El fenómeno moral de nuestro tiempo no es la indignación, sino la indignación obediente. Es una indignación adiestrada como un dóberman, que solo le ladra a quien le tiene que ladrar. El adiestramiento, naturalmente, es ideológico. O cromático. Es una indignación que no atiende tanto a los hechos como a los colores; aunque, como esto queda feo, finge que atiende a los hechos. Un azul nunca dirá: “Me indigno porque eres rojo”, sino “Me indigno porque has hecho tal cosa”. Pero, si repasamos el catálogo de las indignaciones de ese azul, comprobaremos cómo todas son hacia algún rojo. Y viceversa. El mismo hecho indignará o no indignará a unos u otros (¡hunos u hotros!) en función de su color: como niños que han aprendido muy bien a colorear y no se salen nunca de la raya.
Pero a mí me fascina el énfasis. Ese prodigioso espectáculo humano. Que el que entonces calló, ahora salte de pronto. Con una furibundez que no se explica cómo la pudo contener entonces. La visceralidad con que la ejerce parece incompatible con su rigurosa obediencia del semáforo. Que ese movimiento en el que parece estar implicado el cuerpo entero, esté regulado de un modo tan preciso por un frío dispositivo cerebral.
Hoy, sin embargo, me siento generoso y quiero ver un indicio de orientación moral en ello. El sujeto obedientemente indignado sabe que entonces hizo mal en callarse: y esa carencia trata ahora de suplirla indignándose el doble. Las ovejas que entonces dejó dispersas por la montaña, las mete hoy también en el corral. Se suele hacer una lectura frívola de la famosa máxima de La Rochefoucauld: “La hipocresía es el homenaje que el vicio le rinde a la virtud”. Pero, como buena máxima, tiene mucha miga. El hipócrita, para serlo, debe conocer la virtud; ha de tener abierto un conducto, siquiera de conocimiento, a la fuente moral.
Su sobreactuación debemos considerarla, pues, una autocrítica. En el berrinche del rojo hacia el azul, leemos también el berrinche del rojo hacia sí mismo: hacia su cobardía, su docilidad y su consentimiento ante los mismos hechos que ahora le indignan, cuando eran de su color. Y viceversa.
¿Usted cree? Demasiada benevolencia.
Hablo de movimientos instintivos, amigo Tse: en nuestros sectarios la moral es un asunto inconsciente; reprimido.
(La moral y la vergüenza.)
Yo me pregunto si hay alguna relación entre la indignación y la incomodidad… o cuál es la relación entre la dignidad y la comodidad…
También me pregunto si las personas más inteligentes son las más capaces de ver lo que es justo…
Y entonces la pregunta final muy señor mío: ¿cuál es el proceso mental que se da lugar en el cerebro de una persona digna e inteligente pero en una posición de gratificante comodidad ante la visión de una injusticia?
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Este post ha quedado muy Verstrynge, don Montano.
Jaja, Jart: Verstrynge es uno de esos españoles que conocen los dos lados del semáforo. Lástima que la experiencia sea sucesiva, y no simultánea :-)
“Me indigno porque has hecho tal cosa”. Pero, si repasamos el catálogo de las indignaciones de ese azul, comprobaremos cómo todas son hacia algún rojo. Y viceversa.
De viceversa nada. Los rojos pueden (y suelen) acusar a los azules de ser azules, sin más. No les critican por hacer lo que hagan, sino por ser lo que son.
Comprendo que uno prefiera olvidar esta asimetría, jugar a que no existe, para no parecer maniqueo, pero qué se le va a hacer: la asimetría existe, la realidad es maniquea.
Actualícese, Kindelero: la situación que usted describe era (más o menos) la que había antes; pero ahora se ha puesto de moda hacer un uso de «progre» muy parecido al que hacen los otros de «facha». No, no hay refugio, amigo: existe también el estalinismo de derechas.
El fenómeno que usted describe no es tan actual: empezó el 14 de marzo de 2004, cuando una parte de la derecha se propuso atacar a la izquierda con sus mismas armas. El problema (o la suerte, mejor dicho) es que ese fenómeno es absolutamente minoritario y localizado. O, por decirlo con una expresión que a usted le gusta: no ha logrado modificar el Zeitgeist, que sigue considerando que «izquierdista» es una clasificación neutra o un elogio, mientras que «derechista» es un insulto.
En efecto, el Zeitgeist imperante es ese. Pero yo ahora me refería más bien al mundo de los opinadores, intelectuales, etc. El proceso ha sido el siguiente, según mi percepción: la intelectualidad de derechas ha tenido que formarse para combatir a la intelectualidad de izquierdas, que fue la dominante en las últimas décadas. Este proceso de formación intelectual de la derecha ha coincidido con un proceso de abandono de toda formación por parte de la izquierda, que ha cambiado el pensamiento por los tics puritanos y pseudorreligiosos. Ahora nos encontramos con una derecha bien formada intelectualmente enfrentada a una izquierda débil y que lleva años sin leer un libro. Pero ah amigo! Los procesos se dan por medio de la lucha: y la desaparición de un oponente fuerte está debilitando también a la derecha. El fenómeno nuevo en esta es ese que le decía: el abandono cada vez más a la ramplonería y al tic. Empieza a abandonarse, como ya se abandonó la izquierda.
Existe un estalinismo de derechas porque muchos de esos estalinistas se han convertido al dios del «neoliberalismo», pero la esencia jamás la perdieron. Los Jiménez Losantos, Píos Moa y Sánchez Dragó son estalinistas de la cabeza a los pies, lo único que han cambiado ha sido el color, la forma es la misma. Los mismos que confunden sus insultos, ofensas, exabruptos y calumnias con la mal llamada «honestidad», echarían pestes de semejantes víboras si les hubieran escuchado en su anterior época. Solo existe una cosa más vomitiva que un estalinista, y es el estalinista reconvertido, pero la estupidez humana es infinita y ahí están sus seguidores.
Grande, como siempre.
Pero esta frase suya no deja de inquietarme, tras mis intentos tuiteros recientes por hacerle ver que la ideología nublaba su percepción de la realidad: «Es una indignación que no atiende tanto a los hechos como a los colores».
Lo del «ultracatolicismo abortivo» y tal. Hechos, colores.
Bueno…
Pero hombre, amigo Nahum: no absolutice mis gansadas del Twitter. El asunto, en efecto, requiere más matización: no estoy del todo en desacuerdo con usted. Saludos.
El artículo sin más me ha parecido muy interesante, lástima del apartado de comentarios… lo desacredita bastante, una pena. Lo dicho, me quedo con el artículo.
Bueno, Ecornes, los comentarios son siempre como las tomas falsas, o como cuando la cámara se queda grabando después de la función. No hay que hacerles mucho caso (hablo de los míos).
Los indignados rojos o azules sufren indignación verborreica momentánea; pocas veces suele llegar a más. El núcleo de indignados se indigna con rojos y azules, y está cansado de que tanto para los unos como para los otros no exista vida más allá de ambos colores. Afortunadamente, la hay, por mucho que no se vea representada.
¿Y donde quedaría una persona que ha acabado hasta los huevos de todo y de todos (hasta de sí mismo) y que ha decidido que el leivmotiv de su vida va a ser la búsqueda del enriquecimiento personal a todos los niveles (económico,vital,intelectual,…) pasando olímpicamente de lo que le rodea como es un servidor?
Qué gran lección para la vida. Antes que la opinión pública está la privada. Sobran incoherentes y faltan consecuentes.
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