¿Se atreverá Justin Bieber con Excalibur? Él es eslabón que alarga la cadena de pop adolescente que en los setenta remitiría a los hermanos Osmond y en los últimos ochenta a New Kids on the Block, germen a su vez de un fenómeno que inspiraría una versión femenina del fenónemo, las Spice Girls. Fue en 1994. En 1994 murió Kurt Cobain, de pólvora, y en 1994 venía al mundo Justin Bieber, el último y el primero.
Es junio de 2009, las redes sociales esparcen el eco de la muerte de Michael Jackson y en el inflado de las repercusiones, una bomba atómica de reverberación, uno se queda con la reflexión de que para bien o para mal ya no habrá fenómenos como Jacko debido a cómo han cambiado el escenario, la industria, los canales entre emisores y receptores. El modo reverb está on. The King is dead but he’s not forgotten. Se busca un príncipe.
2011 y el pre-adolescente macho está irritado por la popularidad de Justin Bieber entre la grey femenina. Es un indignado y su indignación es la que pudiste tener tú cuando las niñas colgaban a Simon Lebon o David Summers en sus habitaciones de proto-gimnasia, braguitas Don Algodón y primeras reglas. La voz de Justin, unas cuerdas vocales en fucsia castratto, en canciones que permanecerán como otro zeitgeist más del fin de la inocencia, se desliza por cada arteria de la barrillada contemporánea. Como fuente de adhesión o rechazo, su presencia es ineluctable.
El talento
El modelo clásico es que un cazatalentos escuchaba un primor de voz procedente de un balcón desfavorecido y de aquél aroma sacaba una sopa para vender por el mundo. Emplearían la voz y la condimentarían con las sonoridades del momento y composiciones a medida. Y así hasta la medianoche, el fin de Cenicienta. En clave moderna, los realities permitieron que los aromas desfilen en casting y desde la tele al infinito. En España esto ha posibilitado la divulgación del olor a grasa procedente de una pollería granadina (Rosa) o el de la mezcla cementera que se respira en un andamio (Bustamante). En UK, el de una campesina empipada de Margaret Astor: evoluciones de aquél Joselito en medio del torbellino.
Justin Bieber no está exactamente en estos modelos: es un compositor que a la edad de 14 colgó sus performances en Youtube. Y tras esa variación inicial, como de Cenicienta a Pretty Woman, sí aparece el elemento cazatalentos. Un Richard Gere que propicia el impulso, como aquél desodorante. Pero dentro y fuera de la bambalina, Justin es un compositor. Como Leonard Cohen y a diferencia de Michael Jackson. Cenicienta sigue en el baile y los espectadores aguardando la Midnight Hour.
Yo hablo de talento y se me reprocha que las canciones, su fondo y forma, no hay quien las aguante. Sucede con toda sobreexposición. Pero la voz de Justin como elemento irritable equivale a la irritabilidad que pueden causar Johnny Rotten o Axl Rose o J de Los Planetas. O El Camarón. Sus canciones pueden ser tan irritables como cualquier hit que imagine el macho. Así, la aversión que los R.E.M. le cogieron a un Shinny Happy People, del disco Out of Time, que se ha quedado fuera de su nuevo recopilatorio póstumo. No, la cuestión no estriba en los disgustados con Justin y sí en el contrario: Justin Bieber gusta a millones de oyentes de todo el mundo. Sólo lo publicitario es relevante. Nunca lo será que un individuo reproche el roquefort.
La cantera
Tuve una profesora de Historia que en los ochenta vaticinaba que la próxima potencia mundial sería Canadá. Acaso lo afirmaba en base a que le gustaba la bandera. En los terrenos del indie, donde se labra el prestigio entre la crítica musical contemporánea, Canadá se expuso como epicentro en la primera década de los dosmiles. Con Arcade Fire como utilitario de enjundia y la plataforma de nuevos pornógrafos inyectando pulsión. Hoy se puede certificar que el último de Destroyer coincidirá en las listas más selectas de lo mejor de este año. En fin, que Canadá, una escena.
Nada mejor para apuntalar la vigencia de una potencia que la emanación de nuevos valores, valores canteranos que amplían la paleta de estilos. Así, si Arcade Fire, cuya vocación de banda de estadios abriga poco disimulo, han sido unos Mailer, el amigo Justin es un Salinger extrovertido, apuesto y dispuesto para coger la mochila de la base de fans adolescentes. Acaso como alguno de los bajitos del Barça, con quienes ha llegado a compartir entrenamiento, pero en guapo y con modales.
Continuando en la territorialidad, España es relevante por haber condecorado culturalmente al anciano Cohen —un ojo anacrónico, éste de nuestros premios pompas, donde también vanagloriamos al Woody Allen decadente—. Leonard Cohen, solista canadiense que hizo fama y carrera con las canciones a las que se habría dedicado con el propósito de mojar el churro. Lo cual podemos cotejar con un Bieber en el que sí apreciamos una vocación pura y que mojará más que Cohen a poco que se lo proponga. Componemos así dos polos: el viejo ronco y el niño dolby, Cohen y Bieber. Caras de la misma moneda. Quizá mi profesora olvidó precisar que su pronóstico se refería a la música pop. Quizá Leonard y Woody han pensado que si un desconocido te regala un premio, eso es impulso.
El culto
Aquí podemos obviar a los tan jóvenes y acudir a otras generaciones, a los padres de las criaturas que se solazan en esta fase Bieber. O sea, los padres y madres que escuchan los aullidos de lobeznas en celo, a quienes les acude a la decoración bieberiana. Lo hallan de frente en el desayuno, en esa carpeta forrada hasta el acné, lo escuchan cantar desde el baño, el pasillo. Lo sufren en el súper. O aquellos veinteañeros desdeñosos que ya pasaron ésa fase idólatra y ahora hessean nihilismo en Sol. La repelencia, el disgusto, la jartera, que diríamos en partes andaluzas. Qué jartible, el Justin. Luego miramos los mitines de televisión, donde vibra cual metrónomo la rendición del culto a una Esperanza política. Luego vemos los nervios perdidos, la admiración silvestre, el amor insobornable, cuando Leo Messi mete un gol. ¡Ja!
El producto
El dilema de la música pop es su doble condición de manifestación artística y dimensión 100% mercantil. Su realidad es haber plasmado la democratización de la música, derribado aquella barrera pre-capitalista entre música culta y popular. Eruditos de la cosa suelen eructar cuando emerge un fenómeno como Justin Bieber. Denigran su condición radiofónica, la fase tan juvenil de su público, lo naif de una propuesta que detrás presenta una maquinaria comercial de poder y ambición. La Nasa, por lo menos. Es un argumento formidable para condenar a aquellos New Kids on the Block o Spice Girls, bandas proyectadas tras selecciones exigentes y estudios de mercado. El diseño frente a la solidez de un pilar no contaminado como, yo que sé, Bill Callahan. Es un argumento formidable, decía, pero a ver qué erudito no tiene en su colección a la totalidad de la Motown, una mina de temazos edificada en sistema de factoría, la canción como churro, el artista como churrero. El timo de las banderas antisistema lo proclamó Johnny Rotten y Kurt Cobain le puso pólvora. Tipos duros o sensibles. Probablemente un crítico con pedigrí que designará a Destroyer entre la mejor música de este año dio botes en el cine donde proyectaron las pelis de Hombres G. Así que de los fan clubs de Justin saldrán, entre tantas otras piezas, violonchelistas de cartel, enciclopedistas del nuevo kraut-rock o lo que estile. Manriques y Hornbys. Justin Bieber es una necesidad.
La edad
Junto a la gimnasia rítmica y la esgrima, la música constituye una de esas disciplinas en las que el talento se revela durante la madrugada de la vida, acaso por requerir del don, el duende, la magia, la genialidad o como ustedes gusten de denominar ‘eso’: la pericia del oído, la facilidad para enhebrar melodías, el detector interno de la matemática dodecafónica. En el apartado del pop la prolijidad de niños prodigio ha sido una constante. A Stevie Wonder se lo acuñaron literalmente en el nombre artístico. Su tocayo Winwood cimentó el orgullo de ser hammondista y hasta en lo plumático la Rolling Stone concomió la crónica-niño de la mano de un Cameron Crowe que luego se permitiría la autobiografía cinematográfica. Still Waters, yeah.
El oro
Querubines, sus rizos dorados son especialmente apreciados entre los bebés y la primera infancia. Suelen perderse. O reaparecer como en Bisbal. Hay una abundancia de rubicundos entre el universo de los teen idols y ni la pólvora ni Van Saant librarán a Cobain de figurar en esta sección. Bieber continúa una tradición en la que el cabello simboliza un dorado de alma. ¿No buscábamos un Petit Prince? Como cuando Bowie se hizo duque. «Sigue siendo de oro», le pedía Ralph Macchio a Ponyboy en la escena última de Rebeldes. Y uno siempre imaginó rubicundez en Oliverio Twist, que sería al cabo uno de los elementos fascinantes para el benefactor de turno, enamorado del carácter y ésa puridad, la que transmite Bieber con sus inflexiones vocales. La imagen hace el resto. Suele defenderse que El Principito debe la mitad de su éxito a los dibujos. Yo agregaría que sin los rizos rubios la expansión tampoco habría sido tal. Así que Justin colgó un video y un personaje dickensiano lanzó el mecenazgo. Shinny Happy Boy.
El mensaje
El estribillo más difundido es un baby por tres. Baby, baby, baby. Es un clásico. En Out of Time, de los Rolling Stones. En tantas otras como Ultraviolet, de U2 en Achtung Baby, cuyo vigésimo aniversario conmemoran algunos. Baby, baby, baby como lema es una audacia suprema, pero se necesita tino, talento y carisma para abanderarlo. En esta primera fase de su carrera, siendo compositor aún párvulo, Justin tira del tópico, siendo el pop, con toda probabilidad, el mayor vivero de tópicos al margen de la prensa futbolera. Somebody to Love, como Queen, U Smile, guiño conjunto a Prince y Brian Wilson. Y así. Titular es un arte, pero sin contenido no pasa de mero ingenio. El contenido de los temazos de Justin es el pan-con-mantequilla con el que Toshack comparaba la liga. Canciones de chicas, emulsión romanticona. About a Girl, que cantaba Kurt. Volviendo a la Motown, Be my Baby.
El futuro
Acaban de transcurrir dos años desde la publicación de su debut, My World, y Justin Bieber ha pasado ya con holgura el listón del difícil segundo álbum, cuando su primera hornada de fans habrá franqueado a su vez la fase Bieber. O no. Rebasa con ello la vigencia de otros teen-idols que aunque amplificaron con creces su target de mercado no superaron la prueba algodonosa de la confirmación de alternativa. Aun habiendo operado el cambio físico, Justin todavía no ha dado el estirón: como aquel Kevin de Aquellos Maravillosos Años, está prolongando el perfil niñesco, aguantando la brida cual jockey que pareciera no querer terminar la carrera. Un impass peterpanesco que tiene las semanas contadas. Espera en el alféizar, cual tarta en enfriamiento cuyo sabor y textura está por descubrir, la mítica del cambio de voz. La escafandra que ahogó a tanto niño prodigio en el pasado. El test que sí franqueó Michael Jackson creciendo en vertical, asumiendo los genitales y oscureciendo el dormitorio pero sin renunciar al registro infantil de su voz, ésa agitación. Jackson obró el milagro sin castrarse y ello acabaría evidenciando la perversión del peterpanismo. En rigor, un Peter Pan es ideal para la industria, ideal para un manager. «Sigue siendo de oro».
La fe
De Bieber queda por ver, en suma, si soporta una eventual refundación, si el mercado le acepta el cambio, si sus fans crecen con él. Si da con un alambique eficiente. Me contaba un capitán de marina mercante, conocedor de las transformaciones que se avecinaban en cuanto a la reclutación de navegantes y las re-estructuraciones derivadas de la crisis, que «hay que abandonar los barcos». Y con 40 y muchos años este hombre preparaba unas oposiciones, las que fueran. Otro Justin, Timberlake, que había capitalizando con tino las postrimerías de su condición de teen-pop-band-star y novio de la Britney, plantó en 2006 el ambicioso Future Sex/Love Sounds. Fina obra de laboratorio, aquello emanaba como una suerte de gema del post-dance, una bola donde los espejos eran píxels y una evocación a su vez las orfebrerías ochenteras de Prince, George Michael y, de nuevo, bis, Michael Jackson. Aplaudida mas no universalmente exitosa, la obra es todavía lo último publicado por Timberland, que se fue al cine. A participar, por ejemplo, en la bio de otro joven prodigio, el tal Zuckenberg. Giren Future Sex/Love Sounds a la inversa y lo oirán nítido: «hay que abandonar los barcos». Bieber, cuya planta cinematográfica nos remite tan claramente al C Thomas Howell que encarnara a Ponyboy Curtis, ya tiene su película. Claro. Calcando además el título con el que Sean Connery retomó efímeramente el personaje Bond durante la etapa del rubio Roger Moore. «Habrá momentos en lso que la gente dirá que no puedes vivir tus sueños y yo les digo: nunca digas nunca», suscribe nuestro joven prodigio canadiense en la sinopsis prompcional. Lamentablemente se trata de un biopic en clave reality, ¡como La Red Social! que no deja entrever posibles vetas de surrealismo clip, (Moonwalker), aventuras (Captain EO, 3D, el Spielberg de ET más el Coppola de Rebeldes), arrabalismo social (Fiebre del sábado noche) o siquiera deportes juveniles (como el gran Leif Garret con el monopatín). Veremos.
De momento Never say Never apenas constituye un film en clave complementaria de una música que permanece como timón único de una carrera que quisiéramos no se moviera de esta etapa de madreselva incipiente. Pero lo que persiste es la letanía: ya no habrá fenómenos como Jacko. Con tanta aspirante a nueva Madonna vulgarizando las listas, Bieber levanta el puño rebelde y la afición rabia. Queremos que se perpetúe. Cualquier día se coge el paquete.
Estás para que te encierren colega.
Basura, no hay otras palabras
Qué fácil es recurrir al insulto y a la falta de respeto. Vergonzoso. Esta es la España que nos deja ZP.
Magnífico artículo que no se queda en la superficie y explica perfectamente las diferencias entre fenómenos de diseño basados en estudio de mercados y casting, como los BSB y cía. con gente que surge por sus méritos y con ayuda de un cazatalentos.
A mí no me gusta el Bieber pero me parece muy respetable, fuera de vaciles que se puedan hacer, su trabajo.
Algo parecido ocurre con muchísimos grupos que han demostrado todo, y que han ido cambiando la valoración crítica cuando no quedaba más remedio como, por ejemplo, Bon Jovi, un grupo que ha sido criticado en todo momento , igual que alabado, por circunstancias tan peregrinas, ya que en algún momento también fueron fenómeno de fans, como si el corte de pelo del cantante era más o menos largo, si era más o menos guapo, si eran más o menos comerciales, si la dureza de su música era la adecuada a lo que tenía que ser, sin contar que lleven 30 años por méritos propio en la cima del mundillo musical a todos los niveles, que saquen discos originales de forma constante, que cada uno sea distinto al anterior, que toquen todos los palos de la música popular, que varias generaciones los mantengan en lo alto en los puestos de ventas de discos, que sus giras sean las más rentables del mundo por su buen hace en directo, que sean músicos, compositores e instrumentistas de primer nivel, que hayan perdurado en el tiempo aguantando diversas modas y estando por encima de catalogaciones…
Es decir argumentos superficiales por el simple hecho de que su música no guste, algo respetable, contra los hechos y demostración del tiempo. La imagen y prejuicios contra lo demás.
De Bieber está por ver, pero por eso mismo… Está por ver.
Be my baby fue una canción de Phil Spector para las Ronettes. Nada que ver la Motown.
¿Que Michael Jackson no componía?…¿que broma es esta..?.
magnifico artículo pero discrepo en mucho de lo que dices…Bieber nació en you tube y se hizo estrella a raiz de su talento, cierto, pero este chico no compone nada de nada.
Ahí esta su nuevo disco «Believe» que es un fiasco aunque las fans digan lo contrario y que ha necesitado de 123547627 productores para hacer canciones con algo de consistencia. Y eso de que Michael Jackson no componía….uff me da a mi que sólo conoces la parte «thrillera» del rey del pop (que no Jacko) aunque lo cierto es que Thriller cuenta con muchas canciones compuestas por el mismo,
Michael Jackson sólo habrá uno y ¿porqué?, porque sólo supo unir el talento con el espectáculo. Era capaz de colocarse unos mocasines y unos calcetines blancos y convertirlos en marca de la casa, algo que desgracidamente es difícil que pase ahora…en fin Bieber será una estrella y no lo discuto pero jamás se podrá comparar con el «rey» y mucho menos ser un «príncipe»…tiempo al tiempo….
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Muy buenoooo!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Queremos segunda parte!