Óscar Freire no existía. Seamos sinceros, aparte de unos cuantos aficionados de primera, nadie sabía quién era aquel chaval de Torrelavega que se había colado en la escapada de Konyshev, Casagrande, Camenzind, Ullrich, el bestia de Vandenbroucke… España se prepara para una nueva decepción, lejanos ya los tiempos en los que Olano e Induráin se repartían las medallas, un equipo de francotiradores sin un líder definido que ha acabado dejando a aquel chaval de 23 años frente a una manada de lobos.
Primero lo intenta Casagrande, héroe local, a tres kilómetros de meta. Camenzind lo caza y a su rueda va Freire. El suizo tira y tira pero el español no da un solo relevo, se limita a dejar que los de atrás les cojan. Nueve hombres pasan juntos la pancarta del último kilómetro, los grandes vigilándose, preparando los gemelos para el sprint final… Todos por la izquierda de la calzada hasta que un hombre se marcha por la derecha. La cámara da una imagen difusa, es difícil saber quién es. El plano corto nos saca de dudas: Freire Gómez. Freire Gómez apretando los dientes mientras los demás siguen vigilándose, ahorrando fuerzas para una oportunidad que no llegará jamás: el cántabro se escapa y se escapa, a 200 metros de la llegada mira hacia atrás y se da cuenta de que lo ha conseguido: el hombre sin contrato renovado en el Vitalicio, dos temporadas como profesional, dos Mundiales ya en sus piernas, el desconocido de gala estira el torso, aplaude enrabietado y levanta los brazos.
Campeón del Mundo. Los periodistas enloquecen en Verona. Empieza una carrera de éxitos inesperados. Acostumbrados al hombre de tres semanas, los españoles no saben muy bien cómo catalogar a esta mezcla de sprinter, rodador y especialista en pruebas de un día. En 2001, ya enrolado en las filas de Mapei, consigue superar a Paolo Bettini y llevarse su segundo título mundial en Lisboa. En 2004, vuelve a Verona y vuelve a vencer, en una demostración de la selección española difícilmente igualable, con el vigente campeón Igor Astarloa y el caníbal Alejandro Valverde como lugartenientes.
A los 28 años, Freire igualaba a Merckx, Alfredo Binda y Rik Van Steenbergen como tricampeón del mundo. Ninguno de los otros tres consiguió ganar un cuarto. El español tenía aún muchos años por delante para lograrlo y pocos dudaban de que lo acabaría consiguiendo.
En cualquier caso, reducir la carrera de Freire a sus éxitos con la selección sería de un atrevimiento poco aconsejable. Primero con Mapei y luego con Rabobank, Freire se impuso tres veces en la Milan-San Remo, otras tres en la Flecha-Brabanzona, hizo de la Tirreno Adriático un coto privado, con una victoria en la general pero hasta 11 etapas en el camino… En el Tour se llevó otras cuatro y en la Vuelta a España llegó a siete. Incluso en 2010, ya con 34 años a sus espaldas dio toda una exhibición en la Paris-Tours imponiéndose contra pronóstico. Del inesperado jovencito al eterno veterano.
Sin embargo, el cuarto Mundial no llegaba: lo rozó en 2007 tras dos años de lesiones, pero se le escapó la liebre. Empezaban los años de soterradas disputas con Valverde por el liderazgo en la selección. Ese año echó la culpa a la táctica de equipo y lo mismo hizo en 2008 cuando Bettini —esta vez sí— le ganó la tostada. En 2009, el terreno demasiado duro benefició a Joaquim Rodríguez, que logró un meritorio bronce pero le dejó a él de nuevo fuera del top 10.
Pasaban los años y la oportunidad de hacer historia. En 2010 cumplía 34, pero ya hemos dicho que estaba en forma, muy en forma. No durante todo el año porque Freire nunca ha sido un corredor regular sino más bien explosivo, de fijarse objetivos y cumplirlos, nada de ir mariposeando por aquí y por allá a ver qué pilla. Ganó San Remo por tercera vez, pasó sus rachas de sinusitis y molestias varias y se presentó en Melbourne como uno de los favoritos. La carrera la complicó Philippe Gilbert, ese irredento belga. Freire se quedó cortado, detrás del que parecía el grupo de la victoria, pero supo aguantar en el de los sprinters. La persecución culminó a falta de tres kilómetros y volvieron a sucederse los ataques, todos controlados.
Freire está en el grupo. Son 20 corredores, no más, y pocos rivales a su altura. Cuando enfilan la recta final están ya todos juntos. Freire huele su cuarto Mundial, está a un solo sprint de la victoria, ¿y cuántos ha ganado en estos doce años de profesional? Se echa a la derecha, como en los viejos tiempos y coge la rueda de Gilbert, que sin embargo le frena. Falto de fuerzas como para volver a remontar se da cuenta de que a su izquierda pasan y pasan corredores: primero Hushovd, luego Breschel, luego Davis… Freire, encajonado y agotado, acaba sexto con el mismo tiempo que el noruego, campeón del mundo.
De nuevo, la decepción en el rostro del cántabro. Sabe que no es peor que Hushovd como supo en su momento que no era peor que Bettini, Kolobnev, etc. El año siguiente son todo problemas y lesiones. Consigue dos victorias en la Vuelta a Andalucía al principio de temporada y después la cosa se complica: no puede participar en el Tour ni en el Giro, su equipo volcado en Robert Gesink. Le llevan a la Vuelta pero abandona después de pasar varias etapas desapercibido. Nadie da un duro por un hombre de 35 años que vuelve a acabar contrato y sigue sin oferta de renovación.
Le queda el Mundial. “Si gano el Mundial, me retiro”, anuncia, pero nadie cree que vaya a ganar el Mundial. Sólo él. Está convencido de un modo casi enternecedor. Los resultados van en su contra, la aparición de los Evans, Cancellara, Gilbert, la potencia de Cavendish en el sprint final… todo juega en su contra, pero él persevera. Pasan y pasan las vueltas, la selección española hace lo que puede con un equipo más limitado que el de otros años… pero a falta de un kilómetro Freire vuelve a estar en el grupo de delante. ¿Cómo demonios lo consigue?
La situación es parecida a la de Verona en 1999, aunque aquello más que un grupo es un pelotón. Nadie vigila a Freire porque todos vigilan a Cavendish y Cancellara, los más poderosos de la carrera. Freire se ve campeón. Luego lo dirá en rueda de prensa: “Me veía campeón”. Hay que sentirse con muchas fuerzas para pensar que puedes ganar a Cavendish en un sprint puro. Ahí está el último kilómetro, la última vuelta. Freire a la rueda de Cavendish, la rueda buena… de repente, el parón, la reubicación de corredores. Alarmado, el cántabro ve que se ha quedado en tierra de nadie. No sabe si pasar por la izquierda o por la derecha pero tiene que pasar porque Inglaterra ya ha lanzado el sprint.
Cavendish se adelanta, demarra desde muy lejos, para evitar cualquier sorpresa. Tras él una sucesión de sprinters buscando el milagro. ¿Dónde está Freire? No se le ve, no es más que una mancha dentro del gran grupo. El cuarto Mundial se aleja en lo que puede ser la última oportunidad. Aprieta los dientes, como en Verona doce años atrás pero no hay para más: acaba noveno. Es la séptima vez en su carrera que consigue acabar entre los diez primeros. Impresionante.
Sin embargo no basta. Freire está desolado en línea de meta: “Tendría que haber ganado, estaba con piernas para ganar, no sé qué pasó…”. El cuarto Mundial, el que le separaría de Merckx ni más ni menos, se escapa. Los 35 años que serán 36 el año siguiente y sin equipo. La retirada en el horizonte. El luchador que recoge sus ropas, su bicicleta y se dice a sí mismo: “Volveré”, o como lo puso Paul Simon: “I am leaving, I am leaving… but the fighter still remains”.
Muy buen artículo. Freire siempre ha sido para mí ese primo al que ves pocas veces pero te cae de maravilla. Espero que este último año se lleve alguna victoria.
Freire es quizás el deportista español más ninguneado de los últimos años. Todo un campeón sin el glamour de un Nadal ni la capacidad publicitaria de un Alonso, sin una afición futbolera que lo idolatre sobrepasando los límites racionales. Creo que con el tiempo sus tres Mundiales, su palmarés, se convertirán en legendarios por inigualables y meritorios.