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Restaurante Fuku

fuku

Restaurante Fuku
C/ Marqués de Villamejor nº8. Tel: 91 781 63 16

La búsqueda del mejor restaurante japonés de Madrid es un asunto muy serio. No hace mucho tiempo, antes de que las absurdas ínfulas de olimpismo lo contaminaran todo, cuando el Ayuntamiento tenía como sede una de las plazas más bonitas del mundo en lugar del horror babilónico en el que se encuentra ahora, el nivel cultural de la ciudad se medía mediante parámetros más convencionales. El Museo del Prado, el Reina Sofía (el Thyssen, oigan, siempre ha sido feudo de repipis); los teatros y los conciertos, Raúl Sender y las Copas de Europa del Real Madrid. Y, aún más atrás en el tiempo, como tótem de la elegancia y la seducción de una ciudad, Ava Gardner buscando juerga por todo Madrid a bordo de un taxi con el Fary al volante. Pero hoy en día el índice de alfabetización de cualquier sociedad lo marca la calidad de sus restaurantes japoneses.

El Fuku, que si tiene un departamento de marketing competente no tardará en abrir una sucursal de nombre obvio, se encuentra en una de esas calles que unen el Paseo de la Castellana con la calle Serrano a las que es imposible que jamás se haya prestado la menor atención a no ser que se forme parte activa de la comunidad financiera más abyecta. En un mundo más justo, por ejemplo un mundo regido por el sentido del honor japonés, el breve trayecto que se hace caminando desde la esquina con la calle Serrano hasta la puerta del restaurante debería ser, teniendo en cuenta los tiempos que corren, toda una lección práctica de cómo precipitarse al vacío con estilo y dignidad, un auténtico festival de sesos de ejecutivo, gomina y pavimento que alegrara las desoladas aceras y nos fuera poniendo en ambiente antes de la prometida cena kaiseki. Si algo de eso sucede a la luz del día, pongamos que a la hora del cierre de la Bolsa, cuando llega la noche no queda constancia de ello.

Cada vez que se abre un restaurante japonés en Madrid, y aún no se ha definido la unidad de tiempo lo suficientemente pequeña como para medir ese periodo, inmediatamente se corre el falso rumor de la comida kaiseki. En Fuku no la sirven y no se lo reprochamos, pues nos parece poco probable que esa celebración del orden y la mesura case bien con un grupo de amigos que salen a cenar un viernes por la noche, pero si uno tiene la curiosidad suficiente como para informarse de dónde se va a meter a comer, en la página web del restaurante la decoradora (¡toma!) ya le avisa con la típica pusilanimidad occidental de que “Queremos que nuestros clientes conozcan la comida japonesa al mismo tiempo que son educados por las Artes del Japón”. Ya no se sale a cenar con los amigotes, sino a educarse. No queda mucho para que llegue el día en que a la entrada de los restaurantes nos den un programa de mano al modo de los conciertos sinfónicos. Este es el horror que nos ha traído el siglo XXI.

Todo lo que viene de Japón es milenario, no se cansan de repetirnos. Por qué todo lo milenario es mejor, es algo que no alcanzamos a comprender y que nadie nos ha sabido explicar muy bien, entre otras cosas porque la explicación entraría en contradicción con el devenir de la Historia, el idealismo hegeliano y el materialismo histórico marxista-leninista; y no tenemos la cabeza como para reordenar nuestros principios revolucionarios por mucho que quieran educarnos en vez de darnos de cenar. El Fuku sigue la tendencia milenarista y por tanto casi nada sorprende y el cliente se ve tristemente abocado a los variados. Variado de sushi, variado de sashimi, variado de maki. Ensalada de algas y una sopa inocentemente picante. Gyozas. Solomillo troceado para los que aún mantengan gustos occidentalmente ancestrales. Tartar de toro (el pez) con caviar (de verdad). Tartar de atún a secas si se tienen remordimientos de conciencia y no se sabe muy bien si el toro está en peligro de extinción o si ha sido banderilleado con saña hasta la muerte en alguna plaza de pueblo. No pasa desapercibido que la invasión tártara se extiende de las hamburgueserías —que a su vez ya ofrecen carne de kobe— a los restaurantes japoneses, configurando un intercambio de ideas de cuyo propósito final sólo podemos aventurar imágenes bastante lúgubres. Todo está muy bueno, todo es muy correcto; la sucesión de platos sigue tan al pie de la letra la puesta en escena de tantos otros restaurantes asiáticos que uno siente que no le sorprendería que le ofrecieran una ración de pato laqueado en el momento menos pensado. Pero lo que aparece es sushi de foie.

Dentro del mundo de la gastronomía, el sushi de foie es sin duda la maniobra comercial más brillante desde la invención de la etiqueta gourmet, y en el Fuku, donde el cliente medio tiene al menos tres apellidos con guión y un latifundio, se consume con avidez y las comandas atraviesan la sala sin atisbo de vergüenza, ni propia ni ajena. El foie, el boletus y la cebolla caramelizada son los tres pilares en los que el Diablo se apoya con firmeza para llevar a cabo su Segunda Venida y dominar el mundo. Cualquier teólogo mínimamente instruido se lo podrá confirmar, y ahora que mediante esa siniestra idea llamada Fusión estos ingredientes mefíticos se han introducido en los menús japoneses, Su victoria es inevitable. Varios redactores de esta revista, renunciando a firmes principios y violando sagrados juramentos, han comulgado con esa combinación blasfema y la han disfrutado sin ningún tipo de mesura. Si ustedes tienen interés en probarlo, no se preocupen, no tardará en llegar a las barras de todos los bares de Madrid.

La otra gran baza del Fuku es la oferta de sake, que hará las delicias de los adictos a las cartas de vinos y los cursos de cata y sembrará el terror entre sus amistades, que verán el aprecio que sienten hacia aquellos sometido a una prueba que no están seguros de poder superar. Frío, tibio o caliente. Ginjo shu o daiginjo shu. Etcétera. Pidan el sake de la casa; se lo sirven en un frasquito que hará brotar las lágrimas a las almas más castizas, les ahorrará horas de conversación pedante en las que la estrella será la palabra “maridaje” y probablemente sea indistinguible de todos los demás.

Como en todo restaurante asiático de cierto nivel, el valor necesario para pedir un postre es sólo comparable al que hace falta para afrontar la cuenta con el aplomo, sosiego y serenidad indispensables para mantener la mente despejada y analizar con propiedad las distintas vías de escape. No es aconsejable optar por esa alternativa; el Fuku es demasiado largo y estrecho, los clientes de liquidez no contrastada siempre son acomodados en mesas del fondo y además es sabido que todo camarero japonés aloja un pequeño ninja en su interior listo para actuar a la menor ocasión, así que hagan acopio de toda la flema de la que sean capaces, paguen y salgan de ahí lo antes posible. Salgan ya mismo, aunque sea un mundo sin esperanza en el que Dani Martín es una estrella del rock lo que les está esperando fuera.

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12 Comentarios

  1. Jaunzuria

    Siete párrafos, siete, y ni una palabra sobre si se come bien o mal… eso sí, me he reído un rato, todo hay que decirlo

  2. José Martínez

    Hasta que no sirvan el sake en botella de las Casas Colgantes ese licor carece de valor para mí.

  3. He llorado de la risa… Dani Martín, ay, madre, que me troncho.

  4. muy buen artículo, me he reído mucho, no me lo esperaba para nada así, pensé que sería algo más… gastronómico por decirlo de alguna manera

  5. saxsurfer

    ¡Qué mal lo pasa siempre Fernando! Se sacrifica por nosotros yendo a restaurantes que no le gustan, con cocineros que le sacan de quicio y rodeado de comensales estomagantes. Luego, para resarcirse de la penitencia, se ríe un rato por aquí y nosotros con él.

    Solo un percebe podría pensar que esto es crítica gastronómica: estos son cuentos a lo David Foster Wallace con la comida como excusa. Si quieres recomendaciones y consejos bien dirigidos, mejor buscas a Fernando Point, a Agulló, a Capel. Escriben en otros sitios.

  6. Uy lo que le ha diiicho, que lo ha llamao fostergualas, el paaayo…

  7. España, ese sitio en que filósofo, educado o fosterguallas son insultos

  8. Alejandro

    Desde que quitaron el Kawara en Madrid todo restaurante japonés me parece disparatado de precio…

  9. Artículo previsible, repetitivo, injusto y barato. Ha muerto el tio que aguantaba el listón en ésta web?

  10. Socialista

    Nada de acuerdo con la primera parte. Decir que la plaza de la villa es una de las mas bonitas del mundo es querer quedarse con la gente. Pecisamente una de las plazas mas bonitas del mundo es la de la Cibeles, sin lugar a dudas. El ayuntamiento ahora esta en un sitio acorde con la gran ciudad que es Madrid.

  11. Milton kilimanjaro

    Divertido !

  12. La Rubia con apellido compuesto

    Hace tiempo que no me divertía tanto leyendo ¨crítica gastronómica¨ Que estupendo sentido del relato tiene este tío. Y además me hace reir, buah, eso ya es para nota.

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