Tengo intenciones modestas. La casa está en silencio y por fin ha salido el sol. Supongo que afuera el asfalto deslumbra como un espejo y los canalones gotean unas gotas frías y gordas que muy de vez en cuando se le colarán entre la camisa y el espinazo a un niño. He cogido el Diccionario de autores latinoamericanos de César Aira. Lo hojeo, como se hojea el archivo de una institución psiquiátrica. Es una edición argentina (editado por Emecé y Ada Korn Editora). Antes de que me lo regalaran pensaba que sería un diccionario abiertamente subjetivo, dentro de la sobriedad de tono característica de Aira, y sin llegar por supuesto a la belicosa parcialidad de un Umbral revisando autores. Ese «Azorín escribe cobarde«, por ejemplo, antológico, caprichoso, bastante cabrón. El diccionario de Aira es un diccionario más o menos riguroso, o que pretende serlo, y se detiene sobre todo en autores desconocidos y olvidados del pasado. El diccionario es orden, un niño obediente que se sabe la lección; desfilan por él los autores y sus títulos. Es un diccionario que sólo podría haber escrito Aira, un hombre al que le ha interesado por encima de todo leer, y que por eso mismo quizá no ha dejado de escribir. De vez en cuando una frase se sale del escrupuloso carácter informativo habitual y desliza una maldad, como si un ordenador cascarrabias hubiese perdido la paciencia al reseñar algunos autores que no son tan interesantes como todo el mundo cree.
Bueno; lo que importan en este diccionario son los desconocidos. Ahí tenemos a Felisberto Hernández, uno de los más interesantes que ha dado la literatura latinoamericana en el siglo pasado. FH en todo caso es un desconocido bastante conocido. Pasa una cosa con el escritor menor y olvidado que pocas veces se tiene en cuenta; lo merecido de su condición. Cuántas veces no hemos ido a tal o cuál escritor olvidado y hemos dicho; entiendo. También con FH podríamos decir; entiendo. Pero en este caso es alguien a quien la literatura parece haberle importado muy poco. Ha sido un desentenderse totalmente de salir en la foto. No comparte asuntos con nadie, o al menos con nadie que conozca. Se ha buscado los márgenes, y en esos márgenes ha hecho una obra absolutamente original, verdadera, honesta, de tarado divino. Nos ha descubierto América para que la saqueemos, y ha sido saqueada; el llamado Boom latinoamericano sale en parte de él.
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El diccionario de autores de Aira nos deja una impresión; la literatura es un agujero negro. Ese fenómeno cósmico que se va tragando galaxias. Definición en la Wikipedia: “gravedad infinita en un espacio de un tamaño inconmesurablemente pequeño”. Cuántas obras olvidadas, cuántos autores malogrados, perdidos. Vidas, en apariencia, absurdas. Aunque no consigo ver lo trágico en esto. Se escribe para escribir. No hay más. Lo demás viene o no viene, y viene y se va, o no. El éxito, el fracaso. Se habla casi siempre de la literatura como de una buena o mala inversión; ¿Cuánto renta en inmortalidad tal autor?
La literatura yo la veo más bien como un cuarto oscuro en el que se oyen voces todo el rato. Paradójicamente, para ver el mundo mejor, para ampliar nuestro mundo, nos metemos en ese cuarto. Algunas voces se han callado para siempre y otras no dejan de sonar. Muchas son voces que se quieren imponer, que se elevan compitiendo con las otras voces. Lo de FH sería un susurro, al principio casi imperceptible. No quiere competir con nadie. Es el rezo de un autista, un bisbiseo. Poco a poco ese susurro va, de alguna forma, anulando a las otras voces, que se convierten en ruidos incómodos, como coches que pasan por una autopista y a los que ya no atendemos. Queda ese susurro, ese rezo misterioso, y dejamos de ver la oscuridad.
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Felisberto Hernández fue un escritor y pianista uruguayo (más bien pianista y escritor) nacido en 1902. Entre la nada y lo clásico, o lo que será clásico. Tres citas que tengo por aquí. Las dos primeras son obligadas cuando se habla de FH. La tercera es cosa mía.
1. Sobre su primer libro (Fulano de tal, 1925) el filósofo Carlos Vaz Ferreira dijo: “Posiblemente no haya en el mundo más de diez personas a las cuales les resulte interesante, y yo me considero una de ellas.”
Sería este uno de esos halagos que dan un poco ganas de suicidarse.
2. Jules Supervielle: “Usted tiene el sentido innato de lo que será clásico algún día.”
Frente a esa literatura latinoamericana que ha pintado a caciques, dictadores bananeros y revolucionarios, la literatura de FH es un clásico alternativo.
3. En su relato El acomodador escribe: “Yo sentía que toda mi vida era una cosa que los demás no comprenderían.”
Sus asuntos son raros, efectivamente. Italo Calvino, que también pone un prólogo en alguno de sus libros de cuentos dijo de él que era un escritor que no se parece a ninguno; “a ninguno de los europeos y a ninguno de los latinoamericanos”.
Se podría decir que lo que narra es el misterio puro, que se pasea tan normal por sus cuentos. Sí, todo lo puro es siempre demasiado puro. Puede que no sea tan puro. El misterio no es tanto si hay vida o no más allá de la luna, sino cómo es la vida más acá. Un misterio de andar por casa. Quizá un misterio sin salir de uno mismo.
En una carta, confiesa: “Creo que mi especialidad está en escribir lo que no sé, pues no creo que solamente se deba escribir lo que se sabe.”
El papel marginal de FH en la literatura no podía ser otro. Es el papel reservado desde siempre al más dotado, el que pasa por los pueblos comunes de la literatura sin pararse a saludar y se queda a vivir en algún pueblo remoto al que nadie había llegado. Sabemos que nuestro pianista/ escritor fue muy admirado por Cortázar y por García Márquez. Pero no se lo acabaron de tomar en serio. Y de alguna forma ambos popularizaron parte de lo extraño y maravilloso que había en la obra del uruguayo. Sin ser un referente. García Márquez pasó esa obra por el tamiz barroco y mágico de su bigote, creando, ya se sabe, ese árbol genealógico de personajes y amores inmortales que ha tenido un imperio de lectores. Siempre me ha parecido que García Márquez escribía en Technicolor, y en sus novelas funcionaban los acrílicos ya rancios al modo de Lo que el viento se llevó. Cortázar, con su París a cuestas (de bohemios, artistas y músicos de jazz…), también se ha debido sentir muy cercano a la obra de FH, o eso da a entender en un famoso prólogo/ carta; “Felisberto, tú sabés…”. Etcétera.
Cortázar le presenta, como quién dice, en esa carta, a Macedonio Fernández y a Lezama Lima, formando así los tres ese grupo de “presocráticos que nada aceptan de las categorías lógicas porque la realidad no tiene nada de lógica.” Así, FH también como el bicho tímido que ha decidido vivir oculto bajo una piedra. Macedonio, tan admirado por Borges, ha sido el hombre que todo el mundo quería conocer pero que nadie se aventuraba a leer más allá de media página, quizá porque él mismo tampoco se aventuraba a escribir más allá de media página. Macedonio fue el genio de sí mismo, el genio ovillado, el perro que juega a perseguirse la cola con indudable gracia. Pero bueno, igual hay que ser argentino para entenderlo o valorarlo. Quizá Valle en persona fue otro Macedonio, aunque Valle dejó obra, más allá de una descripción de su propia genialidad. En Valle la obra aparta al propio Valle, porque tiene esa fuerza, sobre todo su teatro. Macedonio sería como esos niños que se han vuelto locos y no dejan de dar vueltas sobre sí mismos, entre caprichosos, bromistas y enrabiados con el mundo.
FH es otra cosa. Nunca escribe el genio sino el hombre cualquiera que se aparta de la luz para mostrarnos esos pequeños dramas increíbles, aun perfectamente creíbles dentro de lo increíble. El genio es un señor demasiado preocupado de que no le caiga al suelo la palabra genio, y la cuida y la limpia todos los días con la avaricia de la señora de su casa sacándole brillo a la plata. Son personajes, los suyos, obsesionados con algo, y parecen haber caído en un remolino de la realidad que los aparta de todo. Sus relatos yo los veo como performance literarias que no se saben literarias ni performance. Es un descubrimiento de los cinco sentidos; estos se turnan para escribir frases y se intercambian sus facultades (sinestesia, esto último). Pero es como si cada sentido pidiera ayuda a los otros para explicar algo, para contar.
El germen. El propio Felisberto Hernández sobre sus cuentos: “En un momento dado pienso que en un rincón de mí nacerá una planta.”
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Se ha dicho que FH escribía mal. Es una sintaxis adaptada a lo que tiene que decir, y no al revés. La sintaxis es una cualidad del alma, decía Valery.
En una carta a la escritora y amiga Paulina de Medeiros:
“…yo tengo como un proceso de amistad con las palabras: primero me hago amigo directo de ellas; y después me quedo muy contento cuando se me aparecen juntas, dos que nunca habían estado juntas, que habían simpatizado o se habían atraído en algún lugar de mi alma no vigilado por mí.”
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De su vida; primero una vida rodeado de señoras. Entiendo. Tías y más tías que le animan a tocar el piano, y toma clases y entonces crece mirando un piano y arrancándole quejas y algún que otro sonido feliz. Esto es muy felisbertiano; el piano no puede ser sólo una cosa, y menos un piano. “Sonó la primera nota y parecía que se hubiera caído una piedra en un estanque.” Antes de hacerse mayor ya sabe lo que es actuar donde a nadie le importa qué diga o pueda decir un piano; es un ruido de fondo alegre, uno más, por debajo de las voces que ríen y hablan y piden más alegría y bebida. El ruido siempre ha tenido una reputación sólida de feliz y festivo. No hay, por ejemplo, bares de silencio. Se creen que es el silencio el que nos echa, el que no nos tiene en cuenta, el hostil, y es el ruido el que nos acaba echando. Primero nos echa de nosotros mismos, y después del bar con la tele puesta, la MTV, lo que sea. A la mierda el bar. El pianista también se adapta al cine mudo, quince años tendrá cuando se gana un dinero tocando en funciones; es el que avisa de los peligros, de las bromas, el que también persigue y escapa en las persecuciones. Será la voz del tren monstruoso que se nos viene encima.
Importante; en 1920 FH acude al maestro de piano Clemente Colling. Todo un personaje que retrata en su libro Por los tiempos de Clemente Colling. Ciego, extravagante, gran improvisador, y radicalmente pobre.
Nuestro autor ya desde muy joven empezó a ser conocido en Montevideo por sus excelentes interpretaciones de clásicos y también por sus composiciones. En 1925 se casa con María Isabel Guerra. Bueno, mejor no meterse en casamientos; se casa mucho. No sé sin con intención humorística o no Aira escribe en su diccionario: “En sus últimos años llevaba una vida sumamente desordenada, de constantes mudanzas y cambios de esposa.”
Antes, una vida de giras por pueblos y pensiones. Una vida de tipo sentado en la cama de una pensión esperando que llegue la hora del concierto. Pero la literatura siempre había estado ahí, y es en 1940 que deja la música para dedicarse únicamente a escribir.
Y, famosa esta afirmación de su última época: “Observo que cada vez escribo mejor, lástima que cada vez me vaya peor.”
Murió en el año 1964 en Montevideo.
Decía Bolaño en un artículo que la suerte de FH debía ser otra en Argentina y Uruguay. Los escritores, dice, “un día aparecen y luego desaparecen y luego, quién sabe, vuelven a aparecer. Y si no vuelven a aparecer tampoco importa tanto porque ellos, de alguna manera secreta, ya son nosotros.”
Ilustración: Héctor Quintela
Uno de mis escritores favoritos. Nunca conseguiremos que sea conocido, pero da igual.
No sé. Quizá se haya quedado como lo que fue siempre: un escritor para escritores. Esa es una maldición que no se elige, supongo.
Seguro que tiene que haber desconocidos menos conocidos que Felisberto en el libro de Aira.
Sí, por supuesto. Supongo que hay escritores tan desconocidos que ni sus familiares sabían que escribía. El diccionario está lleno de nombres. Pero, claro, yo no he leído a la mayoría, y ya he dicho arriba que lo normal es que cada uno acabe en el lugar que le corresponde.
No se puede comparar a Felisberto con esa tropa de desconocidos. Tuvo y tiene su reconocimiento. No es Tolstoi pero es posible ir a una librería pedir un libro de él.
Yo soy más desconocido que Felisberto.
Un artículo muy interesante.
Me encanta FH, que no es tan desconocido, pero sí es cierto que es un autor de culto, sobre todo para los escritores.
Gracias por compartirlo
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Déficit de atención en interrelación con trastorno obsesivo compulsivo. Ese es el misterio de Felisberto, un misterio profundo, neuronal, donde se usan rituales (profundamente idiosincráticos en su caso, nada de duchase repetidas veces) del TOC para embridar al caballo perdido de la imaginación, volcado a la rememoración
de la infancia.
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