Pablo Mediavilla Costa: Desconocidos

«A veces un libro te cambia la vida sin saberlo e incluso sin leerlo» escribe Daniel Gascón en un maravilloso artículo que publicó hace días en la revista Rolde. Es una gran verdad, pero añadiría a las personas, a todos esos desconocidos que tendieron el camino que luego he caminado y que lucharon o luchan las mismas batallas de siempre a las que un día decidí alistarme. Es un club de presencias invisibles que me guardan y me guían o eso quiero pensar cuando me encaro a la soledad que envuelve toda creación. En el caso de los libros el mecanismo es obvio porque las palabras escritas de verdad atesoran la doble hélice de su autor y, entonces, la ilusión de conocer y el dejà vu son automáticos. La mañana que Conrad me acompañó en aquel vaporcito en el lago Kivu, las noches a solas con Orwell en el camping de Albarracín, el duelo al mediodía en la tumba de Patrick O’Brian en Collioure y así. Recuerdo el día en que murió Cabrera Infante, al que leí por primera vez en Cuba con la sensación ingenua de estar abriendo una pequeña grieta en el muro. Pasa también con el cine y la música cuando uno se descubre ensayando un gesto o un plano o pasando una noche toledana al resguardo de letras de oro.

Con las personas no lo tengo muy claro y, de alguna forma, hoy ha sido la primera vez que he tratado de descifrarlo. Hoy he perdido a uno de los miembros del club y sé que otro, el autor de la cita, lo pasa mal en estos momentos. Félix Romeo ha muerto en Madrid y Daniel Gascón era muy amigo suyo o eso he entendido en sus textos y de ahí esta historia de encuentros inexistentes. En el momento de la noticia he sentido un dolor auténtico, de hermano pequeño o de compañero de armas. He pensado algo absurdo teniendo en cuenta que ni conocía a Félix Romeo ni he leído nada suyo, algo como «Joder, Félix». Luego le he encontrado saliendo de la cárcel de Torrero en una filmación preciosa de Fernando Trueba, con un caminar que esta noche ya es legendario. En sus pasos he reconocido a un viejo amigo y en el trecho de la puerta de la cárcel a la cámara me ha sido revelado que la forma más pura de defender la libertad es ejercerla.

Ahora toca conjurar la tristeza y buscar la obra de Félix y mandarle un abrazo al desconocido Daniel y a todos los demás amigos lejanos e invisibles a los que tanto admiro. Ellos caminan conmigo y se sientan a mi lado, algunas noches, a escribir el mundo. Sé que, en adelante, el fardo pesará un poco más, pero el viaje, gracias a todos sus pasos, será más ligero.