Tras la obra maestra digna de demente que resultó ser Anticristo, volvió Von Trier con otra de sus obras incisivas y certeras tras la —bendita— depresión que supuso un cambio de registro en la filmografía del director danés.
No es difícil, repasando sus filmes clave, ver que a Von Trier le encanta exprimir al máximo el sufrimiento de sus personajes femeninos, llegando en ocasiones a rozar la parodia. Según sus propias declaraciones, la mayor parte de sus personajes son estúpidos, irritantes y no se siente en absoluto identificado con ellos. No resulta comprometedor aplaudir estas declaraciones cuando suele tenernos acostumbrados a ver féminas pusilánimes, sin capacidad de reacción y que toleran cualquier abuso sin mostrar un mínimo despunte en su carácter, para regocijo del director tras la cámara, rodando cualquier afrenta mientras disfruta como un enano. Pero también para desesperación del espectador al no encontrarse reacción normal alguna por parte de las víctimas.
Comenzando por la Emily Watson de Rompiendo las olas, la retrasada mental que por amor a su marido y llevando su fe cristiana al extremo acepta convertirse en mártir a través del adulterio. Una historia dividida en diez capítulos con trágico final, pero en la que se hace justicia a la protagonista. Película clave del cine europeo de las últimas décadas; uno de los gérmenes del movimiento dogma que supuso una lluvia de premios para su protagonista. Aunque digna es de destacar la impactante actuación de la hoy difunta Katrin Cartlidge como el único personaje que intenta, sin éxito, mantener a todo el mundo con los pies en la tierra.
Otra película de las más laureadas, ganadora de la Palma de oro en Cannes, es Bailando en la oscuridad, musical atípico con Björk y Catherine Deneuve a la cabeza, cuyo rodaje es más que conocido por volar hostias a diestro y siniestro, sobre todo entre la islandesa y el director. La historia de una trabajadora de fábrica con una ceguera degenerativa y hereditaria que se sacrifica a sí misma para evitar que eso mismo le ocurra a su hijo. Además, la película cuenta con cortes musicales coreografiados a través de los que huye de la serie de catastróficas desdichas en las que se ha visto envuelta.
Es, quizá, el personaje con menos sangre en las venas que ha escrito este hombre y el problema de los conocidos altercados fue que Björk se lo tomó demasiado en serio; y mientras en las ruedas de prensa ella defendía a muerte una profunda introspección para preparar tan arduo personaje, Von Trier se moría de la risa describiendo lo absurdo de su comportamiento al sacrificar su vida a cambio de guardarle el secreto a un traidor.
Contrastando con este personaje nació la Grace de Dogville, interpretada por Nicole Kidman. A la que por cierto, la propia Björk envió una carta esgrimiéndole infinidad de motivos por los que no trabajar con Von Trier destacando aquel que decía, literalmente, “devorará tu alma”. Sin embargo, la protagonista no era ni retrasada mental, ni discapacitada, sino extranjera. A una hermética aldea cuyas fronteras son líneas de tiza sobre el suelo llega una forastera perdida pidiendo caridad. Lo que al principio comienza siendo hospitalidad, deriva en una hostilidad feroz por la que se suceden, entre otros, violaciones, destrucción de propiedad, encadenamiento y abuso de poder. Pero esta vez, al contrario que los otros dos personajes, la protagonista acaba explotando, destruyendo la aldea entera con todos dentro —salvando al perro— y con el doble de violencia contra sus enemigos, dejando para la posteridad una terrorífica frase “Mata a dos, y si llora, mata a los otros cinco”.
Siendo Grace el primer atisbo de ira en un personaje femenino de von Trier, poco después, en plena depresión del cineasta llegó la gran Anticristo. Un homenaje a Tarkovski en el que una naturaleza agresiva se vuelve contra un pobre desgraciado, con polémica moraleja final: la culpa de todo la tiene la mujer.
No pocos elementos contiene Anticristo para poder considerarlo el mayor despliegue artístico que el danés ha logrado confeccionar: un único escenario, dos actores, elementos surrealistas como el zorro parlante, planos con violencia y sexo entremezclados y una escena final demasiado críptica. Todo salido de un hombre coqueteando con el suicidio y puesto de fármacos hasta la médula. Y abordando el personaje femenino, esta vez Von Trier consiguió materializar todas sus frustraciones en la silueta de Charlotte Gainsbourg, La Hijísima.
Aquí cambiaron las tornas definitivamente y el personaje femenino ya no es el animal débil del que todo el mundo se aprovecha. El personaje de Gainsbourg resulta ser la encarnación misma del demonio, quien disfruta torturando a su propio hijo y encuentra placer en la muerte misma del niño. Un anticristo que acaba desatándose y atacando al hombre al que causa repetidamente tanto daño. Una película fuera de serie.
Y ahora, bastante recuperado de su enfermedad, ya más lúcido, sale del caos de su anterior film para intentar rodar una historia similar pero conservando la elegancia tras la cámara. Melancholia no es su mejor film, pero sí de los más destacables. Una película que gira en torno al personaje que encarna Kirsten Dunst y puede considerarse como una de las mejores metáforas de la autodestrucción que se han visto en una pantalla de cine.
El día más feliz de su vida, una gran boda en una enorme mansión, la caprichosa e inconformista Justine, observado una vez el perfecto e inquebrantable entorno en el que se encuentra, comienza a boicotear su propio evento mientras el planeta Melancholia se aproxima a colisionar contra la Tierra.
En el primer acto, el protagonizado por Dunst, vemos cómo su personaje huye de su nueva situación social y laboral, mediante un comportamiento pueril e incontrolable que hace enfadar a todos los asistentes al banquete, novio incluido. Así, vemos como Justine se refugia en la habitación infantil al ver cómo se consolida su status y le llueven jugosas ofertas de trabajo. Papel pensado originalmente para Penélope Cruz, quizá demasiado pasional para encarnar a una mujer reprimida, jamás contenta y continuamente poniendo pucheros.
En el segundo acto, en cambio, el protagonismo pasa a su hermana —Charlotte Gainsbourg— anfitriona de la gala, que se desespera al no encontrar razón alguna a la actitud de la novia. Paralelamente, es aquí cuando la colisión de los planetas cobra protagonismo, sobre todo en una escena en la que Gainsbourg espía entre unos arbustos y se encuentra la relación entre Melancholia y Justine.
Así, mientras Anticristo era un film gutural nacido de las entrañas sin un ápice de consciencia, Melancholia, girando siempre en torno al tema de tocar fondo y la autodestrucción, resulta un contrapunto premeditado, más refinado y reposado, centrando esta vez el origen del mal en un personaje que arrastra consigo a todos los que tiene alrededor.
Es digno de celebrar el giro tomado en la carrera de este hombre, dejando aparte la tortura y la autoparodia, las limitaciones artísticas autoimpuestas y la sorna del típico enfant-terrible; para que así, tras veinticinco años de carrera, aún tenga vías sin explorar por delante. El Von Trier en tratamiento, aparentemente ilusionado y autocrítico, admirador de Tarkovski y entusiasta de Proust.
Criticado por charlatán, pedante y misógino, no se trata de una persona digna de admirar ni se gana muchas amistades en el gremio. Pero tratándose de un director que ha conseguido con sus métodos que tres mujeres protagonistas ganen en Cannes, pese a haber comenzado retratándolas como seres vulnerables para mostrarlas ahora como único origen de todos los males, ¿realmente alguna actriz tendría inconveniente en someterse a su batuta? ¿Se puede considerar a Von Trier un director de mujeres, en comunión con Cuckor, Fassbinder o Almodóvar o acaso todo lo contrario?
Recomiendo ver Melancolía olvidándose del nombre, del carácter y de las neurosis del director. De hecho, la película es tan magnífica que no creo que sea muy difícil, la verdad.
Es una película que me dejó en estado catatónico al salir del cine. Me hizo pensar en un millón de cosas trascendentales y en mi misma. Es maravillosa. Y el director conjuga música e imagen de un modo que te deja sin aliento. Bravo. Bravo.
No creo que Anticristo deba ser interpretada como que «la culpa de todo la tiene la mujer». Me parece que, más allá de la relación que haya tenido Von Trier con sus personajes femeninos en anteriores películas, en Anticristo hay, de hecho, una defensa de la mujer. El concepto de Ginocidio que estudia el personaje de Gainsbourg, junto con la interpretación psicológica que el marido le impone (tildándola de enferma), me hacen pensar que el director está intentando expresar la situación de dominación en que se encuentra la mujer. Denostada históricamente e interpretada científicamente como lo enfermo, inestable y problemático, la mujer se convierte en el Anticristo de la cultura construida alrededor del hombre.
La respuesta es brutal y caótica porque la presión aplicada es enorme.