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Espontáneos

for whom the bell tolls

Hay discusiones que sólo admiten el esputo o el desdén. La refutación supondría una claudicación aquiescente, una forma de legitimar tesis inaceptables. Ocurre cuando algún gañán trata de convencernos de la inferioridad de las mujeres. Su objetivo no es otro que el de reclamar su derecho a maltratarlas, por lo que nuestra respuesta debe ser el escupitajo o el desprecio de la fuga. La misma que hay que dar a los hay más sutiles, como el bien peinado que nos enredará con las bondades de la ingeniería nazi y las autopistas que actualmente vertebran Alemania y que nos quiere colar de matute que el exterminio de los judíos tuvo su lado bueno. Stephen Vizinczey describió estas triquiñuelas dialécticas como un “lavado de cerebro”. Consiste en no hacer creer a la gente «falsedades transparentes», sino obligarla «a ocupar sus mentes refutando mentiras sin darles tiempo a llegar a la verdad».

La técnica del lavado de cerebro es especialmente grata a algunos historiadores. Son gente de mucho aparato, crítico y bibliográfico, y taponan la porosa materia del olvido con cuatro documentos, varias interpretaciones y un par de consignas o ideas preconcebidas. Lo venden como “memoria” y les funciona. Tal es el caso de Paul Preston, historiador al que suelen anudarse, como las latas en los coches de algunos recién casados, epítetos cascabeleros del estilo de “prestigioso” o “acreditado”. En su último libro, El holocausto español: odio y exterminio en la guerra civil y después (me fascina ese lazo final), tiene el descaro de sostener que la represión republicana fue una reacción espontánea difícil de concebir sin la sublevación militar.

Esta mentira sustentada en ochocientas cuarenta y nueve páginas no admite un fisking. Si tiro de tecla es porque le planto cara al sofisma trabajando la densidad y la verdura del gargajo. Segrego flemas y algún que otro conocimiento. El que tengo de las MAOC, las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas. Era la organización paramilitar del Partido Comunista. Tras la sublevación del ejército, el gobierno republicano de José Giral ordenó que se armara a cinco batallones dirigidos por tres tenientes coroneles y dos comandantes. El grueso de las tropas lo formaban voluntarios. Espontáneos, diría Preston. Con experiencia armada. Las diferentes “sensibilidades políticas”, como se dice ahora, organizaron durante la República sus “grupos de choque” o “grupos de autodefensa”. Se sabe que hacían prácticas gimnásticas en el campo, ejercicios de tiro y, de vez en cuando, dejaban en Madrid algún cadáver tras sus enfrentamientos violentos. El quinto batallón formado esas primeras horas de la guerra estaba integrado, entre otros, por miembros de las MAOC. Tras el asalto al Cuartel de la Montaña crearían en un convento salesiano de Cuatro Caminos el Quinto Regimiento. Su primer comandante fue Enrique Castro Delgado.

Hay nombres que actúan como links. Me gusta encontrarlos en las páginas vivas de las memorias y los diarios, no en los libros de Historia. Los historiadores son los destructores de la narración, la carcoma de la prosa, ya desde Ortega: «Yo creo firmemente que los historiadores no tienen perdón de Dios. Hasta los geólogos han conseguido interesarnos en el mineral; ellos, en cambio, habiendo entre sus manos el tema más jugoso que existe, han conseguido que en Europa se lea menos Historia que nunca». (Revista de Occidente, 1928. OC IV, 1966, p. 524). Abro al azar un libro de Enrique Castro Delgado y doy con Agustín Lafuente. Ha organizado con otros compañeros la primera manifestación del Partido Comunista.«Era este Agustín, matarife. Grueso y rubio. De ojos entornados y un medio tartamudear cuando hablaba. Tenía dos pasiones: ser un gran jefe de los grupos de choque y aprender alemán. Lo primero era comprensible. Lo otro, Castro no lo entendió nunca».

El enlace “Agustín Lafuente” me lleva a las memorias de Juan Modesto, con fotografía incluida. Participó junto a éste en el asalto al Cuartel de Artillería de Getafe la mañana del 20 de julio de 1936 y pertenecía al Comité Provincial de Madrid y a las MAOC. Pulso de nuevo su nombre y llego al 27 de enero de 1932 y al diario La Voz. «La Policía descubre los fines de una Sociedad que se llamaba cultural y al parecer era un centro comunista». Se detuvo a catorce hombres. Uno de ellos, Lafuente. Otro, un tal Luis Codina. Pulso sobre él y llego a 1936. Causa General, checa de la calle Méjico, los hermanos Colina Quirós, Luis y Nicolás. Luis es policía de las Milicias de Vigilancia de la Retaguardia. El verdugo de los primeros Servicios Especiales de Prudencio Sayagüés y el cura Sarroca, por si alguien quiere verle la cara. Entre los papeles de la checa de Méjico 6 se me aparece Andrés Urresola Ochoa, enlace que me dirige a la checa de San Bernardo 72, donde se corporeiza junto a “Santi”, Santiago Álvarez Santiago. Los dos en Paracuellos. En cualquier búsqueda en internet sobre Paracuellos saldrá citado Santiago Álvarez Santiago. Citado y nada más. Pero no aparece en el libro de Preston. Error, servidor no encontrado. Alargo la mano y saco de la estantería otro: Guerra o revolución: el Partido Comunista de España en la guerra civil, de Fernando Hernández. Tampoco está Santi. Voy por otro, uno que trata específicamente las matanzas de Paracuellos: El escudo de la República, de Ángel Viñas. Tampoco. Sigo.

Pulso sobre Santi y aparezco en Bucarest, año 1956. Domingo Malagón llega a la ciudad rumana para falsificar el pasaporte de Isidora Ibarruri, Dolores, Pasionaria. Con ella vivían Irene Falcón, Santiago Álvarez Santiago y su mujer Matilde.  «Una vez finalizado el trabajo los días que restaron hasta mi vuelta a París los pasamos dando grandes paseos durante el día y jugando al dominó por las noches. Dolores no sabía perder, no le gustaba. Ponía como un trapo a “Santi”, que formaba pareja con ella, siempre le echaba la culpa a él cuando perdían». Pobre Santi. Vuelvo a pulsar sobre él y retrocedo a los años cuarenta. El libro En los dominios del Kremlin, de José Antonio Rico. Santiago Álvarez es el representante de los españoles en el Socorro Rojo. Su misión era sencilla: hacer lo posible por impedir la salida de españoles del infierno soviético. Rico le había conocido antes en Voroshilovgrado, en la fábrica Revolución de Octubre. «Entre los españoles de mayor edad hallábanse Santiago Álvarez e Ignacio Cobeñas, ambos afiliados fundadores del Partido Comunista de España. Santiago Álvarez era honrado, sencillo y noble. Fanático comunista, no titubearía, sin embargo, en matar, si ello le fuera indicado por su partido, a un hijo o a un hermano. Era un hombre todo fe que jamás hallaría nada infame en cualquier táctica o medida que adoptasen sus dirigentes». Vuelvo a pulsar sobre Santi y llego a agosto de 1936. Enrique Castro Delgado le hace decir: «La caza ha sido buena esta noche […] Si quieres presenciar un gran espectáculo, quédate». Páginas más adelante se lo encontrará en la guardia de la sede del Comité Central: «- ¿Muchos, Santi? – Estoy todavía lejos de lo suficiente… ¡Pero llegaré, Castro! Y le enseñó unos dientes largos y amarillos que hacían horrible la sonrisa de aquel hombre que sin fatiga mataba cada día». La violencia espontánea. Otro link sobre Santi me devuelve a 1932. El 24 de noviembre se informa en el diario monárquico La Época de la detención de un hombre. Era Santiago Álvarez Santiago y fue detenido «en unión de la pistola ametralladora que le fue encontrada». Cargaba también con una pistola, y dijo «que no iba acompañado de nadie, negando que fuese con el otro individuo que se dio a la fuga». En La Libertad de ese mismo día aparecen más detalles.

«Alrededor de las siete de la tarde de ayer dos agentes de la brigada de Información […] se encontraron con dos individuos que les parecieron sospechosos, que llevaban bajo el brazo sendos paquetes. Los individuos, al darse cuenta de la presencia de los agentes, se separaron, no sin antes decirse algo al oído. Los policías decidieron entonces seguir cada uno tras de uno de los sospechosos, a quienes suponen peligrosos extremistas. Al llegar a la calle de San Millán uno de los agentes dio el alto al que perseguía, y aunque hizo resistencia, tras de algunos esfuerzos logró detenerlo. El otro de los perseguidos, al ser instado por el policía para que se diera por detenido, hizo resistencia, y forcejeando con el agente ambos cayeron al suelo. El desconocido entonces sacó una pistola para defenderse y el agente también esgrimió la suya, haciendo varios disparos que atrajeron la atención de varias personas; pero no pudo evitar que el desconocido se diera a la fuga emprendiendo veloz carrera. El público y el policía le persiguieron, dando gritos de «¡A ése!», sin conseguir darle alcance. En la Dirección de Seguridad el detenido dijo llamarse Santiago Álvarez Santiago. En el paquete que llevaba se le intervino una pistola ametralladora».

Cinco días después, en el mismo periódico:

«El suceso de la calle de San Millán. La Policía detiene a Andrés Pirex, que vendió las armas.

El Juzgado 17 ha continuado practicando diligencias para esclarecer lo que pueda existir alrededor de la detención de Santiago Álvarez Santiago, al que, como se recordará, le fueron ocupadas hace días, en la calle de San Millán, dos pistolas, una automática, con cañón largo, y otra ametralladora. También se recordará que un individuo que le acompañaba logró darse a la fuga. Santiago ha declarado que estuvo ausente de España más de dos años, trabajando en unas minas francesas, de donde volvió con 4 000 pesetas, producto de sus ahorros, habiendo estado en Barcelona, en Sevilla y, últimamente, en Madrid. Para justificar la tenencia de las armas dijo que es defensor del régimen imperante, y se había provisto de ellas adquiriéndolas a un tal Andrés Pérez López, en un puesto del Rastro, en la cantidad de 200 pesetas, con propósito de defender a la República en caso de peligro. Detenido Andrés, negó haber realizado la venta; pero no tuvo más remedio, en un careo celebrado con Santiago, que reconocer la verdad, por cuyo motivo ha sido conducido a la cárcel. Santiago ha declarado, además, que las armas las Iba a guardar en una habitación que tenía alquilada a un tal Nicolás Mejía, que vive en un garaje de la calle de Carlos Arniches, adonde se trasladó la Policía para efectuar un reconocimiento, que dio por resultado el hallazgo de un fusil rifle nuevo, también propiedad de Santiago Álvarez. Como Mejía tampoco ha estado muy claro en sus manifestaciones, ha ingresado en la cárcel. Se cree que Santiago pertenece a un grupo de individuos que se dedican a adquirir armas, no se sabe con qué finalidades; el detenido ha manifestado simpatía por ciertos elementos extremistas».

Un espontáneo que compra armas sin que la policía averigüe con qué finalidades, aunque él reconoce con cinismo y cuajo que son para defender el régimen imperante, la República. No. No hubo espontaneidad alguna. La respuesta al alzamiento franquista fue dirigida en las calles por gentes que llevaban años preparándose convenientemente ante lo inevitable. O ante lo deseado. Discernir si fue una cosa u otra o si fueron ambas a la vez es tarea de los historiadores. De los buenos. Yo sólo he venido aquí a hablar de hombres y de libros. Y a esputar cuando haga falta hacerlo, por una simple cuestión de salubridad pública.

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12 Comments

  1. No estoy para nada de acuerdo con su afirmación inicial. Todo tema puede y debe ser debatido, y cuanto más evidente se muestra la falsedad del argumento, con más ahínco hay que rebatirlo.
    El negarse a tratar un tema, por falso que resulte, y tratarlo desde el dogmatismo del «porque sí» es lo que atrae a tanto ignorante a estas falsas afirmaciones.

    La perlica de Preston es tan fácil de rebatir como que la represión de las izquierdas ya había empezado antes de la guerra civil. El golpe de estado de Asturias, de 1934, estuvo parido por los mismos que formarían el Frente Popular y durante aquella fiestecita se apiolaron derechistas y religiosos por decenas.

    Si lo que se busca es la intervención de las autoridades, tenemos a un puñado de guardias de asalto, un guardia civil condenado por participar en el golpe del 34 y rehabilitado por el gobierno republicano y a un guardaespaldas de Indalecio Prieto en la camioneta que se llevo al diputado derechista Calvo Sotelo para liquidarlo. Pocos dias después, en el entierro del diputado, la guardia de asalto abre fuego contra los asistentes matando a varios de ellos.

    Primero la refutación, pues como se deslegitima una hipótesis falsa y tramposa es desmontándola, no ignorandola. Luego, si se quiere, el esputo y el desdén.

  2. Tiene razón, todo tema puede y ser debatido, pero personalmente no quiero perder el tiempo argumentando contra «cabezabuques» que no quieren bajarse del burro, o meterme en discusiones sobre asuntos muy evidentes (como los dos ejemplos de que hablo en el primer párrafo).

    El artículo en sí es una refutación. Lo del escupitajo es una forma de desdeñar a Preston, quien ha recibido todo tipo de parabienes en la prensa española, sin entrar a puntualizar cada una de las páginas de su libro.

  3. Este artículo resulta parcial y demagógico.
    He de decir que como mujer, no me representa, ya que considero que un maltrato nunca debe ser respondido con maltrato, sino con argumentación racional y dialéctica que denote madurez y defensa de los derechos humanos. Por favor, tratemos el tema con suficiente seriedad y sepamos discernir entre violencia de género y memoria histórica sin hacer demagogia.

  4. Gracias por el ejemplo, BPT.

  5. Pingback: Espontáneos « La biblioteca fantasma

  6. Algo leí (no recuerdo bien dónde) de un buque lleno de armas que atracó por el Norte (quizás en Cantabria) cuyo desembarco fue desbaratado por la guardia civil; en él andaba metido de lleno el inefable Prieto.
    Es posible que lo leyera en el libro sobre la II República de José Pla.

  7. alcuino

    Que los historiadores no saben o no quieren hacer historia, ya lo hablamos en otro momento SCC. Hacen historia en función de su ideologia o intereses económicos de mercado, con excepciones mínimas. Pero de todas formas hay otros que sí lo intentan hacer y de hecho lo hacen a través de medios más independientes y minoritarios, con estudios interesantes que refutan a los oficialistas pero quedan en el olvido o la marginalidad y se descubren o salen a la luz cuando ha pasado mucho tiempo y los intereses. son otros.
    Siempre he pensado que para el oficio de historiador en su esencia, se necesita una catarsis mental e incluso espiritual antes de abordar una investigación, estando abierto a cualquier prueba que aparezca o se descubra aunque le refuten sus tesis. Si no es así la historia queda y sirve como ha sido siempre desde los tiempos más remotos hasta hoy: la argumentación de unos hechos históricos manipulados para legitimar un régimen político establecido, y no el aprendizaje de los errores pasados para no repetirlos y lo más importante: crear y fomentar una conciencia e intelecto crítico al ciudadano del entorno social que le rodea, fruto de un pasado más cercano o más lejano.
    La libertad de expresión y de conciencia en las sociedades occidentales permite el camino de la exploración, búsqueda y analisis de todos las realidades históricas con una amplitud total pero esta se ve truncada y frenada en un momento del itinerario por los intereses sectarios politico- sociales y económicos del momento. Cuyo resultado es la CONTINUIDAD A GRANDES RASGOS de la misma línea de estancamiento de conciencia social y con independencia del color, creando siempre así NUESTRO «eterno retorno» constante y que produce otra generación más de nuevos seguidores dogmáticos y fieles a la causa interesada, los cuales pueden llegar a convertirse en auténticos enfermos mentales de tal o cual ideología perjudicando a la salud de todos.
    No en vano una señora de alrededor de 35 años me dijo chillándome a la cara un día que Paul Preston ERA EL UNICO HISTORIADOR QUE HABIA ESTUDIADO LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA. El problema es que era una señora con estudios superiores y ocupa un puesto de dirección pública importante
    Tomando este caso particular, le doy las gracias al Sr. Preston y a todos sus colaboradores por seguir con «el eterno retorno» de Nietszche. Nada más lamentable y decepcionate pero esta vez el siglo XXI y habiendo creado ya otra nueva pero misma ola de fanáticos y neanderthales mentales que a saber a dónde nos van a llevar.
    ALCUINO- «anónimo» en otras ediciones.

    • Gracias por el comentario, Alcuino. Es muy posible que todo se deba a una cuestión generacional. Quienes se ocupan de la historia de los partidos políticos durante la guerra suelen tener vínculos sentimentales con ellos. Así es imposible tener una visión parcial. Castro Delgado utiliza un término muy exacto, no sé si acuñado por él: historiadores políticos. El lastre de la Historia es la política. Si todavía no ha emponzoñado suficientemente este país, es posible que quienes han nacido una vez muerto Franco puedan aportar una visión objetiva del pasado, sin intentar como hasta ahora la sustitución de un discurso histórico por otro.

  8. En ‘Revista de Libros’, número de diciembre, se puede encontrar una interesante crítica del libro de Preston sostenida en varios momentos en la obra de otros historiadores y que firma Julius Ruiz.

    Saludos Sr. Campos

  9. Gracias, Melò. Le echaré un vistazo. He leído más críticas sobre Preston y me reafirmo en mi idea del desprecio. Razonar sobre algo tan burdo forma parte de un juego perverso que termina dando pábulo a la mentira, por mucho que se la quiera refutar. Una crítica de ese libro que no empiece diciendo que es una absoluta porquería no me sirve. Luego que coja aquello que más le interese, o los restos aprovechables del despojo (que los hay, por ejemplo el capítulo donde plagia conversaciones de La Biblioteca Fantasma), pero que deje claro ante qué nos enfrentamos.

  10. Buenos días, mi tía abuela era la novia de Andrés Urresola Ochoa.
    Ha sido fusillada en el 40.
    Estoy buscando informaciones sobre Andrés Urresola Ochoa, pues no sé si ha sido juzgado o no.
    Ustedes hablan de papeles de la checa del Castillo, me gustaría saber cómo ubicarlos.

    Gracias por su ayuda

  11. Pingback: Carta de batalla | Carta de batalla

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