Un episodio nacional acaecido en Mallorca. Este esperpento sin espejos ni callejón ni gato. Desde 1933 dos acomodadas familias mallorquinas luchan por demostrar que son propietarias del auténtico piano que usó Federico Chopin durante su estancia en Valldemosa en el invierno de 1838. Esta dura pugna acaba de ser resuelta por un juez, Mateo Ramón Homar, poco dado a las ficciones y que en su sentencia ordena a los dueños del falso piano que hagan el favor de retirarlo de la explotación comercial y que no sigan tomándole el pelo al turismo. El problema es que los dos pianos se exponen en el mismo lugar, la Cartuja de Valldemosa, y la entrada que se cobra permite acceder a ambos y a las dos celdas de la Cartuja donde se supone se aposentó el músico polaco junto a George Sand (porque también es falsa la celda que cobija el piano falso). Así que las dos familias seguirán compartiendo los ingresos derivados del intenso tráfico turístico que genera la romántica figura de Chopin pasada por el túrmix de la literatura por obra y gracia de la Sand y su Invierno en Mallorca. El piano de Chopin tiene 300.000 visitantes al año a razón de 8, 5 euros la entrada. El honor de las teclas.
La actitud de la Justicia ha merecido el desprecio no solo de la familia que ha perdido la batalla, sino también de una nutrida rehala de personalidades locales que viven alrededor de ese cuento y que se han pasado por el forro de los caprichos la Historia y la Ciencia. Por eso está bien que el principio de realidad prevalezca aunque sea gracias a la Justicia. Son los destrozos que causa la literatura cuando gobierna la vida. Está escrito que la figura de Chopin ha sido una de las más distorsionadas por el cine y por las novelas. Era un pobre enfermo que compuso su obra a pesar de sus variadas y graves dolencias y que ha sido devorado por uno de los mitos más dañinos: el del creador romántico, el músico cuyo acendrado lirismo transforma la cruel realidad para trascenderla y demás orgías. ¡Cuánta pamplina! Porque al piano de Chopin se le han atribuido propiedades rayanas en la magia. Una experiencia disociativa es la que anota en sus memorias el gran escritor de tangos Santos Discépolo que visitó la Cartuja de Valldemosa hacia 1944. Discépolo relata la terrible impresión que experimentó apenas se detuvo frente a una reliquia allí cobijada, el piano en el que Chopin había dado pruebas inequívocas de su romántica inspiración. El compositor argentino, extasiado, se atrevió a improvisar en aquel instrumento «siete, tal vez nueve compases porque una suerte de pudor contuvo mis dedos…», compases que más tarde integrarían una de sus principales creaciones, el tango Canción desesperada. ¡Pobre Discepolín! ¡Anda que si el embrujo le llegó del piano que era falso!
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