El último refugio Opinión

Jordi Bernal: Talese vs. Thompson

Nuevo periodismo fue el término que eventualmente cuajó. No era un “movimiento”. No había manifiestos, clubes, salones, claques; ni siquiera un salón donde los fieles se reuniesen, dado que no había tampoco ni fe ni credo. En aquella época, a mediados de los años sesenta, uno sólo era consciente de que de repente había aparecido una especie de excitación artística en el periodismo, y que aquello era algo nuevo en sí mismo”. 

Así definió Tom Wolfe una innovadora manera de narrar que se impuso entre la muchachada inquieta y airada de los sesenta del pasado siglo. Novedoso fue apropiarse de los mecanismos narrativos decimonónicos y adaptarlos a las leyes fácticas del reportaje. Bien es cierto que ya lo habían ensayado los propios novelistas del XIX tanto en trabajos previos de campo como en creaciones periodísticas (el canónico La isla de Sajalín de Chejov, por ejemplo) así como escritores anteriores a la hornada sesentera (Agree, Orwell, London o Steinbeck). Sin embargo, al “nuevo periodismo” se debe conciencia y método. Una manera de contar la realidad que requiere el bagaje cultural necesario para no hacer el ridículo, perspectiva intransferible en la observación, un buen par de zapatos, tiempo y el suficiente dinero para no tener que preocuparse de menudencias molestas. No sabría decir si Kapuscinski llevaba razón en aquello de que el periodista debe ser bueno, en el buen sentido de la palabra. En cualquier caso, el cronista debe limpiar con ironía los lamparones del sentimentalismo manteniendo, eso sí, la emoción.

Recuerdo grandes momentos lectores de aquellos reportajes de libro: Hiroshima de John Hersey, Ponche de ácido lisérgico de Wolfe, Despachos de guerra de Michael Herr, América de Norman Mailer, Viajando con los Rolling Stones de Peter Greenfield, los retratos de Capote y algunas cuantas cosas más, fijo. De todos ellos, no obstante, hay dos tipos que me fascinan en especial tanto por personalidad como por propuesta literaria. Dos tipos que, aun siendo antagónicos en apariencia, llegan a complementarse: Gay Talese y Hunter S. Thompson.

Descubrí a Talese con la reedición reciente de Retratos y encuentros, volumen que incluye el célebre “Frank Sinatra está resfriado”. Es toda una lección la capacidad de Talese por desaparecer de escena mostrando, sobre todo, las contradicciones y la vulnerabilidad de un hombre. Es decir, el periodista reconstruye de manera documental (omnisciente) situaciones, diálogos y comportamientos respetando siempre los lindes propios del periodismo. No interpreta más allá de la descripción y la palabra, y las conclusiones piscológicas se deben en exclusiva a la transcripción behaviorista.

Enfrentado a la gélida invisibilidad de Talese, Thompson impone un subjetivismo festivo y shandy que etiquetó como periodismo gonzo. El cronista se sitúa como protagonista de la acción. Esta actitud, qué duda cabe, ha degenerado en cabriolas modernikis y en crónicas vacuas sin más interés que el apreciar la diferencia abismal entre sarcasmo y frivolidad, entre visceralidad y yoísmo. Una de las grandes cualidades de Thompson, que me recuerdan a James Boswell, es el escaso pudor a hacer el ridículo; esas maneras de clown de las que habló Stephen Vizinczey a propósito del biógrafo de Samuel Johnson. Miedo y asco en Las Vegas representa la cota máxima del periodismo gonzo. Un pasote sin pausa cuyo objetivo es mostrar el horterismo lisérgico de la ciudad del juego. A Talese le interesa dignificar cierta decadencia italianoamericana. Thompson vomita estupefacientes y daikiris en las alfombras del casino.

Sea como fuere, la gran obra de Thompson es, a mi juicio, Los Ángeles del Infierno, así como el gran reportaje de Talese es Honrarás a tu padre, una suerte de Balzac verídico sobre la mafia a través del relato de la familia Bonanno. Curiosamente, Thompson confraternizó con la banda motorista para demostrar que estaban equivocados aquellos que afirmaban que se trataba de una mafia. Después de mucha farra, desfase y de que le partieran la cara, el escritor apura las últimas líneas constatando el carácter delictivo de la organización motorizada. Por su parte Talese, antes que corelones y sopranos, levanta acta minuciosa de la anodina vida advenediza de una familia de mafiosos entre vendetta y vendetta. Dos escritores en los márgenes pues.

Thompson acabó pegándose un tiro. Talese pasea el perro por las calles de Nueva York, discutiendo con los viandantes que le exigen que apague el puro. La extravagancia estética de Thompson frente a la elegancia de sastrería de Talese.

Dos raros.

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5 Comments

  1. Juanjo

    Ayer de madrugada acabé «Honrarás a tu padre». Clavas en tu pieza, Jordi, esa capacidad de Talese de desaparecer de la escena hasta cuando debió estar metido en la cama entre Bill y Rosalie Bonnano cuando estos discutían… quizás tanta intimidad se pagó con cierta simpatía hacia los personajes; en el capítulo final acepta ante todos sus lectores que los Bonnano son sus amigos, que parte de los beneficios del libro van a un fondo de ayuda a los estudios de los Bonnano, y pasa de puntillas por el peso de los delitos de Joe y Bill Bonnano: es lo que tiene estar metido hasta el tuétano en vidas ajenas.

  2. Kuanoi

    Casualidad o no, ayer empecé a leer Honrarás a tu padre. Me gusta esa forma de narrar directa y al grano, sin embargo ya desde el principio presiento que voy a echar de menos cierta belleza y complejidad literaria. Aunque cualquiera podría decirme que si es eso lo que busco qué hago leyendo a Talese y no a Banville.

  3. Jordi Bernal

    Si «belleza» es verdad y «complejidad» reflejo de la realidad, las encontrará a patadas. ¿Quién, coño, quiere leer a Banville?

  4. Leí el otro día a Bustos pidiendo a los nuevos estudiantes de periodismo que se retiren ahora que están a tiempo y cambien de carrera.
    Poco después decidí volver a leer esta comparativa entre Talese y Thompson, para tomar nota cuanto menos, todos aquellos que no fuimos avispados en su día y sólo tenemos un plazo por pagar de la licenciatura.
    Y a pesar de los años transcurridos entre que aquel elegante Talese se introdujera en un burdel para narrar la historia de los hábitos sexuales de la sociedad norteamericana de la época y el estanque de pirañas en que nos toca nadar estos días a los miles de licenciados que ha dado la Universidad Pública, no puedo evitar ver similitudes y entristecerme por cómo ha degenerado esta profesión que, para los más nostálgicos y románticos, no debería ir más allá de ser «contadores de historias» como quien lo diría.
    Sin embargo, pese al talento que Thompson prodigaba, lamento decir que el periodismo gonzo se ha impuesto y mal que nos pese, Thompson murió ya tiempo ha y no podemos decir que se haya reencarnado en ninguno de los trepas «cagatintas» y míopes que nos rodean a los demás.
    Ojo, que no quisiera tampoco caer en el error de querer compararme a mí misma, apenas recién licenciada en periodismo, con semejantes figuras de la narrativa y la profesión. Pero no es fácil no soñar con llegar a poseer en algún momento una mínima parte del talento necesario para sentir el desprecio que se puede llegar a sentir por esta profesión en algunas ocasiones y aún así, lograr cobrar por ello.
    Más allá de eso, quizá todos aquellos que anteponen su nombre y reconocimiento al ejercicio del periodismo, deban tomar nota de las últimas líneas de las vidas de estos dos referentes: la elegancia bien podría no sólo salvarles la vida, sino pagarles las facturas.

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