“Dave es uno de los pocos artistas que puede decir algo realmente malicioso y hacer que, encima, parezca simpático” (Jay Leno)
“Jay es un maestro poniéndose al público de su parte. Es capaz de comunicar la idea de que ‘¿no deberíamos nosotros, como grupo, pensar que esto es absurdo?’ Inmediatamente sientes que es tu aliado” (David Letterman)
Nadie puede negar que los estadounidenses poseen un inherente sentido del espectáculo que siempre ha estado —y probablemente seguirá estando— bastantes años por delante de lo que se hace en cualquier otra parte del mundo. Prácticamente desde el instante en que se inventó la imagen en movimiento, ellos ya erigieron Hollywood para convertir sus películas en un gran negocio primero, en objeto de adoración mística después, y finalmente establecer un referente cultural universal anclando en nuestras consciencias ese mismo Hollywood como concepto en sí mismo. Algo parecido han hecho con su música, con su literatura, con su deporte, e incluso con su política y su historia como país. Y, cómo no, con su televisión. De hecho, la televisión norteamericana puede estar, como todas las demás, repleta de basura. A menudo lo está. Pero no sólo cuando hacen televisión —buena o mala— la hacen más a lo grande. También cuando hacen meta-televisión la hacen realmente a lo grande. No se limitan a producir y emitir programas, sino que las biografías de sus principales personajes televisivos o las luchas de egos entre bastidores se han convertido, a su vez, en material para libros y películas. No hablo sólo de enfrentamientos escenificados que el espectador, a poco que tenga dos dedos de frente, sabe distinguir como gallinerías para atraer una audiencia fácil. De esos los hay allí como aquí, supongo que cualquiera ha oído hablar de Jerry Springer, por ejemplo. Pero no es eso lo que nos interesa. En la televisión estadounidense hay historias entre bastidores que se han convertido en patrimonio cultural de la nación, en lugares comunes para conversaciones casuales y desde luego en un supracontexto en el que se mueven sus emisiones televisivas. Es algo para lo que resulta difícil encontrar un equivalente en España, donde no existe la misma obsesión por radiografiar el andamiaje del mundo del espectáculo y convertir esa radiografía, a su vez, en un nuevo espectáculo. También las vidas y caracteres de algunas de sus personalidades televisivas son diferentes a lo que podemos concebir aquí. En EEUU existen figuras de la TV que en su día crecieron fascinados por la misma magia mística de esa televisión de la que ahora forman parte, de ese concepto del espectáculo como un todo. Así, cualquier historia que concierna a algunos de ellos adquiere una nueva dimensión.
“Todo el mundo tiene un propósito en la vida. Quizá el tuyo es mirar la televisión” (David Letterman)
Así ha sucedido, por ejemplo, con la agria animadversión que existe desde hace bastantes años entre los dos reyes del “prime time” norteamericano. Algo que comenzó como una amistad y que terminó en aborrecimiento mutuo cuando entre ambos surgió una pugna por hacerse con el programa televisivo más prestigioso del país. Algo que iba más allá del dinero y la ambición misma: era el sueño por apropiarse de la mística de la televisión, de ocupar el trono y ser algo más que una simple superestrella millonaria. Escenas de espionaje, puñaladas por la espalda, escándalos sexuales, sarcasmos sangrientos sobre la vida personal del otro, y dos décadas de dardos envenenados volando a través de las pantallas. La estrella de las noches en la CBS contra la estrella de las noches en la NBC: es la guerra.
El anuncio de la Superbowl: hemos hecho sangre, ahora hagamos espectáculo
“Lo que sea que ha ocurrido en estos dieciocho años despareció. Letterman fue muy gentil. Hablamos sobre los viejos tiempos. Hicimos algunas bromas. Fue realmente bueno verle. No importa la animosidad que haya entre dos cómicos: un buen chiste es un buen chiste” (Jay Leno)
Los anuncios que se emiten durante el descanso de la final de la liga de “fútbol americano”, la Super Bowl, son los spots publicitarios con la mayor audiencia del año. Lo cual, en un país tan grande y tan ferozmente televisivo como los Estados Unidos, ¡supone mucha audiencia! Es como el equivalente al primer anuncio de Año Nuevo en España: el spot más caro y el más lucrativo, también el más esperado. El que marca tendencias en publicidad, el que todo el mundo espera ver, analizar, comentar y desmenuzar. El que al día siguiente provoca —o se intenta que provoque— conversaciones, cotilleos y columnas de prensa. Así, los espectadores americanos están acostumbrados a que los anuncios de la Super Bowl intenten superarse cada año, sorprendiéndoles con algo nuevo, ya sea en contexto gracioso, emotivo, espectacular o sencillamente inesperado. Dichos anuncios son un hito cultural por sí mismos y no es raro que frecuentemente estén protagonizados por algunas de las mayores estrellas del país. Este año, por citar un buen ejemplo, ha podido verse a Clint Eastwood vendiendo coches de la Chrysler en un tono lacrimógenamente patriotero. La defensa que Eastwood hacía de la industria automovilística nacional frente a la amenaza de las importaciones parecía haber sido escrita y rodada justo después del 11-S, con un proteccionismo feroz digno de su faccioso personaje en El sargento de hierro. Un spot al que sólo le faltaba pintar a Detroit, corazón de la industria de la automoción, en plan Calcuta. Pero no siempre los anuncios centrales de la Super Bowl se ponen tan dramáticos, por fortuna.
Hace unos años, en el 2007, uno de estos spots bromeaba con la relación —no demasiado buena— que existía entre las dos grandes estrellas de la CBS, David Letterman y Oprah Winfrey. Muchos lectores habrán oído el nombre de Letterman, pero es casi seguro que prácticamente todo el mundo sabe quién es Oprah. Pues bien, en el descanso de la Super Bowl ambos aparecían sentados en un sofá, viendo el partido mientras fingían ser una pareja, y de hecho el spot estaba titulado “la Super Bowl del amor”. La ocasión era que ni pintada: aquella final la jugaban los Chicago Bears y los Indianapolis Colts. Oprah no es de Chicago pero graba su programa allí y de hecho labró su carrera en la ciudad, así que aparecía con una camiseta de los Bears. Letterman es de Indianapolis, y aparecía con una camiseta del equipo de su ciudad.
Aunque son compañeros de cadena, habían tenido sus más y sus menos y en aquel entonces su distanciamiento estaba en su punto álgido. Letterman, con su característica acidez imprudente, se había burlado de Oprah en más de una ocasión en su programa, lo cual había ocasionado bastantes años de tirantez que habían sido la comidilla del mundillo. Aunque no era un enfrentamiento importante, nada que pudiera desestabilizar la CBS, y menos conociendo la tendencia de Letterman a disparar arbitrariamente sus sarcasmos cuando tiene el “día tonto” (tendencia que se ha aminorado mucho con los años pero que no ha desaparecido del todo). De hecho, Oprah y Letterman, además de ironizar sobre sus roces en el anuncio, terminaron arreglando el asunto y reconciliándose, para bien de la cadena en que ambos trabajan.
Pero lo que sí pilló a todo el mundo por sorpresa fue la continuación de ese mismo spot, emitida en el 2010, que reunía a Oprah y Letterman con Jay Leno, la estrella de la cadena rival, NBC. La audiencia asistió atónita a un hecho realmente inimaginable hasta entonces: que David Letterman y Jay Leno se hubiesen metido en una misma habitación para rodar un spot publicitario. Por mucho dinero que les pagasen, estaba claro que ese no era el único motivo: ambos son multimillonarios (y Oprah todavía más) y si habían aceptado rodar juntos tenía que haber otro motivo más allá del dinero. Ese motivo, que puede ser tan importante como el dinero, era el propio espectáculo.
Muchos años atrás, Leno y Letterman habían mantenido una estrecha amistad, pero ahora tienen toda una historia de rencores personales detrás y se han convertido en enemigos enconados. Dicho en otras palabras: no pueden ni verse, Literalmente. Es más, en el momento de grabar el anuncio, llevaban dieciséis años sin hablarse y aunque Leno pretendió vender la imagen de que el rodaje había servido para reconciliarlos, hoy sabemos que eso no es cierto. O Leno nos engañó a nosotros, o Letterman lo engañó a él, pero la animadversión ha seguido intacta. Letterman, muy especialmente, odia a Jay Leno con un ahínco verdaderamente feroz. Piensa que en un ya lejano 1992 su antiguo amigo le pegó una puñalada por la espalda para arrebatarle el sueño de su vida: presentar el famoso Tonight Show de la NBC. Letterman, que ya era una superestrella en aquel año, quería ser el sucesor del mítico Johnny Carson al frente de la franquicia televisiva más legendaria de América. En aquel 1992, Tonight Show de Carson llevaba más de treinta años siendo EL programa y Letterman llevaba una década siendo EL presentador (con permiso del propio Carson, claro). Parecía inevitable, cuestión del destino, que cuando Carson decidiese retirarse Letterman fuese el sucesor. Pero finalmente fue Leno quien, con astutas maniobras —que describiremos em la segunda parte de este artículo— y a espaldas de su antiguo amigo, le arrebató el puesto a Letterman. Éste no sólo no se lo ha perdonado nunca, sino que desde su programa aprovecha la más mínima ocasión para burlarse cruelmente de Leno, imitando su tono agudo de voz, haciendo chistes de mal gusto sobre el tamaño de su barbilla (lo suele apodar como “Jawman”) y, en general, pintándole como un sujeto rastrero y manipulador. Mientras, Leno hace su programa en la cadena rival y raras veces menciona a Letterman para mal, aunque en alguna ocasión lo ha hecho y tampoco le ha faltado veneno precisamente.
Por ello, el espectador norteamericano apenas podía creer lo que veían sus ojos cuando Letterman y Leno compartían aquel anuncio, hasta el punto de que mucha gente pensó que se había recurrido a efectos especiales para conseguir que ambos presentadores aparecieran en un mismo encuadre. Pero era real, ambos estaban allí, en el mismo plató. Además —lo cual es más chocante— el anuncio había sido idea del propio Letterman, precisamente el que con más ahínco ha mantenido encendida la llama de la enemistad. El retorcido Dave pensó que ningún espectador esperaría ver jamás una escena semejante, que aquello levantaría un considerable revuelo nacional; y acertó. Es algo muy típico de él: detesta a Leno con verdadera pasión, pero si ese odio produce una oportunidad para mostrar algo realmente inesperado en pantalla, querrá sacarle partido. Tras la ocurrencia de Letterman, se le presentó la idea a Leno, ofreciéndole participar en el anuncio. De manera también sorprendente, Jay aceptó.
El anuncio se rodó en un pequeño estudio de New York (ciudad en la que Letterman suele grabar su programa; Leno lo hace en Los Angeles), guardando un absoluto secreto para no arruinar el efecto sorpresa. Al principio del spot, vemos a Oprah y Letterman mirando la Superbowl en, como decíamos, una especie de secuela del anuncio del 2007. Pero lo que parecía una mera continuación se convertía en algo completamente inesperado: la cámara abría plano y los espectadores podían ver que Jay Leno, el enemigo más odiado de Letterman, estaba también sentado en el mismo sofá. El spot era muy, muy breve, pero resumía en unos pocos segundos la relación entre ambas superestrellas televisivas:
David Letterman: Esta es la peor fiesta de Superbowl de la historia.
Oprah Winfrey: ¡No, Dave! ¡Sé amable!
(Jay Leno aparece en plano)
Jay Leno: Sólo lo dice porque yo estoy aquí.
David Letterman: (Imitándolo burlonamente) “…sólo lo dice porque yo estoy aquí.”
Oprah Winfrey: (suspira, hace un gesto de frustración y mira a Letterman enfadada)
Diecisiete segundos de anuncio. Un segundo por cada año de enemistad. El anuncio se convirtió en la habladuría del momento y no, esa enemistad no era simplemente un truco publicitario. Es una enemistad auténtica y bastante emponzoñada, no sé si se me ocurre un ejemplo similar en España, al menos entre famosos presentadores. Pero que piense el lector en dos individuos a los que jamás esperaría ver juntos en un anuncio, nunca. Eso es lo que estaban viendo en Estados Unidos. Y en la tierra del entertainment por antonomasia, supuso todo un “shock”.
Para el público de cierta edad la escena constituía todo un motivo de sorpresa, pero también de chanza y de especulaciones varias. Aunque cuando los espectadores más jóvenes se topan con las figuras de Letterman y Leno, probablemente vean poco más que a dos presentadores carrozas que ya no están en su momento más afilado. Pensarán que su enemistad se trata de un mero producto de la guerra de audiencias. Estos espectadores más jóvenes habrán tenido noticia, como mucho, del revuelo que se levantó cuando Conan O’Brien sustituyó a Leno al frente del Tonight Show y sin embargo Leno se las arregló para volver a arrebatarle la poltrona, casi como había hecho veinte años antes con Letterman, lo cual no sólo perjudicó bastante la imagen pública de Leno sino que sirvió para que un Letterman que llevaba lustros esperando vengarse hiciera bastante leña del árbol caído, en plan “¿veis cómo yo tenía razón respecto a él?”. Pero también contaremos el asunto de O’Brien más adelante.
La guerra Letterman-Leno tiene unan raíces bastante profundas sobre las que se han escrito libros y se han rodado documentales y películas de ficción. Es historia de la televisión, y curiosamente no sólo de la televisión norteamericana, también de la nuestra. Algunos de los programas más conocidos de la TV española no existirían sin lo que hicieron en su día los protagonistas de esta guerra. Lo que ocurrió en Estados Unidos afectaba —aunque entonces los espectadores no lo sabíamos— a lo que salía por nuestras pequeñas pantallas. Podría hacerse una lista bastante larga sólo con los presentadores españoles, pasados y actuales, que basaban y basan su éxito en imitar lo que hacía David Letterman durante sus mejores años en la NBC primero, y en la CBS después. Una lista muy larga. Aunque también Letterman tuvo sus maestros.
Johnny Carson, el presentador favorito de América
“Johnny Carson es el mejor. Encanta a los inválidos y a los insomnes, así como a la gente que ha de levantarse al amanecer. Es el Valium y el Nembutal de una nación. No importa qué clase de invitados coñazo hay en el programa, él hace que parezcan divertidos y excitantes. Ejerce como enfermera y como cirujano de los entrevistados, y no se muestra vanidoso. Hace su trabajo y se presenta bien preparado; si habla con un escritor, se ha leído el libro. Pero incluso sus rutinas más ensayadas parecen improvisadas. Es la crema de la elegancia de clase media pero no es un maniquí. Ha cautivado a la burguesía americana pero sin ofender jamás a los intelectuales, y nunca ha dicho nada que no sea liberal o que no sea progresista. Cada noche, ante millones de personas, hace un salto mortal. Y lo que es más, lo hace sin red. Sin reescrituras. Sin segundas tomas. Los chistes han de funcionar esta misma noche” (Billy Wilder)
The Tonight Show, el programa insignia de la NBC, había comenzado su andadura en 1954 como un programa verdaderamente pionero en la pequeña pantalla. Era el prototipo de “talk show” nocturno que conocemos hoy, con entrevistas de tono ligero, números cómicos, actuaciones musicales, monólogos humorísticos, etc. Un formato que en aquellos años era más bien un experimento para el “prime time”, especialmente con las innovaciones y sketches añadidos por los guionistas y el presentador Steve Allen. Llamado en un principio Tonight starring Steve Allen, rápidamente se estableció como uno de los programas favoritos del público. Allen sentó las bases sobre cómo debía ser el presentador de talk show nocturno: un individuo que supiera combinar profesionalidad con una constante ironía (que a menudo desembocaba en una total informalidad, para delirio del público); cuyas entrevistas, sin perder el respeto al invitado, tuviesen cierta chispa traviesa; que fuese capaz de protagonizar los sketches cómicos él mismo pero también de ceder protagonismo cuando tenía a un invitado que ofreciera espectáculo. En definitiva, una fórmula que nos resulta muy familiar hoy. Convencido del acierto de su formato, Steve Allen llegó a decir que “este programa durará por siempre”. Y acertó, aunque él mismo tuvo que dejarlo en 1957 cuando la NBC quiso que cambiase de franja horaria para hacerle la competencia a Ed Sullivan, que estaba reinando en la CBS. Como vaticinó Allen, su programa ha seguido existiendo hasta hoy y de hecho es uno de los más antiguos de la TV mundial.
El sustituto de Allen fue Jack Paar (aquí entrevistado y hablando sobre su actitud delante y detrás de las cámaras). Pese a que también se ganó el favor de la audiencia, sólo aguantó unas pocas temporadas. Entre bastidores, el nuevo presentador tenía una personalidad rebelde y bastantes cambios de humor: al público le gustaba, pero sus enfrentamientos con los productores y directivos de la cadena eran bastante sonados y acortaron su etapa en el programa. En una ocasión llegó a abandonar el Tonight Show por sorpresa, sintiéndose ofendido cuando le censuraron un sketch sobre un inodoro (en pleno 1960, este tipo de censura no era nada inhabitual) y anunciando su dimisión para asombro de la audiencia y de los propios directivos de la cadena. Aunque pudieron convencerlo para que volviese a las pocas semanas, durante las siguientes dos temporadas su carácter mercurial y su rebeldía siguieron manteniéndolo de constante mal humor. Lo cual, unido al cansancio que le producía la dura rutina de grabación diaria, lo condujo a abandonar de nuevo, esta vez definitivamente, en 1962. Jack Paar fue un buen presentador del programa y fue más tarde reconocido por sus notas innovadoras, pero no quiso seguir aguantando la presión de estar al frente de lo que ya se estaba convirtiendo en el buque insignia de la NBC.
Su sustituto Johnny Carson se hizo cargo del Tonight Show en 1962 y, esta vez sí, se consolidó en el puesto. La NBC no cometió el error de moverlo a otro programa, como habían hecho con Allen, ni tampoco Carson tenía una personalidad conflictiva con la de Paar. Estuvo nada menos que tres décadas ininterrumpidas al frente de la emisión, entre 1962 y 1992, convirtiéndolo en la saga televisiva más prestigiosa de EEUU. El propio Johnny Carson se convirtió en un icono cultural de primer orden; era el individuo más querido por los espectadores, una auténtica figura familiar para todo el país. Era siempre elegante y tranquilo, pero también rápido de reflejos, gracioso, flexible… Tenía un aspecto inofensivo y un permanente saber estar, sin nunca tratar despectivamente a ningún invitado, pero se las arreglaba en cambio para entretener constantemente a la audiencia. Sabía ser correcto y a la vez divertido. En definitiva, el modelo para casi todos los presentadores de “talk show” que surgieron a lo largo de las siguientes décadas. En España su nombre podía sonar a través de menciones ocasionales, pero nunca llegó a tener una gran popularidad, lógicamente. Quizá a muchos les sorprendiera en su día que hasta en The Simpsons bromeasen con el estatus mítico de Carson, a quien el presentador Krusty el Payaso acude en busca de consejo (una referencia directa a lo que también había hecho David Letterman, como ya explicaremos), en el mismo episodio en que otro personaje —creo recordar que era ¿Homer? ¿O Moe?— dice asombrado “¿hay algo que este hombre no pueda hacer?”, mientras Carson toca el acordeón y hace malabarismos con un automóvil o algún otro alarde inverosímil por el estilo. La palabra “variedades” era sinónimo de Johnny Carson, él era el rey de la televisión.
Años antes de la retirada de Carson, en una familia cualquiera del medio Oeste norteamericano, en Indiana, el más típico y tópico corazón del país, había un chaval que se sentaba boquiabierto ante la pantalla, fascinado por su trabajo. Ese chaval siempre había querido ser presentador de televisión, desde que tenía memoria. Incluso se había fabricado un micrófono de juguete para imitar a sus ídolos. Aquella era su primera y única vocación. Aquel chaval se llamaba David Letterman y nació en Indianapolis, lejos de los dos corazones de la farándula: Los Angeles y New York.
Un hombre con un sueño
“Si no fuese por Johnny, yo no tendría una carrera” (David Letterman)
Letterman inició su carrera en la televisión en su Indiana natal. Tras ejercer como locutor de radio en la universidad, participó en diversos programas en emisoras de la ciudad, ya fuese como presentador, normalmente en programas de poca monta, o ejerciendo como reportero (a los que hayan seguido al presentador les hará gracia ver esto; un Letterman de veinticuatro años como entrevistador a pie de pista en las 500 millas de Indianápolis). Alcanzó cierta notoriedad local —aunque a veces negativa— como hombre del tiempo. Hoy nos parece normal que los meteorólogos de la pequeña pantalla se adornen con chascarrillos y chistes, adoptando un tono bastante informal, pero a principios de los años setenta la televisión informativa debía ser completamente seria y no había demasiado lugar para las ocurrencias chistosas. Aquello no parecía ir con Letterman, que ya por entonces se caracterizaba por un humor ácido que a veces no podía contener, ni siquiera anunciando el clima. De vez en cuando, y para desmayo de sus jefes, improvisaba comentarios en directo que provocaban llamadas de espectadores indignados, como cuando felicitó a una tormenta tropical por haber sido “ascendida” a huracán —a los televidentes que iban a sufrir el huracán no les hizo ninguna gracia— o anunciando que iba a caer granizo del tamaño de “latas de jamón en conserva” mientras lanzaba una de sus sonrisitas de ardilla, o mostrando en el mapa cómo una franja nubosa había tapado la frontera entre los estados de Indiana y Ohio, diciendo con sarcasmo que la unión entre ambos estados no le parecía muy buena idea (en la vecina Ohio se captaba la emisora y no se sintieron demasiado halagados con el comentario). Aquellas estupideces no eran del agrado del público, acostumbrado a un estilo mucho más formal y conservador en los noticieros. La dirección de la cadena dio varios avisos a Letterman, quien se sentía cada vez más desanimado y hastiado en su labor. El trabajo de hombre del tiempo le aburría sobremanera. La televisión era su vocación, pero no aquella televisión conservadora de su Indiana natal. Según él mismo contaba después, al terminar su jornada laboral se iba a casa y se sentaba, deprimido, bebiendo cervezas y soñando con hacer otro tipo de televisión.
Siempre se mostró muy inseguro respecto a sus capacidades, pero la gente de su entorno insistió en que tenía talento y debía abandonar Indianápolis si quería llegar a alguna parte. Pensaban que allí, anunciando tornados y borrascas, estaba malgastando su potencial, que aquello no le iba a servir de trampolín para llegar a las grandes cadenas y presentar su propio “talk show”. Si quería adquirir cierta notoriedad, Hollywood era el lugar a donde ir. Su sitio estaba en la comedia, le decían; aquel sí podría ser su trampolín. A Letterman lo de la comedia le parecía una idea extraña, ser cómico no era su vocación, pero finalmente se convenció de que sería una manera mejor de darse a conocer que permanecer anunciando nubes y claros para los campesinos de Indiana. En 1975 decidió emigrar a Los Angeles.
En Hollywood empezó a escribir comedia e incluso a ejercer de monologuista en The Comedy Store, un local de moda donde un cómico “stand-up” podía darse a conocer, ya que entre el público solía haber estrellas, productores y gente importante del negocio. Allí, Letterman vio actuar a un joven cómico llamado Jay Leno. No le parecía que Leno tuviese necesariamente el mejor material, pero le impresionó el dominio que mostraba sobre el escenario. A Leno, por su parte, le llamó la atención la imaginación de Letterman a la hora de escribir sus monólogos. Empezaron a trabajar juntos confeccionando chistes para otros, además de continuar con sus respectivas actuaciones, y cultivaron una estrecha amistad. Ambos se hicieron un nombre en el mundillo local de los monólogos: Leno era el desenvuelto, el que parecía haber estado siempre ante un público, el que parecía un tipo sencillo y amigable, un hombre del pueblo. Letterman, en cambio, era el sarcástico, el que respondía con ácida rapidez a los comentarios de la audiencia y no parecía demasiado interesado en hacer amigos.
La comedia, efectivamente, le sirvió a Letterman como trampolín para aparecer en televisión, aunque durante unos años no eran apariciones de las que se sintiera muy orgulloso. De hecho, en años posteriores bromearía bastante sobre ellas: cameos en comedias de Robin Williams (permitan que inserte otra curiosidad), un papel en el episodio piloto de una serie que no se llegó a emitir, jugar al Password, apariciones como “estrella” invitada en concursos estúpidos, y alguna colaboración en programas ajenos que eran cancelados a las pocas semanas. Sí, aparecía en las grandes cadenas, pero muchas de las colaboraciones que le ofrecían eran embarazosamente cutres y con el tiempo empezó a pensar que nunca conseguiría tener un programa propio. Él no quería ser cómico ni actor; él quería ser presentador de talk show, como Johnny Carson. A Jay Leno, por contra, todo aquello no parecía importarle. Nunca había mostrado grandes deseos por convertirse en presentador —al menos de puertas afuera— y se contentaba con actuar ocasionalmente como cómico invitado en televisión.
Sin embargo la oportunidad terminó llegando. Johnny Carson solía dar a conocer a cómicos jóvenes en su programa, y tanto Letterman como Leno aparecieron en el Tonight Show. El humor árido de Letterman, especialmente, gustó bastante a Carson.
El legendario presentador tenía una lista de suplentes, “presentadores invitados” para aquellos días en que él no podía grabar el programa. Por entonces, en 1978, Johnny Carson era el anfitrión de la gala de los Oscars; como aquel día tenía que acudir a la ceremonia, necesitaba a alguien que le cubriese las espaldas. Sus sustitutos habituales estaban ocupados, así que terminó llamando a Letterman para hacer el trabajo. Aunque sólo fuese por un día, David Letterman estaba a punto de cumplir su sueño infantil: sustituir a Johnny Carson y presentar el Tonight Show. No desaprovechó la oportunidad: su desempeño impresionó no sólo al propio Carson, sino al presidente de la NBC, Fred Silverman. Ambos comenzaron a velar por el ascenso de Letterman. El viejo Johnny empezó a llamarlo regularmente para actuar en Tonight Show o para hacer alguna otra suplencia, y Silverman decidió que a David Letterman había que darle un programa propio.
Batacazo matinal
En 1980, la NBC comenzó a preparar The David Letterman Show, que debería servir como su trampolín de lanzamiento y que de hecho contendría algunos de los elementos que ayudarían al presentador a revolucionar la televisión durante la siguiente década. Letterman se trasladó a New York dispuesto a convertir su programa en algo rompedor. Sólo que la NBC cometió un error de base: asignarle a Letterman un programa en horario matutino.
La franja matinal estaba por entonces dedicada, sobre todo, a los concursos ligeros e intrascendentes; Fred Silverman eliminó algunos de ellos para darle a Letterman hora y media de show. Empezó la pre-producción del programa, pero ya desde un inicio la cosa se torcía. El choque de mentalidades entre el joven presentador y la manera de hacer televisión por la mañana resultó patente. Silverman puso como productor de The David Letterman Show a Bob Stewart, hasta entonces responsable del concurso Pyramid. Stewart no estaba acostumbrado a filmar nada similar a un “talk show” y las discusiones entre Letterman y él fueron tan sonadas que incluso llegaron a las páginas de la prensa, ya antes del estreno. Letterman resultó tener una fuerte personalidad, quizá demasiado fuerte para alguien que todavía no había tenido un programa propio y que todavía no era una estrella. Stewart esperaba encontrar un presentador sumiso, más en la línea de los poco exigentes presentadores de concursos matinales, pero Letterman se empeñaba en corregirlo una y otra vez, acusándole de no ser capaz de ir más allá de una “mentalidad de concurso” y peleando por incluir innovaciones y un radical cambio de estilo. Las cosas llegaron al punto en que el productor, harto de discutir, dimitió a pocos días del estreno oficial del programa, poniendo en peligro todo el proyecto. La prensa se hizo eco del caos interno en que parecía nacer el nuevo The David Letterman Show. El productor saliente fue sustituido de urgencia por otro y en mitad de un considerable desorden se consiguió llegar a la fecha de estreno con el programa más o menos a punto. Milagrosamente, la emisión pudo realizarse.
Pero tampoco de cara al televidente era indicada la franja matinal para aquel tipo de programa. El humor sarcástico de Letterman, siempre basculando entre el surrealismo, la acidez e incluso la puerilidad traviesa, no era entendido por los espectadores de la mañana. En aquellas horas la audiencia estaba principalmente compuesta por jubilados y amas de casa, más acostumbrados a sus concursos y cotilleos, gente poco dispuesta a intentar apreciar las extravagancias del nuevo formato ni la seca ironía del nuevo presentador. Las insinuaciones de Letterman sobre lo que había hecho la noche anterior yendo por ahí borracho y disparando a las farolas (“En California es legal, ¿qué soy yo, un abogado?”), sus burlas de los periódicos rurales o una psicodélica entrevista con un Steve Martin que fingía dormirse cada dos por tres, eran algo que los habituales de los concursos “light” no iban a captar con facilidad. El público que estaba en el estudio, formado sobre todo por gente joven y de mentalidad liberal, sí captaba a Letterman y de hecho lo adoraban por sus irreverencias, pero la percepción de la gente que estaba en casa, más conservadora, era bastante distinta. Una cosa era Saturday Night Live, que no era un “talk show” sino un programa cómico emitido los sábados por la noche para una audiencia compuesta por chavales que bebían cerveza y fumaban porros; algo así podía tener éxito. Y otra cosa era un programa matutino de entrevistas donde lo normal hubiese sido ver conversaciones sobre moda o cotilleos, con una taza de té en la mano, y no a Letterman ironizando sobre cualquier cosa que se le pasara por la cabeza. The David Letterman Show fracasó estrepitosamente en índices de audiencia y fue cancelado aquel mismo 1980, a los pocos meses de empezar, sin importar el entusiasmo de la crítica o del reducido grupo de seguidores que hacían novillos en el instituto o la universidad para verlo de vez en cuando.
Aun así, pese a la breve andadura de su defenestrado show, Letterman ganó un Emmy como mejor presentador en 1981 y además hubo otro Emmy para los guiones del programa. The David Letterman Show tuvo el raro honor de recibir un sonoro reconocimiento en los premios más importantes de la televisión después de haber sido cancelado a los pocos meses. Fue un éxito de crítica y un fracaso de público… poco prometedora combinación.
Sin embargo, el presidente de la NBC, Fred Silverman, no se desanimó con la cancelación. Entendió que había sido un error colocar a un individuo con la personalidad y el humor de Letterman en un horario matinal más apto para programas inofensivos, y siguió pensando que el presentador era un diamante en bruto al que había que encontrar acomodo. En colaboración con la productora de Johnny Carson concibió un nuevo programa: Late Night with David Letterman. Esta vez lo emitirían a medianoche, justo después de que hubiese terminado el Tonight Show de Carson. Las doce y media no era la hora de mayor audiencia potencial, desde luego, pero sí era buen momento para captar a una audiencia joven que —como habían podido comprobar— era la que mejor aceptaba las peculiaridades de Letterman. Además, a esa hora el presentador tendría algo más de libertad para desarrollar su característico estilo, algo que resultaba muy importante para él. El show comenzó a emitirse en 1982.
Esta vez acertaron de lleno. Más allá de los números de audiencia, con Late Night with David Letterman se iba a revolucionar el mundo del “talk show” nocturno, en América y en el resto del mundo. Se convertiría en un fenómeno de la televisión estadounidense y empezaría a ser imitado (o directamente copiado) por presentadores de muchos lugares del planeta, España incluida. Aunque ironizara sobre cosas como lo mucho que odiaba que le pusieran cortinillas musicales pregrabadas (”hemos gastado mucho dinero en estas cosas, así que tendréis que oírlas hasta acabar hartos”), David Letterman lo había conseguido: no sólo tenía su propio y prestigiosísimo programa, sino que parecía el mejor colocado para terminar sucediendo a Johnny Carson al frente del Tonight show. Así lo quería él, así lo quería el público y así lo quería el propio Carson. Por entonces aún no sospechaba que era precisamente su amigo Jay Leno quien se iba a cruzar en su camino. En el próximo episodio repasaremos la tremenda andadura de Letterman en la NBC que cambió la TV estadounidense y mundial, y entraremos de lleno en el asunto de la retirada de Johnny Carson, la puñalada por la espalda de Jay Leno, la marcha de Letterman a la CBS… en definitiva, ¡la guerra!
Continuará. No sin una advertencia: no resulta recomendable leer estas líneas entando colgado boca abajo del techo, porque en tal caso el mensaje del amigo Dave podría, como de costumbre, adquirir nuevas connotaciones. Llegan los tiempos modernos a la TV.
Dice el texto:
«Así ha sucedido, por ejemplo, con la agria animadversión que existe desde hace bastantes años entre los dos reyes del “prime time” norteamericano».
Tenía entendido que son reyes del late night, no del prime time.
Hola Teresa,
Hablamos de conceptos supuestamente delimitados, pero más bien flexibles en la práctica. Por ejemplo, un programa como «The Tonight Show» es late night, sobre el papel y siempre según la actual denominación usada en EEUU. En la práctica, sin embargo, hay una enorme diferencia entre empezar a emitir a las 23:00 o 23:30 y hacerlo a las 0:30 (también late night, pero…). Tan enorme, que esa diferencia es lo que está detrás de varias de las guerras que vamos a narrar, ambas franjas están etiquetadas como late night, pero no son lo mismo ni a nivel publicitario ni a nivel de contenidos. De todos modos, y más allá de eso, he usado en el título la denominación española, que es la más fácil de entender para los lectores, ya que aquí nuestro concepto de franja de prime time empieza especialmente tarde. En España todo el mundo tiene un concepto claro de lo que es «prime time» y no tanto de lo que es «late night». Son divisiones más bien utilitarias que dependen del país e incluso de la región, y que cambian en diferentes épocas. Pero todo esto iba explicado en la segunda parte, cuando hablaremos también de otros programas, paciencia.
Un cordial saludo.
¿Eso quiere decir que la segunda parte va a tratar sobre Conan y Leno?
Es curioso, conocía la historia, pero nunca hasta ahora me había parecido… material de revista.
Pingback: Las guerras del prime time (I)
No me refería al título, sino al artículo, ya que se nombra prime time en dos ocasiones. Y si de algo son reyes Letterman y Leno es del late night, con todas las letras, y sin equívocos sobre si dicho late night corresponde a las 23 horas o de las 0:30. Tampoco entiendo que tiene que ver el horario español para justificar que es un error, porque es un error. Simplemente.
Saludos
Teresa tiene razón.
Gran artículo, muchas gracias, y son muy bienvenidas estas temáticas.
Me ha parecido muy bueno el artículo. Y respecto al comentario de teresa me parece una tontería la referencia al PT o Late night. Creo que es una de las cosas menos importantes del artículo. Espero la segunda parte!
Este artículo me ha hecho pensar que Jot Down tarda ya en publicar un trabajo sobre Seinfled (o sobre Los Chichos, ya puestos a recordar a los grandes).
El prime time es máxima audiencia, todos los públicos, madres, niños, abuelos. El late night es público adulto, puesto que los enanos se han ido a la cama ya. Letterman y Leno están en el late night y pueden, por tanto, bromear sobre contenidos adultos que no podrían hacer si estuvieran en el prime time.
Por tanto, no es ninguna tontería, sino algo significativo.
Sería como decir que las pelis de terror las protagonizan personajes como bambi. Imposible.
Un saludo.
Lo peor de esta web sin duda, los comentarios de lectores tiquismiquis. En este post tenemos a… Teresa!! Me la imagino esperando la segunda parte sólo para sacar otro defectillo. Me ha encantado tu comparación con lo de las pelis de terros y Bambi, chapeau ;)
Muy buen artículo, mis felicitaciones
Pesadilla la Teresa, que si mujer q tienes razon, pero de un cacho de articulo interesantisimo vengas con esa pajada dice mucho sobre ti. Hay personas q se dedican unica y exclusivamente a recalcar los fallos de los demas y nunca se quedan en las cosas buenas. Teresa tu eres uno de ellos. PESADA
Admitir un comentario y crítica dice mucho de quienes escriben. Sin embargo, se sale por peteneras y luego se manda a los trolls. Yo seré pesada, pero tengo las orejas más abiertas que otros. Sectarismo.
Teresa tiene razón, pese a quién pese. Su intención era corregir un evidente error de bulto del articulista. Lo correcto hubiera sido que se le agradeciese. La humildad hace a los grandes más grandes.
¿Para cuando la segunda parte?
¡Ganazas!
Fue un excelente articulo, de los mas interesantes que he visto por aqui, ¡¡¡pero hace casi un mes que espero la segunda parte!!! Por favor :)
¿Habrá segunda parte?
Teresa eres una pelma de tres pares de narices. Si esperabas que los de Jot Down te diesen una columna fija y un par de entrevistas en la revista por corregir al autor de este artículo… lo siento.
Yo una vez metí una canasta con los ojos cerrados y no vino Doc Rivers a ficharme…
Artículo buenísimo, ansío la segunda parte.
¿Y II?
Artículo interesantísimo, pero… ¿Esperamos a la segunda parte?
Pingback: Jot Down Cultural Magazine | Las guerras del prime time (II)
Interesante artículo aunque poco riguroso. Evidentemente, Teresa tiene razón, ni Letterman ni Leno aparecen en Prime Time ni nunca lo han hecho. La explicación de E.J. Rodríguez al comentario de Teresa es peor que el error en sí pues trata de escurrir el bulto con excusas poco sólidas. Otra puntualización, si se me permite, Letterman y Oprah apenas tenían relación por una broma del primero sobre la segunda cuando ejerció de anfitrión en los Oscar. Saludos.
Pingback: Jot Down Cultural Magazine | Dani Mateo: “En Cataluña somos un poco hobbits, tenemos miedo a todo lo que sea de fuera de La Comarca”
Pingback: » FDS S05E18: Canal 69! Fuera de Series
El programa de Oprah Winfrey no lo transmitía la CBS.
Ella lo producía independientemente y posteriormente era distribuido, lo que los norteamericanos llaman «syndication».
De hecho fueron en su mayoria estaciones de la ABC las que lo transmitieron, aunque en algunos lugares sí se lo transmitía la CBS.
Pingback: Terroristas de izquierdas en horario infantil: la extraña historia de 'El equipo A' - Jot Down Cultural Magazine