En el otoño de 2009 un periodista de Barakaldo residente en Madrid decidió dejarlo todo, cruzar el océano para establecerse en Nueva York y atrapar su viejo sueño de adentrarse en las entrañas de su razón de ser periodística: la NBA. Con más de 150 a sus espaldas hoy ya es el periodista español con más partidos en la mejor liga del mundo. Desde hace más de una década Gonzalo Vázquez es una rara avis, una figura remota a cualquier noción de mainstream por forma y fondo. A ratos denso, a ratos preclaro su estilo solitario, inclasificable, la casi obsesiva profundidad de significado en cada una de sus líneas, más próximas a la literatura y al ensayo que al periodismo, le convierten en todo caso en un referente ineludible para el lector más exigente del universo NBA como atestiguan su Punto G en ACB.COM, La Unidad en Yahoo Eurosport o la última página en la Revista NBA. Conversar con él es toda una experiencia y un verdadero placer. Repasamos pasado, presente y futuro de la competición con este escritor de baloncesto.
Durant, Rose, LeBron, Bryant, Paul, Howard, Wade, Rondo, Nowitzki, Deron, etcétera. ¿Estamos ante la mejor generación de jugadores de baloncesto de la historia?
No lo creo. Pero el solo hecho de que lo formules me parece justo para este inmenso tonelaje de talento que, parece mentira, haya que recordar que ahí está para disfrute de todos. No creo en ninguna época hegemónica por encima de las demás. Suelen ser otro tipo de manifestaciones, del interés público al juego mismo, lo que trata de medir las épocas con mayor o menor acierto. Aún hoy se impone ese imaginario fosilizado que estima los años 80 como un espléndido mediodía al cabo del cual sobrevino el ocaso, como si todavía estuviéramos cayendo de una cima perdida. Y sin embargo esta generación actual es de cabo a rabo muy superior a aquélla en términos generales, mucho más avanzada. Los 80 suponen un pico en la evolución del baloncesto respecto a todo tiempo pasado y nada más cierto que su encanto, que recordamos como el primer amor. Pero el baloncesto no se detiene. Nunca lo hizo. Y sufriendo altos y bajos termina, aunque cueste, superando lo anterior. Entiendo el gusto íntimo por eras siempre y cuando se conozcan en profundidad. Pero mucho más el gusto por los jugadores. Esto los preserva intactos para la eternidad y de paso se evita que por ejemplo Howard cause algún daño en Abdul-Jabbar.
Esa generación de los 80 supuso un antes y un después. Se sucedieron grandes equipos que además fueron antagónicos en muchos sentidos, como los Lakers y los Celtics o los Bulls y los Pistons, por no mencionar el carisma de ciertos jugadores. James Worthy dijo de Magic: «No creo que vuelva a haber un base de 2.05 que sonría mientras te humilla». Desde luego no hemos visto nada parecido a él y sí jugadores parecidos a Jordan o Bird. ¿Cuál es el jugador más irrepetible que hayas visto?
Bueno, habría que distinguir entre parecidos reales y ensayos de réplica, de los que Jordan cuenta a puñados siendo estrictamente Bryant merecedor a esa analogía con más motivos que nadie. Es lo que tiene alcanzar la excelencia y ser ejemplar, que en adelante la imitación por contagio es obligada, necesaria, como la buena educación emplea a los clásicos en la enseñanza. Por eso después de Bird nada parecido a él ni en pintura. Y sobre Magic Johnson repito algo que al cumplir los 50 años firmé con sangre. Como hubo una mayor inclinación a replicar a Jordan a nadie ha favorecido más el paso del tiempo que a Magic Johnson. Porque sigue sin haber nada como él.
¿No te parece Nowitzki un parecido razonable de Bird?
Muy superfluo. Que sean blancos y compartan una excelente calidad de tiro no significa más que eso. Pero uno y otro se mueven en planos muy distintos y pese a mi debilidad por el alemán la dimensión como jugador de Larry Bird es muy superior, como más amplia. No es posible, por ejemplo, redactar una Biblia del pase en nuestro juego sin contar con Bird.
Los nombres de Shaquille O’Neal o Wilt Chamberlain no suelen aparecer cuando se habla de los mejores jugadores de la historia pese a ser los jugadores más determinantes de sus respectivas épocas. ¿Es cierto lo que dijo Wilt de «nobody loves a giant»?
Lo es. Porque desde que empezó a jugar hacía del baloncesto un juguete y lo primero que sintió fue que los legisladores intervenían para reducir su poder, que el gran público mudaría su primer asombro por indiferencia, hartazgo y hasta hostilidad, y que la prensa cuestionó su dominio como si no sirviera para tanto. Tres décadas después Shaq también se impuso a toda resistencia. Pero en el fondo siguen pesando más otras estrellas a la hora de hacer podio. Y eso es debido a que la memoria se guarda más a gusto la extensión de la pista, como si los mejores —Jordan, Magic o Bird— ejercieran un mayor influjo en toda ella, hicieran más cosas y fueran como más diversos, más creativos. Con los grandes, los pívots, los condenados al pozo del aro, esto no suele ocurrir o lo hace en menor medida. Con ellos ocurre que el tamaño es su condena, como si cargaran con la culpa de ser tan grandes. No se puede olvidar que eso que llaman imaginario pertenece a una mayoría mucho más bajita y menuda, convencida aunque no lo quiera de que el tamaño es la ventaja y la fuerza es reprobable porque al parecer se opone a la inteligencia. Esa colosal mentira perdura hasta hoy. Y de ella dieron cuenta los gigantes fueran buenos o malos. Gigantes como Mikan, Kurland, Akhtaev, Sampson, Tkachenko y hasta el pobre argentino González, que recibía como regalo de Navidad los abucheos y las burlas del Palacio por… ser tan grande y tan torpe.
Además no sólo se modificaron las reglas del juego para limitar el poderío de colosos como Chamberlain u O’Neal, como dices, sino que medidas que son a todas luces perjudiciales para el espectáculo y en concreto para los hombres grandes, como el abuso de faltas a los mismos para mandarlos a la línea de tiros libres (generalmente, su talón de Aquiles), siguen siendo permitidas por los reguladores. ¿Qué aspectos del reglamento modificarías tú?
Hoy apenas tocaría nada. El baloncesto ha sabido regularse muy bien con el tiempo. Si acaso aplicar la ley de la ventaja. No como el ‘clear path’ de la NBA que suma posesión a los tiros libres. Sino dejar que la acción continúe y registrar luego la falta en el casillero del infractor. Eso de las faltas tácticas es una fisura por la que muchos técnicos se cuelan para beneficio suyo y de nadie más. En la NBA reduciría el número de tiempos muertos suprimiendo los largos. Pero esto es tan difícil como oponerse al beneficio. Aquí en América buena parte de los ingresos llega en los parones. El deporte en televisión equivale a beberte un cancarro de cerveza a sorbitos minuciosamente medidos. Un directivo me dijo una vez que el motivo principal de que el ‘soccer’ no terminara de calar en USA se debía a que 45 minutos sin detenciones eran inadmisibles en términos de publicidad.
Una pregunta que le hicimos a Segurola: ¿Qué equipo ha tenido más incidencia en el baloncesto posterior: los Bad Boys de los Pistons o el Showtime de los Lakers? Él contestó que Magic y compañía.
Vaya, pues precisamente ocurrió lo contrario. Si hubo un equipo, un estilo, un patrón, que en los noventa barrieron como el polvo fue el juego ligero, la economía del pase vertical y el baloncesto ventilado de los Lakers. Como si no hubiese existido. El éxito alcanzado por los Pistons configura toda la década posterior como una epidemia. Pero no con el brillo de su ataque. Sino con la dureza defensiva, a hostiazo limpio. Y un tipo inteligente como Pat Riley lo supo antes que nadie, atrincherando New York primero y Miami después. Todos se musculan para la guerra y en ese lodazal hasta Bo Outlaw, Derek Strong o Danny Schayes parecían jugadores de baloncesto. Para cuando acaba la década el juego había infartado a tal extremo que se crea el Comité Colangelo para operar sobre él como una obra de ingeniería y sanearlo. Funcionó. Para mitad de los dos mil los barrotes empiezan a caer y los espacios a crecer. La nueva generación ayudó además lo suyo. Una herencia viva de los Lakers tarda nada menos que 16 años en asomar gracias a los Suns de D’Antoni. Cómo será que antes de replicarse el Showtime se hizo con los Celtics del 86 en la maravilla de los Kings de Adelman y el baloncesto de circulación en la media pintura. El ‘Run TMC’ de los Warriors, por ejemplo, era rápido por piernas. Los Lakers de Magic lo eran por el balón. Nunca un equipo, un estilo, fue obra tan exclusiva de un jugador.
Hemos visto a multitud de jugadores ser acribillados por los seguidores y la prensa: Kobe Bryant, Zach Randolph, Ron Artest o incluso Michael Jordan en sus inicios tuvieron sus detractores. Sin embargo, nunca ningún jugador ha generado tal cantidad de ojeriza como LeBron James. ¿A qué factores se debe esa animadversión?
Éste es un tema que me agota, que de hecho me ha causado un gran daño, que me he hartado de denunciarlo y que incluso me ha arrinconado al extremo de que hay gente que sólo me conoce por ello. No pasa nada. Asumo toda responsabilidad. Pero abre un agujero en mi trayectoria imposible ya de eludir. Hasta entonces yo no sabía lo que era enfrentarse abiertamente a la opinión pública. Y no tiene nada de agradable. Creo que la peor consecuencia, al menos a título personal, me ha llevado a abandonar después de diez años un gran rincón como es el foro ACB. Porque dejó de divertirme esta batalla sin fin en la que, insisto, me sumergí yo en cuerpo y alma. Y cuando algo te causa daño es mejor alejarlo. A estas alturas no puedo decir más que lo que expuse en la cuarta entrega de «Riqueza y miseria«, uno de los trabajos sobre los que más orgulloso me siento. Por pura honestidad con lo que creo. Porque estando aquí he visto cosas con mis propios ojos que confirman mis convicciones. Y ya no hablo de baloncesto. Hablo de un fenómeno bien distinto. En las pasadas Finales un periodista americano me decía: «Yo voy con Miami». Y yo le objetaba que ayer publicara una diatriba contra LeBron. Me contestó que eso le daba muchísimas más visitas que cualquier otra cosa. Pongamos que el que objeta mi creencia de que LeBron es un buen tipo sin malicia alguna maneja la misma información que yo. Perfecto. Estamos entonces iguales. Pero yendo más allá aquí se enfrentan, en última instancia, la postura del odio y otra que se le opone. Mis principios me inclinarán siempre a la segunda. Aun con el peor personaje de la historia que jamás cuenten conmigo para un linchamiento. Eso se lo dejo a toda esa masa que, creyéndose independiente, encuentra un placer gregario y primitivo en volcar sus frustraciones contra LeBron James. Yo desde luego que no. He tenido además ocasión de charlar con él, de verle de cerca una veintena de veces, de regalar prendas a chiquillos, de sonreír y dirigirse con educación a los mismos que le masacran cuando las cámaras apuntan al suelo. Es de hecho el jugador con mayor volumen de donaciones en toda la NBA. Y tampoco desearía a nadie la misma infancia que tuvo este chaval que, por cierto, nunca dejó de creer en el trabajo como camino al éxito.
¿Te consideras mitómano?
No mucho. O no en el sentido tradicional. De serlo, lo soy más de los antihéroes o los olvidados, de los que encierran historias que no recoge nadie. Los mitos clásicos me interesan tan sólo en la pista, donde quiero recordarlos. Por ejemplo Billy Laimbeer me entra en el terreno mitómano. Fuera de lo que hizo de corto, como un señor ya gordo y de traje, no me interesa lo más mínimo. Porque lo que le hacía interesante ha dejado de ser. El artista, en su campo. Siempre. Por eso Dalí, como creador, se me antoja un genio y como ciudadano un perfecto imbécil, que es la triste condición alcanzada por los que, como Jordan, no viven en este planeta. Así que mejor enfocar al escenario, no sea que fuera de él los mitos se deshagan en personas no ya de carne y hueso sino directamente deplorables.
Es un tema muy romántico, muy tuyo, el de los olvidados del baloncesto; los juguetes rotos y los inadaptados suelen ser los protagonistas de tus artículos. ¿Qué historia de entre todas las que conoces, y sean desconocidas para el gran público, destacarías?
El juguete roto es uno de los asuntos más trillados en la literatura deportiva, incluso en la buena. Y creo que contado uno, contados todos. Lo que hay que hacer, o por lo menos lo que a mí me mueve, es ir más allá. Preguntarse qué condujo a Jo Jo Hunter a robar aquella joyería, destripar la habitación donde Len Bias, a las cinco y media de la mañana, balbuceaba desde el más allá. Descifrar los porqués de la matanza en la embarcación de Bison Dele, concebir que Idi Amin devoró efectivamente el corazón de John Brisker o subrayar lo increíble, casi irreal, de que bajo la toalla que cubría su rostro en el banquillo de los Celtics Marvin Barnes llegó a enchufarse alguna raya. Eso es lo que de verdad me apasiona. No digo lo truculento ni contar la historia del juguete roto. Sino como hacíamos de críos, romper el juguete para ver qué había dentro. Y así hasta el siguiente. Por eso a veces contar no es construir sino todo lo contrario.
Como apasionado del baloncesto y residente en Nueva York, ¿sueles ir a ver partidos de streetball?
Viviendo en la ciudad con más canastas del mundo no todo lo que quisiera. Suele ser Antonio [Gil] el que a veces me tiene que empujar. Pero porque a mí los torneos, salvando la inolvidable noche de Dyckman, no me hacen sentir cómodo. Me aturullan un poco las multitudes. El ‘streetball’ que más he disfrutado es el que salía a mi encuentro, de repente, paseando por cualquier sitio. Sobre todo aquí en el barrio, en Morningside o en la 104 de Columbus, donde eres casi el único espectador. A Rucker Park me gusta ir cuando no hay torneo, un día cualquiera, cuando la tribu improvisa la fiesta. Todo son mocetes negros y viniendo de donde vengo es alucinante verles jugar. Te das cuenta que ya desde el subterráneo es otro mundo, otro baloncesto, otra cultura.
¿Otra cultura en qué sentido? Un compañero de Jot Down definió una vez al streetball más acérrimo, como el presente en los recopilatorios de AND1 , diciendo que «son al baloncesto lo que el Circo del Sol a la gimnasia rítmica». ¿Van por ahí tus tiros?
Si lo que quiere decir es que los recopilatorios de AND1 son al Streetball lo que los actuales Globetrotters al baloncesto o lo que el porno al sexo, nada que objetar. A esos pastiches de malabar onanista se debe que el baloncesto de asfalto no goce de muy buena fama, especialmente a la clásica decencia europea. La diferencia de que hablo es otra cosa. Es ver cómo un chaval negro de South Bronx se desenvuelve de forma completamente distinta a otro de cualquier ciudad española. Esto es muy tribal, muy genuino, a ratos hasta salvaje. Aquello es más organizado, más ordenadito. Pero es normal. La vida de un joven de ‘project’ apenas sale de la ratonera. Cuando Bill Sweek presentó a Dubuisson en un ‘playground’ de Oakland como french, los chavales preguntaban qué significaba eso de french. Llegar hasta ahí adentro es a veces entrar en otro mundo.
¿Existe entonces el Cuarto Mundo de una forma tan contundente, en Nueva York?
No. Eso sería mentir. Lo más parecido al Cuarto Mundo son las hordas de zombis que deambulan por la noche como sombras entre basuras y que ahora en invierno lo hacen por el metro y los sótanos, bajo tierra como los morlocks. No salen en ninguna guía de la ciudad como no salen los cementerios o las ratas. Y sin embargo ese Nueva York es mucho más real que el de neón. Al turista sólo da tiempo a ver tiendas y luces, y al final cree llevarse todo Nueva York en la maleta y unas putas fotos.
En esa misma línea, ¿qué es lo mejor y qué lo peor de Nueva York según tu experiencia?
Lo mejor es perderse y sentirse uno mismo cámara, actor y aventura a la vez. Lo peor, eso que Riesman llamaba muchedumbre solitaria y el absurdo de mezclarse todo, que la Navidad la ilustre Rockefeller mientras la multitud que va de compras pasa por encima de un ‘homeless’ tendido en el suelo sin que el Jon Voight de Cowboy de Medianoche esté allí para sorprenderse o lamentarlo. Lo peor es ese inabarcable Nueva York donde dejas caer un dólar y sabes que no llegará al suelo.
En tu serie Leyendas del Playground hablas mucho de esa América que roza la más profunda miseria, de la que sin embargo emanan grandiosos jugadores. ¿Quién ha sido el jugador con el talento más desaprovechado del que tengas constancia?
Técnicamente Kirkland y Hammond eran carne NBA. Pero tampoco mentían. Ganaban como camellos más dinero del que los directivos NBA les ofrecían. De hecho la parejita de Harlem disfrutaba burlándose de ellos. Eran años donde era fácil hacer pasta con la droga. Tan sólo tenías que trabajar para Frank Lucas, Robert Stepeney o Claude Helton. Hammond, por ejemplo, guardaba cinco carrazos en un garaje y Kirkland tenía un harén de mujeres para él solito. Se divertían y eran adorados como reyes. La NBA no les hacía ninguna falta. Eran el caso contrario al pobre Raymond Lewis, que lloraba por no ingresar en la NBA antes de perder una pierna, o al mismo Manigault, consumido por la heroína.
¿Qué ha sido de ellos?
Kirkland fue listo y al salir de la cárcel rehízo su vida. Hoy es educador social, uno de esos tipos que da charlas a jóvenes por todo el país y hace pasta con ello. Hammond lo ha llevado mucho peor, con serias dificultades para salir adelante. Kirkland es ahora un traje de seda. ‘Dirty Hand’, con suerte, un chándal de Joey’s, a diez pavos la pieza.
¿Qué sentiste al presenciar tu primer partido en el Madison Square Garden?
Sentir lo que se dice sentir, que todo era de juguete. Cuando sales de la sala Johnny Condon a la altura de la 64, como a mitad de grada, es la sensación que siempre te invade. Ahí abajo hay un escenario iluminado. Sabes todo lo que ha ocurrido allí. Es precioso. Pero lo es porque tiene mucho de irrealidad.
¿A qué te refieres con que tiene mucho de irrealidad?
La irrealidad de los grandes escenarios. Sea cual sea su condición, entiendo que la primera impresión al visitar Auschwitz, el Madison o el Vaticano no es otra que dudar, aunque sólo sea un instante, de lo que estás viendo. Se produce como una fuga inmediata entre el infinito peso histórico que cargan y la insoportable simpleza de estar tú allí, de repente, como si nada.
¿Cuál es el jugador que más te ha impactado —sea NBA o no— y por qué?
Aquí sobra ser original. Creo que lo mejor que ha podido dar el baloncesto en 120 años de historia cabe casi enteramente en el legado de Larry Bird, Magic Johnson y Michael Jordan. Mentiría si dijera que algún otro o que alguna otra cosa me ha impresionado más que ellos. Es más, creo que hay que revisitarlos como los buenos libros o el cine clásico. Son capaces de descubrirte cosas nuevas cada vez. Son mucho más grandes de lo que incluso hoy se presume. En Europa debo también ser justo. Nunca nadie me detuvo tanto frente al televisor como Petrovic. Hay que entender también el contexto. Nosotros estábamos habituados a los nuestros, a lo que nos daba la generación del 59, que era mucho además. Creías que eso era el baloncesto y que así debía estar hecho. Hasta que veías a Petrovic. Entonces, de pronto, todo cuanto conocías quedaba humillado y el baloncesto era él.
Imagino que habrás visto el documental protagonizado por Vlade Divac, Once brothers, que trata de su relación con Petrovic. Aquella generación yugoslava debe contarse forzosamente entre las mejores de todos los tiempos: Divac, Petrovic, Kukoc, Radja, Paspalj… no sólo eran buenos si no que además eran un puñado de irreverentes cabronazos, lo cual hacía sus victorias incluso más humillantes. Muchos nos preguntamos qué podría haber sido del baloncesto yugoslavo de no haber estallado la guerra. El talento balcánico se ha estancado desde entonces. ¿Cómo recuerdas aquella generación? ¿Cambió la forma de ver el baloncesto europeo desde Estados Unidos?
Lo pude ver aquí la misma noche de su estreno. Hacía tiempo que no me emocionaba delante del televisor. Lo consiguió la primera media hora. Muchísimo. Lloré. Lloré como se debe llorar de emoción por la belleza. El recuerdo, la memoria de lo que uno mismo, de chaval, pudo vivir. Al momento de llegar la guerra todo se vino abajo. El documental, aquella generación, los recuerdos, yo mismo. Me sobraba toda esa mierda. La mierda de la guerra. Dices que el talento balcánico se ha estancado desde entonces. No lo creo. Lo hizo el resquebrajamiento de un sistema compacto y brillante. El mayor legado de aquella Yugoslavia fue saltar la línea temporal de Europa unos diez o quince años. De golpe y porrazo. Como una pequeña NBA dentro del viejo continente. Ahora hay claros síntomas de recuperación. Lo balcánico sigue ahí. De hecho nunca se fue. Y por cierto, pasarán muchos años antes de que contestar a algo así no me lleve a recomendar una obra maestra que está al alcance de todos: el libro Sueños Robados de Juanan Hinojo. Todo lo que yo pueda decir está ahí adentro. El baloncesto yugoslavo ya tiene su propio Quijote.
Me lo apunto. Ya que estamos, ¿algún libro sobre NBA y otro sobre baloncesto callejero que recomiendes?
Del callejero son obligados Axthelm y Telander. Del resto ni puedo ni debo. Hay miles. Editorialmente éste es el paraíso mundial del baloncesto. Y por desgracia, el único. Pero déjame que aproveche la ocasión para recomendar algo que debería salir en primavera. Un libro, del que soy coautor junto a Máximo Tobías. Es un trabajo del que me siento enteramente orgulloso porque es una obra única. No digo ni buena ni mala. Tan sólo única porque el fenómeno que aborda no ha sido tratado antes en ningún otro libro con la debida profundidad. Y me atrevo a decir que su fondo debería interesar igualmente al aficionado americano y al europeo. Hay años de trabajo ahí detrás. Pero todo a su debido momento.
El cine no ha tratado tan bien al deporte como la literatura. Uno tiende a pensar en Space Jam o en esa comedia aquí traducida como Los blancos no la saben meter cuando piensa en películas de baloncesto. ¿Existe sin embargo el buen cine en el mundo de la canasta?
El cine hace lo que puede. Creo que su relación con el deporte es mucho más difícil de lo que se cree. El deporte no es ficción. Es la cosa más realista del mundo. De manera que cuando pretende ser ficción el espectador lo advierte enseguida con decepción. Nota el engaño. Es como si le saltara a la vista que todo está dirigido, que todo es mentira. Y esto es lo que el cine suele llevar peor. Para que cine y deporte no choquen frontalmente el deporte debe ser trasfondo y el cine recaer como siempre en lo humano. Es un poco paradójico, pero para que una película de baloncesto disipe toda sospecha mejor cuanto menos baloncesto exponga.
Quizá le sentaría bien a la NBA una película como Un domingo cualquiera, de Oliver Stone (Any given Sunday), especialmente en los pantanosos tiempos que corren donde la ruptura entre deporte y negocio se vuelve especialmente evidente y por lo tanto dolorosa para el aficionado. ¿Cómo se está viviendo este lamentable cisma en Estados Unidos?
Bueno, películas como Blue Chips o Wright abordan en cierto modo los riesgos del negocio. Pero es que esto del baloncesto y el negocio es como decir que todos los días sale el sol. A estas alturas una obviedad así no aporta nada. La denuncia de ese matrimonio data nada menos que de finales del XIX, cuando el propio Naismith alertaba contra los peligros de la profesionalización y la pérdida del espíritu del juego y demás. Está como para levantarse el hombre hoy de la tumba. En Estados Unidos no se tiene noción de ningún cisma porque deporte y negocio son las dos caras de una misma moneda. El espectador, por ejemplo, se sabe parte del negocio y eso le reconforta. Porque tiene la impresión de que se cuenta con él. De que el cliente importa, mira por dónde, mucho más que en España.
Volviendo al tema yugoslavo, ¿consiguió esa magnífica generación que la NBA abriera sus puertas a Europa? ¿Aumentó el número de scouts viajando por Europa y por ende los jugadores cruzando el océano en aquella dirección?
El proceso es mucho mayor e incluso anterior. Pero sí, el impacto de aquellos primeros jugadores comenzó a destinar pequeñas partidas presupuestarias hacia la prospección exterior. Para finales de los noventa ni una sola franquicia NBA estaba a salvo de contar con su propio departamento internacional. Era un proceso inevitable. Con retraso pero inevitable. La globalización no iba a hacer una excepción con el baloncesto.
Abordando ya el tema del lockout y sobre todo mirando atrás al precedente de 1998: ¿una temporada más corta beneficia o perjudica a los rookies?
Como una temporada corta reduce el tiempo para mostrar las fortalezas debería perjudicar a los buenos y favorecer a los malos. Menos partidos difuminan además esa típica depresión conocida como rookie wall. No creo que la duración afecte a las sorpresas y sí en cambio al efectismo, como más proclive a brillar más en menos tiempo, a la manera de Carter y Jason Williams en el 99.
¿Qué periodistas deportivos sueles leer?
Una de las cosas más desconcertantes al llegar aquí fue poner carne y hueso, incluso palabra, a periodistas a los que llevaba años leyendo. Si tengo números de Nuevo Basket desde 1980 (gracias, primo) la llegada de Internet me abrió las puertas del paraíso. Una vez aquí, he podido además pisarlo. Llevo años leyendo a los americanos, a todos. Entiende que seguir la NBA es seguirles también a ellos. No veo alternativa.
¿Alguno de cabecera a destacar?
De cabecera ninguno porque Halberstam está muerto. De cuerpo demasiados como para una sola respuesta. Así que cuando en España leas a alguien Simmons esto Simmons lo otro es que no conoce más. O eso o la falacia de un país un periodista, como en mi país parece haber una lamentable tendencia a creer. Y quien eso asegura, quien desprecia el periodismo y exceptúa un único nombre, lo único que demuestra es una sonrojante pobreza de fuentes. Me gustan los autores, como Araton, que escapan a la actualidad, eso que ahora causa tanto daño a veteranos como Sam Smith, Ryan o Vecsey, a los que la red ha superado. Adoro el humanismo de Abbott o Beck y deploro el oportunismo de Wojnarowski o la entronización de un contable como Coon, con todo, mil veces mejor que el vedetismo de Stephen A. Smith y Bucher. Valoro la pelea, el trabajo diario de Woj, Sheridan, Berger o Broussard por ser los primeros, contraprestación a favores cocinados en los pasillos. Pero no me termina de convencer el periodismo velocista. No caso con el mantra de llegar el primero, como si informar fuera correr. Me gusta más el periodismo de fondo. Por eso caería enseguida en autores largos, de esfuerzo por la permanencia como Pluto, Montville, Bayne, Ostler, Layden, Steinberg o Feinstein. Hasta compro a MacMullan pese a que el esnobismo la vista de reina. Cualquiera, en fin, que apueste por hacer del deporte literatura. Es el rango más alto que el deporte, fuera del deporte, puede conquistar.
¿Alguno en España?
Eso me lo guardo. Pero déjame mencionar a Ramón Trecet porque es una persona, escúchame bien, a la que quiero. Y querer está bien empleado aquí. Lo mismo podría decir de Franco Pinotti. Ellos saben bien por qué y yo más. Hablo de razones esencialmente humanas.
Escribiste recientemente acerca de la decreciente autoridad de los entrenadores en la NBA. Hace algo más de un año, Kelly Dwyer escribió un artículo en el cual afirmaba que la próxima gran crisis de la liga estaría causada por el ego de los jugadores, aduciendo que su nivel de arrogancia estaba equiparándose al de la liga misma. ¿Crees que es eso cierto? ¿Ha aumentado el nivel de arrogancia de los jugadores desde que sigues la NBA?
No, no lo creo. De hecho me parece uno de los peores lugares comunes de la falsa decencia. Es evidente que hay una diferencia sociológica enorme entre la NBA de los cincuenta y la actual. Quiero recordar que aquélla aún se resistía a los negros por serlo. Es decir, no venimos del paraíso y a veces se confunde arrogancia con carácter. Y mientras se admira la arrogancia de técnicos como Auerbach o Jackson se condena la de los jugadores, peor cuanto más modernos. Esto no es más que papanatismo. Humedecerse con las perrerías de Jordan o Bird y condenar en cambio alguna salida de tono en las estrellas de hoy no es una visión que comparta. Porque más que visión es miopía. Especialmente en Europa seguimos todavía muy embobados con la autoridad del entrenador. No sólo sobre los jugadores, sino sobre el baloncesto y hasta la percepción de lo que es o no deseable. A mí esto me parece una aberración. Me parece que ir al baloncesto no es ir a misa. Y creo que en la NBA hay un relativo equilibrio entre técnicos y jugadores cuyo respeto mutuo unos y otros se van ganando en la profesión como en cualquier otra esfera de la vida. Nadie con dos dedos de frente creerá débil el carácter de Jackson, Rivers, Thibodeau o Van Gundy frente a no sé qué arrogancia de los jugadores. El carácter saldrá en unos y otros. Y si es nocivo acabará cayendo por sí mismo. ¿Han terminado Iverson o Artest con la NBA?
Y en el punto opuesto, ¿hay jugadores con los que haya terminado la NBA?
Menuda serie saldría de ahí. Pero no tanto por lo que parece. Por ejemplo la NBA, como te decía, no se llevó especialmente bien con los gigantes, con los más poderosos como Mikan, Chamberlain o Shaq. Estos casos son los únicos de verdad, como lo fue el Alcindor universitario y la prohibición de los mates durante nueve años, algo hoy día impensable. Se improvisaban comités para evitar de urgencia que estos tíos hicieran del baloncesto un ovillo. No era que la NBA quisiera terminar con ellos sino mitigar su impacto como se doblega al toro en la plaza. Más allá, en el terreno político o legal, hubo algunos casos delicados. Todos distintos pero todos muy tristes. De Molinas a Hawkins pasando por el desdichado Raymond Lewis, que creyó ser víctima de una conspiración en su contra. Una oposición entre liga y jugador tiene que contar siempre con el caso Rodman, a cuyos últimos días dediqué una pequeña trilogía. La NBA soñaba con la retirada que efectivamente tuvo, un despido por la puerta de atrás sin vuelta posible. Desde la Olympic Tower Stern y los suyos temían una vergüenza nacional por la promesa de Rodman de desnudarse por completo en el último instante de su carrera. Hay más que sobradas pruebas de que no sólo era capaz sino que realmente deseaba hacerlo.
¿Qué es para ti lo mejor de los Estados Unidos?
No sé, tal vez hay algo de admirable en el sentimiento de unidad del pueblo americano.
¿Y lo peor?
Que en el fondo esa misma unidad se opone frontalmente a otras formas de vida, de organizarse las naciones en el mundo. Que a veces la noción de libertad parece amparar la libertad de aplastar otras libertades. Y yo no sé qué bien hacen a la democracia instituciones como Wall Street.
Qué pregunta te gustaría hacerle a los siguientes personajes: David Stern
¿Cómo imagina la NBA a final de siglo? Quiero decir, ¿seguirá siendo el planeta entero su ambición?
Allen Iverson
Si a tus 55 años entrenaras un equipo NBA y llegase un tal Iverson ¿cómo crees que deberías actuar con él?
Charles Barkley
¿Te has culpado alguna vez de perderte el oro de Los Angeles?
Len Bias
¿Sabes que de no haber sido aquella noche habría ocurrido más adelante, tal vez la noche de tu primer anillo?
Michael Jordan
Sinceramente, ¿te crees también superior a Michael Jordan?
¿Qué me dices de Allen Iverson y el trato que ha recibido? Se trata sin duda de uno de los mejores jugadores pequeños en la historia de la liga, que además ha demostrado una dureza y una capacidad de sacrificio que no casan con su fama. ¿Hasta qué punto esta falta de reconocimiento es una consecuencia de su carácter rebelde?
Iverson se suicida el mismo día que carga públicamente contra su banquillaje en Memphis. Porque sin querer envía un mensaje a posibles compradores y les dice: “Vais a tener un problema si no contáis conmigo en los términos que yo creo merecer”. Y es una pena. Porque entraba en una edad donde mejor no imponerse. O no como antes. Coincidí luego con él en su último año en Philly. Y daba gusto. Porque se había desplazado en silencio a intentar ayudar, que era lo que debía haber hecho en Memphis. Yo a Iverson le tengo un respeto enorme como jugador. No son muy opinables sus logros, que para mí se resumen en que durante una noche de 2001 se convirtió en el mejor jugador del mundo, desbancando por unas horas del trono al mismísimo Shaquille. Y con eso basta. A mí por lo menos. Iverson ha cometido errores. Algunos muy graves. Pero como suele ocurrir los jugadores malditos cargan también con una parte de culpa que tampoco les corresponde.
La figura de Michael Jordan no ha salido precisamente beneficiada de este lockout. ¿Está empezando a oscurecer a ojos del público estadounidense el Jordan post-jugador al inconmensurable Jordan jugador?
Debajo del mito hay un tipo, una persona, víctima del mismo carácter de siempre, lo cual es condición necesaria para ser el mejor deportista de la historia y un enfermo que sigue sin estar en paz.
¿Hasta qué punto es necesario un carácter obsesivo y en cierto modo enfermizo para aspirar a ser el mejor jugador del mundo?
Los velocistas que emplean los mejores años de su vida en matarse por rascar una décima al crono te lo podrán contar mejor que yo. El caso de Jordan encierra también su lógica natural. No puedes ser el mejor en una cosa sin ser el peor en otras muchas. Si Nietzsche hubiera conocido a Jordan habría conocido la versión negra del superhombre.
Sin embargo hay jugadores que parecen alcanzar un gran nivel de juego sin esfuerzo aparente. Ahí está el caso de Dennis Rodman como máximo exponente. ¿El éxito de jugadores como Rodman está ligado a su vida, digamos, dispersa? ¿Habría sido mejor jugador de someterse a un régimen estricto de dietas, entrenamientos y vida social?
No lo creo. Y precisamente debido a su espléndida forma física, a la que no hizo falta ningún tratamiento especial. Rodman es el necio técnico más útil y brillante de la historia, el jugador de mayor burla a técnica y táctica con mejores resultados. El tiempo le seguirá haciendo un favor. Que yo sepa toda su infinita habilidad no es más que inteligencia en su máxima expresión. Y aunque cueste es posible y hasta obligatorio aislar esto de sus estupideces.
Mucha inteligencia, mucha intuición, pero también muchos fundamentos: lo bien que usaba su cuerpo, cómo medía los saltos y el sublime uso del palmeo para llevar el balón a su terreno y birlárselo a jugadores mejor colocados son habilidades que siguen sin tener parangón. ¿El rebote es una de las estadísticas más infravaloradas?
No. Lo es la anotación. Antes reina hoy en cuestión.
La verdad que de hace unos años para acá el MVP ha respondido a otros baremos antes que a la anotación, como son por ejemplo los casos de Nash, Duncan o Nowitzki. Pero ¿le habrías dado tú el galardón a otro antes que a los mencionados?
No. Los galardones de jugador más valioso nunca me movieron a grandes objeciones. Creo que los elegidos son acreedores justos al premio. Si fueran suplidos por otros estaríamos ante otra masa de insatisfechos. Es lo que tiene la manía de conceder un solo premio, un solo título, una sola medalla de oro.
¿Qué me dices de Bruce Bowen? Él ni siquiera destacó nunca en ninguna estadística. ¿Podrías definir su juego para alguien que no lo viera jugar?
Parece mentira. Pero que un jugador alumbrara el lado más oscuro del juego, un gigantesco terreno de destrucción con semejante impunidad y eficacia le convierte en un amplificador del baloncesto. A partir de Bowen el terrorismo podía tener cabida. Ningún jugador trasladó la licencia defensiva más lejos que él. Burló a leyes y jueces con igual éxito. En el futuro, cuanto temple algo más la hostilidad ganada a pulso, no se podrá observar a Bowen más que como uno de los mejores defensores que haya dado nunca la historia de la NBA. Una valiosa alimaña para una dinastía de humildes.
Uno de los más recurrentes argumentos que sus detractores esgrimieron contra él fue que si en este deporte todos fueran Bruce Bowen, perdería todo el atractivo. ¿Qué les contestarías?
Que tienen razón. Una excepción pierde todo su atractivo al hacerse norma. Las excepciones, o lo son, o se cargan la regla, el juego y lo que se ponga por delante.
Los Heat han arrancado con más fuerza que nunca y tanto Celtics como Mavericks y Lakers están sufriendo lo indecible en este comienzo de temporada. Otras franquicias emergen con fuerza, como Bulls, Clippers, Thunder o Grizzlies. ¿Es oficial ya el cambio generacional?
Observa algunos nombres de los últimos equipos campeones. Kobe Bryant, Paul Pierce, Ray Allen, Kevin Garnett, Dirk Nowitzki, Jason Kidd. No son nombres al azar. Cada uno de ellos ha supuesto toneladas en esos anillos. Todos llegaron a la NBA en los años noventa. Estamos en la segunda década del XXI. Es un premio indescriptible una gloria tan reciente para todos ellos. De hecho es apurar lo mejor de esas estrellas hasta ultimísima hora. Es colarse incluso por delante de los jóvenes que vienen detrás. Un año más en la cima se antoja ya algo impensable, una quimera del tiempo. Y el tiempo dice que la nueva generación no puede, no debe esperar más. El siguiente campeón no debería ser un histórico. Sino algo distinto. Algo nuevo. Un nuevo comienzo, la nueva era.
¿Hasta cuándo en Nueva York?
Me quedan dos telediarios.
¿Por qué?
Porque yo no sé hacer milagros.
Fotografía: Antonio Gil / Michael Da Costa
No se puede hablar de cine y baloncesto y no mencionar Hoosiers.
no esta mal,
pero desconfio de su vision «literaria», ficcional, de nyc, sobre todo desde q yo mismo estuve en nyc observando el campo experimental
nyc no es asi, o digamos q como vision ficcional, la retarata solo a medias
precisamente el estar en el madison como se esta en el pabellon de tu pueblo es lo q le da magia al lugar, un sitio normal con gente normal
alli ves q el glamour de la nba es en realidad tan cutre como la acb pero nadie va de señorito quejandose de q sea cutre, y lo hacen glamouroso
lo q mas recuerdo del partido del madison son las bocinas y el pestoso chandal de los pistons
eso si lo de la tv en los tiempos muertos, etc, sobrepasa lo normal de la acb
poner en la misma linea el madison el vaticano y auswitz no es de recibo por otra parte, lo mismo q utilizar la palabra terrorismo con punible estupidez
no esta mal, repito, pero despues de todo, te dejas al mas grande, o sea, bill russell
por otro lado, es falso q la anotacion este infravalorada, ni nowitzki ni duncan eran anotadores bajos, solo en el caso de nash tiene sentido afirmar eso, pero si el puesto de centre tiene su historia, no hablemos del de base, eh?
bueno, otra mas
sobre el baloncesto yugoslavo exageras un poco, eso del sistema compacto y brillante…. en fin, tira a chomsky a la basura pero ya; puedes leer ya q estas en nyc a neil postman por ejemplo
en definitiva, sin españa y fernando martin, no petrovic en madrid, ni en nba, ni divac, etc,
de martin a petrovic y de petrovic de vuelta a madrid, o sea mirotic
Puedes hablar de golf si acaso.O de pádel. Y a lo mejor alquien te creerá. Porque haber convivido con Fernando Martín no hace que sepas de baloncesto, algo que ha quedado demostrado con tus comentarios.
pufff, sabrá un huevo de basket, que no digo que no…Pero es verdaderamente cargante el tipo…
Totalmente de acuerdo.
Ojala sean tantos años como quieras, Gonzalo, porque lo que haces desde allí es impagable. Gracias.
Genial la entrevista, a este señor habría que entrevistarle todas las semanas.
Ojo al libro que recomienda, «Sueños robados» de Juanan Hinojo, una auténtica joya sobre el basket yugoslavo
Interesante pero menos de lo que me esperaba y más cargante de lo que me esperaba.
Siempre un placer leerte Gonzalo.
Alfredo (Irun)
Pedazo entrevista, no me canso de leerla…
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Grandísimo trabajo. Un placer leer cada línea que ha dado que escribir este hombre
Se ha tomado la entrevista como si fuera una oposición a notario. Agotador.
Gracias JotDown y gracias Gonzalo por esta joya.
Txalo eres el mejor, te acuerdas de aquellas tardes muertas en que veíamos NBA en tu casa mientras tu madre sacaba rosquillas… Me alegro mucho por ti, un abrazo.
Totalmentte de acuerdo con Gonzalo. Menos mal que se va haciendo justicia, poco a poco porque el tiempo pone a cada uno en su sitio, a la figura de Magic Johnson. Sin lugar a dudas el mas grande jugador de todos los tiempos. Un base que podia jugar en cualquier posicion y que si no lo llega a retirar el sida habria ganado mas de los cincos anillos que conquisto. Nadie entendio este juego de forma mas inteligente y generosa. Eterno Magic.
La única referencia que hecho en falta es los grandes one on one celebrados en la mincancha de una pequeña cancha de Bagatza, hasta que la colegiada irrumpía dando el partido por finalizado…
Dale Gonza y cuando vayas a Jersey saluda a los Nets de mi parte!!
Gonzalo, te pilla un poco a desmano, pero todos los sabados por la mañana jugamos en las canchas del Megapark.
Por si te quieres pasar…
«O eso o la falacia de un país un periodista, como en mi país parece haber una lamentable tendencia a creer.»
No me queda claro si su país es España o el País Vasco, que me da lo mismo, pero lo podía haber aclarado.
Sabe mucho, piensa bien, y tiene un tono subido que no me gusta nada. A lo mejor por eso defiende a los jugadores arrogantes…
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Conocía Gonzalo en el año 2000 gracias al proyecto de SportsYa.com, una de las páginas web pioneras en deporte. Su pasión por el baloncesto no he sido capaz de verla en nadie más. Enhorabuena por la entrevista, y por la página.
Pedante a más no poder.
El tipo sabe, pero hay formas y formas de expresarse. Hacerlo de la forma más rebuscada no te hace más listo.
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Quien lo llama pedante, agotador y rebuscado para mi es el placer de las cosas bien hechas y dichas, aunque con discrepancias. Gran entrevista como los de esta revista y los de Vázquez.
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No me gustó la entrevista, el tipo es un profesional pero se expresa de una manera recargante y cuando vas por la mitad ya deseas que no vaya a más, suerte que aliviaron luego con preguntas y respuestas cortas. Es mi opinión, coincidente con otras por lo leído.
Yo creo que la entrevista es en conjunto muy notable. La he leído con gusto, como buena parte de su libro 101 historias NBA, que compré hace una semana.
Pero estoy de acuerdo con los que critican ciertos aspectos que tb yo considero un tanto fuera de lugar. O mucho.
Su país, no obstante, creo que es España.Por lo demás, da la impresión de que su demoledora opinión sobre el Dalí persona (al que gratuitamente llama imbécil) trae causa principal, cuando no exclusiva, de la diferente visión política que tienen el autor y el genio de Figueras. Porque pienso que el experto analista de baloncesto (y lo de experto va sin ninguna ironía, creo que es un profundo conocedor de este deporte grandioso) no conoció a Dalí ni a nadie que conociera y tratara con el pintor. Eso sí, Dalí era franquista. Y eso para esta gente lo convierte automática e irremisiblemente en un ser humanamente despreciable. Per se. Intrínsecamente imbécil y a callar to er mundo.
Sobran alardes de erudición, en la entrevista y en el libro. Pese a todo, una y otro son enriquecedores. Lástima esas posturas tan dogmáticas en lo tocante a política. Es algo muy propio del autodenominado progresismo. Tampoco me ha parecido nada afortunado utilizar la palabra terrorismo en la respuesta a una pregunta sobre un jugador defensivamente muy célebre por su violencia.
En cuanto a Jordan, un enfermo y al parecer tb un imbécil según el sr Vázquez, no es eso lo que se desprende de varios pasajes del 101 Historias NBA, como el que habla del boicot que Jordan concluye que sufrió en su primer All Star por parte de Isiah, Gervin y otro u otros dos jugadores más. Ahí el autor da por buena la versión de Jordan. Cierto que ya convertido en estrella de la NBA Jordan protagonizó momentos de gran arrogancia, pero por lo que he leído a autores como Mc Callum y otro español (en un libro titulado precisamente Michael Jordan), el mejor deportista (dicen) de todos los tiempos, tb tuvo razón en no pocos episodios. Aunque fuera a veces contradictorio e incoherente. De ahí a llamarlo enfermo e imbécil creo que media un trecho largo.
El mejor deportista de todos los tiempos, como leí en un gran artículo tb en Jot Down, no es otro que Eddy Merckx. NADA hay comparable, como bien resaltó el autor de ese excepcional y excelso artículo, al inmenso esfuerzo físico y psicólogo que supone el ciclismo. Tres semanas sin fallo para ganar carreras como el Tour. Al lado de eso palidece todo, dicho sea con el mayor respeto al deporte profesional. Porque todos ellos son tb exigentes, muy exigentes en el orden físico mental y emocional. Pero no es parangonable al ciclismo, el deporte más duro de todos y con amplia diferencia sobre el resto. Casi, o sin casi, abismal.