Esta historia sucedió hace unas semanas, así que los adictos a la actualidad pueden volverse a elmundo.es a seguir dándole al F5 con cadencia esquizo. Es más, en realidad sucedió un 27 de febrero de 1958, pero primero pasemos por el funeral de Giorgio Bocca, el pasado 27 de diciembre en Milán.
Bocca fue uno de los últimos periodistas que han contado la historia mojando la pluma en el tintero de su retina, no en el de la CNN. Fue partigiano en los valles occidentales del alto Po y siempre escribió con esa convicción, tan bonita, quizá tan antigua, de que los periódicos son las columnas jónicas de la moral de un país.
Junto a su ataúd, en la Basílica de San Vittore al Corpo, había un anciano. Emocionado. Pétreo. Nadie lo conocía, hasta que uno de los muchos periodistas allí presentes recordó sus rasgos, ablandados por la flacidez de la edad: Jess el bandido. El viejo Gesmundo. Uno de los líderes de la banda del furgón de Via Osoppo.
Ahora sí, vayamos al 27 de febrero de 1958 en una Milán aterida y neblinosa. ‘San Paganino’, o como se conocía con sorna al día de paga. Los bancos, a rebosar de verde. Siete hombres con mono azul, pasamontañas y un mitra cada uno consiguen interceptar un furgón de transporte de dinero en la via Osoppo, junto a Piazzale Brescia. Se hacen con un botín de 594 millones de liras sin disparar un solo tiro.
En el paraíso de la ‘crónaca nera’, un país que hace de los sucesos mito y literatura (interesados, lean a Dino Buzzati), el golpe se convirtió en portada durante meses. Los siete de via Osoppo, ricos de golpe sin una gota de sangre, se convirtieron en ídolos populares. Hasta el punto de que el viejo Gesmundo, con su cara de aceite y su acento milanés, esas ‘e’ interminables, se convirtió en Jess il bandito, título italiano de la película de Henry King sobre Jesse James, al que da vida Tyrone Power. Un Lute de gama alta.
En San Siro, cuando se quería protestar por un ‘robo’ arbitral, la curva gritaba “Via Osoooooppo, Via Osooooooppo”, y Paolo Ferrario, delantero centro del Milan, era conocido como “il Ciappina”, el cerebro del golpe, por su capacidad para robarle la cartera a defensas y porteros en el área.
Giorgio Bocca no. Él se negó siempre a mitificar a unos vulgares ladrones que luego se demostraron una panda. No entendía a sus compatriotas capaces de anteponer el dinero a la legalidad. No sería la única vez en su vida. Años después, Bocca se convirtió en uno de los azotes periodísticos de Berlusconi. Los siete de Via Osoppo, tras inspirar hasta películas como Sette uomini dóro, fueron cazados en menos de dos años. Lanzaron sus famosos monos azules al río Olona, sin saber que de vez en cuando se seca y se reduce a un canalillo de agua. Los uniformes salieron a la superficie y uno de ellos incluso dejó una pistola en un bolsillo. Todos acabaron entre rejas.
Y medio siglo después, ahí estaba, emocionado, pétreo, el viejo Gesmundo, Jess el bandido, junto al féretro de Bocca. “Escribió contra mí con dureza, pero siempre honesto. Qué le íbamos a hacer. Yo era un bandido. Y he venido aquí para rendirle homenaje”. Como un viejo guerrero que acude a la tumba de su encarnizado enemigo. No se me ocurre mejor tributo a un muerto. Ni a un periodista.
Precioso!
Bellissimo!