Hace algunos años que el psiquiatra Carlos Castilla del Pino describió las tres instancias en las que se desenvuelve la conducta humana: lo público, lo privado y lo íntimo. Si lo público es identificable por su radical observabilidad no es tan fácil separar lo privado y lo íntimo. Lo privado se caracteriza por su observabilidad pero también por la automática protección que se instala ante la posibilidad de que lo sea. Es privado lo que el sujeto hace que lo sea. Lo íntimo, en cambio, es inobservable. Las actuaciones íntimas, básicamente pensar y sentir, son intrínsecamente internas. Sostiene Carlos Castilla que nada acerca de lo íntimo es comprobable, ni su verdad ni su mentira. La intimidad puede inferirse pero jamás se tiene acceso directo a ella. La confidencialidad se basa en el principio de confianza o en el pacto de sinceridad que puede enunciarse así: «Creo lo que se dice porque tengo confianza en la sinceridad de quien me habla, ya que no puedo poseer prueba alguna acerca de su veracidad».
Viene este introito a cuento del revuelo provocado por las memorias personales de Pilar Donoso tituladas Correr un tupido velo, en las que refleja las controvertidas relaciones con sus padres adoptivos, en especial con su padre, el escritor chileno José Donoso, fallecido en 1996. Porque no es cierto que los diarios personales más creíbles sean aquellos que se escriben para no ser publicados. Como no entiende uno qué problemas tienen algunos con los relatos documentados de privacidades aunque éstas sean las de los padres del autor. El tratamiento de la intimidad en la literatura se me antoja altamente inabordable. Pero no así el de lo privado que es un ámbito habitualmente compartido y por tanto, susceptible de un relato y de su refutación.
El libro de Pilar Donoso, Pilarcita, es uno de los mejores trabajos que he leído en su género. Frío y taciturno como pocos. Lúcido a rachas y desabrido en otros tramos. Y básicamente, triste y dolorido. Porque así es la vida, plena de días laborables.
Correr un tupido velo es un formidable esfuerzo de autoexploración personal de una hija a partir de los 64 cuadernos personales en los que un padre famoso plasmó intimidades y privacidades que luego vendió al mejor postor. Memoria sobre las memoria. En esos cuadernos el escritor José Donoso se dibuja como un tipo muy difícil y complicado. Cierto que da claves muy importantes para entender su proceso de creación y su pasión por la literatura. Pero a mi juicio no es eso lo más importante del libro. Me interesa mucho más la relación con su hija adoptiva que no sale nada bien parada. No me extraña que Pilar Donoso haya tenido que tomarse su tiempo (siete años) para elaborar la recolección de descalificaciones y dudas que su divino padre José le dejó dedicadas en sus famosos cuadernos. La publicación de Correr un tupido velo le causó a Pilar Donoso dolorosos problemas familiares. Su marido, primo de José, le dio la espalda. Hay quienes atribuyen a estos conflictos la razón última de su suicidio hace unos meses. Pero ése es otro sendero.
Leídas las reseñas tibiamente críticas contra el libro me abruma la tolerancia que gran parte de la intelectualidad crítica manifiesta hacia las psicopatadas de sus miembros. Lo que llaman la descarnada brutalidad del padre. Se ignoran o se intelectualizan conductas que tienen poco de humanas. ¿Qué atractivo tiene para una niña crecer entre Zelda y Scott Fitzgerald? Puede que la identidad de un artista se defina a partir de su obra. Pero el hombre que sostiene al artista se escritura, como todos, a través de su gestión de las relaciones humanas. Y no hay máscaras tras de las que pueda esconderse ni lo perverso ni lo canalla. Por eso son las palabras de Pilar Donoso las que suenan sinceras, congruentes, inexcusables.
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