La Oficina de Vigilancia de Florencia estampó el “pena libera” el pasado 15 de enero a primera hora. Timbró la libertad de un anciano regordete y, de paso, selló la última exhalación de una época con aliento de plomo. Veintidós años después, Adriano Sofri era libre. El respetado intelectual. El columnista de postín del diario conservador Il Foglio. El autor intelectual del asesinato del comisario Calabresi.
A los italianos siempre les salieron los crímenes mejor que a los demás. Se narraban con inusitada capacidad literaria. Nunca se resolvían, ni en los bares ni en los tribunales. Calcio y sucesos, de eso se alimentaba el país hasta que apareció la televisión de Berlusconi para reinventar el entretenimiento.
Para entender el asesinato del comisario Calabresi, y su influencia en la historia de Italia, primero hay que asomarse a la barandilla de su despacho, en el cuarto piso en una comisaría de Milán. La misma a la que, el 15 de diciembre de 1969, salió a tomar aire Giuseppe Pinelli. Anarquista. Detenido 72 horas antes en la investigación por el atentado de Piazza Fontana. Su cuerpo acabó estampado contra el cemento. La Justicia, años después, determinó que Pinelli había perdido el conocimiento y caído al vacío. Demostró que Calabresi no estaba en la habitación. No sirvió de mucho. Para entonces, al comisario ya le habían metido una bala en la cabeza y otra en la espalda. Eran los años 70, las sentencias no las dictaba un tribunal, sino la ideología, e Italia, como alguien escribió, vivía en el analfabetismo de la sensibilidad.
Milán se inundó de pintadas: “Calabresi asesino, el pueblo se cobrará tu piel”. En 1970 se representó por primera vez en Varese Muerte accidental de un anarquista, una comedia teatral del Nobel Dario Fo, donde se ironizaba con la tesis oficial del accidente y el papel de Calabresi, con el nombre de comisario Bertozzo, venía retratado por un duro comisario sospechoso del asesinato. El semanario L’Espresso publicó un llamamiento en 1971, firmado por escritores, intelectuales, periodistas que señalaba a Calabresi como asesino de Pinelli. Alguno de aquellos ultraizquierdistas encendidos ha terminado sus días como diputado berlusconiano.
Calabresi ya no era un hombre, sino un sentenciado al que sólo le quedaba mirar el reloj. El 1 de octubre del 70, podía leerse en Lotta Continua, publicación del grupo de ultraizquierda del mismo nombre: “Hemos sido demasiado blandos con el comisario Luigi Calabresi. Se permite vivir tranquilamente, sigue con su oficio de policía, persiguiendo compañeros. Pero ya conocemos su cara, se ha convertido en un conocido de los camaradas, que han aprendido a odiarlo. Y el proletariado ha emitido su sentencia: Calabresi es responsable del asesinato de Pinelli. Calabresi lo pagará”. Adriano Sofri era el líder de Lotta Continua, el que dictaba quiénes eran los buenos y los malos.
Calabresi empezó a esconder las cartas a su esposa. Nunca llegaba correo. Un inútil intento de esconderle de las amenazas que recibía cada día en el buzón. Se negaba a llevar su pistola reglamentaria: “No servirá de nada. El que me dispare lo hará por la espalda. No tendrán la valentía de dispararme mirándome a los ojos”. Así fue. El 17 de mayo de 1972, a las 9:15, cuando se disponía a abrir la puerta de su Fiat Cinquecento azul, Leonardo Marino y Ovidio Bompresi le dispararon por detrás, cumpliendo órdenes de Giorgio Pietrostefani y Adriano Sofri. Eso dictaminaron 14 sentencias judiciales. Los cuatro fueron detenidos en 1988. No queda ninguno en prisión.
Un juez valiente, Gerardo D’Ambrosio, el mismo que exculpó a los anarquistas de la bomba de Piazza Fontana y culpó a los fascistas, fue el que determinó e forma “irrefutable” que Calabresi no tuvo nada que ver en el asesinato de Pinelli. “Enseguida escribieron en las paredes que yo era un fascista. Pero cuando dije que no fueron los anarquistas quienes atentaron en Piazza Fontana escribieron en las paredes que yo era un comunista. Así es Italia”.
Sofri siempre negó su vinculación con el asesinato. Por eso nunca aceptó un indulto. Hubo numerosas campañas públicas para pedir su liberación, apoyada incluso por Juan Pablo II. En 2006, una escisión del Partido Socialista italiano, el de Craxi, le propuso como presidente de la República y obtuvo el voto de 14 parlamentarios. Él siguió en la cárcel. Siguió escribiendo. Siguió reclamando su inocencia.
El 15 de enero, tras más de dos décadas en prisión y dos años de arresto domiciliario, Adriano Sofri recobró la libertad en una hoja de papel. Ese mismo día lo celebró yendo a la Isla del Giglio, donde encalló el Costa Concordia, con su cámara de fotos, su taccuino de espiral y su bolígrafo, como cualquier otro plumilla, a preparar su artículo.
El 9 de enero de 2009, Sofri dio una entrevista al Corriere della Sera. Siguió manteniendo que nunca ordenó el asesinato de Calabresi, pero tras dos décadas de proceso asumió la “corresponsabilidad moral del homicidio”. Una moraleja ambigua. Quizá la asunción de que en el mundo no sólo hay buenos y malos. Un brochazo de gris en aquella Italia de los 70 que sólo entendía de blanco, negro y plomo.
Italia, ese país donde votan a Berlusconi pero tienen el Partido Comunista más grande de Europa… Sigue siendo así, solo hay blanco y negro
Estupendo texto. Parece escrito con las imágenes de «Romanzo di una strage» (la última de Giordana) en la cabeza. Si no la ha visto, le gustará. Yo la vi hace un par de días y me impresionó la historia de Calabresi y su fatal destino.
Por cierto, muy bueno eso de que Milán es la ciudad fea más bonita del mundo. Me lo apunto.
leí florencia al empezar y me hice ilusiones, al final acabamos como siempre en milán, de todas formas gran artículo, como siempre.