“Le jour du Quatorze Juillet
Je reste dans mon lit douillet”
George Brassens
Creo que ni sucedería en los villorrios demográficamente más castigados de la estepa española. Disponerse a cruzar el umbral de un hotel de lujo (y con dos camas vacías) en una ciudad ajena, con destino a soportar el atardecer vagabundeando, y darse de bruces con el despiste de un amigo a piñón fijo por la acera. Pero esto es Madrid y acabo de toparme con el escritor Sabino Méndez. Con el salero de barrio que nos caracteriza, el asombro y la alegría se reducen a unos ojos de plato —¡hombre!— y a un pudoroso cacheo recíproco. Me lleva Príncipe de Vergara arriba y la conversación sigue ahí donde la dejamos hace medio año. Rajando de lo divino y de lo humano y de conocidos. Milagros de la amistad.
Observo que muchos catalanes en Madrid han adoptado las señas de identidad del márquetin capitalino. Aquí nadie es de ningún lugar. Plúmbeo discurso de rompeolas de España. Entiendo que el eslogan, de alguna manera, reacciona contra los nacionalismos periféricos, tan fanáticos del ADN. Sin embargo, diestro ya en desactivar mensajes publicitarios, pienso que la fiebre cosmopolita de Madrid no hace más que darles la razón a los nacionalistas de provincias en sus argumentos independentistas. A un gerundense no se le pregunta de dónde en Barcelona (a uno de Jumilla sí). Al igual que uno de Aviñón pasa desapercibido en París (un libanés menos). El término “sudaca”, verbigracia, tiene gran vigencia en Madrid. Por no hablar del esperpento típicamente capital de los seguidores de “la roja”. Ergo existe un nacionalismo español, que desprecia cuanto ignora y tiene pavor a la otredad. Ni más ni menos que cualquier nación para con los extranjeros.
También es muy recurrente ensalzar el liberalismo madrileño frente a un supuesto pseudofascismo catalán. Vale, los rótulos en lengua vernácula. Vale, los toros. Vale. Pero los grandes liberales del gobierno rompeolas y visón son los que en procesión caminan y gritan contra la libertad para decidir la interrupción del embarazo, contra las milagrosas (¡sí!) prescripciones anticonceptivas o contra cualquier medida que nos aleje de la carcundia católica (otra encarnación del nacionalismo, pues ya se sabe que el diablo adopta mil y una formas para tentarnos)
Por otra parte, a estas alturas del partido todavía me cuesta salir de la estupefacción cuando oigo a la derecha confundir el libertinaje con la libertad. Ellos que durante tantos años han acusado a la izquierda de dicha confusión e incluso han avalado golpes de estado por ello. Ha quedado como paradigma del populismo más rastrero aquel Aznar sacando pecho con el yo controlo y a mí nadie me tiene que decir las copas que puedo beber si conduzco. Para cogerlo del bigote y llevárselo de visita a la Guttmann de Badalona. No hace falta que argumente —ya lo hizo Rafael Sánchez Ferlosio, en su momento, con el cinturón de seguridad— la necesidad de prohibiciones con castigo crematístico para el bien común. Sí, prohibir salva vidas. Demostrado. Muchas más que la cadena perpetua o la pena de muerte.
En fin, yo estaba en Madrid con un amigo. Una ciudad que adoro pese a sus gobernantes y que amo más allá de sus falaces eslóganes y cierta estridente estética masculina. Nunca la abandono sin antes visitar otra vez aquella plaza con nombre de dramaturgo y parada de metro. Reír again.
No lo veo. Mucho tópico, un par de frases bien hiladas y poco más. Tiene más de eslogan el artículo que Madrid en realidad, la cual, pareces desconocer en profundidad. ¿Era sólo un pretexto más para escribir de las filias y las fobias políticas? Madrid, al contrario que Barcelona, tiene poco que ver con sus mandatarios. Cuando el sentimentalismo no es lo primero, la gente tiende a elegir gestores (con a cierto o con desacierto, ése es otro tema). Así, los madrileños simplemente han elegido a quien las circunstancias han señalado como lógico en el devenir de la gestión política.
En cambio, cuando lo importante es la identidad, se eligen símbolos. Gran diferencia en verdad. Lo primero en este caso es la criba previa para que quede claro cuál es el símbolo… Después pues ya veremos qué tal gobierna.
«Madrid, al contrario que Barcelona, tiene poco que ver con sus mandatarios»
¡Es fantástico!
Fantástico o no, es obvio. Cuando en el voto no te va tu propia identidad, no te identificas (ni te identifican) con él.
Así, nadie cree que los madrileños piensen como Aguirre sobre educación o que nuestro último fin en la vida sea conseguir unos Juegos Olímpicos, por ejemplo. Pero es inevitable asociar las barrabasadas de Mas o Durán sobre Andalucía con el conjunto de personas que les ha puesto ahí, porque se entiende que están ahí en primer lugar por ideología y luego, quizá, por elección.
«Pero es inevitable asociar las barrabasadas de Mas o Durán sobre Andalucía con el conjunto de personas que les ha puesto ahí»
Repito: ¡Fantástico!
Hoombre, bdsb, decir que los madrileños no tenemos que ver con nuestros mandatarios cuando los hemos votado repetidamente me parece un sinsentido. Otra cosa es qúe tú no estés de acuerdo con tus mandatarios.