El viernes, a las siete de la mañana, dos grados de temperatura hacían compañía a 150 gitanos rumanos en la estación Perrache de Lyon. Les esperaban tres autobuses pagados por el Estado y una escolta policial hasta el aeropuerto. Destino: Rumanía. Razón: expulsión administrativa del territorio francés. Recompensa: prima de 300 euros para cada adultos y 100 por cada niño.
El sábado, a las siete de la tarde, 35.000 gargantas teñidas de verde jaleaban en el estadio Geoffroy-Guichard (Saint-Étienne, a un tiro de piedra de Lyon) a Banel Nicolita, que venía de marcar en el minuto 84 el tercer gol de su equipo. Ala derecha, batallador y condenadamente feo, Nicolita no es un icono posmoderno para Armani ni Dolce & Gabbana. Pero sí uno de los pocos gitanos que puede dormir tranquilo en la región de Lyon.
La Francia sarkozysta puso en marcha su operación retorno de tintes raciales en 2010. En las últimas semanas, más de 800 gitanos como Nicolita han sido expulsados en los alrededores del Ródano. Ya lo avisó The Guardian este verano, cuando se concretó su traspaso por 700.000 euros: “Saint Etienne ficha a un gitano mientras Francia les paga para irse”.
Nicolita, 26 años, todavía no sabe lo que es escuchar un insulto racista… en Francia. Cosas de ganar 35.000 euros mensuales. En su tierra los oyó muchas veces. “¡Tzigane!, ¡Tzigane!”, coreaba el estadio Ghencea de Bucarest, templo del Steaua, quizá la única institución sólida y respetada de Rumanía. Gritos que respondían a lo que para ellos era un sacrilegio: un brazo gitano con la enseña de capitán del Steaua.
Allí pasó seis años, y terminó conquistando a la grada, pero siempre caminando por un alambre que solía rasgarse por el lado de su piel. Como cuando marcó el gol en propia puerta que supuso la derrota en el Santiago Bernabéu (para solaz de cierto periodismo deportivo, encantado con los juegos de palabras de excursión escolar a que se presta su apellido). Él pasó dos días sin dormir. Los hinchas, dos meses insultándolo. Nicolita, 32 veces internacional, también es el único gitano de su selección. El mismo fenómeno del Steaua, con lente ampliada.
Me lo comentaba una vez un rumano de barba tupida, chaqueta de piel de pitón y que decía descender de un conde de Transilvania, un tal Petrescu: “No os engañéis. Los españoles, no racistas con roms. Nosotros, rumanos, mucho más racistas que españoles con gitanos”.
Ahora Banel Nicolita vive tranquilo, en la tristeza obrera y gélida de Saint-Etienne. Sin su familia, raro para un gitano. Pero con plaza de titular (dos goles en las tres últimas jornadas), tras muchas dificultades a la hora de adaptarse, raro para alguien con genes nómadas. Tendría gracia que siguera a este nivel y lo comprase el petro-PSG. Nicolita el gitano en el Parque de los Príncipes. Con Beckham por su banda. Su hinchada de ultraderecha. Y Sarkozy en tribuna. Seguro que se convertía en un ídolo.
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