¿Existen quiebras en nuestro sistema democrático? No sería del todo imprudente decir que es probable. La designación de la provincia como circunscripción electoral para la elección de Diputados y Senadores, la exigencia mínima del 3% de los votos válidos emitidos o la reciente necesidad de obtener la firma de al menos 0,1% de los electores inscritos en el censo electoral correspondiente son algunos de los vicios que comúnmente se le imputan a la vigente Ley Orgánica del Régimen Electoral General. No obstante, y al margen del análisis de la oportunidad de tales disposiciones, es justo reconocer el gran acierto de la legislación al contemplar, tal vez no de un modo lo suficientemente expreso, la posibilidad de que un partido liderado por Sergio Ramos se presente a las elecciones generales. Por supuesto, no me refiero a la simple y tolerable pretensión de obtener algún voto despistado, sino a lo conveniente —y si me lo permiten, inevitable— de su victoria.
Como podrán imaginar, no soy ajeno a las reacciones que tal idea genera, y entiendo que a priori pueda parecer un despropósito. Sin embargo, y a pesar de que es muy probable que yo no sea un experto en la materia —incluso hay quien denuncia abiertamente que no lo soy—, creo hallarme en situación de fundamentarla adecuadamente mediante un argumento objetivo y uno subjetivo.
1.- Reconozcámoslo: en estos tiempos de crisis, el pueblo necesita un héroe que acuda en su ayuda, y Sergio parece ser el idóneo —que efectivamente lo sea o no es harina de otro costal, pero tal y como César exigió a Pompeya, al menos lo parece—. Nadie podrá negar su espíritu de sacrificio y abnegación en beneficio del interés común. Más allá de rivalidades domésticas entre el club blanco y el azulgrana, la mirada que dirige al cielo encomendándose a los dioses antes de cada partido con la selección, corriendo el riesgo de desnucarse, elevándose acaso unos centímetros del suelo, es una prueba inequívoca de su naturaleza épica. Como todos los héroes, es un ejemplo de virtudes prusianas. Organizado en el terreno de juego. Entregado por completo al equipo. Alejado de la charlatanería ante la prensa, cuyas dudas se atreve a resolver con apenas cuatro palabras, quizá cinco. Es sencillamente imposible que su nombre no aparezca en cualquier conversación futbolística intensa que se precie de serlo. Porque futbolistas en la élite habrá muchos, pero en una cosa estarán ustedes de acuerdo: como Sergio Ramos, ninguno… Sería absurdo no reparar en su capacidad de convocatoria. Mediante una simple extrapolación de ideas, no es difícil imaginar qué sucedería si se enfrentase al electorado, máxime cuando la descomunal cantidad de figuras del balompié a idolatrar se reduciría, en la praxis política, al PSOE, al PP y al partido de Sergio Ramos –al que podríamos denominar, de ahora en adelante, Partido de Sergio Ramos, para abreviar–. Resulta obvio que si el lateral del Real Madrid gobernase, la uniformidad ideológica se extendería a lo largo y ancho del panorama político español. Hasta tal punto sería así, que la tan manida monomanía de las “dos Españas” —que en realidad son tres, ya que un amigo de mi tío descubrió otra más examinando detenidamente un mapamundi las pasadas Navidades— pasaría a convertirse en una vaga anécdota, más propia de tiempos convulsos… La pertinencia del gobierno del Partido de Sergio Ramos, en aras de la calma política, está más que justificada.
2.- Conozco personalmente a Sergio. No me avergüenza reconocerlo —siempre y cuando nadie me señale con el dedo por la calle y lo grite con socarronería—. Es amigo mío desde hace un par de años por motivos que no vienen al caso y que presumo no interesan en absoluto a los lectores de este artículo. Hace algunas semanas, por un capricho del azar, coincidimos en una cafetería del centro de Tegucigalpa con Alfredo Pérez Rubalcaba, María Dolores de Cospedal y Josep Antoni Duran i Lleida, que se encontraban de vacaciones en Honduras mientras recorrían como mochileros el norte de Sudamérica y América Central. En una jugada astuta, Sergio los invitó a nuestra mesa. Mientras conversábamos amablemente sobre la filmografía de John Travolta, Rubalcaba cometió el error de referirse a sí mismo como “candidato a la Moncloa”. Confiando en que mi memoria haga justicia a sus palabras, aquí transcribo la irreprochable censura de Sergio: “¿Candidato? ¿Tú eres candidato a la Presidencia del Gobierno, Alfredo? ¿Cómo tienes la desfachatez de saltarte a la torera el delicado equilibrio de poderes constitucionales y hacer bueno el trastorno patente de nuestra democracia? El nuestro no es un sistema presidencialista. No existen elecciones al Ejecutivo. El pueblo, guiado por la buena fe y la lealtad a su derecho de sufragio activo, decide en las urnas quiénes serán sus representantes en las Cortes Generales, y son estos los que, en último término, habrán de elegir a su candidato a la Presidencia del Gobierno, quien sólo la alcanzará en caso de superar la correspondiente sesión de investidura. Que nuestra defectuosa forma parlamentaria de gobierno implique una invasión ilegítima del Legislativo en el Ejecutivo y la quiebra manifiesta de la división de poderes, no te atribuye potestad para autoproclamarte candidato por el mero hecho de liderar una lista de personas que se presentan a las elecciones. Candidatos sois tú y todos los que figuráis en esa lista, pero lo sois al Poder Legislativo, no al Ejecutivo. En nombre de Montesquieu te insto a que no lo olvides”. En este punto, Cospedal ya había abandonado la cafetería en camilla mientras Duran i Lleida amenazaba con denunciar a Ramos por juego temerario ante el Comité de Competición, y Rubalcaba acusaba a Sergio entre llantos de “malmeter en el vestuario y hacer mucho daño a las personas”. El espectáculo, como se pueden ustedes imaginar, fue indignante. O al menos lo suficiente como para que al día siguiente todos ellos regresaran a Madrid. Sin embargo, y más allá de polémicas cuya conclusión se me antoja imposible, la sentencia del jugador fue inapelable.
Sean compasivos. No me pidan que aclare los términos de su política económica o los principios inspiradores de su sistema fiscal. No podría. Como he dicho antes, es muy probable que yo no sea un experto en la materia, pero una vez explicadas mis razones espero que comprendan que no me parezca en absoluto descabellado que el “Tarzán de Camas” sea, en definitiva, la opción más sensata para habitar la Moncloa.
Y si es como Presidente del Gobierno, mucho mejor.
Sergio Ramos, ese hombre de coeficiente intelectual negativo, al igual que CR7. Dos talentos y físicos descomunales, robots de hacer fútbol, que se quedan ahí (que no es poco, ya lo sé, pero a dónde podrían llegar?) por su falta de inteligencia.
Seamos honestos: lo que le falta al Madrid son neuronas. Ahí el único con dos dedos de frente es Xabi Alonso.
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Chris Moltisanti o «el rábano por las hojas».
Dios santo, el fascismo y la estulticia de algunos culés no tiene parangón. Deja de manchar entradas interesantes, ameba con patas.