Cada vez que desaparece un periódico, un coro de voces blancas gimotea una protesta contra lo que consideran el enésimo atropello del dios mercado, siempre indiferente o acaso reacio a prestar cobijo a productos gozosamente ruinosos. Con el gratuito ADN no ha sido distinto, y así, hemos asistido a la misma reacción hipertrofiada, acrítica y corporativista que siguió, por citar un caso paradigmático de esta clase de salvas sentimentales, a la extinción de CNN+, un canal de televisión que, como se ha visto, podía quedar reducido a su pinyol sin que la humanidad se echara a perder. En cierto modo, el diario de Planeta también era una hoja parroquial con ínfulas, una vaina posmoderna y vagamente oenegera donde el columnista estrella era Sergi Arola, al parecer partidario de la cocina de ensamblaje. Se trataba, en fin, de un ramillete de fruslerías desprovisto del más mínimo sentido del relato, y donde lo único que procuraba un cierto disfrute eran los artículos del conspicuo holmesiano Dani López Valle. La ocurrencia de añadirle más páginas para que compitiera con las cabeceras de pago tan sólo hizo más evidentes sus muchas carencias, incluido ese culmen de la estolidez que era el billete de su director, Albert Montagut. Con todo, como ya les digo, el gremio se ha roto la camisa y ha gorjeado sus mejores saetas, dando por cierto que los diarios son artefactos intrínsicamente estimables y, por ello mismo, merecen el don de la inmortalidad. Un alegato, claro está, que la cohorte habitual de plañideras ni siquiera tiene el decoro de fingir cuando el diario que echa la persiana es de derechas.
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