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Javier Gómez: El ‘Pocero’ chino y las estampitas de Mao

Los chinos saben de qué va esto. Todo el siglo XX a hostias entre capitalismo, comunismo y nazismo y resulta que ahora van ellos y encuentran en el XXI la síntesis triunfadora. Con el maletín en la mano derecha, la hoz en la izquierda, y a ver cómo se las apaña para coger el martillo, Liang Wengen, el hombre más rico de China, se convertirá en 2012 en el primer empresario que integra el Comité Central del Partido Comunista.

La guita ya lleva galones y gorra de plato. Mira que Valdano me convenció una vez con eso de que los ideales y la cuenta corriente no tienen contradicción aparente. Pero queda pendiente una charla con él para hablar de lo del mayor constructor de China y sus 10.000 millones de dólares de ahorros en una esquinita de la pagoda roja. ¿Cantará La Internacional después de las reuniones como Alfonso Guerra en Rodiezmo? El tipo, de 55 años, y cabeza del grupo Sany, se ha hecho rico gracias al boom inmobiliario. Un Pocero del lejano Oriente compartiendo planes quinquenales con los camaradas. 

Y dicen las crónicas “…en el país comunista”. ‘Mon cul!’, que suena más fino. China es el la quintaesencia del capitalismo con obreros obedientes y un despampanante desfile militar a finales de año. Y el Comité Central del PC, un consejo de administración mundial donde unos señores disfrazados con traje de paño deciden la suerte de los dineros mundiales en un decorado de todo a 100 ideológico, con sus guirnaldas rojas, sus estrellitas de plexiglás y estampitas de Mao. Compramos deuda, luego cabalgamos. Contaminamos, luego cabalgamos. Nos hacemos con el petróleo de África, luego cabalgamos.

La mejor explicación del fracaso del comunismo ante el capitalismo la dio un cura comunista, el brasileño Frei Betto: “El capitalismo privatizó los bienes y el comunismo los socializó. Pero el comunismo privatizó los sueños que el capitalismo socializó”. Bonito, pero ya no sirve. Cuarenta años después de la Teología de la Liberación, al capitalismo no le quedan sueños y al comunismo chino le sobran bienes, dólares y deuda pública ajena. Pero no se reparten: el 60% del PIB está en manos del 0,03% de la población.

En El Puercoespín, el libro de Julian Barnes, un joven violinista escucha el discurso pomposo de Petkánov, inventado dictador comunista búlgaro, sobre la derrota del imperialismo y un radiante futuro socialista y le dice: “Camarada, camarada, a la gente no le interesan esas cosas. A ellos sólo les importan las salchichas”. En China esto lo entendieron antes que en el bloque soviético. Pero no se preocuparon por las salchichas de su población, sino por las del resto del mundo. Y después por los calcetines, y luego por las lámparas, y ahora por los ordenadores y los aviones.

Decía Lenin: “Cuando falla la organización se suele echar la culpa a la ideología”. La Iglesia reza parecido: no culpéis a la Iglesia de los pecados del hombre. El PC chino no tiene esos problemas. La organización va de lo lindo. Así que la ideología, ese ultracapitalismo de uniformes verdes, debe de ser el no va más…

 

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