Avilés, referente industrial de Asturias desde el siglo XIX, sufrió como pocos lugares eso que se dio en llamar «Reconversión Industrial” o, lo que es lo mismo, el cierre de industrias y las reducciones masivas de plantillas mientras pagaba las consecuencias de la impunidad industrial contaminante, hasta el punto de ser declarada Zona de Atmósfera Contaminada el año 1981. A caballo entre la modernidad de Gijón y la tradición de la vetusta Oviedo quedó asustada y plomiza, fuera de los mapas, hasta que decidió apostar por la recuperación medioambiental de la ría y del casco histórico, reivindicando su vocación marinera tradicional.
La creación del Centro Internacional Oscar Niemeyer dio un impulso definitivo a la ciudad. Avilés tiró los complejos por la borda y le reportó la dosis de autoestima y transformación que necesitaba. Gracias al saber hacer de Natalio Grueso, por Avilés han pasado este año Brad Pitt, Woody Allen o Kevin Spacey, además de Jessica Lange, Concha Buika o Julian Schnabel.
Además, la ciudad remite actualmente a una oferta gastronómica de primer nivel. Hay otros sitios, pero buscamos el Llamber por recomendación y conscientes de que en un local que encarga semanalmente el pan en Santa Coloma de Gramanet se tenía que comer bien.
La visita no defraudó.
El Llamber es un restaurante de esos que ahora llaman “gastrobares”, acogedor y pequeño, tanto que se come en mesas altas, de taburete; un recurso que permite ahorrar espacio y que puede frenar la visita a culos de mal asiento. Peor para ellos.
La cocina de Francisco Heras, avilesino forjado en la escuela de Sergi Arola, elabora una carta no muy extensa pero excelente que cambia cada tres meses; afinada, diferente, equilibrada, estacional, colorista, sorprendente y en tanto que estacional, basada en un producto de temporada seleccionado con esmero, cuando no cultivado en su huerta. El equipo de sala se esfuerza por atender al visitante con proximidad pero sin imposturas.
Así, te puedes meter en la boca el cantábrico entero masticando unos berberechos enormes, por tamaño y sabor, o zamparte un cuadro abstracto gracias a una majestuosa ensalada sin ensalada, perfecta combinación de texturas. Si gusta, no se pierda el taco de bonito macerado cinco minutos en salsa teriyaki servido con sombrero de pesto de rúcula, ajo confitado y praliné de piñones; un bocado tremendo. Con suave cadencia, sin que se solapen los platos ni se advierta ninguna prisa para que el comensal abandone el taburete, desfila un pulpo suavemente gratinado con queso ahumado de Pría y parmentier de patata de verdad, nada original si se quiere, pero justificada por la calidad del producto. No despreciar la morcilla de Burgos con chipirones frescos y mucho menos el salmón marinado, excepcional, antes de que aparezca un arroz con pies de cerdo —en la carta se ofrece el de oricios pero ese día, domingo, no disponían del bicho marino—, pura crema entre el arroz caldoso y el rissoto, que justifica la visita por sí solo.
No renunciamos a los postres. Una vez más, sobró el partido. Por todo ello, recomendamos encarecidamente la visita, que diría el maestro Cadena.
Fotografía: Jordi Cotrina
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Buenas,,,
La proxima vez que paséis por Aviles, bajáis por la orilla contraria al Niemeyer, hasta llegar frente a la cofradía de pescadores /lonja, y os encontrareis con «La Chalana».
Para empezar os pédiis una sidriña con algo de picar, para abrir boca en la barra y veis la esténsa carta de manjares marinos,, y despues os dais un homenaje con lo que hallais decido, y os quedareis contentos y a mucho menos de los de aquí- Eso si, ir temprano que se acaban rápido las mesas