Un epitafio puede resumir una vida, pero las hay que se despachan de forma aún más breve, con un adjetivo elogioso o un insulto. La de Enrique Castro Delgado ha necesitado mucho menos: se ha escrito con la tinta invisible del silencio. Una forma como otra de borrar su memoria. Fue el primer comandante-jefe del 5º Regimiento, probablemente la unidad militar más prestigiosa del ejército republicano durante la guerra civil, director de Reforma Agraria y Subcomisario General de Guerra. Quedó relegado del Partido Comunista y de la Historia del comunismo. Su nombre sólo podía pronunciarse embalsamado en una liturgia de asco y desprecio que comenzó en mayo de 1944, cuando fue apartado del Comité Central. Las acusaciones fueron muy precisas: de “enfermo” a “salvaje”, de “sapo” a “sanchopancesco”.
Había llegado a Moscú al terminar la guerra y se hizo cargo de la sección española del Komintern. La práctica del socialismo y la agonía de los exiliados españoles en Rusia aniquiló sus ilusiones. Consiguió escapar de la URSS y llegar a México acompañado de su mujer y de un joven cuñado. En 1948 terminó un libro titulado Mi fe se perdió en Moscú. La editorial Gallimard lo publicó en Francia dos años después con cierto éxito (tuvo varias reediciones), tras haber visto la luz en las páginas de Le Monde. Sus derechos los adquirió la agencia EFE y se publicó por entregas en La Vanguardia entre abril y mayo de 1950. Ese mismo año aparecería en España, en la editorial EPESA, bajo el título La vida secreta de la Komintern: cómo perdí mi fe en Moscú. La versión íntegra y definitiva escrita por Castro vería la luz por primera vez en México en 1951. Se tradujo un año después al brasileño y en 1953 al esloveno. Tras este trasiego editorial anduvieron la embajada estadounidense en México y Julián Gorkin, que es como decir la rama propagandística de la CIA. Castro ganó mucho dinero. Y muchos enemigos.
El libro fue una patada en los cojones. La circunspección de su sintaxis apenas puede contener la fuerza de su humor negro, su desprecio, su burla y sus acusaciones concretas con nombres y apellidos. Castro muestra una capacidad extraordinaria e insuperable de caricaturizar a sus camaradas. La Pasionaria y su amante Antón, Lister, Modesto… aparecen todos como unos peleles, marionetas guiadas por la batuta maestra de este genio del ultraje. Castro los volvió locos de odio. La prensa comunista del exilio se desgañitaba: vedette, perro de la policía, provocador a sueldo, agente policíaco salido de un albañal, aislado por el asco, bandido a sueldo de los servicios secretos yanquis, franceses y franquistas, degenerado, podrido.
En México se unió al Movimiento Comunista de Oposición del exministro de la República Jesús Hernández, pero no tardaría en apartarse de él. Sus ingresos fueron mermando. Alimentaba a una auténtica jauría de perros —los recogía por las calles su mujer, Esperanza Abascal— y repartía los beneficios de su imprenta entre sus obreros. Sentía una nostalgia animal por España, acudía regularmente al café Brasil por las noches y leía con avidez las Andanzas y visiones españolas de Miguel de Unamuno. El destierro le hizo mella y exacerbó su sensibilidad convirtiéndolo en lo que Josep Pla habría llamado “un carnero sentimental evanescente”. Seguían hostigándole sus enemigos y sus acreedores. Su extraña megalomanía le llevó a publicar en solitario un periódico feroz que tituló El español. “No cuesta nada, aparecerá cuando sea necesario”. “Directorio. Fundador: Enrique Castro Delgado. Director: Enrique Castro Delgado. Redactor-Jefe: Enrique Castro Delgado. Administrador: Enrique Castro Delgado”.
Se mostró en sus páginas más visceral que nunca. Anticipaba ya la prosa salvaje de la que iba a ser su obra maestra, Hombres made in Moscú. A ella uniría el espíritu atormentado que dejó rastro en sus poemas, penitencia de los asesinatos que cargaba en lo más profundo de su alma. Hombres made in Moscú lo publicó en México en 1960.
En La ironía del dinero, película dirigida por Edgar Neville en 1955, se rueda una escena en un edificio alto y moderno de la Gran Vía. Se vislumbra, gracias a la perspectiva que ofrece la altura, el final súbito de la ciudad de Madrid. Fuera, el llano y el monte, con los mismos límites de cuarenta años atrás. Una frontera brusca que separaba el bullicio urbanita de la quietud del páramo, la algarabía nocturna del conticinio que sólo puede darse en un paisaje solitario. Parecía Madrid un trozo de suburbio desgajado de París o de Londres, elevado por los aires como la ciudad fantástica que contara Torrente Ballester, caído a plomo de repente en medio de Castilla entre trigales y abrojos, peñas y cardos, polvo y tierra seca. Inmóvil, como las charcas que espejean a las veces en el campo y que, de observarse con el instrumento adecuado, muestran una vida microscópica, bullente e infinita. Madrid tuvo quien contara esa vida en aquellos años primeros del siglo XX, siguiendo la estela de Galdós: Baroja, Carrere, Ciro Bayo, Luis Bello, Cansinos Assens. Gracias a ellos recorrimos los cafés del centro y los arrabales donde los golfos y los randas apuraban la noche en tabernas; donde los gritos, las risas y el silencio se entretejían en la vida de las corralas y de los patios de las casas. Chatarrerías, vaquerías, casas de empeños, casas de comidas, carbonerías, estancos, merenderos, tahonas, prenderías… un mundo descabalado que acudía a los toros mientras perdía las colonias ultramarinas, y que en 1930 cambió los pitos y aplausos por una consigna coercitiva: “¡hay que definirse!”
La fascinación por ese mundo esperpéntico y barojiano la sentimos renacer de nuevo con la lectura de Castro Delgado. Hombres made in Moscú es frenético y desinhibido, con párrafos audaces de una certeza apabullante; exagerado como un Thomas Bernhard castizo, lo mismo puede decirse que forma parte del naturalismo expresionista que del expresionismo naturalista. Una narración indescriptible, en definitiva la más adecuada para cumplir con su objetivo: mostrar el proceso agónico de la apostasía, el camino de un renegado; ajustar cuentas consigo mismo y su pasado comunista con un memorial de agravios, una carta de batalla que preparaba su inmolación en aras de evidenciar la putrefacción de aquello que le destruyó como hombre: el comunismo.
Regresó a España en 1964 de la mano de Manuel Fraga. Cobraba quince mil pesetas mensuales por sus artículos, donde trocó su primer pseudónimo en la prensa comunista, “El espíritu de la miseria”, por el de “Jorge Manrique” en las páginas del diario Ya. Nunca renegó de su nuevo credo: la democracia. Murió en enero de 1965.
Castro continúa hundido en el desprecio. Los “historiadores políticos”, como él los nombraba, le siguen incluyendo en la troika de los despreciables renegados a sueldo de la CIA junto a Jesús Hernández y Valentín González, “El Campesino”. Habrá quien se jacte en sus libros de no nombrar a Castro y envolverán su chulería con el celofán de un pretendido empirismo: las memorias son traicioneras, aunque harán uso de las que convengan a sus fines. Castro les es incómodo. Nunca lo fue un paseo por las alcantarillas del PC, tan rebosantes de cadáveres. Ni siquiera pueden recurrir a una supuesta hipocresía de Castro: fue el primero en denunciarse y en señalarse como un monstruo. Los muertos gritan: Juan Gris en 1934, las ejecuciones en el Cuartel de la Montaña en julio del 36, Paracuellos, las checas durante la guerra… Seguimos sin conocer a fondo ese mundo coagulado sobre el que un grupo de indeseables forjó las ilusiones de unos pobres ávidos de justicia social. Ambos libros de Castro merecen una revisión crítica, una nueva edición que saque de nuevo a la luz esta parte de la historia callada ahora y siempre por quienes tienen la obligación de contarla.
Mi fe se perdió en Moscú y Hombres se perdió en Moscú están descatalogados. Pueden comprarse en librerías de viejo y su precio ronda los veinte euros.
Perdón, el link a «democracia» no funcionaba. Ya está bien. Es un fragmento del «autorretrato político» de Enrique Castro Delgado.
«Castro les es incómodo. Nunca lo fue un paseo por las alcantarillas del PC, tan rebosantes de cadáveres.»
¿Nunca fue incómodo ese paseo?
Excepcional la silueta «castrodelgadista». Un lujo y una lección de rigor .
!!CHAPEAU !!
Bien visto, Silvina. Las prisas. Nunca (tanto) lo fue…
Y que gran título. A ver si me avispo y se lo compro.
Excelente artículo, el mismisimo Pío Moa estaría satisfecho de firmarlo.
Curioso formato este jot down. Desde la más rancia progresía de salón a los intereconómicos «historiadores» wikipédicos.
Si algún día quieren hacer algo mínimamente decente, en lo que a memoría histórica se refiere, podrían comenzar buceando por entre los 15.000 comunistas que fueron asesinados en los diez primeros años de dictadura, comunistas que entraban en España a sabiendas de que firmaban su sentencia de muerte.
Y si buscan una historia impactante, de esas que se convierten en película, prueben con la vida y tortura de Heriberto Quiñones, primer responsable del PCE en el interior tras la derrota del 39. Fusilado en una silla debido a las lesiones sufridas tras días de palizas. La espalda rota, y ni un nombre delatado.
Aunque supongo que al autor le gustará más acercarse a la biografía de Roberto Conesa, inspirador de torturadores del mundo entero, o la de su mamporrero Juan Antonio González Pacheco, aka Billy el niño, famoso por el enorme placer que le producían las sesiones de sadismo aplicado a jóvenes demócratas.
Me juego un viaje a cuelgamuros, dentro de poco, articulazo sobre Pol Pot.
Gracias por el comentario, Iskander, aunque la comparación con Pío Moa me parece inexacta. Podríamos hablar de lo que yo propongo (Castro Delgado y su viaje por las alcantarillas del PC) y de lo que usted propone (la represión franquista). Ambas me parecen pertinentes. La historia de Quiñones es muy impresionante, pero quisiera hacerle una puntualización: muchos como él murieron en las prisiones franquistas. ¿Sabe usted quiénes enviaron a esos comunistas, exiliados en países americanos, para que fueran capturados como ratas?
Otro apunte más: no sé qué es eso de «intereconómico», aunque me lo imagino. Y yerra, claro. Lo de wikipédico también es inexacto. Los datos que ofrezco son fruto de una investigación de años en varios archivos españoles.
Sí, claro que lo sé. Incluso sé, o intuyo, de que libro ha sacado usted esos datos. El mamotreto de Morán es francamente interesante, se lo reconozco.
El problema es presentar esas supuestas «alcantarillas» del PCE aisladas de un contexto que no pretendo que justifique, pero que desde luego explica. Mire, le voy a pedir disculpas por el tono empleado en mi comentario inicial. Pero si uno se da una vuelta por JD, encuentra un pequeño muestrario de artículos supuestamente divulgativos acerca de una realidad, la del comunismo a lo largo del siglo XX, que es abordada con un sesgo bastante evidente, a mi juicio.
La historia del Partido Comunista de España está trufada de actos heroicos inimaginables en días como estos. Y desgraciadamente, también de vilezas insoportables para quienes nos reclamamos herederos de la vieja y venerable Liga de los Comunistas de Marx. Hasta el momento, aquí sólo he leído historias acerca de lo segundo.
PD: Les hago una propuesta. Hobsbawn. Si no merece un artículo un tipo con esa vida…o mejor, una reseña de su último libro, «Cómo cambiar el mundo».
No he utilizado el libro de Morán. Sí el archivo estatal ruso (RGASPI), el Archivo Histórico Nacional, el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores, el Archivo Histórico del Partido Comunista de España, el Archivo de la Fundación Pablo Iglesias y el Archivo General de la Administración. Y esta semana añadiré, además, el Bundesarchiv de Berlín. También tengo previsto un viaje a México para entrevistarme con gente que conoció personalmente a Castro. No sé si lo lograré, porque no tengo el bolsillo muy boyante. Además, he consultado varias hemerotecas y bibliotecas. Han sido miles de páginas las que han pasado por delante de estos ojos que algún día habrá de tragarse la tierra.
Si mi pretensión fuera escribir una historia del PC, sería imperdonable obviar lo que usted llama «actos heroicos». Y al contrario, que es más o menos lo que hacen los historiadores actuales del PC. Pero ocurre que mi atención se centra en Castro Delgado y en sus libros. De su estudio y análisis crítico se pueden sacar algunas conclusiones, no muy halagüeñas ni para el PC ni para sus palmeros.
Le agradezco las disculpas por el tono de su primer comentario, pero no son necesarias. Estoy habituado a los insultos y a la brutalidad de gente como usted, extraordinariamente amable y razonable cuando logran calmar sus primeros impulsos. Pero ocurre que ni antes ni después me apetece mucho discutir -en el sentido dialéctico de la palabra- con quien me tacha en un primer momento de parafascista o de parcial cuando se le relajan los nervios. Quien quiera escribir de los momentos gloriosos del PC que lo haga. A mí, ahora, sólo me interesa Castro Delgado. Y en ello estoy.
Rufián, es un placer tenerle aquí. Ya sabe que el título se lo regalo.
muy buén artículo. En una de las obras de Julián Gorkín publicadas a en los 60-70, aparte de haber desenmascarado la identidad del verdadero asesino de Trotsky, también indica que otra persona arrepentida del comunismo al igual que Enrique Castro Delgado es nada más y nada menos que Margarita Nelken ya que tuvo en Mexico una entrevista secreta donde le confesó que: «la GPU era peor que la mimísima inquisición y que se arrepentía de haberle hecho tanto daño y atacado durante tanto tiempo a él (Julian Gorkín)». De esa última faceta de Margarita que comenta Gorkín en uno de sus escritos cuyo libro se público hace más de 40 años nadie dice nada……..QUE RARO.
He leído los dos libros de Castro y son impresionantes. Milite en el Pce entre 1971 y 1979 ,sufrí cárcel con 18 años recién cumplidos , malos tratos en comisaría ,huidas de la casa familiar y condena en el Top . Enfín , lo habitual en estos casos. Afortunadamente la Amnistía del Rey , la apertura de España a Europa y la llegada de los socialistas al poder ( esos cabezas de chorlito que hozan en la charca de la socialdemocracia como decía la siempre jacarandosa Dolores ), me hicieron ilustrarme un poco, a lo que sin duda ayudó las posiciones de Carrillo con Berlinguer y su eurocomunismo….
Ahora bien si leo los libros de Castro entonces o tengo la información que tengo ahora, no me apunto ni de coña. BIen es verdad que cuando me fuí ,nadie me dijo nada . Peromtanto jesuitas,tanto falangista en una Castilla oscura e ignorante me llevaron a pensar que ese era el único camino para terminar con el Caudillo que por otro lado era un tiío cutre . Enfín… Sin rencores. El mundo es otro y al menos la parte positiva ha sido para Europa el gran pacto social entre derecha y socialistas que ha permitido vivir fenomenal a los pueblos occidentales mientras en el telón de acero las pasaban canutos. Un poco de egoísmo si que ha habido…
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Acabo de terminar «Mi fe se perdió en Moscú», me ha resultado interesantísimo y tremendamente angustioso, sobre todo la parte final. Mi primera reacción al acabar ha sido buscar en iberlibro «Hombres made in Moscú» y «La penitencia de los apóstatas», solo para descubrir, decepcionado, que el autor no logró acabar este último antes de su muerte.
¿Sabe Ud. si hay alguna edición de este último escrito, aunque quedase sin terminar, o si hay alguna manera de leer lo que pudo llegar a completar?
Gracias.
Un señor que cobraba quince mil pesetas al mes del asesino Fraga Iribarne nunca renegó de su nuevo credo… la democracia. Sin comentarios. El artículo es entre hipócrita y cínico, muy a tono con la España criminal de las energéticas privatizadas y el desmantelamiento de la soberanía nacional y los derechos sociales a beneficio de la corrupción generalizada. Las prácticas del PCE (con respecto a personajes como Gabriel León Trilla, Monzón o Quiñones, calumniado post mortem) fueron despreciables, pero jugar al maniqueísmo seudohistórico fácil es una cosa muy antigua, más propia de un Pérez Madrigal o un Arrarás. A ver si consigue usted que su panfletismo desaforado se lo paguen los del PP (ese gran partido «democrático», que al fin y al cabo no es sino el Movimiento Nacional cambiado de nombre), como se lo pagaba Fraga a Castro Delgado.