Que atravesamos una grave crisis económica mundial es algo que a nadie se le escapa. Que ésta se debe a la crisis financiera provocada por el credit crunch asociado a las tristemente célebres “hipotecas subprime” y paralelo al colapso de la burbuja inmobiliaria, es un hecho que tampoco parece ofrecer discusión. El análisis de la situación, a posteriori, surge sin demasiadas discrepancias. No ocurre lo mismo, sin embargo, con las medidas a adoptar para corregirla. A pesar de la patente confusión actual de banderas, las estrategias que tradicionalmente han venido siguiendo la izquierda y la derecha en esta materia son claras. Partiendo de un enfoque económico intervencionista y de acuerdo con la vieja fórmula que indica que el producto interior bruto es el resultado de la suma del consumo, el gasto público, la inversión y las exportaciones netas, la izquierda se ha decantado históricamente por el incremento del gasto público y el correlativo aumento de la presión fiscal, mientras que la derecha, de acuerdo con la misma fórmula pero delegando en lo que Adam Smith denominó “la mano invisible del mercado”, siempre ha optado por el fomento del consumo mediante la reducción de la carga impositiva. Independientemente de cuál sea el modelo más eficiente, resulta obvio que no existe un acuerdo en materia económica que satisfaga ambas corrientes, salvo por una idea que, a estas alturas, se repite diariamente en los círculos financieros a modo de directriz superior: no se debe gastar en aquello que no es necesario. Y es en este punto donde yo formulo la siguiente pregunta: ¿qué hay más innecesario que el Sistema Solar?
No se preocupen, no soy un insensato. Entiendo que haya quien opine que el solo enunciado de la pregunta ya es un burdo disparate, pero como ustedes comprenderán, no soy tan estúpido como para repudiar al Sistema Solar sin más: sólo estoy en contra de los gastos que nos ocasiona y propongo su inmediata desarticulación; más allá de eso, ¡me parece estupendo! Acepto sin reservas que, salvo los ya mencionados acerca del gasto, nuestro sistema planetario apenas nos plantea problemas. Sería un necio si no reconociese que incluso ofrece ciertas ventajas: sin ir más lejos, la Luna —el elemento de su estructura más próximo a la Tierra—, debido al gradiente gravitatorio, es la responsable de las mareas cuya correcta utilización tan productivamente beneficia a la pesca, influye decididamente en la siembra de verduras y hortalizas, y hasta nos indica el momento idóneo para cortarnos el pelo, contraer matrimonio o someternos a cirugía. Puedo aceptar, de hecho, los argumentos de quien defiende que debemos ser tolerantes y no rechazar todo aquello que no nos resulte directamente conveniente —mi propia abuela opina que “molestar, no molesta”—. Sin embargo, existen dos razones que me impiden admitir la impunidad del Sistema Solar: su coste y su obsolescencia. Obviamente, el desglose detallado de todos y cada uno de los gastos que el sistema genera exigiría un esfuerzo desproporcionado, pero sirva a modo de ejemplo que en la Unión Astronómica Internacional hay registrados más de mil quinientos observatorios astronómicos, lo que evidencia un elevadísimo coste en materia de recursos humanos, técnicos y materiales. ¿Debemos seguir sufragando ese y otros gastos? En mi opinión, es un despilfarro. Por otro lado, el Sistema Solar está obsoleto. Hace unos años, en plena carrera espacial, el asunto resultaba ciertamente interesante. La exploración de este pequeño rincón de la Vía Láctea se hallaba en plena vigencia allá por los años 60, pero hoy en día hay temas mucho más importantes que requieren de un examen científico exhaustivo, como la desmitificación del Chupacabras o la conquista de Shambala, capital del Reino de Agartha. El Sistema Solar ya no plantea alicientes, ya no supone un reto. Al margen de cuerpos menores, y salvando al Sol y a la Tierra —por motivos prácticos evidentes—, los otros siete planetas que orbitan por ahí a sus anchas son manifiestamente superfluos. ¿Realmente nos compensa mantenerlos en el firmamento? En absoluto.
No nos engañemos. ¿Quién echa de menos a Plutón? No hace mucho era uno de esos derroches errantes, dibujando una elipse infinita alrededor del astro rey. Afortunadamente, el ser humano se deshizo de él sin demasiados miramientos y la repercusión en nuestro sistema económico y social no ha sido en modo alguno negativa. Que el proceso de desarticulación del sistema se prolongue a los otros siete indeseables es algo que depende única y exclusivamente de nosotros y, si me lo permiten, la intervención es apremiante. Dios no juega a los dados; no lo hagamos nosotros.
Apreciado señor De Lorenzo,
En primer lugar sepa que aprecio enormemente su determinación y su espíritu de estadista pragmático y audaz a partes iguales. Este planeta (y sospecho que algunos otros) necesitan de hombres de su talla.
Admiro su determinación al coger los cuernos por el toro y gritar a los cuatro viento lo que toda la humanidad piensa y calla, sea por miedo al ridículo, por desidia o por convalescencia, que ahora con los aires acondicionados la gente se coge muchas bajas por resfriado.
No obstante, me veo en la obligación de plantear algunas preguntas inquietantes….
¿Olvida usted que dentro de cinco mil millones de años el sol inflacionará hasta convertirse en una gigante roja, y la tierra será literalmente absorbida por el Astro Rey? ¿Acaso no le preocupa eso? ¿Qué se supone que haremos entonces?
Las primeras invetigaciones apuntan a que será necesario colonizar alguno de los planetas actualmente más alejados, que por la mencionada transformación solar pasarán a heredar las características terrestres de temperatura, presión atmosférica, y otras necesarias para la continuación de la vida humana tal y como la conocemos.
En este sentido, todos los informes apuntan a Titán, una de las «lunas» de Saturno, como candidata mejor posicionada para convertirse en hogar de nuestra especie (que no raza).
Sepa usted que cinco mil millones de años no son nada en la escala de tiempo universal. Que parece que fue ayer cuando Carrero Blanco formaba parte del Skyline de Madrid. Que más pronto que tarde, y casi sin darnos cuenta empezaremos a notar que no necesitamos sacar la rebequilla para salir de casa en las antaño frías noches de Febrero. Y ahí estará el Sol amenazante, viniéndose arriba. Dibujando una sonrisa sardónica que susurra «No será que no lo sabíais»
Es de lo más reprobable éticamente hablando el hecho de no querer pensar más allá de la generación nuestros hijos o nietos en lo referente a investigación por el bienestar y subsistencia futura de la especie. Lo que usted propone es un «pan para hoy, hambre para mañana» de manual.
Por lo demás, creo que tiene usted razón en todo.
Y una advertencia, no frivolice con Shambala, sede la Gran Hermandad Blanca, y epicentro de todos los males del planeta. Sus estalactitas las carga el mismísimo diablo.
Épico. Sin más
El artículo me parece de un razonamiento simplista y rozando el populismo con todos los respetos.
NanoRobot, me temo que no puedo serle de gran ayuda. Yo hablo de economía. De astronomía, ni idea.
Lala la Dama, épica. Sin más.
Manudo, coincido en que el razonamiento es simplista, pero no estoy de acuerdo en que roce el populismo: impacta directamente con él; es manifiestamente populista.
Su planteamiento es brillante. Pero no me negará que se circunscribe únicamente al ámbito macro-económico y, no nos engañemos, al ciudadano de a pie le interesa la micro-economía, el día a día de la pecunia en el ámbito familiar.
Haciendo una traslación sencilla de las bases de su teoría, ¿Por qué no eliminamos el estudio del átomo? ¿Para qué sirven los neutrinos? ¿Se comen? No hay duda de que estoy esbozando la idea toscamente, pero confío en que en sus manos tomaría la forma adecuada.
Suyo…
Este artículo es imprescindible leerlo con esto de fondo:
http://www.goear.com/listen/83661af/antisistema-solar-tarantula
Saliendome un poco del artículo ¿que opciones plantean los antisistema radicales?. ¿Donde funcionan bien esas presuntas alternativas? . Porque criticar es fácil, a no ser que sea en una dictadura, con más o menos razón, pero construir alternativas que funcionen es lo difícil.