Dicen, muy a menudo y desde hace mucho, que Occidente decae en favor de civilizaciones más jóvenes, simples y enérgicas. Que nos quedan cuatro días de ser el centro del mundo y que nuestros logros de bienestar, complejidad y conciencia serán nuestra propia tumba. El futuro, repiten con cierto deleite los profetas, será ruso, indio o chino. El tiempo de Europa y su hijo protector americano, el que trae el dinero a casa y trabaja para la pensión, ha pasado y no nos queda sino resignarnos.
Quizá sea cierto y no haya nada que hacer. Quizá el futuro no permita una economía competitiva donde los trabajadores no sean tratados como animales de carga. Tal vez las potencias del mañana no puedan aceptar periódicos que descubran cárceles secretas o manifestaciones contra una guerra o el Gobierno. Puede que un sofá mullido y una casa caliente nos incapaciten para competir con alguien que duerme en el suelo y ya no necesita abrigo, y que los clásicos en la mesita y Bach en el tocadiscos sólo nos hagan más blandos y melancólicos. Quizá, y ¿cómo llamar entonces a la resistencia, si una de nuestras grandezas fue abolir la obligatoriedad del heroísmo?
Quizá, también, lo único que nos quede sea explotar hasta extenuarnos las ventajas de nuestro mundo. Disfrutar con pasión sabiendo que pueden acabarse del debate honrado y los diarios, de la libertad de amar y bailar o no bailar, de la buena comida, el sexo, los coches, las tiendas de ropa, los cines y los McDonald’s. Entregarse con la seriedad con que juegan los niños a las cosas buenas que nos hemos dado. Celebrar con fervor la verdad y que podamos decirla, emocionarnos con la sutileza del cine de Kieslowski, regocijarnos con el donaire festivo de las películas de Bond o la simplicidad maniquea y reparadora de un film tonto norteamericano. Festejemos que podemos beber vino en Semana Santa e ir a misa cualquier miércoles de julio, lo facultativo de todas nuestras militancias, del consumo, del matrimonio, de la tradición y la modernidad.
Y así veremos, aunque no sea garantía de nada, qué espléndidos frutos puede dar esta civilización torcida, vulnerable y dubitativa. Suena grave e inconcreto llamar a la lucha, pero parece que sí merece al menos toda nuestra lealtad y el más enérgico entusiasmo.
No es que no coincida, querido Marcel, con usted, pero la civilización china o india (no diré la rusa, que son de los nuetrso aunque algo raros) es tan o mejor más vieja que la nuestra y en cuanto a complejidad la cosa es muy discutible.
Le entiendo, y me lo pensé dos veces al escribirlo. Acepto la objeción, y quizá no sea tanto la complejidad como que la nuestra ponga al ser humano como fin último. Aunque quizá también esto sea discutible. Un abrazo, Tsevan!
El futuro no será chino, ruso o indio porque todos esos países carecen de algo que sí tiene la cultura occidental: un sistema de valores universal.
Lo de China, Rusia y la India refleja más el wishful thinking de los que defienden esa hipótesis que la pura y dura realidad. Si ustedes viajan a la India, por ejemplo, verán las librerías llenas a rebosar de libros que llaman, sin metáforas, a la guerra económica, demográfica y militar contra China. Ni uno sólo sobre su teórica rivalidad con los EE UU. Pero claro, para darse cuenta de esas cosas hay que viajar. China y la India se van a destrozar mútuamente luchando por la hegemonía regional. Imaginen lo que han de caminar todavía para llegar a hegemonía mundial.
Rusia es incluso peor, un estado fallido, con tensiones étnicas y religiosas en sus fronteras y gobernado por la mafia, cuya actual importancia se basa en un único factor: el gas. Le quedan dos telediarios.
Por otro lado, la globalización misma impide que una potencia ocupe un espacio hegemónico en los ámbitos económico, tecnológico, militar y cultural, precisamente porque el poder en esos ámbitos está más atomizado que nunca. Lo cual beneficia a la potencia vigente, los EE UU.
Vaya rollo he pegado. Lo siento. Gran artículo.
Quien domina los mares domina el comercio, y quien domina el comercio domina el mundo. Firmado: Almirante Alfred T. Mahan, US Navy.
Plas plas plas
Se me acaban los elogios con esta jodida revista.
Una casa caliente siempre ha incapacitado para competir con alguien que duerme en el suelo. Hasta que gran parte de esas sociedades -y de alguna otra- tenga un nivel de vida parecido al nuestro, nos tocara pasarlo mal. Pero no creo que peligren ‘las cosas buenas que nos hemos dado’. Ese tipo de barbaros al final, como siempre, las cosas buenas las asumirán.
Otro tipo de enemigos, a los que parecía que ya habíamos vencido, son los que de verdad podrían acabar con las cosas buenas, si les dejamos.
No nos queda otra; disfrutamos de los frutos del genio y el esfuerzo de quienes nos precedieron, hemos seguido en la linea que nos enseñaron. No me parece falta de interés o valor por muestra parte, solo que creímos que los enemigos de la libertad se habían rendido y realmente no tenían prisa, solo esperaban la burocratizacion de la libertad con el consiguiente aburrimiento.