está ahora detrás de la pantalla del ordenador, tras la superficie táctil del Ipad o al otro lado del teclado del móvil de última generación. El Aleph es hoy el universo de Internet, ese punto donde confluyen todas las posibilidades, observadas desde todos los puntos de vista, de todas las cosas habidas y por haber.
En 1984, el escritor de Ciencia Ficción William Gibson utilizaba por primera vez la palabra de origen norteamericano “ciberespacio” en su obra Neuromancer, y con ella nombraba el universo de las redes numéricas como lugar de encuentros y aventuras, medio de conflictos mundiales, nueva frontera económica y cultural. Explicaba también el escritor Pierre Lévy a propósito de este mismo concepto que existe en la actualidad una profusión de corrientes literarias, musicales, artísticas e incluso políticas que reclaman la cibercultura, aquella producida por y para la red. Pero el ciberespacio designa menos los soportes de la información que los modos originales de la creación, de navegación en el conocimiento y de la relación social que ellos permiten: el hipertexto, el multimedia interactivo, los videojuegos, la simulación, la realidad virtual… Esa debe ser la luz que guíe nuestro camino en la oscuridad del universo por descubrir. El ser humano inventa, avanza tecnológicamente porque ello presupone el progreso para la sociedad. Otra cosa es que los avances tecnológicos vayan por delante de nuestra capacidad para aprovecharlos según este fin, y el caso de la literatura es un buen ejemplo de ritmo de galápago respecto a la carrera de los nuevos medios.
Estado de la cuestión. Literatura 2.0 y de qué va todo esto
De si las publicaciones en papel desaparecerán o no, es una cuestión que está por ver y cuyo futuro aún no está claro. De momento, y aunque decrece, la demanda todavía existe, y sería demasiado aventurado proclamar que desaparecerá del todo. No es esta la cuestión de este artículo, en cualquier caso. Mientras tanto, el periodismo busca nuevas fórmulas de desarrollo a través de la red. Poco a poco los periódicos digitales dejan de ser una mera copia de las ediciones impresas y pasan a ofrecer nuevos contenidos adaptados formalmente a las exigencias del medio digital, explotando sobre todo la hipertextualidad y abriendo así una red de conexiones que enriquecen enormemente al lector. Tenemos acceso a más información y de una manera más sencilla, tanto que se habla ya de sociedad “sobreinformada”, saturada por la avalancha de contenidos que muchas veces son más de lo mismo.
Pero ¿cuál es el camino de la literatura en la escena de Internet? La red trae consigo nuevas formas de expresión narrativa que deben adaptarse a la web 2.0 y al lenguaje audiovisual. Se trataría de que la literatura se sirviera de los medios tecnológicos y de las estrategias de comunicación para su propia creación, sabiendo que, en este contexto, se produce una catarsis en la forma de consumir literatura, que afecta al tiempo del que disponemos y del que estamos dispuestos a dedicar, al lugar donde la consumimos y a la relación que establecemos con el texto. Parte de culpa la tienen las innovaciones en las pantallas de los dispositivos que utilizamos y que están en camino de ser el gadget del futuro más cercano.
“Vivimos en una sociedad profundamente dependiente de la Ciencia y la Tecnología y en la que nadie sabe nada de estos temas. Ello constituye una fórmula segura para el desastre”. Estas palabras podrían ser tan pesimistas como lo parecen si no fuera porque provienen de Carl Sagan, astrónomo, astrofísico, cosmólogo y divulgador científico, ganador, entre otros, de un Premio Pulitzer de Literatura General de No Ficción por su obra Los dragones del Edén. Lo que este científico sobresaliente en su tiempo, actual pese al paso de los años, nos enseñó es que para evaluar las nuevas tecnologías no hay que centrarse en lo meramente técnico y en las máquinas, sino en la continuidad entre estos fenómenos espectaculares y el uso cotidiano de las tecnologías intelectuales ya en práctica. Se olvida a menudo el sistema abierto y dinámico que ellas construyen, su interconexión en el ciberespacio, su inserción en los procesos culturales en curso y debiera ser, en cambio, su motor de arranque. Carl Sagan soñó hasta el final de sus días con la vida en otros planetas, y aunque mantenía posturas escépticas ante la capacidad del ser humano de cuidar su propio entorno, fue todo un precursor de la expansión y la difusión de la ciencia y del saber. Sírvase la literatura de un par de vasos de esta teoría y hallará la pócima para encontrar su lugar en el ciberespacio.
Superados algunos miedos, veamos más concretamente cómo está el panorama. El concepto “literatura 2.0” se apropia de la nomenclatura de la propia web 2.0, es decir, vendría a significar en tan modernos términos la generación de la tecnología de la comunicación en la que nos encontramos en este momento, y en concreto, en la que se encuentra nuestro panorama literario. Una primera aproximación es obvia y casi tonta, pero no por ello poco alumbradora: un pasito por delante de la web 1.0, y a las puertas de la web 3.0. Establecida la progresión cual test psicológico, veamos qué implica para la literatura.
El entorno de la web 2.0 se compone de la narración oral, la narrativa digital, el hipertexto, los periódicos, revistas y otras publicaciones digitales, la radio y la televisión por Internet y del universo multimedia. También sería el lugar de las redes sociales. Se diferencia de la web 1.0 en que trata de desarrollar aplicaciones de “segunda generación” que buscan reducir la distancia entre aquel que accede a la red y aquellos que publican en ella, promoviendo la posibilidad de que cualquier usuario acceda gratuitamente a gestores de contenido diverso (textos, imágenes, aplicaciones audiovisuales, búsqueda…) de forma que podría decirse que es más activa, frente a la pasividad que implicaba la anticuada web 1.0. Sería la actuación frente al escaparate, y en consecuencia, la democratización de la cultura.
Aún así, los géneros audiovisuales existentes actualmente en la red son copias de los analógicos. En lo referente a literatura, ocurre algo similar.
En líneas generales, y debe ser esto leído y valorado en su justa medida, podría decirse que los escritores se sirvieron de Internet en un primer momento para la comunicación y la comercialización de su obra, con la creación de su página web como propia marca, un blog donde contar las próximas presentaciones de sus libros (o de compañeros) y lugar de reflexión, y después, presencia en las redes sociales. Esta ha sido, reducido a lo esencial, la trayectoria de la gran mayoría. Seguramente el desembarco en el nuevo medio haya dado sus buenos frutos y habrán comprobado, cada cual ágil a su forma en el devenir de la red, que la difusión de la propia obra es tarea relativamente sencilla en cuanto a herramientas existen para ello, y en tanto que hay un público que se sirve de las mismas. He aquí la primera clave: el concepto de autoría y la interacción con el lector, van de la mano.
Conciencia del ciberespacio. Superación del prejuicio de la adolescencia
De otra parte, la constatación de que una nueva realidad existe y posee unas características propias es que ha sido integrada por parte de algunos escritores. Símbolo de la conciencia del ciberespacio son el best seller Contra el viento del norte, de Daniel Glattauer, acertada estructura análoga a la epistolar, pero con la reproducción de los emails que dos desconocidos se mandan. También Andrés Neuman con La vida en las ventanas o Lorenzo Silva con El blog del Inquisidor. Superado el complejo de que el chat es cosa de adolescentes, sea a bien incluir sus agitadas vicisitudes, pero reservamos, en cambio, nuestras reticencias respecto a la reproducción del lenguaje de este medio. Queden “kaes” y voces inglesas adaptadas para otro tipo de situaciones.
Así las cosas, Internet es el escenario para la difusión literaria de un autor, pero también para el desarrollo de nuevos productos que se ajustan a la potencialidad del medio y a la necesidad del lector. Las nuevas tecnologías ya están instaladas en nuestras vidas, ahora se trata de querer hacer algo nuevo en esta escena. Y ya no es una cuestión generacional.
Desde el siglo XIX, la literatura ha dibujado en nuestro imaginario al escritor como un personaje que escribe furioso en una Olivetti Lettera 22, arruga compulsivamente hojas de papel y las tira a su alrededor, desatendiendo al lector obsesionado con su propia imaginación. Es distante, esquivo, y tan solo conoces su rostro por la foto de la contraportada de su libro. Caricaturas a parte, lo cierto es que con la era digital aparece un nuevo concepto de autoría, potenciado especialmente por la presencia de los escritores en redes sociales como Facebook o Twitter, más notablemente en esta última, debido a sus características formales.
David Casacubierta, profesor de Filosofía de la Ciencia y la Tecnología en la Universidad de Barcelona, explica que el centro de la cultura ha dejado de ser el autor o el artista para pasar a ser el espectador. A diferencia del proceso de creación de una obra literaria según el concepto tradicional, las obras de la cultura digital ya no se construyen de forma individual sino colectiva, organizada. El artista deja de ser creador estricto para convertirse en productor, de forma que desarrolla una herramienta que luego el público es quien la usa, desarrolla y difunde según sus intereses, que no tienen porqué coincidir con los del artista… pasa a ser su trabajo el de un “medium”: ofrecer una estructura, una herramienta, un medio en el que el usuario se expresa y crea, y de esta forma se produce su desarrollo integral en la sociedad de la información.
Los medios de comunicación social democratizan la cultura, decíamos, y desmitifican además el proceso de escritura. De repente el autor se ve intercambiando impresiones acerca de su obra, y es así como consigue “seguidores”. Son muchos los autores de renombre presentes en esta red social, y que manifiestan abiertamente disfrutarlas y sacarles partido. Salman Rushdie, por ejemplo, dice pasárselo muy bien con el ingenio de los tuits. Claro que frente a esto están los casos de suplantación de la identidad, como el grupo que tuiteaba en nombre de Jonathan Franzen (@emperorFranzen). Internet también es eso, y no debemos descuidarlo.
Explicaba el New York Times en su blog de tecnología que quien se dedique a esto a fondo puede incluso sobrevivir prescindiendo del proceso y campaña publicitaria, empeñándose a fondo en construirse su propio imperio de followers en Twitter y Youtube, donde pueden subir vídeos leyendo fragmentos o adelantos de su obra.
Universos por conquistar: ingenio en 140 caracteres y otras formas de escritura creativa
El uso de la red como medio de comercialización y publicidad está a la orden del día, pero no hemos llegado al fondo de la cuestión. Se trata del desarrollo de una literatura en un cosmos diferente, que se rige por normas específicas y que tiene un público con unas características determinadas. Volcar las obras literarias en la red no es más que parte del continuum de adaptación a los diferentes medios, pero ¿qué hay de lo nuevo? Hablamos de la creación literaria.
Decíamos anteriormente que en general la forma en la que los escritores toman presencia en la red es mediante la relación comercial que establecen en redes sociales y en sus propios sites. Pero también se hacen cosas nuevas. Los blogs sirven como espacio de experimentación y poco a poco se toma conciencia de que son un canal para la creación de contenidos propios y exclusivos del medio. Diarios de viaje funcionan bien, y más nos gustaría encontrar aquella vieja literatura por entregas que en el XIX enganchaba al lector de a pie. Si Internet es el zapping de la televisión en el ciberespacio, la novela por post debiera ser el folletín entre tuit y tuit. Ánimo a los nuevos Dumas, Dickens o Balzac de la nueva era, hallarán en ella un público fiel. Una razón más: existen también en la red herramientas que funcionan con algoritmos capaces de recuperar y reunir los textos por nosotros.
El microrrelato, por su parte, bien merecería un estudio independiente. No es un subgénero nuevo y sus orígenes se remontan a las primeras formas de expresión oral con las fábulas, adivinanzas y refranes. Esta forma primordial de la literatura parece no pasar de moda y ha encontrado en Internet su espacio perfecto tanto de difusión como de consumición: a sorbitos, las palabras medidas y cuidadosamente colocadas se convierten dosis de ingenio perfecto, también, en redes sociales como Twitter, el nuevo dinosaurio que no olvida a los grandes y donde algunos se atreven a retar al mismísimo Augusto Monterroso.
En lo que a la interacción y a la innovación formal se refiere, cabe destacar el cómic por encima del resto. El cómic interactivo es capaz de aunar la creación colectiva con una estructura que casi lo acercan más a un videojuego que a una pieza literaria tal y como la conocemos. A través de senderos, el espectador/ lector participa siguiendo una línea de lectura que le lleva a dimensiones diferentes según su propia elección.
Y en medio de toda esta vorágine, el libro. Su definición tradicional —una colección de páginas impresas encuadernadas con una cubierta, blanda o rígida, susceptible de ser almacenado en una librería o en una tienda— se ha visto notablemente afectada en los últimos años con los avances tecnológicos en dispositivos electrónicos. El ebook o el blog no son una amenaza, porque el contenido seguirá siendo la esencia, lo que está por ver es hacia dónde se asientan los intentos en curso para reinventar la escritura y la venta de libros. La edición, que también vive momentos convulsos, se suma a la duda de cómo quedará una industria que de momento nos deja propuestas como Unbound, donde el usuario de a pie se puede convertir en editor/ financiador de un libro cuyo extracto le atraiga, por un mínimo de diez libras, y así ver impreso su nombre en la contraportada, o The Atavist, revista digital que vende piezas entre periodismo y literatura a un precio simbólico, adaptado a todo tipo de dispositivos (tabletas, móviles…). Son, en resumen, la expresión de la defensa de las buenas historias bien contadas adaptadas a un medio nuevo, con exigencias nuevas.
Es tiempo, en fin, de nuevas formas para el lenguaje, que la literatura en la red debe aprovechar para lograr su propia identidad. Con la aparición de la hipermedia, extensión del concepto de hipervínculo e hipertexto, integradora de métodos de creación y escritura tales como la imagen, vídeo, audio o mapas que da pie a la interacción con el usuario, se perfila una interesante posibilidad: un ascenso para la escritura hacia la reapertura del modelo semiótico estancado ya y ahora desterritorializado. No en vano se habla de la web 3.0 como la web “semántica”.
Ya Borges habló de la pluralidad del universo en ese diálogo con todas las imágenes. Aligerando el relato con el contrapunto del absurdo, trata la locura que le adviene a todo eartista, y se nos aparece de nuevo aquella imagen del escritor atormentado frente al papel – pantalla en blanco. “Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos, cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca?”
Dándonos así de bruces con la cruda realidad, asumimos que solo podemos transmitir una realidad; lo demás, es pura literatura, contaminada, dice Borges, de falsedad. “Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es”. Llegará, pues, la literatura a colonizar plenamente el espacio digital. Otra cosa es que sepamos —o podamos— contarlo.
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Y que nadie haya comentado aún lo interesante de este artículo me asombra… y lo digo con prisas, las suficientes como para no poder explayarme en matices y halagos, pero no quería dejar pasar la ocasión más tiempo.
Enhorabuena de nuevo, María!
Excelente