Todas las historias y un epílogo
Enric González
RBA Editores
Enric González lleva 25 años deambulando por diferentes capitales del mundo tratando de pasar lo suficientemente desapercibido como para lograr la complicidad de sus coyunturales vecinos. Armado con un escepticismo corrosivo y lastrado por una claustrofobia que le impide ir al cine, y de paso le aleja de la burocrática redacción del periódico, reniega de la ludopatía bursátil que dirige al sector de prensa hacia el abismo. González ha residido en la Nueva York de las Torres Gemelas, el Londres post-tacheriano, el funcionarial Washington, París, la Roma berlusconiana y ahora en el telúrico Jerusalén exhibiendo siempre su animadversión por el etnocentrismo de los grandes medios. Periodista de escritura clara y sustantiva, esboza historias que en ocasiones tiñe de fábulas por su mal disimulada admiración hacia sus protagonistas. Episodios que arrancan en la cotidianidad y crecen, o recorren el camino inverso, naciendo en personajes superlativos grotescamente desnudados por su audaz pluma.
Todas la historias y un epílogo es, sencillamente, eso. Una recopilación de vivencias del autor en sus diferentes destinos de trabajo coronadas por una recapitulación. Avatares tan cotidianos como elegir casa, amigos y equipo en Italia; esto último, sin duda, lo más embarazoso. O asuntos tan mayúsculos como la amistad, la que lleva a retomar Historias de Nueva York en homenaje a un colega desaparecido. No es un libro de viajes al uso. Ni siquiera una guía de ciudades. Son paseos en los que el eje espacio-temporal es violentado sistemáticamente por la memoria caótica del autor. Un tipo peculiar de incurable curiosidad.
Londres, quizá por el pavor primerizo, resulta ser la más orgánica y vertebradade sus Historias. Organizada cardinalmente, Enric tan pronto pasea por la Inglaterra victoriana como bucea en el London Underworld transitando por lugares emblemáticos como Picadilly Circus o Trafalgar Square, concediendo a estos fastuosos escenarios una importancia tangencial. Son circunstanciales recodos por los que circula la historia. La apariencia menor de estas esconde majestuosos frescos de épocas pretéritas y desconocidos perfiles de personajes imperiales. En este primer libro se deja entrever el anglófilo que González esconde y que resulta ser, como se comprueba con el paso de los libros, una suerte de filia vecinal a modo de síndrome de Estocolmo que hace que el autor acabe enamorándose del entorno, estableciendo una complicidad que brota de la dignidad de sus gentes. Aparece, como personaje referencial, ancla y Norte, el personaje de Lola, quien cobrará más peso en futuros capítulos. Wendy y Pepito Grillo del escritor a un tiempo. Londinense de Belgravia, el barcelonés cuenta con la complicidad de sus amigos-cicerones en estas idas y venidas, que bien podrían ser las andanzas de un noble hidalgo contemporáneo cuyos gigantes molinos se transforman en burocráticos funcionarios, caseros tozudos y personajes variopintos llegados de una vigente Insula Barataria. Economista de formación, el devenir financiero de la City y el trasiego político del Parlamento ocupan un lugar privilegiado en la nómima de excusas para iniciar sus historias. 163 páginas cuentan cómo vivió y descubrió Londres, su gentes y su historia, señalando rincones que las guías desconocen. Deambula por parques y mercadillos, se patea el Metro, recorre meláncolico la periodística Fleet Street, ejerce de zoólogo de National Geogrpahic ante el comportamiento primario de las sloan rangers en el barrio Chelsea… Un crisol de personajes y escenarios que dibuja un Londres donde como él mismo señala «es difícil no sentirse libre en esta ciudad inabarcable y a la vez recoleta, sosegada como el musgo de sus rincones umbríos —un insignificante vegetal que me conmueve, qué tontería—, donde caben el arte y su reverso técnico, el kitsch, sin estorbarse mutuamente, donde la Justicia, ese concepto peligroso, metafísico y continental pesa menos que la sensatez a escala humana del fair play«. Por eso Enric vuelve con frecuencia y algún día quizá llamará a Íñigo con perennes intenciones.
Nueva York es densa y obsesiva. Como Enric. Una ciudad en la que se necesita suerte y en la que el periodista —»no soy artista, ni escritor, soy un puto periodista«— puso por primera vez el pie en 1984. Pero estos 18 relatos corresponden a su estadía como corresponsal de El País, iniciada un 16 de junio de 2000. Este segundo libro resulta más desordenado y autobiográfico si cabe. González describe los pormenores de su llegada, las visicitudes de su normalización en la Gran Manzana. Un paseo por ventanillas, despachos y edificios que realiza acompañado de amigos, conocidos, colegas… Un recorrido vital que le sirve de pretextro para adentrarnos en la New York fundacional de los Tammany Hall demócratas y los violentos Know-Nothing o en la peligrosa capital del crack de los 80 que limpió Giulliani, «el hombre que salvó a Nueva York dos veces». Perspicaz hasta los límites de lo paranoico, como Woody Allen, el escritor también ofrece una desordenada guía gastronómica en la que incluye luminarias como el Oyster Bar, steackhouses como Sparks o el Old Homestead, el Carnegie Deli con sus monstruosas raciones de pastrami, comedores rústicos como el Blue Ribbon de Sullivan Street e incluso algún speakeasy donde desfogarse ante unas terapéuticas jarras de cervezas como el Siberia, en el metro de la calle 50. Nos invita a elevar la mirada hacia los rascacielos y a repasar en la historia de «las seis cabezas de Moloch, las divinidades de Nueva York»: JP Morgan, Andrew Carnegie, William Henry Vanderbilt, JJ Astor, John Rockefeller y Henry Frick. Y huelga decir que como economista, no puede resistirse a husmear en el Distrito Financiero. Pero quizá las más reveladoras sean las historias periféricas, las localizadas en lo más sórdido y ceremonioso de la ciudad, como el litúrgico relato de esa Little Italy con tufillo mafioso. Esta segunda entrega de Historias acaba ofreciendo el lado más reservado de Enric, su lado más humano, el que sufre y escribe con rabia y frustración las últimas páginas, marcadas por la pérdida de un amigo. Si en Londres conocimos al Enric viajero, en Nueva York descubrimos al Enric persona. Obsesivo, caústico y vulnerable. Un tipo, que como no podía ser de otra manera, se alinea con los Mets, equipo de desengañados impenitentes. Sospechosos habituales, como nuestro nómada protagonista.
El libro atraviesa el charco para desembarcar en la Ciudad Eterna, Roma, «una ciudad engañosa: tiene la piel suave y la voz dulce, pero a veces muerde». En esta tercera entrega vemos a un Enric liberado, gruñón, en el buen sentido de la palabra, si lo tuviera. Apenas 110 páginas en la que el periodista recorre una Roma auténtica, pero incómoda. Sin embargo, él se encuentra a sus anchas. Italianófilo proclamado, resurge el síndrome de Estocolmo, el barcelonés apenas tiene que rascar poco en la superficie de su cotidianidad para encontrar historias centenarias. Desde el destartalado apartamento en el que se instala, en el monumnetal Palazzo Massimo, a sus recurrentes incursiones futbolísticas en forma de tratados sociológicos enmascarados, estas historias descubren el perfil arqueológico del autor. Contrariado por los «falsos amigos» sortea la barrera idiomática, que no es enemigo menor, para descubrirnos que Roma se divide en tres: la antigua (centro storico), la de finales del XIX (desfeito arquitectónico constante) y la mussoliniana. Y al mando Il Cavaliere, «no es es solo un tiburón de las finanzas, un magnate que corrompe jueces y paga lo que haga falta para estar por encima de la ley. También es un empresaro eficiente. (…) Un hombre simpático y deseoso de agradar, en algunos momentos dotado de una vis cómica casi irrestible. (…) No ve a sus enemigos como enemigos, sino como futuros socios. Conoce el precio de la gente». Estamos ante la entrega más mordaz, irónica y ácida, condicionada, posiblemente, por un contexto que se presta a ello. Esta Historia de Roma arranca sonrisas al lector por las situaciones surrealistas que retrata las ocurrencias descabelladas de personajes excéntricos en escenarios milenarios, todo descrito con socarronería por el autor. Una hoja de ruta, por tanto, reveladora y deliciosa en la que el autor nos ofrece su verdad sobre Roma.
El libro concluye con un epílogo que arranca con una sentencia que es a la vez una declaración de intenciones: «Para clasificar a un idiota basta con dejarle envejecer». Todo lo que sucede a este irreprochable inicio es una suerte de confesión. Un mea culpa que buscar purgar sus pecados pasados y futuros. Justifica la escritura de los tres libros con una primera razón de peso («por no llevar la contraria a una editora rubia y de ojos claros») y la elección de Jerusalén «que tiene tres religiones y tres bares». Y advierte que no habrá Historia de Jerusalén. Pero no le crean, porque Enric sostiene que el «verdadero periodismo está en los libros ahora que los periódicos han renunciado a la profundidad y a la extensión». Y en último caso, siempre habrá una editora rubia de ojos claros que haga entrar en razón a quien algunos han bautizado como el Kapuscinski español.
Libros imprescindibles todos ellos sobre todo si se han visitado las ciudades o hay planes para hacerlo. Se devoran en un rato. Pero qué rato.
Uno de los mejores periodistas de este país. Como añoro su columna de El País. Menos mal que he descubierto esta web y de vez en cuando escribe algo para quitarme el mono.
El estilo efectista y redondo de Enric creo que sirve mejor para columnas o artículos que para estos libros en lo que me ha agotado. Aún así la de Londres es altamente recomendable, sobre todo si se lleva un tiempo viviendo en la ciudad. A la de Roma creo que le sobra retórica y le falta ciudad. La de N no la he leído.
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Leí recién las Historias de Roma y de Nueva York. Me las leí de un tirón. Las leí con deleite. Me hicieron reír. Aprendí mucho. Refresqué conocimientos enterrados. Me emocionaron, sobre todo las últimas páginas de Nueva York. Enric es un grande de las letras, es culto, perspicaz, simpático, humano, profundo. Gracias Maestro!
Las Historias de Londres ya están sobre la mesita de noche.